viernes, 16 de febrero de 2024

EL MUNDO QUE ME CAMBIÓ - NOVELA, 1/2



EL MUNDO QUE ME CAMBIÓ

NOVELA


Con la novela que presento aquí intento dibujar adecuadamente a través de varios personajes estratégicos menores la historia política reciente de Chile y del alma humana, pasando por el gobierno de Salvador Allende, la dictadura militar de Augusto Pinochet y la frustrante democracia posterior. La tragedia, el amor, el reencuentro, la ambición desmedida, el asesinato político, la concentración de la riqueza en pocas manos, la desidia astuta de la iglesia, la manipulación de los poderosos, la tortura, las especulaciones crueles de la logia bancaria, las utopías pulverizadas, el desprestigio total del quehacer político, el avance de los negreros, la demagogia refinada, la esperanza recauchada y el dolor de cada día de los peatones, son los pilares de mi manuscrito, que pretende reavivar y revivir, una y mil veces ocurrirá, esa sed de justicia social que es inmortal en la naturaleza humana y que pelea hora tras hora en contra de la avaricia despiadada, sin rendirse jamás. Bienvenidos a mi singular novela: EL MUNDO QUE ME CAMBIÓ, que se registró en la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, de Santiago de Chile, el 9 de noviembre del 2011, y de la cual poseo todos sus derechos.



Enero 1983

Según lo establecido en la singular y nueva constitución política chilena del año 1980, confeccionada a la medida por los mejores sastres de la insaciable, pícara y férrea derecha económica, el general Augusto José Ramón Pinochet Ugarte ejercería como Presidente de la República por ocho años más, partiendo desde el 11 de marzo de 1981, espacio de tiempo en el que privatizarán todo, apropiándose legalmente de las empresas estatales de la sagrada patria, a espaldas de la voluntad ciudadana, con un rostro circunspecto y doctorados en Chicago, y en otros olimpos ya reverenciados.
También el Comandante en Jefe del Ejército era el mandamás del poder legislativo, sin contrapesos. En los tribunales de justicia rara vez lo incomodaban, aunque los acérrimos defensores de los ejecutados políticos y de los detenidos desaparecidos jamás dejarán de pelear en los juzgados, con un vigor portentoso, que irritaba al supremo Gobierno, que no entendía la tanta lamentación del enemigo vencido. Esta amigable y a la vez jabonosa constitución de la república se aprobó mediante un plebiscito curioso. Sólo los simpatizantes probos y fichados del general Pinochet contaron los votos y fueron los únicos apoderados de mesas en los escrutinios. La publicidad sólo fue para favorecer la opción nacionalista de la Junta Militar que ganó rotundamente, en todos los distritos de Chile, sin excepciones, sin registros electorales ni contrariedades. Entre los seguidores del dictador el pesimismo era de cero. Levantaron la copa de la victoria repletos de complacencia antes de que se iniciara la brega. No es estresante apostar a ganador cuando el único caballo que corre es uno y con jueces y observadores de la propia familia. Como el de la pobreza y el de la desesperanza, el de la oligarquía es un círculo de hierro que no se rompe jamás, ya que es protegido por las Fuerzas Armadas, la banca, los empresarios, el alto clero, los padrinos y una determinada y trascendental ayuda extranjera. En democracia esto no ocurriría nunca. El triunfo integral quedó garantizado mucho antes de la instalación de la primera mesa receptora y escudriñadora de votos. Fue una profecía autocumplida.
En el país uno solo daba las órdenes, el Capitán General, y a los quisquillosos les iba mal más temprano que tarde. La armonía personal consistía en alinearse en el bando correcto. Lenin Farfán, Emilio Peña y el flaco Fernández, nacidos los tres en el año 1950, fueron amigos siempre. Desde primero básico a cuarto medio y además residían en la misma comuna, pobre y postergada, que desde 1981 se empezó a llamar Lo Prado, en la periferia de Santiago de Chile, y compartían idearios, sobre todo cuando el indiscutido líder Salvador Allende asumió la presidencia de la república en el año 1970, escoltada por la supuesta siempre fiel Unidad Popular, que era la suma de varios partidos políticos y organizaciones de izquierda que apoyaron al doctor Allende. Emilio, enterado de que el empresario dueño del supermercado La Ventajosa es su antiguo compañero, su condiscípulo en la lucha política universitaria y revolucionaria, decide ir a visitarlo, algo nervioso. El golpe de Estado de casi diez años atrás, que derrocó al presidente socialista, los había separado a todos. Uno se fue a Cuba, el otro a Suecia y el tercero a la muerte.
-Don Lenin, ahora que terminó la reunión del departamento de adquisiciones le comunico que un tal Emilio Peña está parado abajo en la puerta y con mucha humildad me solicitó una entrevista. Dice conocerlo desde niño y quiere charlar con usted, si es posible –le señala su subordinado Israel.
-¿Mi compadre Emilio? Por favor dile que suba de inmediato, y prepara un buen café – lo indica en una actitud perentoria.
-Sí, don Lenin. A su orden –responde sumisamente el noble y veloz Israel.
Algo impresionado por el agitado movimiento y bonanza de La Ventajosa, Emilio Peña sube los escalones muy lentamente, casi como masticándolos. Con cada peldaño su inquietud se dilataba. No se imaginaba al entonces insurrecto y marxista estudiante de pedagogía en Historia de la Universidad de Chile de empleador, de negociante, de explotador de trabajadores. La iniciativa empresarial era una codicia de otros, no de los que se codeaban con los proletarios, no de aquel que comía en la calle con los marginados sentado en el suelo con sus zapatillas viejas o que era solidario con los vilipendiados hasta en su último centavo. Lenin era una porción del pueblo sufrido, era de abajo, un soñador empoderado que con su espada y un yelmo luchaba por los relegados de esta sociedad burguesa y humillante. El aliado de La Habana era un atorrante al lado de su amigo. Una parte de Emilio, la más romántica, se fugaría de inmediato. Algo aquí no cuadra, está fuera de lugar. Esto huele a parodia. Hay que encuadrar la redondela. Más sensato sería ver a Lenin Farfán en un movimiento clandestino luchando en contra del dictador Augusto Pinochet, repartiendo panfletos, creando conciencia revolucionaria con la mano izquierda en alto y empuñada, educando o formando a las nuevas generaciones de rebeldes. Lenin en toda la administración Allende, desde el 4 de noviembre de 1970 y hasta la aciaga mañana del 11 de septiembre de 1973, estaba altamente abanderizado e imbuido del programa socialista marxista de la Unidad Popular, mucho más que Emilio y tantos otros. Era un militante de la construcción del socialismo y de las transformaciones profundas. Por algo estudiaba Historia, una carrera generalmente de izquierdistas e impugnadores.
Farfán era el arquetipo del allendista confiable, del hombre nuevo. Con su cabeza en ese mundo de antaño que dimitió por la fuerza, golpea la puerta del empresario y exmarchista empedernido, sobre todo por el centro de la roja capital de ese trienio indeleble, entre 1970 y 1973, que tal vez no regrese jamás, de esta forma al menos.
-¡Emilio Peña, amigo de toda la vida! –lo expresa sin asombro y alegre-, ¡¿cómo estás? ! Tantas lunas sin verte.
-Compadre Lenin Farfán, que gusto verte –con un abrazo vigoroso, de hermanos de sangre-. Aquí estoy, aquí estoy otra vez en mi querido Santiago, compañero, luchando por subsistir, con algunas dificultades –responde Emilio en una actitud cordial y vigilante, y con una lupa en la mano. En el enérgico y emocionado abrazo de bienvenida mil recuerdos, anécdotas y traumas cayeron por un tobogán en un santiamén, por medio del lenguaje del silencio. La niñez y la juventud se vinieron encima despiadadamente: los encuentros futbolísticos en las canchas de tierra y en las calles, el canturreo alrededor de una cerveza, los poemas libidinosos a la exquisita profesora de castellano, las risotadas a granel a pesar de la carestía, el legendario y nunca superado trasero de la inspectora general, el calificar de 1 a 10 a las mujeres que paseaban por la calle o por los pasillos del Liceo con un letrero diminuto de cartón, las cumbias hasta el calambre, la ingenuidad, las romanzas, el vino tinto navegado, las peñas folclóricas, los extáticos cordones industriales, la Violeta Parra, las JAP, las camionadas de candor, La Cantata de Santa María de Iquique, los consejos comunales. Las utopías y soflamas danzaban en las sombras, los circundaban. El que pensaba en el entonces preponderante congreso marxista de Chillán era una estatua de sal. Era retrotraer la historia, y eso se vedó. Como olvidar al glorioso equipo “Los Matorrales”, campeón de fútbol infantil de Lo Prado el año 1963.
-Emilio, me complace mucho que estés sano y salvo. ¿Cuando regresaste de La Habana? –en un tono muy hermanable pregunta Lenin.
Partir a Cuba discretamente era un acto de penitencia, volver a leer el catecismo rebelde, de verde olivo, era el repechaje de un repitente de curso, recomponer ese jarro que voló en mil pedazos con el golpe militar fascista. Partir a un país capitalista era inconcebible, una traición a los caídos.
-El año pasado, y con mucha cautela, casi en secreto, utilizando a Argentina como puente –señala un atento Emilio.
-¿Y por qué no me visitaste antes? –pregunta el inquieto empresario con un cierto aire de amigable reproche.
Ni Lenin ni Emilio estaban en las listas negras del servicio secreto, de la Dirección de Inteligencia Nacional. Eran revolucionarios de tercera línea, inexistentes en la plana mayor de la Unidad Popular, en el glamour contestatario, aunque participaron en casi todas las convocatorias con apoteosis y juveniles bríos.
-Buscaba empleo de profesor, intentaba volver con Rebeca y no sabía exactamente en donde residías, al principio, y ni imaginaba como me recibirías, siendo tú un emprendedor campeón y exitoso, de fuste –Emilio lo plantea en una actitud dócil y proletaria, navegando en aguas confusas.
-¿Me hablas de la misma y atractiva Rebeca de siempre? –consulta un risueño Lenin.
Se acordó de lo embobado que esa devota joven católica tenía a su amigo, hasta el punto de pensar en contraer matrimonio, de regalarle un anillo de compromiso. Emilio y Rebeca pretendían casarse por la iglesia, en ese entonces.
-Sí, estamos tratando de tramitar la nulidad de su matrimonio civil con un abogado. Hay que mentir sobre el domicilio y así tienes posibilidades de éxito. En Chile el divorcio es un pecado mortal todavía –afirma irónica y melancólicamente Emilio.
Rebeca había tenido un primer matrimonio civil fallido. No se casó por la santa iglesia, en ese templo de Las Rejas, por un presentimiento que la dominó.
-Compañero Peña -con un rostro taciturno-, ¿olvidaste el pacto que hicimos con el flaco, en el liceo, de que los tres seríamos hermanos hasta el final, de la hoz y el martillo, aunque hubiesen estremecimientos, de cualquier índole? Íbamos a convertirnos en los adalides de la agenda revolucionaria del compañero presidente Allende, en sus tres mosqueteros. Íbamos a hurtar el mismo cielo para traerlo a la casa de gobierno, a la tierra, y erigir de esta manera una sociedad más digna –
comenta Lenin, con murria y la voz baja.
-No, Lenin, no lo olvido ni en broma. Sollozo casi todos los días en silencio por la tragedia experimentada. En la Vicaría de la Solidaridad me señalaron que el rastro del asesinado flaco Fernández se perdió en el Estadio Nacional. Hoy está en el índice alfabético de los Detenidos Desaparecidos. Ese sí fue un sismo horroroso. Lo magullaron y lo maltrataron hasta que falleció, esa mañana en el propio estadio, de un balazo, de un capitán del Ejército, según relatan los sobrevivientes de los camarines del recinto deportivo –dice un enfurruñado Emilio.
-Esa fue una desdicha como tantas y tantas otras. El flaco sí se inscribió en el Partido Socialista y vivió y murió por el sueño de una patria más fraterna y equitativa. Le ardía la rabia cuando veía esos campamentos empantanados en la miseria y la postergación. Estoy seguro que fue linajudo hasta el fin y que antes de su última exhalación pensó en el presidente Allende, a quien amaba y veneraba desde el fondo de su alma, como pocos –dice un cariacontecido Lenin.
-Sí, el flaco fue más valiente y coherente que nosotros y que muchos oradores, cabecillas y paladines de la Unidad Popular, de la izquierda grandilocuente, que juraron con espuma en la boca defender hasta el final a Allende en cualquier escenario que se presentase, en donde todas las formas de lucha iban a ser legítimas, y después corrieron más veloces que un guepardo. En más de un insomnio me he sentido un roedor sucio al lado de este héroe de la revolución huasa. El sí estaba dispuesto a escudar al gobierno popular con un fusil, en una trinchera. El golpe militar lo sorprendió desarmado y desprevenido, como a la mayoría. El armamento liviano internado en los “bultos cubanos” no fue suficiente, la asesoría técnica de los cofrades extranjeros enviada tampoco. La solidaridad internacional con el proceso revolucionario chileno no se materializó adecuadamente. Faltó logística, un estado mayor socialista, una voluntad fidedigna de combatir y entrenamiento militar revolucionario. A sabiendas que se venía el golpe de Estado, la deplorable descoordinación político-militar se mantuvo hasta el último día. Los aguerridos súbditos del temible “avanzar sin transar” se esfumaron. Con el Tanquetazo de junio de 1973 los golpistas nos notificaron su anhelo de derribar al presidente constitucional. La Ley de Control de Armas de mayo de 1973, propiciada por la Democracia Cristiana, también dificultó la tarea. Si bien el Movimiento Campesino Revolucionario se tomó algunos fundos apaleando, saqueando y matando a algunos agricultores, como un preámbulo del edén verde olivo, no fueron actos potentes en la instauración del soñado Estado Revolucionario. Fidel los habría calificado de tímidos, de blandengues. Basta ver en detalle todo lo que la patria progresó socialmente con la heroica e inigualable nacionalización del cobre, obra maestra de la justicia social izquierdista, de la Unidad Popular. De la buena semilla plantada por estos guerrilleros sesenteros nacieron los combatientes dispuestos a batallar en contra del dictador Pinochet, con el apoyo y bendición del Comandante Fidel Castro y su aparato militar, en esta valiosa década de los ochenta. El Comandante en más de una oportunidad trató de cobardes y fracasados a los allendistas, en el pasillo, por no ser capaces de armar un ejército dispuesto a preservar la causa en ese día decisivo del golpe fascista, ese once de septiembre. Los revolucionarios cubanos y nicaragüenses tildan de traidores y gallinas a los locuaces y fanfarrones revolucionarios chilenos. Me cansé de escuchar que ser un revolucionario chileno y ser un cobarde es lo mismo. Si bien muchos nos fuimos de la isla homérica, otros chilenos se entrenaron en la Fuerzas Armadas Revolucionarias y pelearon y triunfaron junto a los sandinistas en Nicaragua, por ejemplo. También algunos consecuentes huasos murieron peleando en otras latitudes por la causa marxista.
Fidel quiere colaborar de corazón con la internación de armas y de combatientes,
adecuadamente preparados. El flaco Fernández hubiese sido todo un teniente. Las pías ideas revolucionarias han sido el producto de exportación más fructífero de una isla que es el paradigma del antiimperialismo, de la dignidad de un pueblo que no se deja avasallar –concluye un desarmado Emilio.
Fidel frente al imperialismo ruso era más bien tímido. Ingresaba al Kremlin humilde, pidiendo colaboración económica, pasando el sombrero. A pesar de los 30 años de subsidios rusos, Cuba nunca salió de la bancarrota, al igual que los socialismos reales. Es sabido y no siempre reconocido que el socialismo nunca funcionó: en ninguna ciudad, en ninguna época.
En esa implacable mañana del 11 de septiembre de 1973 cae por la fuerza el gobierno constitucional de Salvador Allende Gossens. Junto con el impetuoso bombardeo que destruía e incendiaba La Moneda, con aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea de Chile, que era la casa de gobierno del presidente de la república, todo un ciclo de más de medio siglo de lucha social rescindía. Ese día en Chile se iniciaba una revolución política y económica extraordinariamente opuesta a la pretendida por las fuerzas marxistas y rebeldes, democráticamente elegidas. El gélido neoliberalismo ingresaría por una acicalada alfombra púrpura. Generales católicos debidamente bautizados iniciaban y dirigían la violenta cruzada en contra del socialismo ortodoxo y ateo, con una bendición papal que imaginariamente fue sutil.
Ninguno de estos generales en estado de gracia y sacramentados sería excomulgado nunca, a pesar de las dudosas críticas al régimen militar por parte de algunos obispos, que teóricamente sufrían con los atropellos a los derechos humanos y a la misma vez recibían algunas prebendas o beneficios del régimen dictatorial, menudamente. La Madre Iglesia nunca ha publicado las prerrogativas y patrocinios que recibe de parte del Estado. El multimillonario patrimonio del Vaticano es incalculable. Augusto Pinochet y sus severos colegas de la Marina, la Aviación y de la Policía, jamás dejaron de recibir la hostia consagrada, jamás, y en un templo lleno y con la escenografía acostumbrada y en la que sólo faltaban ángeles verdaderos. Franco, Mussolini y otros también fueron beatificados políticamente en vida por la Santa Sede, bañados con agua bendita. Es un muy interesante el episodio de la línea de ratas, en la cual el Vicario de Cristo ayuda a asesinos y torturadores nazis a huir a Sudamérica con pasaportes falsos. Pío XII nunca dejó de saludar con gran afecto a Adolfo Hitler en su cumpleaños. Los cardenales y obispos eran cálidos con los fascistas y nazis. Son demasiadas las fotografías y testimonios vívidos que lo demuestran. La fe y la gracia santificante de los negreros, dictadores, reyes, inquisidores, millonarios y la de los obispos encubridores, serían las mayores reliquias del catolicismo. Algunos contestatarios duros piensan que los objetivos de la Santa Sede son tres: aumentar sus ingresos, ganar dinero e incrementar su hacienda. El arzobispo de Santiago tenía a sacerdotes que criticaban al Capitán General y a otros que lo alababan discretamente, por omisión generalmente, y hasta por la televisión, con la acostumbrada picardía de esa sotana que es experta en caminar por la cuerda floja estando en paz con la luz y con la oscuridad en una misma semana. El ideario neoliberal fue la antípoda. Nada sería igual, absolutamente todo cambiaría, todos nos trocaríamos. Efectuado el golpe militar, Emilio, con algunos contactos y en un trayecto de bajo perfil se fue a Cuba vía Argentina, astuta y voluntariamente, por miedo. Perdería la chaveta si le ocurría algo a Rebeca o a algún familiar. Desde el exilio continuó su sofrenada lucha por la dignidad del ser humano. Pobre como se fue, llegó a Chile. Lenin sin embargo, siendo un estudiante de Historia no titulado optó por Suecia, con la ayuda de la embajada y de algunos subterfugios. Para él también lo más conveniente era partir. No quería correr el riesgo de ser un cadáver, un torturado, de la campaña de intervencionismo militar y económico de la CIA en Sudamérica. Todo allendista que era reconocido como tal era un paria y un posible candidato al tormento. Era muy peligroso ser sindicado en algún momento como socialista o comunista. Era más seguro ser un delincuente que ser un socialista. Aparecer en la fotografía de una marcha rebelde podía ser el fin de la existencia.
-Lenin, ¿cómo te fue en Estocolmo? –consulta un curioso Emilio.
-Contagiándome de la mentalidad europea en un tris, asustado por mi futuro y siendo un menesteroso, sufrí una transformación interior obligada, repentina, brutal y a contrapelo. Empecé a trabajar como una mula de carga, en contra del tiempo. El “comité de Chile” me ayudó mucho, y otros también. Partí haciendo el aseo en el metro de Estocolmo y terminé estabilizándome como jefe de bodega en un supermercado típicamente escandinavo, ahorrándomelo todo, como si fuera un emprendedor. Allá el ascenso es rápido y yo vivía y vivo a doscientos kilómetros por hora. Los fines de semana laboraba en lo que sea, vendía lo que sea. Guardé cada centavo, como si de eso dependiera mi vida. Bueno al final fue así, por mi porvenir. Comía poco y no descansaba nada. Con todo lo que reuní me alcanzó para regresar en el año 1980 discretamente y comprar esta casa-local de tamaño medio, de un bastonazo. Yo tampoco estaba en la nómina de los enemigos del oficialismo. Lo repleté de mercaderías, y junto con mi iniciación en Impuestos Internos, puse en acción mi talento comercial, que todos me decían que poseía de sobra. Y aún me quedaban ahorros, no pocos. En este nuestro barrio pobre los precios inmobiliarios son convenientes aún, y yo aproveché una ganga. La antigua dueña de este local estaba enferma y desesperada por dinero contante y sonante. Algunas compras fueron sin IVA, en negro –baja la voz con una mímica-, de matute –relata Lenin.
-Tú en la universidad comprabas y vendías cualquier cosa. Recuerdo particularmente los aretes y collares, con tu bolso comercial. También participabas de las ferias dominicales o lo que cayera. Eras impaciente, despierto y un pequeño quimérico –aparece una sonrisa en Emilio.
-Acá en Lo Prado, trabajando más duro que en Suecia y Europa, en un par de años he logrado surgir y ya tengo diecinueve empleados. Busco nuevos mercados y productos. Ahora alucino con ser un gran exportador. También compro y vendo automóviles usados, uno tras otro, y asisto a algunos remates públicos en los cuales adquiero cualquier cachivache que me genere centavos. El vehículo previamente lo llevo a un taller mecánico e intento venderlo de inmediato. Creo que no desprecio ninguna oportunidad de ganar dinero, ninguna. También he comprado productos de contrabando –baja la voz otra vez-. Mi cabeza se abarrotó de dólares, liras, inversiones, inventarios o lo que venga. Mi horario es de veinticuatro horas al día, siete días a la semana, los trescientos sesenta y cinco días del año. Quiero un cometido de excelencia, fecundo –expresa un jadeante Lenin.
-¿Cuánto le pagas a tus trabajadores? –pregunta Emilio en un tono afable y moralista, como sentado en las alturas.
-Lo menos posible –estalla una risotada-. Pago salarios de mercado y a algunos el salario mínimo. Y como recién empiezo esquivo hacer contratos o pagar horas extraordinarias o finiquitos caros. Todos los empresarios chilenos que han crecido operan de esta forma, y cuando ya son millonarios, predican de la honestidad y la transparencia, generalmente en una familia bautizada y mariana. Mi estructura de costos la vigilo con una microscopio todos los días. Ahí no transo. Ningún costo fijo o variable se me escapa. No me permitiré volver a ser pobre otra vez por una actitud irresponsable o sentimental. La sobrecarga ideológica trae carestía y frustraciones –Lenin hace un declaración de principios, recauchutada.
-¿Y puede un sufrido obrero chileno vivir dignamente con el salario mínimo? –lo dice en una actitud sacerdotal y de cierto regaño, como si fuera el defensor oficial de los pobres, y de los cuales se preocuparía personalmente.
-No lo sé amigo, ya no es mi problema. Mi deber es mantener los gastos en la raya. Esa es la única manera de generar en el mediano plazo una rentabilidad que me permita abrir nuevas sucursales e involucrarme en nuevos desafíos fabriles. Si mi chequera la maneja un sindicato o aquellos que son generosos y piadosos con el dinero ajeno, quiebro. El que pestañea pierde feo. No me quedaré pegado en las inquietudes laborales. Creceré y creceré y creceré a como dé lugar –plantea Lenin.
-¿Existen sindicatos con el dictador Augusto Pinochet en La Moneda? –lo expresa tenuemente, como un intachable protector de los derechos humanos que concuerda sin arrugarse a ultranza con la dictadura monárquica de los hermanos Castro en la isla modelo. Emilio ama a Fidel y odia a Pinochet, como lo ordena el majestuoso muro de Berlín.
Es lo que corresponde hacer en el campo de la ética.
-No, y por eso que hay aprovechar de capitalizarse ahora. Los negocios son los negocios. Hay que concentrarse solamente en el aumento del PGB y en el de mis ventas. Lo primero es responsabilidad del gobierno. Y yo por incrementar los ingresos del local sería de capaz de usar una minifalda con bigotes -lo expresa con una certeza ladina y sin oscilaciones.
En Chile la cesantía es la gobernante indiscutida, le recesión vive su apogeo y las empresas nacionales que no son capaces de competir quiebran una tras otra, en un efecto de dominó impresionante. Las importaciones aplastaron a muchos. Muchas empresas se arruinan por el efecto fatal que se generó cuando Pinochet decidió abrirse al mercado libre y competir. Chile es una selva sin piedad, que desea ingresar al duro mercado internacional como sea, sin proteccionismos ni cursilerías. La compacta derecha económica se da un festín con las privatizaciones de las empresas públicas, porque a veces las compran a precio de huevo, casi regaladas, todo en estricto respeto a la constitución y las leyes, que ellos mismos propusieron, para evitarse así el tener que caminar a los melindrosos tribunales de justicia criollos. La gula de los poderosos es voraz y no se preocupan de mantener la compostura en el atraco a la amada patria. Tienen los brazos acalambrados de tanto llevar agua a sus molinos y no pestañean en el cometido. En ese instante ingresan dos dependientes a la oficina del patrón, con algo de temor.
-Don Lenin, vamos comenzar el aseo de la bodega -expresa un barrendero.
-¡¿Qué?! Otra vez con la misma cantinela. Mañana quiero la bodega soplada y ordenada, y si no, los despido a los cuatro –el rostro se le enrojece-. ¿Fui claro?
-Sí, don Lenin -y se retira el empleado en estado de pánico, porque era casado, con hijos y pobre como un burundés al igual que sus colegas de La Ventajosa.
El segundo dependiente que entra es el contador.
-Estimado numerólogo –con sarcasmo-, ¿qué sucede?
-Don Lenin, efectivamente los precios de algunas acciones de la bolsa de comercio están a precio muy conveniente -y también se retira de la oficina prestamente.
Y a un Emilio que se hallaba en un estado mental imposible de descifrar oye absorto a su amigo marxista leninista de la juventud y actual empresario duro.
-Emilio, con el programa de privatizaciones del general Pinochet algunas empresas del Estado las están enajenando a precio de propaganda, para no regalarlas –otra risotada-. Es una maravillosa oportunidad de inversión. Si tuviera tres millones de dólares disponibles, me hago multimillonario en cinco años.
-Lenin, así veo, es toda una tentadora oferta la que ofrece el general –expresa un estupefacto Emilio, ya que Lenin es un especulador de fuste nato, intuitivo.
-Compañero Emilio, hoy es viernes. Ven a las veinte horas a buscarme. Te invito a mi restaurante favorito para hablar de todo, de los buenos viejos tiempos. Que la melancolía nos envuelva. Que el sensiblero pasado vuelva. Ya estoy escuchando a Víctor Jara, a los Quilapayún, a la Violeta, con poco volumen, obviamente.
-Compañero, estaré puntual, si es que no te incomodo.
-Otra vez con lo mismo. Somos cofrades, no lo olvides. Quédate ahí, te voy a presentar a mi querida esposa.
Lenin hace entrar a su cónyuge y la presenta.
-Emilio, te presento a Sara Esther. Nos casamos el año pasado.
-Mucho gusto Sara Esther, ¿cómo está usted?
-Bien, gracias. Lenin me ha hablado mucho de usted.
-Que bueno es saber que Lenin me recuerde –ya respira más relajado Emilio.
-Esposa mía, invité a Emilio esta noche al restaurante Don Jano.
-Vayan. Que lo pasen bien y no se pongan tan tristones, por favor –dice ella.
Corrobora que Lenin Farfán, su amigo de la infancia todavía lo aprecia. No comprendiendo a cabalidad eso sí su proceder de negrero eficiente, se presentó a las ocho de la noche. Se fueron en una camioneta casi del año, y desempolvando algunas canciones de los Quilapayún, se fueron coreando a dúo, con moderación y los vidrios arriba. Cantar canciones comunistas o facciosas en el gobierno del Capitán General podía ser un crimen de consecuencias impredecibles. El restaurante era elegante y se sentaron en la mesa habitual del compañero y dueño del supermercado. Lenin era la mezcla perfecta de revolucionario, socialista, empresario, capitalista, explotador y cristiano nominal tibio. El mozo se les acerca presurosamente, al divisar al empresario, que da buenas propinas.
-¿Qué se sirve don Lenin?
-Déjame pensar. Tráeme una ensalada a la chilena, un filete con papas duquesas, vino francés y al final, una tarta de almendras. Lo mismo para mi compañero de labores y hermano Emilio Peña.
- Alguna cosecha especial para el tinto. ¿Tal vez la del año 1954?
-Sí, ese fue un buen año –expresa el experto Lenin al mozo.
-Ey, no pretendo importunarte –interrumpe Emilio con sumisión.
-Cálmate, yo pago. Si te apetece un hot dog o un caramelo de leche –en un tono burlesco y de satisfecho- pídelo con confianza.
-Lenin, se me viene a la memoria y en cámara rápida el liceo “Aurora de Chile”, las peñas folclóricas, los comandos comunales, las briosas tomas, la reforma agraria, la escuela nacional unificada, las columnas interminables de los luchadores sociales, el maldito Tancazo, las incesantes y místicas huelgas de los excluidos, la efervescencia pulcra, las inspiradas movilizaciones de las masas repletas de garabatos e insultos demoledores a los momios, y por supuesto el trasero de la inspectora general. Los sindicatos eran parientes de sangre, todos con un mismo apellido –comenta un penetrante Emilio.
-Emilio, la famosa vía chilena al socialismo con empanadas y vino tinto la olfateamos, nos pasó rozando. Estuvimos cerca de erigir una sociedad socialista, humanista y pluralista. Nos faltó disciplina, coraje, lealtad férrea al presidente del país y orden. El lema “avanzar sin transar” fue una irresponsabilidad criminal y arrogante, un desenfreno vacío, un suicidio global. Con el reputado “los momios al paredón, las momias al colchón”, nos descaminamos. Tanta fiebre revolucionaria intolerante e infructífera dirigida por cobardes que no dispararon ni con una pistola a fogueo fue más que un error trascendental. Todos los gatillos de los ampulosos paladines se atoraron. La revolución debió ser por fases, creo. Allende estatizaba la minería, profundizaba la reforma agraria y de salud y dos o tres cosas más y punto. Y un segundo gobierno popular seguía adelante con dos o tres reformas estructurales más, defendiéndose en las calles cada logro y laurel, con esa misma fiebre. Pero no, ganó el doctor Allende y se vino la excitación revolucionaria inconsciente, las huelgas por cualquier motivo, el desorden, el divisionismo, la rapiña, los personalismos, las deslealtades y los discursos violentos y temerarios de líderes que huyeron a trescientos kilómetros por hora al primer triquitraque fascista. El “ consolidar para avanzar” fue aplastado por la terciana. La hiperpirexia fue totalizante. Si predicas con agresividad de la revolución debes estar armado, organizado y dispuesto a matar, o al menos a defenderte apuntando bien. El eterno brazo armado de la aristocracia sí mató, y de inmediato, y sin complejos o dudas filosóficas. El Ejército de Chile cumplió con el supremo deber de defender los intereses de los potentados de la patria, de la reacción, interpretando el himno nacional con una satisfacción plena, sellada la gesta. Los militares nos ganaron el quien vive y la película la tenían clara –plantea un profundo Lenin.
-Por supuesto, mas no fuimos capaces de defender al Chicho como esos combatientes valientes que retrasaron unos minutos el golpe de Estado disparando desde el Ministerio de Obras Públicas. También algunos valientes pelearon en Indumet, en La Legua, en el sur. Si absolutamente toda la Unidad Popular genuina hubiese salido armada a la calle a defender al presidente constitucional, otro gallo habría cantado. Arrugamos. Lo demás es cuento muerto, un lloriqueo nimio que no finalizará jamás, ni con un millón de marchas o querellas en los tribunales, ni con mil libros o testimonios llorosos. El fusil nos pesó, nos asustó –Emilio se confiesa.
-Yo, como estudiante de Historia te digo: teníamos la razón, pero la Historia fue caprichosa y exasperante y no nos dio la razón. Pensábamos dogmáticamente que la propiedad privada era un robo en todo evento y que la riqueza legítima era un oprobio, y eso indignó de inmediato a la burguesía, a los fascistas, a los moderados, a los explotadores y a los latifundistas. Además, no estábamos decididos ni preparados para establecer el socialismo. En la zona cero flaqueamos. El resuelto Fidel Castro solucionó el problema a balazos y venció. Los revolucionarios cubanos desde el primer día estuvieron dispuestos a todo, a pelear en todos los frentes y de todas las formas posibles, sin inseguridades. Nosotros no fuimos idóneos. Terminamos siendo revolucionarios de cartón con la partida de un caballo inglés, unos capones, unos espantadizos. Sin sangre no hay revolución, creo que una vez le dijo Fidel a Allende. Sólo una minoría, como el flaco Fernández y otros, se comportaron siempre a la altura de las circunstancias. Su sangre le pertenecía a la causa, no a él. Te repito, muchos de los que enseñaban férvidos de la revolución huyeron vertiginosamente, sin disparar un tiro, a ciudades burguesas y claramente capitalistas, abandonando a los humildes militantes contestatarios a su suerte. Esos mismos son los que quieren volver a gobernar al país, lo antes posible, y llenarse los bolsillos de oro y plata, como ocurre siempre y en todos lados –afirma Lenin.
-Compañero, un brindis –hay turbación- por el flaco Fernández y por los que murieron en manos de los golpistas –Emilio lo expresa con una melancólica copa.
-¡Salud! , por el flaco Fernández y por todos los que fallecieron en esos años de sueños imposibles –lo expresa Lenin con una fotografía del flaco en su cabeza.
-Canté un millón de veces el mantra sagrado: ¡Crear, crear, poder popular! Era mi padrenuestro, mi avemaría, mi ángelus y todo. Nunca nos cansamos de pintar consignas y empapelar la comuna con el eterno Che Guevara, Fidel, Camilo Torres, Lenin, Stalin, Zapata, Marx, Mao y tantos otros personajes preclaros –afirma Emilio.
-Y yo, como estudiante de pedagogía en Historia creía que el futuro era nuestro y que sería uno de los próceres de este nuevo mundo. Un nuevo mundo sin Dios ni amo. Era una época romántica, herética, limpia y de proyectos solidarios, con hombres que se suponían que estaban dispuestos a ofrendar sus vidas en defensa del gobierno constitucional y revolucionario de don Salvador Allende y no a huir o a esconderse bajo tierra. Richard Nixon, Kissinger y la reacción criolla jamás toleraron la construcción de una sociedad sin clases, en la que todos seamos iguales, las nacionalizaciones, los cambios estructurales. Las fuerzas retardatarias nos hurtaron la batuta en nuestras narices. El capitalismo venció, nos transformó, y tal vez nos prostituyó. Wall Street es el gran dios, el leviatán, el drácula, y nadie lo voltea. Mataron a compañeros y también nuestro espíritu. La esencia del nuevo hombre, que de nuevo no tenía nada, fue molida, tal vez sin retorno –dice un acongojado Lenin.
-Lenin, entonces el triunfante capitalismo imperante es el sistema político de Dios – dice Emilio estrujándose de la risa.
- No, compadre. Unos teólogos arminianos me señalaron que el neoliberalismo enfría el espíritu, exacerba el consumismo y corrompe el ser porque promueve el egoísmo, la ambición, el atropello a los derechos de los trabajadores y al de los otros, el lucro descomedido y la trampa. Y claramente todo esto atenta contra la limpidez del alma. El impasible capitalismo es un sistema filosófico que va a hacer su vital aporte al fin del mundo, a las profecías finales –expresa un elevado Lenin.
-Compañero revolucionario Lenin, ¿no me digas que eres un empresario escudriñador de la Biblia, un exegeta, un ultramontano y un republicano gringo?
-No, no es necesario. Mi esposa Sara Esther es cristiana protestante, como Suecia, y me revienta las orejas de vez en cuando, con mucho cariño y suavidad, con lo dicho y obrado por Jesús de Nazaret. Me casé recién con ella, en abril del año pasado. El único descarriado en la casa soy yo –lanza una carcajada.
-¿Y tus hijos? –consulta un curioso y sobrecogido Emilio.
-Mis retoños son bastantes espirituales también. Viven preocupados del ordenador de última generación. Y si no se los compro me queman la parcela -más risas-. No, no, no, no, todo es una broma. Estoy esperando a mi primogénito. Sara Esther está embarazada. Si es hombre se va a llamar Josué Salvador. Josué, por el líder del Antiguo Testamento y Salvador en honor al compañero presidente mártir. Es un nombre repensado. Y dime Emilio, ¿qué es de ti? ¿cuál es tu domicilio?
-Vivo con la Rebequita y mi madre en la misma calle Varsovia de siempre.
-¿Y tu papá, el gran pedagogo?
-Mi viejo ya estaba enfermo y el golpe militar terminó por liquidarlo, en el año 1978, conmigo en el exilio. Fue particularmente terrible para mi madre.
-Don Julio era un buen hombre y fue un buen profesor normalista, como tú seguramente lo eres. Recuerdo que en el Registro Civil él te inscribió erradamente.
-Sí, mi padre me quería poner Emiliano, por Emiliano Zapata, pero me inscribió como Emilio, y yo digo que es por Luis Emilio Recabarren, el padre del movimiento obrero revolucionario chileno. Yo trabajo de profesor y más la pensión de viudez de mi madre y el empleo de Rebeca, sobrevivimos bien. Estoy instalando una pequeña tienda de abarrotes en mi casa esquina, por iniciativa de Rebeca, que atiende mi madre, y quiero incorporarle, pasteles, dulces y otros.
-Emilio, ¡entonces somos colegas y correligionarios!, ¿quién lo diría?
-No, lo mío es un punto de venta irrelevante, insignificante.
-Es lo mismo. Eres microempresario o comerciante, un pyme, y partiste de cero, al igual que yo. Somos colegas. Tal vez eres un Rockefeller en potencia y no lo percibes –carcajadas-. Charlemos más de esto después.
-Realmente, ¿empezaste de cero?, dime la verdad.
-Si considero a Suecia sí. La casa-local, la camioneta, la mercadería y más, las pagué prácticamente al contado. Me ha ido excelente, a pedir de boca. Este gobierno es de silueta empresarial y la cuestión social es desairada. Es un veranito de San Juan. Hay que aprovechar este glorioso momento, porque en unos años más nos van a tapar de derechos laborales, beneficios sociales y obligaciones insoportables.
-Lenin, ¿entonces eres un empresario casado con una cristiana y estás formando una familia conservadora, burguesa y confesional? Eres igual a los republicanos rudos de Estados Unidos, con una Biblia en la mano.
-Recórcholis, no lo había pensado así –dice Lenin con muecas burlescas.
-¿Y cómo vas a votar en el plebiscito de 1988? –pregunta ya un preocupado Emilio.
- Por ética política y tradición le diré que No al señor general.
-Obviamente mi No al tirano resonará en el continente –Emilio empuña la mano.
-Empresario Emilio, -con la voz baja y muy pausada- ¿te gustaría que te entregara mercaderías en consignación? -le habla con ternura- ¿que le de una mano a tu inventario? ¿a tu catálogo rorro, con un crédito bien humanizado, a 60 días?
-Lenin, quería tocar ese punto, mas por pudor no lo mencioné. Quiero prosperar.
-No te preocupes, algo de eso sospeché desde un principio, con eso de la tienda en tu casa esquina. Yo en tu caso hubiese hecho exactamente lo mismo y sé, que tú también me hubieses ayudado. Ven la próxima semana a mi oficina y hablemos de negocios, y más de alguna asesoría te puedo entregar también.
-Gracias, maestro Lenin –levanta su copa de vino francés mansamente, viéndose como un negociante.
-Emilio, mi hierático deber es aplastar toda competencia en la comuna, mas tú eres una excepción –disparando una algazara más-. El mercado es feroz, una jungla. Aquí la regla de oro es: “sobrevivir o morir” “matar o perecer”. O como diría el patriarca Fidel Castro en su expresión ex cáthedra más luminosa: “socialismo o muerte”, aquí es: “crecimiento o muerte” –lo expresa con una etérea ironía y con los guantes de box puestos.
También rememoraban su intransigente ateísmo, lo glamoroso que era negar la existencia de Dios gratuitamente, sin ninguna evidencia, porque la ideología lo dictaminaba, que era ortodoxa.
-Lenin, fuimos ateos hasta la saciedad. La teoría de la evolución es sólo una teoría y la acepté como un dogma de fe. En el fondo era un teocrático. Decir que el universo fue creado por una generación espontánea es lo mismo que decir que fue creado por un acto de magia –afirma Emilio.
-¿Y quién es el mago? ¿Quién está detrás del azar, de los dados cósmicos? –pregunta escolásticamente Lenin.
-La posibilidad de que existiera una Gran Arquitecto o su equivalente era un capricho burgués, una superstición de conformistas –dice un reformado Emilio.
-El ateísmo riguroso no aporta nada, sólo genera más preguntas circulares. Pensar que detrás del universo no hay un Creador es como pensar que detrás de mi reloj no hay un relojero. El ateo es un alma desprovista, arañada por la ansiedad, con una extravagante pose de pensador objetivo y abierto de mente. La ética del ateo ratifica el genocidio del aborto sin pestañear, el suicidio asistido y otros. El humanista o laicista puro es más devoto e inhumano que un talibán iletrado y quejoso, además de ser un teocrático intolerante –concluye un inquisitivo Lenin.
Como dieron las dos de la mañana de tanto analizar los meandros del planeta y los cachiporrazos de la existencia, los dos compañeros ya estaban algo ebrios. Un mozo condujo la camioneta, nuevamente, y llevó a los correligionarios y noveleros a sus hogares, previa buena propina. Antes de separarse lanzaron el último grito de su equipo de fútbol campeón “Los Matorrales”, al unísono.
-Ma ma ma, to to to, ¡Matorrales Lo Prado!

Septiembre 1973

Junto con el golpe de Estado propiamente tal, la Junta Militar inició una cacería en contra de los allendistas, del cáncer marxista, como decían ellos. En un allanamiento rápido y sorpresivo el 15 de septiembre a Lo Prado divisaron al flaco Fernández quien era conocido por su fervor al gobierno de la Unidad Popular y amor al Chicho. Fernández en ningún momento negó su militancia socialista activa. Se subió al camión militar junto con otros y fue llevado al Estadio Nacional, el campo de detenidos más grande existente que funcionó hasta el 9 de noviembre de 1973, en calidad de prisionero. Al bajarse recibe unos culatazos en un callejón oscuro y es revisado entero, con las piernas abiertas. De lejos divisa rápidamente unos cadáveres, unos sobre otros, en un rincón. Presagia su final. Los pasillos se repletaron de militares. En la galería del estadio, en la que recibió unos cigarros de un periodista y alcanzó a participar de una misa con un sacerdote detenido, es la última vez que lo vieron con vida y sano los otros militantes allendistas que sobrevivieron. Antes de partir tuvo una penetrante mirada de fe y paz. De la escotilla dos lo llamaron para un interrogatorio y con torturas de palos y corriente eléctrica le ofrecieron salvarle la vida si se convertía en un informante del régimen entregando nombres, sobrenombres, arsenales, mapas, domicilios y antecedentes de comunistas, socialistas y miristas. A pesar del padecimiento y la sangre negó poseer información y sólo dio la dirección de la sede del Partido Socialista que todos conocían. Por su terquedad e ideología los militares de la mesa del interrogatorio lo declararon de inmediato traidor a la patria, escoria. Golpeado y con una venda en sus ojos con manchas granas caminó por los exteriores del estadio junto con tres más. Un capitán lo retiró de la fila y lo puso de rodillas a unos ochenta metros de la pista atlética de la cancha principal del recinto mundialista, en un rincón supuestamente discreto. El disparo se escuchó fuerte a noventa metros a la redonda. Es un tiro que sus amigos escucharán por siempre, y tal vez por algunas generaciones, la patria reflexiva. El eco de esas balas no desaparecerá. Eran las 11 de la mañana del 16 de septiembre. Los otros tres corrieron la voz de que el asesinado era el flaco Fernández, y todos en Lo Prado se enteraron, incluidos Lenin, Emilio y Rebeca. Nadie ha encontrado su cadáver y es un detenido desaparecido más. Con la muerte del presidente Salvador Allende y de su gobierno, al joven Fernández le dio una depresión tal, que no tenía ningún ánimo de continuar viviendo. Partió al más allá junto con su líder y guía. Antes de fallecer exclamó sin levantar la voz y con respeto: ¡Viva Allende! Por otro lado y en ese mismo día 16, en el club La Cúspide un trascendente grupo de empresarios y militantes de derecha en un almuerzo de bajo perfil hacen un conmovedor brindis por la Junta Militar. Don Agustino, un grande entre los grandes, se dirige a la tan distinguida concurrencia. “Quiero agradecer al Dios Todopoderoso y a la honorable Junta Militar por haber salvado a nuestra amada patria del tumor del marxismo. En nuestro amado Chile se estaba dando peligrosamente un proceso de cubanización con el cual pretendían convertirnos en un país satélite de la Rusia bolchevique, en un terruño ateo y sin libertades, hambriento. Los guerrilleros de pacotilla y sus afiebrados líderes fueron neutralizados a tiempo. El Ejército les destruyó sus macabros planes de tomarse el poder por la fuerza, según reza su credo y las homilías de Fidel. El comunismo es y será una lepra. Los vociferantes y allendistas apasionados están huyendo, la gran mayoría lo hará, claro está, con ese espíritu emprendedor normal en los humanos, a países capitalistas, a reiniciar o a iniciar una existencia comercial o fabril. La ideología de Fidel Castro sólo trae pobreza, tarjetas de racionamiento, supresión de todas las libertades y la suprema desesperación. Digan lo que digan, Cuba es un hercúleo campo de concentración, blindado por el marxismo internacional, por el astuto manejo comunicacional del comunismo, con una fachada de revolucionarios paradisíacos. En Cuba no hay libertad de prensa, no hay libertad de reunión, no hay libertad de religión, no hay libertad para emprender, no hay libertad para viajar al extranjero, no hay libertad de pensamiento, no hay libertad para protestar, no hay libertad de expresión. Fidel, el vasallo más fiel de la Rusia roja imperialista, dijo al principio por la televisión que no era comunista. Repito mis queridos amigos, Cuba es un campo de concentración y todos los izquierdistas lo saben y lo callan ¿Qué socialista ha puesto el grito en el cielo para exigir libertad de prensa y de reunión en la isla? ¿Cuántas veces criticaron molestos los brutales gulags? Los únicos aportes que realizaron los marxistas en nuestra adorada patria fueron: aumento brutal de la inflación, detención del crecimiento, caos, violencia, ateísmo, resentimiento, tirria, paralizaciones y el deterioro de las instituciones. Con cada día que pasaba con el señor Allende en La Moneda, Chile se empobrecía y se envenenaba un buen poco más. Nos íbamos a convertir en una patria de muertos de hambre. Yo sé que muchos corazones llenos de odio e ignorancia no lo entenderán jamás, pero es mi deber moral levantar mi copa por el General Pinochet y las Fuerzas Armadas, ya que evitaron que Chile se convirtiera en un país de pordioseros, materialistas, ateos y cautivos. El descerebrado revolucionario le tiene miedo al emprendimiento, al lucro, a las libertades individuales, al libre comercio y a la libertad de prensa, porque es un mediocre y un perro fracasado por naturaleza. En La Habana el único que publica un periódico, que más parece un panfleto trasnochado, es Fidel. Que nunca tengamos tarjetas de racionamiento. En Cuba sólo comen carne con huevos y papas fritas los privilegiados, es decir los dirigentes comunistas. Allá, los nuevos pudientes son los barbudos locuaces. La aristocracia de la isla la compone la dirigencia comunista, con un sinnúmero de exenciones, socorros, franquicias y prebendas. Pasarán los decenios y los siglos y jamás seremos desagradecidos con el general Pinochet, jamás. Nunca le olvidaremos, ni en broma, y menos en las dificultades, porque la lealtad es un principio intransable. La intervención directa del benigno Dios a favor de la buena patria fue evidente. Viva Chile”.
El expresidente del Senado y líder democratacristiano afirma en una entrevista expresiones inmortales y brutalmente sinceras como: “la vía chilena al socialismo estaba rotundamente fracasada” “a través de las organizaciones de milicias armadas, muy fuertemente equipadas, constituían un verdadero ejército paralelo para dar un autogolpe y asumir por la violencia la totalidad del poder. En esas circunstancias pensamos que la acción de las Fuerzas Armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para salvar al país de caer en una guerra civil o en una tiranía comunista”. La Democracia Cristiana chilena era claramente golpista, pero nadie debía enterarse, porque algunos se incomodan y otros se enfadan en exceso. En el fondo, el centro político e independientes, también dieron gracias al cielo por intervención militar que nos rescató de una ruina segura. Lo importante es estar en el lugar correcto en la hora correcta. Perder popularidad y votos gratuitamente es una tontera. Una fructífera amnesia y viveza vendrían con los años.

Junio 1973

El 29 de junio de 1973 y sin apoyo de la CIA, el teniente coronel Souper comandando unos tanques que respetaban hasta los semáforos en rojo y con menos de 90 soldados intenta derrocar el gobierno de Salvador Allende. El Palacio Presidencial sólo fue defendido por la Guardia de Palacio, a balazos. Ningún revolucionario salió a escudar o a guerrear por el Presidente socialista, ninguno. Hasta dio la impresión de que se ocultaron todos, deliberadamente. Allende, desde un punto de vista paramilitar se quedó solo frente a este golpe de Estado en miniatura, que casi demuele la agenda marxista y al Presidente. Socialistas y comunistas y miristas se hicieron la autocrítica esa misma noche en la casa de un connotado miembro del socialismo fidedigno santiaguino. Por la gestión personal del general Prats el tancazo o conspiración, ese día fracasó. Ningún combatiente izquierdista asomó un arma. Participaron como diez en la zarandeada reunión y era imposible determinar quien era el que hablaba, atropellándose con vocablos, entre ellos. Todos se exteriorizaron con sinceridad. El flaco Fernández, militante socialista joven de segunda línea, participó del acalorado parlamento porque era amigo de uno de los líderes, dado su espíritu inquieto, lozano y leal.
-De las quinientas balas que dispararon los que defendieron a nuestro presidente ninguna fue nuestra. No disparamos ni una pistola de agua.
-Ningún combatiente salió a la calle a luchar. Fuimos meros observadores de lo que pudo ser nuestra calamidad. Uno de los tanques cargó combustible en una gasolinera y le pagó al dependiente y nosotros nos bloqueamos completamente. No fuimos capaces de organizar una escaramuza tibia, de percutir una pistola de fogueo, de levantar una bandera del Che, de poner una mala cara. Fuimos desenmascarados.
-Demostramos que derrocar militarmente al presidente constitucional es sencillo. Nos pillaron desprevenidos y desarmados. Como veinte civiles fallecieron y nosotros nada hicimos. No hay una voluntad de lucha, y menos el ánimo de pugnar hasta las últimas consecuencias. Con la pura fanfarronería y la locuacidad no ganaremos. Por parte de los golpistas, estamos notificados. Somos los reyes del blablá.
-Otra cobardía y candidez como esta, y lo lamentaremos un milenio.
-El compañero presidente dijo que si llega la hora el pueblo tendrá sus armas.
-¿Y de qué sirve el armamento con revolucionarios de cartón, con guerrilleros de hule?, que a lo único a que se dedican es a calentarle la cabeza a la gente, a jactarse. Hoy, no apareció ninguno de ellos.
-En el discurso efusivo aparecen todos los abnegados.
-Nosotros somos millones y noventa soldados en tanques que tenían dificultades para disparar y que respetaban las leyes del tránsito estuvieron cerca de aplastar al gobierno popular. Los discursos repletos de fuego y vehemencia no han servido de nada. Noventa soldados y un coronel con voluntad y determinación casi liquidan todo el proceso de cambio, influenciados seguramente por el movimiento de extrema derecha Patria y Libertad, que hizo su apuesta.
-La Democracia Cristiana y los nacionales nos van a derrocar, tarde o temprano. No lanzamos ni una flecha, ni un peñascazo. Frei y Jarpa en el fondo son lo mismo. Así, nos van a borrar del mapa, con el congreso de Chillán y todo. Si miras con atención descubrirás que la Democracia Cristiana hoy es un partido político de derecha tibia.
-¿Qué somos entonces? ¿una coalición que instaurará el Estado Revolucionario por la vía pacífica con una derecha, con una democracia cristiana, con una CIA y con una oligarquía que ya cargaron su revolver y su espíritu?¿Para qué Allende recibe de regalo una metralleta AK-47 por parte de Fidel Castro?¿Es una metáfora vil? ¿Para qué un sector de la extrema izquierda se arma militarmente si al primer vehículo blindado que aparece no lo atacan ni con insultos? Si todas las formas de lucha son legítimas frente a la agresión fascista o represión, ¿en dónde estaban los socialistas y comunistas de tomo y lomo en esa hora en que el gobierno de la Unidad Popular se terminaba por la fuerza? ¿De qué hubiese servido toda nuestra retórica con un gobierno aplastado por unos tanques y un contingente mísero de noventa soldados, con un presidente socialista asesinado en el Palacio Presidencial? Arrugamos descaradamente, nos amedrentamos.
-Nuestra actitud fue vergonzosa e impresentable. No merecemos perdón.
-¿O cambiamos la verborrea por la metralleta o nos sometemos a la democracia burguesa y dejamos de predicar la radical revolución e intentamos dar de baja al Movimiento de Izquierda Revolucionario y a todos sus inservibles equivalentes? Hay que elegir entre la revolución fidedigna o la democracia representativa que nada soluciona. Hoy no somos ni chicha ni limonada.
-En los congresos de Linares y de Chillán se consagró la vía armada como el único método de lucha válido, para liberarnos del yugo imperialista y burgués.
-Si la democracia burguesa es una porquería deberíamos actuar en consecuencia.
-No nos podemos quedar entremedio. Hoy no estamos en ningún lado, al igual que el compañero presidente. No nos engañemos más porque no habrá otra oportunidad. El próximo intento de golpe de Estado se viene con todo y nos van a pasar por arriba, y nos vamos a morir todos. Esto es sin llorar, sin ir a los tribunales.
-O somos socialistas ortodoxos como corresponde, o somos socialdemócratas. No actuamos ni como lo uno ni como lo otro.
-Si el general Prats hubiese estado en el extranjero, tal vez estaríamos todos bajo tierra y con la bandera triunfante del golpismo en La Moneda.
-A este gobierno lo ayudó la buena suerte, que no es eterna, no nosotros.
-Agradezcamos que Prats es un militar constitucional y que nos salvó. Esta historia no la contamos dos veces. Debemos depender de nosotros en la defensa.
-Tenemos menos de una semana para crear un Estado Mayor revolucionario con cuadros y brigadas dispuestos a darlo todo, o nos vamos para la casa y nos aburguesamos. El romanticismo y candidez del compañero presidente del país va a resultar fatal. Ya optamos por el marxismo leninismo. El propio Salvador Allende fue presidente del OLAS. Un revolucionario desarmado es carne de cañón, un fiambre.
-Esta ambigüedad nos liquidará a todos. Los devotos del “avanzar sin transar” se quedaron todos tiesos. En este intento fallido de golpe estuvo la extrema derecha detrás, obviamente, por mientras los revolucionarios dormíamos la siesta. El discurso acalorado vacío, sin un testimonio de respaldo, es un lastre.
-Con la actual actitud en un próximo intento golpista nos van a aplastar en tres días. Nos falta voluntad y valor. Digámoslo de una buena vez, y no nos escondamos más en la retahíla emotiva, en la palabrería ideológica. Tenemos los días contados.
-No podemos tener una crisis de identidad política a estas alturas ¿Somos o no somos? En teoría somos una cosa y en la práctica somos otra muy distinta.
-¿Somos marxistas leninistas impávidos con fascistas armados, que están a la vuelta de la esquina?
-Sí, tenemos que definir con claridad que somos y hacia donde vamos. Un brete existencial es insostenible.
-Hemos sido marxistas ilusos, como tal vez lo es el presidente del país, con sus titubeos y diálogos con los opositores.
-En este Tanquetazo los que dispararon fueron uniformados, de ambos lados. Creo que al menos deberíamos sentir vergüenza por nuestra pusilanimidad revolucionaria.
-Hoy la vía pacífica al socialismo casi fue nuestra tumba y tal vez nos entierre a todos, desmantelándolo todo. Sí, estamos notificados de lo que el porvenir nos depara. Si el poder de la CIA interviene en la próxima, sucumbimos en un tris.
-Hoy quedamos al desnudo. No somos nada. Nuestros campamentos guerrilleros, como los de Chaihuín y otros, han resultado ser infructuosos, aislados. Los elenos son una parodia.
-Lo único que hacemos es hablar, marchar, vociferar, enseñar los dientes, presumir y cantar todas las consignas, a veces con un vaso de vino tinto.
-Si el compañero Fidel viera este triste espectáculo nos reprendería duramente y nos regalaría un réplica de diez metros de alto del Granma. Fidel, Raúl, el Che, Camilo y otros, fueron los que vencieron el Ejército profesional del dictador Fulgencio Batista, y eran unos pocos. Aquí, fue al revés. Unos pocos, menos de noventa, casi tumban a millones de izquierdistas timoratos o grises. El amilanamiento es mortífero.
-En este país las revoluciones o agitaciones no se efectúan en verano porque hace mucho calor, tampoco en pleno invierno porque hace frío. Hay algo de tiempo aún. Estamos obligados moralmente a preparar una estrategia de defensa del gobierno popular por si se repite otro movimiento militar como el de esta mañana.
-Sí, sólo un idiota deduciría que no habrá otro intento de golpe de Estado.
-O nos preparamos para pelear o nos morimos. Simplemente hay que elegir.
-La otra posibilidad es rendirnos o declararnos socialdemócratas.
-Repito, el congreso de Chillán definió que la vía armada es la ruta prolífica. La visita del Comandante del Granma no fue una socarronería.
-Entonces seamos consecuentes con la vía armada que predicamos o autorizamos a los cuatro vientos, practicando con fusiles y no con micrófonos.
-La boina del Che la hemos utilizado sólo para presumir, insensatamente.
-Después del análisis siempre terminamos diciendo lo mismo y haciendo nada.
-En público somos socialistas valientes, en privado una fruslería.
-El general Prats respeta una constitución que aborrecemos. Es irónico, del golpe militar nos salvaguardó un militar. Mañana la crónica será otra.

Julio 1973

El flaco Fernández, Emilio y Lenin, se compraron unas cervezas y analizaron con desvelo el humillante tanquetazo en contra del presidente constitucional.
-Los golpistas nos han advertido de sus intenciones y nos salvamos por un pelo, por esta única vez –señala el flaco quien asistió a la importante reunión del partido socialista, esa misma noche del espeluznante y turbador 29 de junio.
-Yo pensé que el MIR y el Grupo de Amigos Personales tenían un servicio de Inteligencia y armamento, y el dedo en el gatillo –advierte un boquiabierto Emilio.
-Alcanzaron a enterarse en La Moneda de este intento de golpe y aún así nada hicieron, creo. Allende no llamó a sus cuadros revolucionarios leales, o tal vez no pudo, o tal vez no quiso, y sí tenían algunas armas, al menos. Todos los gatillos nuestros se trancaron. Simplemente nos congelamos –responde el flaco.
-Somos una tropa de ineptos o de cobardes, o las dos. O aquí hay un gato encerrado o yo no comprendo nada de los que nos sucede –confiesa Lenin.
-El compañero Presidente confió en la lealtad de las Fuerzas Armadas, y casi se muere él, la coalición y la causa –agrega un desconfiado Fernández.
-Las Fuerzas Armadas de perfil históricamente burgués nos comunicaron sus anhelos –Emilio dibuja la realidad política con sinceridad, como muchos.
-De la próxima no nos salvamos. El general Carlos Prats nos libró de la debacle –sentencia con seguridad el flaco, como pronosticando escenarios futuros.
-Creo que debería solicitar una metralleta –Emilio se envalentona, con retraimiento.
-¿Estás dispuesto a utilizarla en contra de los militares golpistas hasta que te acribillen o mates? ¿quieres recibir entrenamiento paramilitar? Porque combatientes de la boca para afuera tenemos decenas de miles. Nos sobran los guerrilleros de cartulina –consulta y dice un agriado flaco Fernández.
-No te olvides que el Estado Revolucionario descabezará el Alto Mando de las Fuerzas Armadas regulares y burguesas, como lo sentenció en congreso de Chillán también. Un propósito militar tan gigantesco como éste requiere de logística, coordinación, planificación, comandantes aguerridos y de muchos socialistas y comunistas dispuestos a ofrendar sus vidas en las columnas de lucha –acota Lenin, que no se ofreció de voluntario.
-Pero flaco, ¿quién va a defender al Chicho en la próxima balacera? –dice Emilio.
-Generales y coroneles también están notificados de las fidedignas intenciones de los revolucionarios. Saben que queremos descabezarlos, y seguramente la Inteligencia militar funciona hace años en el más completo de los silencios y ni cuenta nos hemos dado –explicita un embrollado Lenin.
-Después del susto del tanquetazo los combatientes de la Unidad Popular seguramente ya están preparados y reorganizados para el próximo intento de golpe de Estado. Es lo que me dijeron. No están disponibles para un segundo bochorno como el del 29 de junio –sentencia Fernández, recuperando el oxígeno.
-Es tranquilizador saber que los revolucionarios no están desnudos militarmente y que no van a ser sorprendidos otra vez desguarnecidos –supone Lenin.
-Con lo ocurrido, mi confianza en el acomplejado combatiente chileno ha sido perforada –concluye un Fernández descorazonado.

Julio 1973

En la casa de unos de los grandes dirigentes del Partido Nacional se reúnen empresarios, derechistas de tomo y lomo, un simpatizante del movimiento Patria y Libertad, más otros que también querían derribar a Allende, de cualquier forma y a cualquier precio. Se atoraban, por la conmoción y las expectativas.
-Falló el tanquetazo, por culpa del comunista Prats, un general sin patria, pero Allende debe caer a la brevedad.
-Este gobierno comunista y ateo destruye la fibra moral de Chile.
-Nuestra amada patria no se va a convertir en una tierra de galeotes.
-En Cuba la gente no puede ni salir del país, no hay prensa libre ni nada.
-Allá la democracia popular es una caricatura y la libertad de expresión una infamia.
-Al parecer el apoyo de Los Estados Unidos será útil, e indispensable.
-Tampoco respetan a la Madre Iglesia.
-Estas ratas de La Moneda reciben el apoyo del marxismo internacional.
-Fidel les tapizó la ruta del odio y la violencia.
-Los lameculos del tirano son unos extremistas dispuestos a matar.
-Estos enfermos mentales piensan que la propiedad privada es un robo.
-El resentimiento se ha adueñado del país.
-Tengo entendido que generales patriotas tienen pensado rescatar la patria.
-Hay dos alternativas: o nos dedicamos a llorar o a matar.
-El único comunista bueno es el comunista muerto.
-La Democracia Cristiana sabe que el Partido Socialista aprueba la vía violenta, pero se mantienen a distancia. No se quieren ensuciar las manos. Que otros peleen por ellos. Es su naturaleza.
-No contemos con esos cobardes que están donde calienta el sol.
-Ellos no se mojan el trasero, pero si disfrutan de los dividendos de las acciones de otros. Hay que estar dispuesto a todo en esta noble cruzada.
-Roguémosle a Dios que proteja a nuestra patria de la lacra del marxismo.

Agosto 1973

En una de las visitas a la casa de Rebeca, los padres de ésta deciden conversar seriamente con su futuro yerno. Los rumores de un golpe de Estado por parte de los militares son tantos que hasta la guardia personal de Allende hace bromas, como si fuera el cuento del lobo. La boda de Rebeca pende de un hilo.
-Dime Emilio, ¿qué va a suceder con este gobierno tuyo? Escucho rumores todos los días de que estamos cerca de un pronunciamiento militar. Disculpa, pero lo único que deseamos los democratacristianos de que este gobierno termine luego, sin balaceras –señala don Abelardo, que ya no disimula su bronca.
-El tanquetazo casi aplasta a Allende y todo lo que le rodea –agrega la señora Eva.
-Los combatientes allendistas están preparados por si los golpistas intentan derrocar a Allende otra vez. Aprendieron la lección –dice Emilio, sofocado.
-Entonces, ¿vamos a tener una guerra civil? ¿En que país van a crecer mis nietos? –pregunta una preocupada Eva, con su rosario en la mano.
-Es un deber moral de los revolucionarios defender el gobierno constitucional de Salvador Allende y evitar de esta manera una masacre. La Moneda actuará como corresponde y utilizará todas las armas a su alcance, textualmente –expone con firmeza y respeto Emilio.
-¿Entonces están preparados para el próximo tanquetazo o intento de golpe? –pregunta un preocupado Abelardo, que huele sangre.
-Ya veo, el derramamiento está garantizado –sentencia una apenada Eva.
-¿Existe la posibilidad de que el señor Allende renuncie? –pregunta Abelardo.
-Don Abelardo, en las elecciones parlamentarias de marzo obtuvimos un 43% de apoyo por parte de la ciudadanía. La Unidad Popular es una fuerza política que crece cada día más, bajo el mando de nuestro presidente constitucional, a pesar de los vilipendios y las paparruchas. Y sí, La Moneda se prepara por si es atacada militarmente. Es su derecho y su deber, por los más humildes y excluidos. El fascismo no venció, ni vencerá. Son los negreros los que más asustados están, porque ven que el poder popular se agiganta cada día. Nuestra revolución en cualquier momento se va a materializar –remata Emilio serenamente, y conjeturando victorias desde el entusiasmo momentáneo.
Don Abelardo y doña Eva no saben que pensar con precisión. A estas alturas lo único que desea el centro político, representado en Chile por la Democracia Cristiana, es que el gobierno de Allende concluya pronto, a través de una salida política pacífica y legal, sin muertos ni ríos de sangre, o como sea. Los más lúcidos olfatean un futuro muy oscuro. Con las extremas derecha e izquierda funcionando a todo vapor, nada bueno se presagia. Y si los ultra de ambos lados están armados, decididos y palpitantes, peor aún. Los discursos de los allendistas son cada vez más impulsivos y la bronca de la derecha a Allende ya no tiene límites ni escrúpulos. Allende caerá, a como dé lugar. Y si hay que conversar con la CIA o con Satán para apurar el fin del presidente marxista y desinfectar La Moneda, se conversa con la CIA y punto. Todo vale en estas circunstancias. El enemigo de la tricolor es uno.

Junio 1974

Si bien la DINA, la Dirección de Inteligencia Nacional, germina en junio de 1974, empezó a operar a fines del año 1973, al mando del coronel Manuel Contreras. Se le responsabiliza de aproximadamente 1500 asesinatos, que incluyen torturas, secuestros, interrogatorios, apremios ilegítimos y desapariciones. Entre comunistas y socialistas ultimó como a mil. La guerra civil propiamente tal, con enfrentamientos y balazos de ambos lados duró menos de una semana, tal vez tres días, en la cual desapareció toda trinchera socialista o foco de resistencia dentro de la nación. La Junta Militar, a la semana después de asumir el gobierno de Chile por medio de la fuerza, tenía al país absolutamente controlado, sin ningún tipo de peligro que pudiese rasguñar y menos inquietar militarmente al General Pinochet. Todo lo demás fue una inservible e inhumana represión. En un país totalmente vigilado por la Inteligencia regular de las Fuerzas Armadas y sin ningún tipo de amenazas a la vista, el nacimiento de la cruel DINA fue innecesario. La lucha en contra de la llamada sedición marxista estaba acabada y las torturas y asesinatos no cumplieron ningún objetivo, aparte del inventar una guerra que justificara la presencia de la Junta Militar en la casa de gobierno por muchos años y de satisfacer el odio parido de la católica oligarquía a los izquierdistas. Si el enemigo real no existe, hay que inventarlo. Los guerrilleros marxistas chilenos siempre fueron de hule apolillado y sólo combatían con la lengua, en sus exaltados discursos. Las excepciones honorables fueron pocas. La dictadura militar jamás estuvo tácticamente en peligro, ni siquiera cuando el Frente Patriótico Manuel Rodríguez intentó asesinar a Augusto Pinochet. Los hijos de la Escuela de las Américas mantendrán flameando la llama de su libertad extirpando todo recato. En la guerra que no existió tampoco la DINA respetó la Convención de Ginebra. Los amigos de la CIA tenían carta blanca. La DINA fue en el año 1977 reemplazada por la CNI, Central Nacional de Informaciones, que se dedicó a lo mismo, con un nombre distinto. Fue su coherente heredera. La DINA motivó a muchos a huir del país, entre ellos a Lenin y Emilio. Los agentes de la CNI torturaban, asesinaban, secuestraban, arrestaban a ciudadanos en medio de la noche, todo impunemente. La Central Nacional de Informaciones era una organización criminal muy bien organizada y financiada, y era la chica la mimada del Capitán General. Si la Dirección de Inteligencia Nacional nunca hubiese existido, el gobierno militar habría durado igual los diecisiete años que gobernó, seguramente.

Abril 1982 y otras.

Después de observar con la pasmosa y brutal facilidad con la que morían y desaparecían los miembros de la Unidad Popular en la capital, Emilio Peña se fue a saborear in situ lo que él consideraba una sociedad ecuánime y solidaria, en el año 1974. Emilio bebería del agua de la democracia popular y no la de la democracia burguesa y corrupta, controlada por unos pocos faraones, desde la cúspide. Ejerce como profesor de matemáticas y taxista en La Habana hasta 1982. Cató la defensa cierta de los Derechos Humanos. Como exiliado del Chile reaccionario, fascista y autocrático, tenía el privilegio de sentarse en un lugar relativamente cómodo en la plaza de la Revolución a escuchar con delirio las extensas y seguidas homilías de Fidel u otro convertido o barbudo. Una vez el Comandante predicó cinco horas con enardecimiento, moviendo las manos y el cuerpo, y no había un rostro disgustado o aburrido en todo el país. Era magnánimo, vivaz y excesivamente parlero, aunque la producción de ganado, los planes quinquenales, el PIB y todo lo demás fueran un trago amargo inacabable e irreversible. El aire puro es el bien de consumo más apetecido, ironizan algunos habaneros. Cuando toma una decisión importante el Comandante se consulta a sí mismo, y cuando se equivoca, lo reintenta, utilizando congruentemente la misma vereda. Es que descentraliza poco y no confía ni en su sombra. Ahí aprendió el lopradino en detalle y claramente que la expresión y la prensa deberían estar bajo el más celoso control del Partido Comunista, por razones de seguridad. La libre expresión clásica, como la que existe en las comunidades retardatarias o burguesas, son un peligro latente para la Revolución y los años de abnegación, de tantos tenaces camaradas, sobre todo de los inmortales que pelearon en Sierra Maestra. El imperialismo está atento a cualquier fisura que pueda encontrar.
Las libertades en sí son una bomba de tiempo. Anhelan darles una herida mortal al socialismo justiciero. Por eso que en Cuba se publica un sólo periódico, el Granma, en donde los locales y extranjeros hallan absolutamente toda la información, crítica y objetiva, que requieren, sin necesidad de tasar. Los comisarios de la filosofía política no quieren problemas ni apuros. Es un periódico muy apreciado por los patriotas isleños no contaminados por los yanquis. Objetivamente las libertades de movimiento, expresión, reunión, culto y pensamiento, son un riesgo latente para la sobrevivencia del insigne comunismo, porque el fascismo internacional lo utilizaría de inmediato para la sedición y la mentira. Sin una firme restricción, todo se derrumba en el acto, como un castillo de naipes. Bastaría una mínima libertad de expresión fidedigna en la isla y el modelo socialista sería pulverizado. Ahí radica el peligro. El comunismo sobrevive con un pistolero guardián en cada esquina y espías por todos lados. El número de soplones que defienden al Premier es imposible de calcular. Las Damas de Blanco, siempre heroicas, que luchan por la liberación de los presos de conciencia, de sus familiares, serían manipuladas por la extrema derecha. Tal vez sean bandoleras. La Primavera Negra es una más, de tantas. Todos los bien intencionados saben que la producción de bienes y servicios en la isla es encogida y aberrante, por culpa del bloqueo norteamericano o mejor dicho del embargo. Eso de que el único bloqueo habita en los sesos revolucionarios sería una falacia. Es lo que ellos deben creer de corazón. En los socialismos reales la prosperidad y los debates televisados siempre fueron escasos. Años después Cuba le compraría al enemigo, al tío Sam, al contado. Eso sí, las insoportables apreturas en los temas alimentación, vestuario, transporte, vivienda, salarios, jubilación y servicios básicos del cubano promedio, le metían presión y perplejidades al credo ideológico de Emilio, interpelando con un potente mutismo el sistema político imperante en la isla, súbdita del Kremlin, hasta la caída del muro. Nunca se enamoró del modelo de desarrollo de La Habana, por alguna razón que no comprendía del todo. La mayoría de los chilenos se fue de la tierra de don Carlos Manuel, presurosamente. La dolorosa tarjeta de racionamiento fue una de las culpables. Escasean la carne, la pasta de dientes, el aceite, los zapatos, los postres, los huevos, el pescado, la leche condensada, los tampones femeninos, las ensaladas, el pluralismo y diez mil más. La lista es interminable como indomable es el espíritu de las brigadas que resguardan el catecismo rojo, sin barquinazos. El revisionismo es la salvajada más irritante, una canallada a todos los cubanos bien nacidos. Un amigo argentino ebrio y de confianza le comentó a Emilio que en la isla sí hay torturados, perseguidos y asesinados y que la participación de los ciudadanos cubanos en las discusiones radiales o en la pantalla chica es nula y que todo es un montaje. No supo que pensar, que decir. No aceptaba la posibilidad de que el edén rojo estuviese carcomido a ese extremo. El Kremlin y la KGB apoyan a Fidel. Tal vez la única pelea real es entre la CIA y la KGB y el globo terráqueo está entremedio, con coliseos repletos de siervos. Es el siglo de los tiranos. Es esa guerra fría que empezó en el año 1945 cuando terminaba la Conferencia de Yalta. En el globo sólo hay dos directores de orquesta. En Cuba los plebiscitos son una blasfemia inadmisible, una maniobra de capitalistas. No es necesario consultarles nada a los peatones. El Comandante todo lo resuelve. Él administra bien lo poco y nada que queda, con su indefectible talante. En marzo de 2003, la gestapo del Comandante arresta y después enjuicia, al estilo suyo, a más de setenta ciudadanos que cometieron el horrible delito de disentir. La Ley Mordaza es uno de sus mayores tesoros y arrestar periodistas independientes lo tranquiliza un poco. La primavera no será siempre negra. El que bosteza en la plaza con los discursos de Fidel es declarado mercenario y subversivo de inmediato. Se prohibió interpelar al divino barbudo, al gurú que nunca se calla y a sus imprecisiones radiantes y tenaces. Posterior al fallecimiento de su padre y a pedido de su madre, vuelve cabizbajo a la comuna de Lo Prado, a su querido Santiago de Chile, por medio de algunas triquiñuelas, trayendo en sus maletas contradicciones de todas las categorías y algunas dudas profundas sobre lo boyante y saludable que han resultado ser los socialismos reales en el mundo, con o sin bloqueos. Su interrogación era fina. A veces a su almohada le decía que el marxismo no mejoraría las condiciones de vida de los proletarios y que el socialismo puro era una hecatombe por definición. A esas alturas la ideología ya no era celestial. Era una desilusión penetrante, y fluctuantemente breve. Fue bizarro al criticar el marxismo en su intimidad. En una pesadilla lúcida y premonitoria, una vez se vio orinando sobre El Himno de La Internacional. Los reniegos a Emilio le duraban un partido de fútbol y es que creía que era el único sacrílego que pensaba así en el continente. Era el único desorientado que abofeteaba las innumerables bondades de un Estado Revolucionario. Es que dormía y se levantaba con la sotana que usaba Lenin, el gran arquitecto de la revolución bolchevique. Algunos descollantes filósofos de izquierda ya estaban creando en otras latitudes el socialismo capitalista. Esto es, un capitalismo moderado con una potente agenda social, que permita “crecer con equidad”. Era la socialdemocracia. Y como el nuevo chorreo no llega, los postergados no comprenden el eslogan que les permite a los poderosos, y sólo a ellos, crecer con equidad y potencia. La idea de los socialistas modernos es asesinar el socialismo fidedigno sin que nadie lo note, sin pedir perdón, silbando en la regadera. Sin entender nada, la ingenua pobladora debe creer que el socialismo aún existe, que el “espíritu” del socialismo ¡vive!, aunque nadie sepa donde, con las grandes riquezas concentradas en pocas manos, ahora y siempre. El izquierdismo político se ha derechizado, de rodillas. Algunos líderes izquierdistas almuerzan y brindan con empresarios reconocidos públicamente como pulpos y cuatreros. Muchas veces el mejor socio del faraón o propietarios del país es un presidente socialista, un parlamento colaborador. Es un neoliberalismo con la fotografía del Che Guevara impresa en la polera y con una y que otra barba, cantando a la Violeta Parra y a Silvio Rodríguez, en un jacuzzi con espumas y alhajas. El terror es tanto, que hablar en Chile de estatizar toda la minería para combatir la miseria fue y es una herejía. Pedirle al gobierno que el 80% o más de la propiedad de las Administradoras de Fondos de Pensiones y de los Instituciones de Salud Previsional sea de los trabajadores, es una apostasía, una imprecación. Hablo de unos fondos que son propiedad y aportes de los trabajadores y del cual no participan de la gestión ni de la rentabilidad. Suman y siguen los atropellos. Una AFP estatal en sí tampoco es una mala propuesta y todos los izquierdistas con los labios corcheteados lo saben. La izquierda real moderna es capitalista y tan farandulera como esa corta minifalda sin sesos que se postuló a diputada y ganó, masticando chicles y actualizando el vestuario, con una dulce sonrisa que no cesa, sobre su escote, que cubre sus ineptitudes y que ofende a las damas capaces. Emilio observó que en Santiago de Chile el Ministerio de Hacienda abrió osadamente la economía al mundo y se vino una ola de cesantía que dejaría huellas férreas en la década de los ochenta. Su mamá, su casa y su barrio estaban más o menos igual. En su corazón habían clavadas espinas por Rebeca, que se había casado y regresado, según le contara su madre. Más antecedentes del amor de su vida y de su adolescencia no poseía. Regresó por bus a través de Mendoza, con alguna turbación y disimulo. En su juventud era un universitario obsecuente más del gobierno de Allende. A él le embelesaba la cubanización a la chilena, el socialismo con vino tinto y empanadas, con un sello propio. Pero, ¿sabe alguien todo lo desgarrador que es el sistema político en Cuba si allá no hay libertad de expresión? ¿Qué tipo de cárcel es un país sin libertad de locución ni opositores visibles o viables? ¿Es Cuba un campo de concentración, entonces? ¿Puede un tirano idealizado por decenios, con o sin barba, ser el modelo de algo benigno? Fidel Castro, en un debate televisado sin contendientes es invencible. Y Emilio, al igual que Lenin, nunca se inscribió en un partido político, nunca firmó, y eso tal vez les salvó la vida. Como muchos quijotes, en el año 1973 Emilio y Lenin se sumaban a las marchas por el centro de Santiago y a veces ni sabían cual era el motivo específico de la protesta. A ellos les gustaba sumar, contribuir. La noble causa era una y los detalles no interesaban. Siempre fueron soldados de segunda o tercera línea en la vía al socialismo fidedigno que vivía su apogeo, su viril cenit. Usando algunos contactos y engaños en junio de 1982 comienza a trabajar como profesor de matemáticas en el “Aurora de Chile”, con un escueto salario. Su siquis intentaba recapitular, rearmarse. El exilio voluntario y supuestamente redentor no lo cercenaría. Algunos sueños personales continuaban con la bandera al tope. Divisaba algunas resquebrajaduras macizas un su filosofía política, en el más absoluto silencio, claro está, porque pensaba que era el único revisionista en la república y no quería ser el primero, menos en un gobierno militar fascista como éste, en esta hora crucial. Con un dictador chileno en pleno apogeo no se iba a dedicar a cuestionar a su dictador mágico y barbudo. Si bien conocía de primera mano todas las postergaciones y miserias de los sufridos ciudadanos cubanos el problema concreto de hoy se llamaba Augusto Pinochet. Y cuando tenía problemas de insomnio por las pellejerías de la isla, culpaba de absolutamente todo al bloqueo imperialista y asunto cerrado. Visitar a su exnovia casada a todas luces sería una impertinencia. Simplemente no correspondía. Desde el primer día le deseó a Rebeca, como el caballero que era, toda la felicidad del mundo en su matrimonio con el señor Durán. Esta boda civil fue una estaca en su corazón. Era el costo personal más terrible por ser un revolucionario medianamente perseverante en el trienio que gobernó Allende. En La Habana muchas veces soñó que se casaba con ella, de que viajaba a Cuba y de que se enlazaban allá. Tuvo amoríos con algunas morenas, que le llamaban la atención, y otras damas. Con la dulcísima Dalia convivió varios años. El terrible problema era que ninguna señorita o filosofía o lo que fuera podía quitarle de su apesadumbrada cabeza a Rebeca. Es que su pololeo con ella era lo más cercano a lo que sintieron entre ellos Romeo y Julieta. Lo de Emilio y Rebeca era una versión santiaguina popular de la obra de Shakespeare. Cuando Emilio leía poemas o novelas de desamor sufría. Las canciones tristes y románticas de la radio lo liquidaban. Su corazón nunca vivió con normalidad porque residía y respiraba en torno a Rebeca, su amor imposible y fuera de lugar. Moralmente ella estaba extinta, aunque caminara por las vías, con su preciosa sonrisa. Una mujer casada es una mujer muerta, por sanidad mental te alejas, es lo que le enseñaron cuando era joven.

Julio 1982

Con un poco más de un mes en su empleo e iniciándose las vacaciones escolares de invierno en la Región Metropolitana y transitando por la calle Ecuador que es paralela a ese mismo parque entre los metros Las Rejas y Pajaritos, ve que Rebeca dobla involuntariamente la esquina hacia él, desde la calle Roma. El encuentro fue casual, prodigioso y frontal. El rostro de ella se sonrojó completamente y el ritmo de su corazón disminuyó. Era una mujer pálida viendo un ángel. Ella iba a la farmacia, nada más. Si ella por su condición de casada no lo saludaba o le era indiferente, lo comprendería, estaba obligado a aquello, con un puñal en su ser. Coquetear con una mujer casada que vive o no con su esposo era agravar cualquier situación. Emilio quedó congelado entero, intentado esbozar algunos vocablos coherentes, tratando de creer lo que veía, a una Rebeca envuelta en un halo de luz. Ella lo observó embobada y con un semblante de agrado, así que él entendió que se daban las condiciones para un diálogo, con esa lógica incertidumbre que generan los deseos clandestinos o impropios, de la desplomada raza humana.
-Hola, Rebeca –como poniéndole acentos a todas las letras.
-¡Dios mío, eres tú! Emilio, ¿cómo estás? –era como ver un milagro cumplido.
Casi sin concertarlo terminaron sentados en la misma banca del parque en la que él le había pedido pololeo hace miles de días. En esa andanza breve, dos planetas recuperaron sus coordenadas, en donde ese amor gigante que late a mil por hora te descompone cualquier norma civil o costumbrismo.
-Rebeca, te ves guapísima –los ojos de él centelleaban.
-No mientas, no necesito que me engañes. Me casé en 1976 –se desahoga sin rodeos-, me separé, estoy tratando de tramitar la nulidad de mi matrimonio civil y trabajo en una relojería del Paseo Ahumada, en pleno centro de Santiago. Por órdenes de la Santa Iglesia no hay una ley de divorcio. Mi marido, un apostador violento se fue. Gracias a Dios se marchó, en 1978. La tragedia terminó. Empecé a tomar las discutidas pastillas anticonceptivas casi desde el primer mes de matrimonio. Actué como una católica liberal y desmandada. Mi cruz la guardé en el velador. No quiero hablar de él ni verlo, por favor. Esa historia feneció. Disculpa que te hable así. No es lo correcto. Estuve mal.
-Todo eso ya no importa. Rebequita, no fui a tu casa por vergüenza. Pensé cualquier cosa, que ni la puerta me abrirías. Tú eres una moralista católica.
-Emilio, no fui a tu casa porque sentía pavor. Te habría ido a esperar. Era moralista.
-¿De qué hablas mujer?
-Mírame bien, soy un desastre de veintiséis años de edad. Espero que hayas encontrado una joven soltera, alegre y sin estorbos allá en tu isla paradisíaca o acá. Es lo que te mereces.
-Si pudiera, mañana mismo me caso contigo. Esta vez no te dejaré ir. Cuando en el 1976 supe que te casaste me quería lanzar al mar desde el malecón. Pensaba en la argolla de compromiso que te regalé seis meses antes de abandonarte y me hundí, mas lo comprendí. Era lo justo. Nada tenía que ofrecerte, sólo inseguridades y lo acertado era que te casaras con otro. En ese agosto de 1973 seguía creyendo que nos casaríamos luego, incautamente. Y se vino el golpe de Estado propiciado por la CIA, y lo desencajó todo.
-Sinceramente creí que nunca más regresarías y que con este gobierno militar nunca más te vería. En cierta forma eras un desaparecido más del régimen, al menos para mí. No quería morir soltera y por eso me casé. Veo que resucitaste. Ahora creo que te traicioné. No supe esperarte. Cuando tuve la chance, me casé. Disculpa el daño causado y todo lo que te decepcioné.
-¿Tú me traicionaste? ¿yo te abandoné? No, es el indómito destino el que nos cambió, el que desmoronó nuestros planes y el de muchos. Quiero que seas mi novia lo antes posible. Ya no tolero este drama. Demasiados años sin tu presencia. Caminando solo, sin ti, soy un perro vagabundo y no hay un plan alternativo o de reserva. Tú o tú. Si me rechazas agonizaré por siempre.
-Me fascina la idea. Sicológicamente no estoy en condiciones de hacerte feliz. Tú debes hallar una joven soltera, algo mejor. Mi estrella se apagó.
-El exilio y la pobreza me trituraron psíquicamente y no creo ser digno de ti, sobre todo que nada tengo para ofrecerte. Entonces, estamos iguales. Sí, resucité.
-Emilito, ¿y qué tengo yo para darte?
-Nada deseo de ti. Lo que deseo eres tú. Y tú estás aquí, para siempre.
-Con tu profuso optimismo, se ve fácil.
-Si es fácil o imposible no me importa.
Dos horas conversaron y se lo confesaron todo, con más de una emoción fornida y muchos lagrimones. Emilio le aclaró reservadamente que Cuba no era precisamente una isla celestial. Por supuesto, él nada habló de morenas o damas, nunca, ni por broma. Volvieron a esa noche en que se conocieron escuchando a Camilo Sesto, Sandro, Raphael, Nino Bravo, Roberto Carlos. Transformar la fatídica última noche de despedida en una de bienvenida era un deleite. Tomarle la mano de nuevo y reinventar la ilusión ya no era un disparate. El amor sincero es el sentimiento que pulveriza murallas de acero y es capaz de cambiarlo o remozarlo todo. Y Emilio se decide, otra vez, y no aceptará un no como respuesta.
-Rebeca, ven, párate aquí, en el sitio de nuestro primer beso y dime: ¿Quieres pololear conmigo, ser mi prometida? ¡Estoy dispuesto a esperar un año por besarte otra vez! Sé que eres tramitadora –fluye una sonrisa.
-Emilio, Emilio, por favor bésame intensamente y no me abandones nunca. Que sea un beso que dure mil años -se lo demanda sollozando y deseosa.
En ese beso sin fin Rebeca limpió su ser, se descargó emocionalmente en él. Las curadoras manos de su amado la devolvían a la vida. Le costaba creer que la aceptaría así, con un primer matrimonio no anulado y tantos líos. A él le encantó saber también que su pobreza y periplos ideológicos no eran un entorpecimiento en el idilio que reaparecía.
-Rebeca, así lo haré, te lo prometo. No te abandonaré otra vez, jamás. Hasta, que la muerte nos separe. Toma, te regalo la luna otra vez. Estamos bendecidos por todas las estrellas. Nunca más nuestras manos se soltarán.
Ese mismo fin de semana y sin evaluarlo dos segundos ella lo invita a Viña del Mar a una de miel adelantada con un brindis y todo. Desde que comenzaron a hoy pasaron diez años, y por eso cuando llegaron al motel económico llamado “Ahora sí” ella se desnudó y lo acarició con una inusitada vehemencia, con una diminuta ira, besándolo por todos lados, como procurando recuperar el decenio extraviado en los vericuetos de la enigmática vida, que es muchas veces mezquina y perra. Simplemente ella se lo devoró entero sin abrir los ojos. Fue un acto de amor irracional y desbordante, casi una violación femenina. Emilio quedó pegado al cielo al ver que la mujer que el adoraba se le entregaba de esa fogosa y desmedida forma. Eran un premio mutuo, ante tanto sufrimiento. La visita al motel fue un sacramento de la reconciliación, una catarsis. Ambos volvieron a Santiago más enamorados, con esperanzas y más sanos. Una Rebeca decidida les comunica a sus padres que se va a ir a convivir con Emilio, en la calle Varsovia, a partir de octubre, de 1982, y que nada ni nadie lo va a impedir. Por su Emilio no se iba a fijar en prejuicios y lo del pecado mortal o venial lo vería después. En todo caso Rebeca no iba a ser su concubina perenne, y sí su cónyuge, en la primera oportunidad que se presente. Su catolicismo no era una simulación. Continuará trabajando en la relojería y el profesor también intentará en su casa esquina instalar una pastelería o tienda, que atenderá primeramente su madre. El bicho de ser microempresario ya había ingresado en él, alentado y presionado por ella, y le informan que es su amigo Lenin el dueño de La Ventajosa, que se ubica a no muchas cuadras. Quiere y necesita verlo. La mediocridad y la melancolía, con diferentes tonalidades y elucidaciones, es el enemigo jurado de muchos.

Enero 1972

Por razones monetarias muchas familias santiaguinas no veranean en la playa y menos viajan al extranjero. La inflación del gobierno de Allende ya causaba algunos estragos. Era común que los jóvenes con poco dinero organizaran fiestas los fines de semana en las diferentes casas del mismo barrio. El país se dividía entre buenos y malos, entre capitalistas y marxistas, entre beatos y sacrílegos. El maniqueísmo y la radicalización eran brutales. En el fondo la guerra fría daba dos alternativas: Moscú o Washington. Es el siglo de los opresores y sus súbditos. Los continentes eran soldados y todo lo demás era chimuchina. En una nación monopolizada, expectante y con la sangre caliente, una tercera vía era infructuosa. El hervor y la impaciencia no lo aceptan. En los espacios que quedaban en común, los muchachos se reunían en las noches para divertirse un poco y beber moderadamente, relacionándose entre sí. A pesar de la bulliciosa década de los sesenta en occidente y de las inquietudes que pretendían construir una nueva sociedad, las familias chilenas eran conservadoras en su proceder, incluyendo a los progresistas de esa época. El sábado 15 de enero le correspondió a Evaristo armar la fiesta, que residía en la calle Roma, al igual que Rebeca, y era amigo tanto de Emilio como de ella. A esa noche todos fueron invitados. Como las damas llegaban temprano, nunca solas, Rebeca y sus dos amigas tocaron el timbre a las 20:30 horas, escoltadas por un joven. Emilio llegó solo, media hora después y saludándolos a todos, con afabilidad. Cuando vio a Rebeca, con su vestido azul y precioso semblante, un relámpago lo atravesó, y le dirigió la palabra sin preámbulos.
-Hola, ¿puedo preguntarte tu nombre? –le consulta Emilio con los aires de un galán pipiolo, y esperanzado.
-Me llamo Rebeca –con una voz femenina y complaciente.
-Si me permites el atrevimiento, te comunico oficialmente que te ves estupenda. Espero no contrariarte –el galán toma vuelo.
En ese preciso instante a Rebeca, por un movimiento inesperado y corto que hizo con su cuello, se le cayó un arete y Emilio, en menos de un estornudo ya estaba de rodillas en el suelo buscándolo con unos ojos que eran unas linternas. Y a pesar de la deficiente visibilidad lo encontró y se puso de pie fulminantemente y se lo pasó, con una reverencia de vasallo, como si ella fuera una infanta. Ella le regala una mirada elegante y sugerente a su imprevisto adepto.
-Muchas gracias. No debiste molestarte de esa forma –a ella la feminidad le brota a borbotones por los poros y Emilio sintió el fuerte impacto de la dulzura de su mirada de inmediato.
-Rebeca, sólo hice lo mínimo, por una reina como tú. Por favor, proporcióname el privilegio de bailar contigo las próximas canciones movidas –el seguidor está resuelto, ya que ve alguna posibilidad de avanzar, en ese pedregoso sendero.
-Bueno –con una alegría tenue-, y tú, ¿cómo te llamas?
-¿Quién soy yo? Aquí voy. Me llamo Emilio, resido en la calle Varsovia, estoy en mi último año de pedagogía de matemáticas en la Universidad de Chile y me acerco a los 22 años de edad –lo expresa un poquito más relajado.
-Yo, me llamo Rebeca, estoy en mi último año de la secundaria en el liceo comunal, -suelta un carcajeo controlado porque se presenta como si fuera candidata a miss universo-, tengo diecisiete años, soy soltera y santiaguina, y me gustan los gatos –rieron juntos y la química entre ambos fue patente y pública.
Bailaron un poco de twist en español y pop de ese tiempo. Emilio la invita a salir al patio con unas bebidas y ella accede, manteniendo alguna formalidad. No alcanzaron a charlar treinta minutos cuando Evaristo rastreando la tierna situación de los tórtolos va al tocadiscos raudamente y pone canciones de Camilo Sesto, Sandro, Roberto Carlos y otros; y el romanticismo se apoderó de la pista y Emilio rozaba los nimbos. Ningún varón le objetó la iniciativa al anfitrión que captó en el acto la misión que se le había encomendado, en código cifrado: promover el amor.
-Rebeca, ¿quieres bailar este lento conmigo? –estaba derretido como mantequilla y con una cara de baboso impresionante.
-Bueno, pero el próximo tema –con un tono de pudibundez y observación.
Ese primer tema, después de esperar un quinquenio conteniendo la respiración al fin concluyó. Entran calmosamente a la pista de baile. Él, con su mano derecha en su espalda y con la izquierda sobre la cintura, disfrutó de dos baladas mejilla con mejilla. Cuando puso su mejilla en la aromatizada de ella, quedó subyugado, y ella, algo atraída. Al rato después Rebeca mira el reloj, cual cenicienta. Entre la primera canción lenta y la segunda pasó una centuria, y entre que la conoció y la medianoche pasó un suspiro. Eso es relatividad pura, forjada por el encantamiento de una mujer, diría el genio Einstein.
-Disculpa Emilio, se acerca la medianoche y debo retirarme. Esa fue la instrucción de mi madre –lo expresa con suavidad.
-Como tú digas Rebeca. Autorízame a acompañarte –maximiza su caballerosidad.
-Bueno. Nos vamos todos juntos, con las amigas que llegué –sentencia una circunspecta Rebeca. El escolta inicial estaba arrebatado con una pelirroja y se quedó bailando lo que viniera, al pie del cañón.
Las tres horas a Emilio se le hicieron tres minutos. Caminaron las dos cuadras de la calle Roma hacia el hogar de Rebeca. Él iba muy atento a cualquier ademán o seña de ella, y concentrado como un trapecista. Adelante iban Emilio y Rebeca y atrás las dos amigas, sin intervenir, como sospechando que presenciaban un apego predestinado. En esa época los noviazgos no eran eternos generalmente y eran con pocos o con un solo varón, y las madres analizaban a cualquier aspirante a pretendiente con la mayor ecuanimidad posible, utilizando hasta ese sexto sentido femíneo. Los padres intentaban neutralizar las indecisiones y las bajas pasiones de los yernos. Se veían una pareja bonita y persuadida, desde ya.
-Emilio, está es mi casa. Nos vemos en una nueva oportunidad.
-Por favor, por favor, dame tu número telefónico –insiste con ternura.
-Bueno, aquí está –lo escribió lentamente en un papel improvisado.
Antes de darle el último beso en su suave cara, él la miró fijamente ocho segundos sin soltarle la mano. A ella no le molestó. No sabían ni aventuraban que esa noche los marcaría por toda la vida. Cupido abrió un nuevo expediente. Ella tardaría un poco más en darse cuenta de lo ocurrido. Sus dos amigas riéndose le pidieron a Rebeca que cerrara la boca, porque su admirador ya se había ido.

Febrero 1972

Rebeca era una buena católica y típicamente conservadora en su conducta y modales, como la mayoría de las señoritas de esas décadas. Su familia abrazaba los ideales del centro político, que encarnaba la Democracia Cristiana, al mando natural del estadista Eduardo Frei Montalva. Era una “revolución en libertad”, sin combatientes ni bombas molotov, con una libertad de expresión a todo evento y sin violencia revolucionaria o contrarrevolucionaria, y mirando el evangelio de Jesucristo, intentando hacer carne por esta olvidada tierra los preceptos sociales y éticos da la Palabra sagrada. Un social cristianismo sin entrenamiento guerrillero ni contrarios que deban morir o matar por sublimes razones. Por ser pacífico y viable, innegablemente el camino de la Democracia Cristiana era más lento, y más seguro e integrador, también. La “revolución en libertad” era la vía pacífica que generaría los cambios estructurales y sociales en la nación. No toleraban el materialismo ateo ni ese resentimiento del que se nutrían y fomentaban las monsergas rojas, las recomendaciones oficialistas. Don Abelardo, padre de Rebeca, ansiaba que el gobierno marxista del señor Allende terminara lo antes posible y en el año 1973 a veces ya no le importaba como, por su extremo descontento con la demagogia, las protestas, la improductividad, la ira de las barbas, el desabastecimiento, las filas largas para comprar, la inflación imparable y el despelote. El era uno de los tantos centristas que veían en el marxismo y sus matices un horror de ramificaciones impredecibles. Los marxistas leninistas ofendían a la santa y Madre Iglesia y a la democracia con pasmosa facilidad. Dado los fogosos y agresivos discursos de los socialistas con lemas temerarios y punzantes como el mítico “avanzar sin transar”, todos se ponían neurasténicos. No había que ser profeta para adivinar que en algún momento los revolucionarios o los contrarrevolucionarios empezarían a disparar al que consideraban su tenaz enemigo. La sangre estaba caliente y varios tenían silenciosamente el dedo en el gatillo. Además el presidente Allende no se sometía a los dictámenes de la Contraloría General de la República o a otras normativas constitucionales o legales, precisamente porque era un marxista que pretendía transformarlo todo. Los rebeldes jamás han sido sumisos con los modelos establecidos. La Contraloría lo declaró un gobierno ilícito, en algún momento. Allende decía “yo no soy presidente de todos los chilenos” “utilizaremos primero la ley y después la violencia revolucionaria” y otras expresiones igualmente sinceras y alarmantes. La Policía de Investigaciones era dirigida por la izquierda y la carestía de alimentos y productos básicos se apoderaban del país, poco a poco. La derecha política y económica buscaba la forma de reventar al presidente constitucional. Cualquier senda servía. El derecho a la propiedad era cuestionado cada cinco minutos. Un Comandante de la revolución sureño daba a entender con claridad que tenían que morir un millón de chilenos para que el Estado Revolucionario se instaure como es debido, según los principios guerrilleros ortodoxos. Este intrépido Comandante Pepe no fue castigado ni nada parecido por el Ministro del Interior José Toha. Claro, algunos duros del MIR pensaban que asesinar a un millón de chilenos era exagerado. La izquierda más radical se armaba, pero no se entrenaba adecuadamente a los soldados revolucionarios. Al final, fue un error táctico y fatal, que quedó demostrado con el golpe de Estado. Don Abelardo quería que Allende se fuera, y ya. Independiente del quehacer ideológico, los jóvenes vivían parte de su vida personal con cierta normalidad, tratando de disfrutarla. El romanticismo del adolescente es inmortal. Previo contacto telefónico y tras algunas insistencias, Rebeca acepta ese sábado salir con Emilio al parque existente entre el Metro “Las Rejas” y el de “Pajaritos”. Él se presentó puntual a las seis de la tarde, fragante, afeitado y con un pelo con una chasquilla corta y algo ordenado. Ella con su falda, zapatos con un pequeño taco y una cruz diminuta que jamás se despegaba de su cuello. Le acepta con un guiño púdico el bombón que él le obsequia y lo comparte con él mismo una hora más tarde. Las diferencias políticas se han esclarecido y no preponderarán. A ella personalmente no le molesta el pensamiento de su pretendiente porque su comportamiento es sin faltas. Don Abelardo sí se incomoda con la ideología del enamorado de su hija. Emilio, respeta la opinión de sus suegros expeditamente. Rebeca no transa con los principios católicos que intenta cumplir con honestidad y conversa con sus padres, don Abelardo García y Eva Garrido.
-Rebeca, tú sabes que somos católicos bautizados y que no comulgamos con el pensamiento rebelde de tu pretendiente. Que no pretenda enrolarte en su materialismo alienante. No quiero a una hija que vomite odio hasta por los ojos. El resentimiento sempiterno no es un elemento de nuestra fe. El papa Juan XXIII, en una decisión iluminada, excomulgó al dictador e irreverente Fidel Castro. Los guerrilleros locales son de pacotilla, unas cabezas ardientes, y no van hacia ninguna parte. El contestatario criollo siempre ha sido asustadizo. Esta cobardía tal vez evite un mal mayor –señala con firmeza don Abelardo.
-Hija, tú crees en Jesús, María y en los santos. Que no intente mofarse de nuestra antiquísima y sagrada confesión de fe. Eso es inexcusable –sentenció Eva, todavía con más firmeza, por los eventuales desvaríos.
-Mamá, mamá, no te preocupes. Emilio tiene absoluta claridad de mi credo y conducta y me ha respetado en todo. Es más, está dispuesto a acompañarme a misa de vez en cuando. Él quiere titularse de profesor de matemáticas y le queda poco. Casi no hablamos de política. Si hasta me ha dicho que ha soñado –le brillan los ojos- que se casa conmigo en nuestra cristiana parroquia –dijo Rebeca, prendada.
-Eso de que ha soñado que se casa contigo por la Santa Iglesia me gustó. Es esperanzador –dijo la pechoña Eva, más aliviada.
En las primeras oportunidades pasearon como amigos. En la cuarta salida el atontado Emilio iba más decidido. Él era de izquierda y ella del centro. Ella era militante de la Santa Iglesia y él un incrédulo, a lo más un agnóstico.
-Rebeca, ¿me has observado bien? Simplemente me estoy enamorando de ti ¿Me aceptarías un beso? Muero por eso. Eres linda y estás en mi cabeza en todas mis respiraciones, que tartamudean por ti.
-Eres mi amigo y nada más –lo señala flirteándole.
-No te entiendo –Emilio en la política y en el amor es algo cándido.
-Cómo voy a besarte si no hay ningún compromiso.
-Voy comprendiendo ¿Quieres pololear conmigo? –se apresura un poco.
-Emilio, ¿me pides pololeo sólo para besarme? Déjame pensarlo un par de semanas, al menos.
-Rebeca, por favor, ¿qué juego es éste? Me tramitas como los burócratas.
-Mira Emilio, hemos conversado de todo y ya sabes bien mi tradicionalista forma de pensar. Antes de contestarte te cuento que elaboré tres preguntas, con la asesoría de mi madre, que sin mofarte responderás. De lo contrario continuamos siendo amigos. Y si eso te calma, llámame beata o cínica o como quieras.
-Rebequita, encantado responderé todos tus cuestionarios, con o sin alternativas. No eres mojigata. Tu familia es católica tradicionalista, devota del extraordinario sacerdote Alberto Hurtado e intenta vivir según sus creencias, eso es todo. Yo soy un humanista pluralista. Y si digo amarte y no respeto tu proceder y breviarios, sería una farsante y se me caería el discurso.
-Perfecto. Aquí voy mi admirador: ¿Te vas a sobrepasar conmigo? –se pone seria.
-No, Rebequita, no me sobrepasaré –lo señala melancólico.
-¿Te casarás conmigo cuando te titules de profesor?
-Sí, cuando me titule me casaré contigo en la parroquia de Las Rejas, como te lo he insinuado varias veces, sin coartadas –la mira a los ojos.
-¿Me acompañarás a misa de vez en cuando?
-Sí, de vez en cuando te acompañaré. No soy un intolerante. Tú sabes que lo único que me irrita es el fascismo, el imperialismo yanqui, la explotación de los obreros. Tus sinceras creencias en ese maravillo ser llamado Jesús de Nazaret son hermosas. No hay atados, menos con el cristianismo social.
-Emilio, entonces acepto ser tu polola, tu prometida y futura cónyuge.
Como en cualquier historia de amor, este primer beso fue mágico y perenne y pareció que los pajarillos coreaban ordenadamente la melodía del vals de los novios. Comenzó un pololeo y noviazgo más que nada de fin de semana, con osos de peluches, flores y chocolates, de bajo precio. Esa era la costumbre de la época, que no se ha perdido del todo. Todo a un costo conveniente porque no podía financiar un cortejo como corresponde, por lo pobre que era. De lunes a viernes ambos eran estudiantes y se veían poco los días hábiles. Emilio conoció más a sus futuros suegros, tomaba once en su casa, la llevaba al cine, al centro de la capital. Era precavido. No aguantaría que la agitación política de esos días la rozara, la irritara. Los comentarios sobre la contingencia eran los mínimos. La familia de Rebeca en la misa rezaba por el pronto y pacífico fin del gobierno de Allende, cada vez con más fuerza. Emilio, sin ser miembro de ninguna organización, se pegaba avivadamente a cualquier movilización o reivindicación de la izquierda criolla. Y concretado el golpe de la Junta Militar terminó su relación con Rebeca en lo formal, por seguridad. Se escondió como si viviera en un submarino, y estaba recién titulado. El 12 de septiembre de 1973 Chile inicia una ruta distinta a todo lo craneado alguna vez. En el aspecto económico la Junta Militar lo reformaría casi todo, beatificando el capitalismo salvaje, la antípoda del Congreso de Chillán. Cuando el general Augusto Pinochet le entregó la banda presidencial al presidente electo y democratacristiano don Patricio Aylwin el 11 de marzo de 1990, la macroeconomía chilena era excelente, ordenada y con proyecciones. Los números económicos grandes funcionaban bien. Chile en esta específica área era un león en América latina. Nadie quería reconocerlo públicamente. También el Gobierno Militar les traspasaría toneladas de pobreza, animadversión, desigualdades y un país dividido, malogrado, dolido y polarizado. El experimentado Aylwin, que era como un padre respetado por todos, enfrentó sabiamente los distintos desafíos y sentó las bases para una agenda social más vigorosa, con una política fiscal. Al menos eso pensaron muchos. Aylwin manejó su gobierno con asombrosa prudencia. Jamás tomaba decisiones que pudieran deteriorar lo avanzado, la democracia. Caminó por la cuerda floja con maestría, con un puntilloso y antojadizo Pinochet, que a pocas cuadras de La Moneda ejercía sus funciones de Comandante en Jefe del Ejército. Los dictadores, sin importar sus dogmas políticos o religiosos, siempre son una espina en el alma.

Febrero 1974

Antes de partir al extranjero, se reuniría con Rebeca por última vez en su casa, de noche. La Junta Militar presidida sin rotaciones por el general del Ejército afianzaba su poder total y endurecía su mano cuando lo estimaba conveniente sin vacilaciones o disyuntivas morales. Rebeca se convenció totalmente de que a Emilio no lo volvería a ver otra vez, en una actitud entre pesimista y realista. La existencia de muchos compatriotas se fracturaba, se rompía en mil pedazos. El Emilio que se iba en cierta forma moría. Ambos también agonizaban por amor. Experimentaban en la carne la pena. Lo de ellos no era una despedida, era un funeral, o por lo menos reunía todas las condiciones de uno. Dado los acontecimientos políticos y las rigurosas características de la guerra fría Rebeca se persuadió que esa noche sería su última oportunidad de ver en vivo y en directo los ojos marrones de un Emilio que con el alba cruzaría la cordillera hacia Argentina con destino al edén latinoamericano de los revolucionarios de una pieza, de los virtuosos. Junto a un café cargado ella contemplaba a su amado ángel rojo y él a su princesa azul desfigurada por la contingencia. Ella advierte que él se le va, que ya es como un fantasma que rondará alrededor de su corazón sin sentirlo más, sin poder tocarlo. Todo es una ópera griega. Las más sublimes promesas de amor se cubrirán de espinas y melancolías. Camilo Sesto, Lucho Gatica, Nino Bravo, Leo Dan, Los Panchos, Javier Solís, Sandro, Los Ángeles Negros y otros acompañan desde la radio el réquiem de un fogoso último beso inviolable, que comienza con sutiles lágrimas de una dama que se quedará absolutamente sola en un escenario que en parte comprende, dada su sagacidad y visión, que era rara en las jóvenes setenteras locales, porque el país era muy machista. Era inteligente y no le encontraba salida a un laberinto erigido por las utopías e ingenuidades de él. Según don Abelardo, la separación era natural ya que sus mentes habitaban en sistemas solares distintos u opuestos. Para él los paraísos eran Cuba y Europa del este, para ella el cielo venía después de una breve y sufrida estadía en el purgatorio y el camino político lo definían Frei, Maritain, algunas encíclicas papales, ciertas homilías y otros. Él pensaba que el Vaticano era una empresa multinacional de orientación capitalista y fascista y ella creía que ahí residía el vicario de Cristo. Él aseguraba que las congregaciones católicas eran sociedades de inversiones y ella que eran ovejas del mismo rebaño con el papa como el supremo pastor. Él predicaba que Fidel Castro era el líder natural de América y el premier en una democracia popular y ella pensaba que era un tirano más, un jactancioso rojo, influenciada por don Abelardo. Muchos cristianos y sensatos no pueden creer que existan seres humanos que piensen que el dictador Fidel Castro no atropella los derechos humanos. Así y todo ellos se amaban y se respetaban. Era como si la política y le religión no incidieran en la relación sentimental propiamente tal. Ellos se miraban y se besaban y el planeta dejaba de girar y todo lo demás se congelaba. En todo caso en Santiago la boda entre un izquierdista comprometido y una dama católica no era ninguna novedad. Era un plato repetido. El amor todo lo supera, mas hay circunstancias inesperadas o agresivas que no logra soslayar y siempre existe la posibilidad de que dos corazones firmemente fusionados terminen contando una historia trágica e inquebrantable.
-Rebeca, como te lo señalara anteriormente, debo irme, fugarme. Nunca fui militante de la Unidad Popular, más sé que estoy relativamente identificado, sobre todo en la universidad, y si el servicio secreto del régimen de facto me arresta soy hombre muerto o torturado, arriesgando así la integridad física de mis familiares y la tuya. Algunos de los compañeros se quedaron en la clandestinidad intentando dar una pelea simbólica y esperando nuevos aires, otro tablado.
-Emilio, estoy obligada a aceptar tu ineludible decisión y los insomnios. Le he rezado a Dios, a la Virgen de Andacollo, al padre Alberto Hurtado y a los santos ángeles para que te protejan. Que te vaya bien en tu nueva vida porque sospecho que desde mañana serás un ser invisible en esta ciudad. Por mi falta de fe veo todo gris. Me cuesta digerir lo que sucede. Esto es un melodrama.
-Todo es muy lóbrego. Tú eres una cristiana noble y una excelente mujer. Ya luego encontrarás un hombre que te merezca, que se case contigo. No te acerques a los teorizantes y quijotes, por favor.
-¡No digas eso! Mira que es bastante punzante verte partir y ganas de pensar en hombres no está en mi futuro, y menos contigo viviendo en el continente.
-No te adoses a idealistas. Las utopías como las mías sólo existen en la sinrazón. No son posibles y causan heridas y sangre. Ver morir a camaradas revolucionarios y amigos es una debacle. Vas a ser una excelente madre y esposa. Fuimos unos ilusos, por decirlo suavemente.
-Emilio, ¿existiría una remota posibilidad de que regreses pronto? A veces los milagros existen. Lo ético entonces sería esperarte, con mi vestido de novia en el armario ¿Qué piensas al respecto? Dame una esperanza.
-Rebequita, estas tiranías militares de perfil fascista duran mucho tiempo y son tercas. Basta mirar la España de Franco y el Paraguay de Stroessner. Tal vez jamás regrese a Chile, sería riesgoso, y tú mereces ser feliz. Espero estar vivo y sano para ese día en que mi patria se haya normalizado totalmente, con un régimen democrático y popular que a todos nos dé garantías. Me voy a mi lisonjeada Cuba. Oye –algo enfadada-, el gobierno de tu presidente Allende fue agresivo y no me digas que los revolucionarios y marxistas que componían el gabinete eran palomas blancas. Mi padre y muchos democratacristianos querían que este terrible gobierno popular o progresista o como quieras llamarle terminara luego, a como dé lugar. Esa es la verdad, la verdad de los otros, la de esos otros que piensan que Fidel es un genocida blindado por la sublime ingenuidad e idiotez de los revolucionarios, y por la terquedad y gilipollez de esos odiosos incondicionales. Algunos ministros y militantes socialistas con sus discursos violentos y radicalizados querían incinerar todo el país. Ahora todos ellos son víctimas del terror militar y de lo que sembraron. Sólo les queda un tsunami de lamentaciones imperecederas. Detesto a Allende y a Pinochet porque te voy a perder, porque ya no te veré.
-Sí, cometimos muchos errores inconcebibles. A Allende lo dejamos solo, no fuimos lo suficientemente leales con él, perdimos la disciplina política y la unidad, la agenda se dispersó, nos afiebramos con una causa que pensábamos que era lo equivalente a una revelación divina. No supimos dialogar a tiempo, ceder. Algunos se adueñaron de la verdad y efectivamente otros allendistas pretendían inundar de gasolina la patria entera. Creo que la historia grande analizará con la mar en calma todo lo que se plantó y se cosechó aquí, partiendo desde la convulsionada década de los sesenta, a lo menos. Esta era la primera y única vez en que un marxista era elegido presidente mediante el voto popular en el mundo. Lo sucedido fue novedoso, una locura, un infierno. Tristemente no fuimos comprometidos ni garantes. Sólo Allende y unos pocos fueron consecuentes hasta el horrible final. Si piensas que soy un temeroso, lo consentiré.
-Emilito - le toma la mano-, no nos martiricemos más, el telón ya cayó. Tú actuaste correctamente, según los dictados de tu conciencia y de tu ideología, y eso lo respeto aunque discrepe y me enfade a veces. Yo también peleo por ser consecuente con mis principios, que son los de la Madre Iglesia.
-Si la mitad de nosotros hubiese sido valiente y consecuente como lo fue el héroe Salvador Allende, todo habría sido distinto. Insisto, nuestro presidente constitucional se quedó solo como un perro, disparó su metralleta solo en La Moneda. Falleció solo. Sus seguidores resultaron ser un batallón de farsantes con metralletas de engrudo. Tal vez desde el exilio se puedan retomar algunos sueños.
-Emilio, tu generación ya cumplió su misión. Este capítulo se terminó abrupta y definitivamente. Vendrán otros a continuar la lucha por una sociedad más justa utilizando una vía pacífica efectivamente viable. Basta ya. Y entre esos otros hay cristianos muy comprometidos socialmente.
-Rebeca, además eres políticamente inteligente, aunque diverjamos.
-Chile fue y es un país sobrecargado ideológicamente, monopolizado. Algo se aprende, si es que uno escucha la radio pertinente, que siempre estuvo altamente politizada. La época lo demandaba -esboza una sonrisa.
-Rebeca, gracias por ser mi polola, por quererme. Yo no soy digno de ti.
-Emilio, gracias por respetarme a mí y a mi fe. Pocos varones son caballerosos como tú. Mi rebelde muchacho, te mereces lo mejor.
-Rebequita linda, que ese Dios tuyo, que es misericordioso, te cuide.
-Amén. No dejaré de rezar.
Y en la puerta de la reja de la casa se dieron ese extenso y letal último beso y abrazo, con las esperanzas escarchadas o desmanteladas. El problema era que ella amaba mucho a Emilio y éste, partía a la Nueva Jerusalén de los revolucionarios de habla hispana. Ambos dormían en el cementerio del amor, y los prodigios escasean, sobre todo cuando el odio y la ojeriza son el epicentro de la patria.

Julio 1975

Emilio ya instalado en La Habana como profesor de matemáticas reside en un diminuto y humilde departamento con Dalia, una cariñosa morena que es madre soltera y a la que conoció tres meses atrás en la plaza de la revolución. Dalia, es una oficinista muy culta en filosofía y en historia, como muchos cubanos. Ella le declaró desde un principio que era una revolucionaria de tomo y lomo, a prueba de balas y de cohetes imperialistas.
-Dalia, realmente eres una socialista genuina. Si en Chile las compañeras y compañeros hubiésemos sido como tú, nuestro destino habría sido muy diferente y hoy tendríamos a un Salvador Allende victorioso gobernando, con un gorro del Che.
-Mira papi, lo que faltó en Chile es un Fidel, un Camilo, hombres decididos a todo desde un principio, desde el primer día. Dime, ¿cómo vas a instalar pacíficamente el socialismo marxista en Santiago de Chile con una metralleta de la CIA apuntándote en la cabeza todo el día? ¿qué ingenuidad es esa? ¿qué locura es esa? Aquí y en todos lados las revoluciones se han ganado a balazos, con columnas de hombres armados y entrenados decididos a entregar hasta la última gota de sangre en el combate en contra de los soldados o títeres del imperialismo norteamericano, de los explotadores. Y lo más importante, claro está, es la absoluta convicción de que la causa socialista es sublime. La conciencia revolucionaria se crea todos los días. La única forma de quitarle la banca a un banquero es matándolo. Estos abusadores y ladrones de cuello y corbata contratan matones o incentivan a los ejércitos regulares, sin indecisiones, en nombre de una libertad burguesa, construida filosóficamente por ellos mismos, que no beneficia a las grandes mayorías. Ese truco sucio de los poderosos aquí no funciona. La banca privada es un crimen y la usura en la democracia burguesa reina sin contrapesos.
-En mi país no fuimos capaces de disparar o de iniciarle una guerra a Pinochet, no teníamos una genuina o potente conciencia revolucionaria. Queríamos instalar el Estado Revolucionario escoltados por palomas blancas, sin matanzas. No sé si fuimos cobardes o imbéciles, tal vez las dos. Las acciones del izquierdista chileno nunca fueron coherentes con los sólidos discursos de los ardientes líderes, que al primer fogonazo se convirtieron en timoratos y fondistas. Todos huyeron, como si se hubieran puesto de acuerdo. Todo era blablablá.
-Mira papi, la lucha continúa. El bloqueo nos tiene pobres y con muchas carencias, pero no derrotados. Somos ese trigo soplado por el viento que nunca es desarraigado. El pueblo cubano es digno y el bloqueo y las saetas de la CIA o del imperialismo norteamericano no nos van a encorvar. Cada día que pasa es una escaramuza. La isla resistirá todos los embates de ese drácula o enemigo que no tolera que no nos dobleguemos ante la banca y los consorcios internacionales, ante las mafias. A los yanquis les molesta que seamos realmente libres, por eso nos fastidian. La escasez de provisiones es un componente más en esta lucha eterna por la justicia social, es una trinchera. No nos rendiremos.
-Cuando vuelva a Chile me gustaría colaborar y trabajar en una patria libre como Cuba, que es el paradigma.
-Muchacho, tú quieres volver por el socialismo genuino o porque una chilena te robó el corazón en tus años mozos. Disimulas mal. Cualquier mujer se daría cuenta de que tus sentimientos están lejos de aquí. Yo no me engaño ni en la filosofía ni en el amor.
-Dalia, no lo plantees así, por favor.
Y si bien Emilio ya no estaba muy persuadido con el edén cubano, cuidaba sus palabras frente a la tenaz Dalia por razones obvias. Nadie en Cuba dice lo que realmente piensa, ni Fidel. De todas formas respetaba su coherencia y se deleitaba con su fogosidad al desnudo. Ella fue apasionada y fiel con él, efusiva. Intentaba cumplir con todos los caprichos sensuales de su muchacho y lo ayudaba y lo respaldaba en todo. Dalia era una mujer asombrosa, cabal. Emilio nunca quiso casarse con Dalia porque la mayor parte de su ser residía en Lo Prado. Dalia sufrió y lo asumió. Ella captó que enamorarse de un chileno que no vivía nunca en tierra firme fue un error que le rompió el corazón, mas lo soportó con la entereza de la dama valerosa e íntegra que era, aunque lloró varios meses la partida del chileno.

Abril 1976

Esa parte de 1974 que quedaba y todo el año 1975 Rebeca lloró y rezó por Emilio. Hacía penitencias por su desdicha, por su mal. Se aferró como nunca a su fe católica, al santo de los imposibles, con fotografías, poemas y recuerdos de su amado. Le rogaba al Cristo del templo que se lo devolviera. Hacía promesas de todo tipo. Lo que le pedía al cielo era volver a besar a su ángel rojo, que tal vez tan rojo ya no era. Lo moralmente piadoso era esperar a ese amor imposible al cual le entregó todas las proposiciones que poblaban su corazón. De su novio revolucionario recibió un anillo de compromiso, una fecha de boda, tolerancia y admiración. Por la dignidad de Latinoamérica y los derechos humanos Emilio decidió habitar en Cuba y soportar las impresionantes penurias de la isla, que inspiran las interminables burlas de la centroderecha, de los vasallos de la Casablanca. Rebeca trabaja en la relojería, comulga cada domingo y se deprime agudamente. Va a cumplir veintiún años y se está aburriendo de espantar a los partidarios que se le acercan, con diferentes motivaciones. Tiene miedo a que se le vaya el tren. No va a aceptar voluntariamente el castigo de ser una solterona sempiterna y aparece una vez más en la relojería “Al minuto” del Paseo Ahumada con un ramo de rosas rojas y perfumado su seguidor más perseverante al cual le acepta esta vez que la acompañe a su casa en metro, una vez concluida la jornada. Rebeca rechazó subirse al automóvil de Alexis Durán, quien fue puntual al ir a buscarla y al principio fue muy respetuoso con ella. Alexis, un vendedor innato de veintinueve años era un solterón exitoso con las damas y en su bello automóvil vendía o distribuía chocolates, leche, vestuario o lo que fuera. Por su garbo y encanto, su talonario y catálogo de ventas eran exitosos. Viajaba mucho a Viña del Mar, a La Serena, a Rancagua y a cien poblados y ciudades más, incluyendo a la bellísima Arica, la puerta norte de Chile, la ciudad de la eterna primavera. Vio en Rebeca una mujer decente, leal y buena católica. Algo cansado del trasnoche y de las damas frívolas, comprendió que Rebeca debía ser su esposa. Ella era la candidata típica a esposa perfecta. Era una carta segura. Así podría trabajar y viajar tranquilo, con una mujer fiel y buena madre de los hijos que vendrían. Después de conversar muchos detalles varias veces, y de salir a pasear durante algunas semanas, Duran vuelve a la carga, con toda su artillería.
-Rebeca, eres una joven hermosa y buena cristiana. Créeme, no hay otra como tú. Eres femenina y dulce en todos lados. Te repito la misma pregunta: ¿te quieres casar conmigo? –lo expresa un inspirado Alexis.
-Tal vez no has insistido lo suficiente con tu petición. No me dijiste que te morías de amor por mí –contesta una mimada Rebeca.
-Comprendí la indirecta. Rebeca, te amo de tal manera que estoy dispuesto a rogarte todas las veces que sea necesario. Te suplico de rodillas –y su puso de rodillas- que concedas el más profundo anhelo de mi corazón. ¿Te quieres casar conmigo? Dime que sí, por favor.
-¿A la brevedad? -se pone algo quisquillosa.
-Acataré cualquier fecha que me propongas –lo dice seriamente.
-Bueno Alexis, acepto casarme contigo. Me convenciste.
-Gracias Rebeca. Te amo, te amo, te amo.
Él le dio un beso anchuroso e inquieto por mientras la adulaba de todas las formas posibles. Encontrar a otra como Rebeca era buscar una aguja en un pajar.
-Alexis, como te lo explicara anteriormente, sólo nos casaremos en el Registro Civil. Y cuando esté muy segura de tu amor eterno, nos casaremos en mi parroquia. Espero que no te moleste postergar el sacramento del matrimonio de la Madre Iglesia, que en mi credo es determinante.
-No, no me molesta. Estoy aquí subordinado a tus caprichos. Entonces haré los méritos que sean del caso y cuando tú lo determines, nos casamos en el templo de Las Rejas –a Alexis le importaba un comino la Santa Sede y ese Príncipe de los apóstoles que residía en un pesebre de oro puro forrado de dólares y encubrimientos.
Después de unos meses de noviazgo en el que él derrochó magia y una verborrea tamizada, Alexis Duran y Rebeca García se casaron en el Servicio del Registro Civil de Lo Prado el 24 septiembre del año 1976, día de Nuestra Señora de la Merced. Él le prometió de todo en los interrogatorios de la desposada. Se fueron a vivir a la única casa que tenía el triunfante vendedor en la comuna de Maipú. Alexis intentó acostarse con su novia Rebeca varias veces, mas sólo logró agarrarle el trasero en una oportunidad, por un par de segundos y con un regaño montaraz. Su madre Eva se indignó con Rebeca por soslayar el pío sacramento del matrimonio de la Santa Iglesia. Una hija excomulgada no era un halago. A Alexis le daba lo mismo y don Abelardo no refunfuñó demasiado. Su hija era una mujer casada y con eso se
evitan los chismorreos duros, aunque los que no se casaban delante de un sacerdote eran de una categoría inferior. Es que Rebeca veía en su reciente marido a un vividor en retirada al que debía domar primero, un viajero atrayente, así que tomó la inusitada y maliciosa decisión de tomar pastillas anticonceptivas desde el principio. En el año 1976 los siempre solteros obispos guiaban las conciencias de las casadas. Si el párroco de Las Rejas se enteraba de semejante anomalía, la expulsaba del reino de Dios de un palmazo, y ya no se sentaría en las primeras bancas de la beata parroquia tan fácilmente. Rebeca García, en una actitud de madurez admirable y circunspección, decidió que sólo tendría hijos y que se casaría en el templo de Las Rejas con Alexis cuando estuviese segura de que su marido le iba a durar una vida entera. Siempre fue avispada. La señora Eva le recriminó la ingesta de las malévolas pastillas anticonceptivas y le recordó la invariable e infalible opinión del primado de Italia. Las habladurías feroces de las pechoñas son ineludibles. No llevaban ni dos meses de casado y Alexis ya parrandeaba moderadamente o se extraviaba por días, por razones de trabajo, que era la excusa perfecta e inigualable. Y a pesar de golpear la puerta de su casa bien bañado, igual Rebeca le sentía olores y actitudes extrañas. Ella iba de la relojería a su casa de Maipú, como la esposa piadosa que era, con un hundimiento emocional que iba y venía. Estaba casada y se sentía sola. Ella esforzándose por amar más y embelesar a su marido, éste le respondía con ausencias y con unas justificaciones tan ingeniosas que en un principio fue digno del beneficio de la duda, hasta que Alexis mostró un lado oscuro que había cubierto relativamente bien. Un fin de mes llegó otra vez casi sin sueldo a su hogar porque lo había perdido casi todo apostando a los caballos. Alexis era burrero. El club hípico era su tabernáculo sagrado. Con lágrimas en los ojos Rebeca le reprochó su irresponsabilidad moral y financiera. Alexis, con unas piscolas en el cuerpo la insultó porque no lo dejaba vivir en paz, porque no comprendía adecuadamente su debilidad que el decía que era una enfermedad. Es que Alexis tampoco quería ayuda profesional y menos acercarse a un presbítero. No pretendía sanarse y la augusta capilla le era una zarzamora. La sensata Rebeca analizó su patético escenario desde todos los perfiles posibles y no veía ni futuro ni salida. Era lúcida. Las mujeres agradecen a Dios por los hijos, ella alababa al inventor de las pastillas anticonceptivas, su Santa Sede no. Un hijo con el burrero sería una cadena perpetua efectiva, un sambenito. Alexis, que era sociable y canchero, tampoco colaboraba en los quehaceres del hogar y ambos trabajaban, y contratar una nana era suspender la austeridad, que al final de nada servía con un apostador riguroso de pareja. En una noche de sábado cualquiera de septiembre de 1978 Alexis es dejado por sus amigos apostadores en la puerta de su casa en calidad de bulto. Era tal la ebriedad de su cónyuge que le solicito ayuda a sus amigotes de juerga para recostarlo en el lecho nupcial. Ella cansada de él, hizo sus maletas con calma y tiempo, y sin ira, escribiéndole una escueta carta de despedida que decía: “Alexis, este es el final de nuestro nauseabundo matrimonio. Eres bebedor, despilfarrador, apostador, vicioso, flojo en la casa, mentiroso, infiel y desconsiderado. No me busques más, yo ya no existo. Con tu próxima esposa por lo menos se cariñoso, por favor. No me pongas dificultades con el divorcio a la chilena”. A la mañana siguiente tomó sus pocas pertenencias, llamó a un taxi y partió a la casa de unos padres que comprendieron todo de inmediato. No había boleto de regreso. Alexis no se enteró de lo ocurrido inmediatamente y fue a la casa de Rebeca varias veces a intentar recomponer su machacada historia marital. Don Abelardo fue tan agresivo con él en la última visita, con un fierro en la mano, que no necesitó amenazarlo más, después de romperle un foco. Alexis desapareció definitivamente de la vida de Rebeca y de los García, en su movedizo coche de vendedor y cazador. Alexis supuso tontamente que Rebeca iba a ser una esposa mártir más, que lo iba a soportar toda la vida con un rosario en la mano, porque una católica, apostólica y romana, no cree en el divorcio. La despierta Rebeca fue al confesionario por unos pensamientos que consideraba sucios, licenciosos. Resulta que estando casada o mal casada mejor dicho, soñaba que se casaba de blanco en la iglesia con Emilio y que se iba con él de luna de miel a Viña del Mar y que por supuesto, intimaba ardientemente con él. Si bien ella había sido una esposa incólume de Alexis e intentó de corazón amarlo y salvar su fatídico matrimonio, se sentía pecadora, sobre todo porque los sueños eran tan reiterados, como el paso con el que se hundía su casorio. Emilio era un fantasma de carne y hueso, casi de cuerpo presente. Tantas noches románticas a la luz de la luna con un hombre invisible que no era su marido requería el perdón del párroco a la brevedad. Del sacerdote recibió la absolución, hizo algunos actos de penitencia como rezar diez avemarías y diez padrenuestros por tres meses continuados. Ella cumplió a cabalidad lo ordenado por el párroco y le agregó un mes más de rezos y algunas buenas obras como comprarle leche por dos meses a la hija de una vecina pobre. Sentía su alma más blanca y la almohada le comunicaba que el vestido blanco sólo podía ser de un Emilio, que ya no existía, que ya no volvería. El destino se reía de ella. Así que siguió laborando en la relojería, en paz, y vivía con sus cariñosos padres, asumiendo lo lúgubre que Cupido había sido con ella, resignándose, atada al rosario de su madre. La fatalidad era un componente de la existencia humana y había que asumirlo, desde el misterio de la fe. Nada sucede por casualidad y Rebeca presentía que Dios sí la amaba, a pesar de todo, y eso la calmaba un poco, sólo un poco, en una fe en el Padre que no sucumbía. Gloria a la Santísima Trinidad.

Octubre 1981

Desde su segundo piso de La Ventajosa Lenin se da cuenta una vez más que ingresa a su local con su madre una joven hermosa, de aspecto sencillo y puritano, con una pequeña Biblia en la mano. La mayoría de las veces se despide de Israel, su hermano en la fe protestante, con un beso en la mejilla. Israel es un empleado que trabaja en el supermercado desde el primer día. Hombre de total confianza de don Lenin, brazo derecho. Intrigado, buscaría cualquier forma de contactarse con esa clienta que lo hechizó y que era bellísima. Llama a Israel a la oficina y se lanza al agua de una piscina que no conoce.
-Israel, ¿quién es esa guapa señorita que saludas y que viene seguido a comprarnos, sola o con su madre?
-Patrón, se llama Sara Esther. Somos evangélicos del templo de esta jurisdicción. Ahí nos vemos los domingos, y dos veces en el año en la catedral Metodista Pentecostal de Jotabeche, cerca de la Estación Central.
-¿Crees que podrías presentármela?
-No lo sé. Ella es ultraconservadora y no sale nunca. Es auxiliar de párvulos y trabaja en un jardín infantil. Vive con su abuela nani y con su mamá Adela, que trabaja de cocinera en un restaurante. Y tiene un defecto.
-¿Cuál? –sospecha que hay piedras en el camino.
-Don Lenin, seré directo. Le he visto varias fotografías del presidente Allende y su familia simpatiza en algún grado con el general Pinochet.
-Pero, ¿por qué? ¿Cómo puede ocurrir eso? –consulta intrigado.
-Porque el general participó del primer te deum evangélico en su calidad de Jefe de Estado, y eso no se olvida tan fácilmente. Además, Pinochet ha recibido con amabilidad a los evangélicos en la casa de gobierno formalmente, por primera vez. Los evangélicos ya no somos parias. No las acuse de fascistas. A Sara ni le interesa la política. Los democráticos y tolerantes gobiernos anteriores nunca hicieron aquello, es más, ni los candidatos a regidores saludaban a la comunidad protestante. A Sara no le interesa la política, a mí tampoco. Se dedica más a leer el Nuevo Testamento, a trabajar y a orar por un esposo, como es la costumbre de las jóvenes cristianas de las parroquias reformadas –le responde su brazo derecho.
Efectivamente, en septiembre de 1975 el general Augusto Pinochet Ugarte en su calidad de Jefe de Estado acepta participar en el primer Te Deum evangélico de la historia de Chile en la catedral Metodista Pentecostal ubicada en la calle Alameda con Jotabeche, en celebración de las Fiestas Patrias. Sin pretenderse, se enterró una semilla de tolerancia religiosa que traería en muchos años después la hermosa ley de cultos, que firmó el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, sin complejos ni irresoluciones. Este presidente democratacristiano era particularmente amistoso con las otras confesiones religiosas. Ahora todos los credos son iguales ante la ley. Chile, gracias a Dios, sí, gracias a Dios, ya no es un país confesional o déspota, como lo es vergonzosamente Argentina también, por ejemplo, que en su artículo dos de la constitución reza: “El gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”.
Los bonaerenses no vomitan de vergüenza por esto, y eso que no se caracterizan por ser pávidos. Los protestantes, ortodoxos, judíos, musulmanes, chamanes, budistas, hinduistas, ateos, agnósticos y otros, ya no son de segunda categoría, acá. Chile sí ha salido de la Edad Media al fin, marchando por las plazas y calles en paz, orando y pugnando. Esta digna ley de cultos va a contagiar a la tullida América latina tarde o temprano, que todavía utiliza crucifijos o imágenes sacras o paganas, dependiendo de quien sea el observador, en los tribunales de justicia y otros organismos públicos, acercándola así unos gramos al mundo moderno. Los únicos que nausean fuego con lava son los integristas católicos que piensan que esa multinacional financiera y pervertida llamada Santa Sede es la única casa de Dios. Jesús de Nazaret dijo: “mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Todo calza, en la Santa Sede no se dedican sólo a orar y con el lavado de dinero, los banqueros de Dios, el encubrimiento de la pederastia y la inmoral autopsia al envenenado Juan Pablo I y otras, la honestidad les es un bien escaso. Muchos de estos protestantes amistarían por mucho tiempo con el Comandante en Jefe del Ejército, con disímiles matices, entre ellos la familia de Sara Esther, que nunca fue ideologizada. El hecho de verla sola o acompañada en el local se repite sin excepciones todas las semanas y en cada oportunidad le gusta más. Alucina con ella, babosea, ya que siempre se acicala y brilla. Un día de noviembre, producto de la desesperación ocurre algo distinto. Al ver que Sara ya había terminado de comprar, se acerca a la caja, al lado de Israel –situación algo convenida- y al despedirse de Israel, tiene la oportunidad de saludarla, cometiendo su primer traspié, de menor cuantía, con ella, producto del nerviosismo.
-Adiós Israel –dice Sara con distinción.
-Chao Sara Esther –replica Israel.
-Buenas tardes señor –Sara le dice a Lenin.
-Hasta luego señorita. Déjeme decirle que usted se ve muy guapa, una vez más –dice un denodado Lenin.
Sara Esther se dio vuelta y lo fulminó con los ojos, sin malos modales ni arrogancia. Le desagradó la actitud baladí del empresario. Ella no iba a permitir que un desconocido la adulara de esa forma. Lenin no entendía nada y dialoga con Israel.
-¿Qué hice Israel? –pregunta un ignorante y despistado Lenin.
-Don Lenin, le comuniqué con señales y detalles que era reservada y enchapada a la antigua, y usted ni la conoce y le lanza un piropo. Eso no se hace. No mantuvo la distancia. Quedó en una pésima posición. Invítela a un café con una torta primero y después la florea –ironiza, el que es su brazo derecho en todas las batallas.
Lenin se retira a su oficina aceptando que se equivocó y que tal vez traspapeló la única oportunidad de charlar con la bella joven. Intentaría remendar la situación y utilizaría a Israel. No se va a rendir, le gusta muchísimo y él es un industrioso en todo evento. Lenin Farfán no se rinde, y su última bandera blanca la quemó. El verla de cerca lo dejó más turulato. Sara se transformó en su amor imposible, en una obsesión inexorable. Ella es una luz.
-Israel, quiero que en la iglesia converses con ella y le pidas disculpas. Explícale con peras y manzanas que no fue mi intención ser atrevido. Estoy triste por lo sucedido –comenta un preocupado Lenin.
-Don Lenin, ¿está realmente interesado en Sara Esther? –Israel endurece la cara.
-Sí, a primera vista la joven me gusta demasiado. No se quien es, que es. La veo y me vuelvo loco y me pongo tonto, por eso metí la pata. Ella es del cielo.
-Jefe, resulta que Sara es hermosa y tiene muchos adeptos. Lo que busca ella es un marido. Su madre y abuela oran al Señor por un esposo, no por seguidores, novios, pretendientes, admiradores, jotes o lachos. El designio de Sara es casarse en el templo, de blanco. Si usted quiere algo serio con ella, tiene una remota posibilidad matemática, de lo contrario, olvídese de todo. Sara nació con el propósito de servir al Señor formando una familia y creo que sería una muy buena esposa suya.
-Israel, no tengo ninguna intención mundana o frívola con ella. Y si es la mujer que el destino me da, que así sea. Es que la encuentro lindísima, y cuando la diviso babeo. No sé lo que me sucede. Tal vez es el lindo paraíso quien me la envía.
-Bueno, si se dan las circunstancias y usted está dispuesto a formalizar con ella, entonces intentaré hablarle y señalarle su posición, con pinzas. Probaré ser un embajador, por usted. Todo el tiempo que invierta en esta causa usted me lo pagará como horas extraordinarias. Sí, ella es celestial –remata un optimista Israel.
-No te subas por el chorro –sonríe-. De ahí arreglamos, dependiendo de los resultados. Por lo menos su rostro y figura son sobrenaturales –Lenin bromea.
Ese mismo domingo, concluido el culto de adoración a Cristo Jesús en la casa de Dios metodista, Israel se acerca a Sara Esther, que estaba con su madre y abuela. Sara era amigable con Israel, y éste muy respetuoso con ella. Se conocen hace años, desde la escuela dominical, cuando eran niños.
-Sara Esther, le pido que me escuche.
-Por supuesto. Tú eres mi amigo, Israel, ¿qué sucede?
-Sara, casi oficialmente le pido cinco mil excusas por el exabrupto que tuvo con usted don Lenin Farfán a la salida de La Ventajosa. Él se entristeció por lo ocurrido y le gustaría pedirle perdón personalmente. Le conté que usted es Metodista Pentecostal, como yo, y todo lo que esto significa y conlleva. No tiene ninguna intención mundana. Es un empresario soltero de treinta años y cree que usted es la joven más bella del planeta. Es que al verla se puso como un retrasado, por eso el error de él. Nunca había visto despepitado a mi jefe.
-Déjame pensar que haré y te cuento –esbozando una sonrisa-. No te preocupes. Nada terrible ha sucedido. Todo se compondrá. Y seguramente en el planeta hay otras más bellas que yo –bromea-, o tal vez no – lanza una risa-. Espejito, espejito, ¿quién es la más bonita? Nadie me contesta, ja ja ja ja –habla como una niña.
El lunes a primera hora Israel le anuncia de inmediato a don Lenin que hay alguna remota esperanza, que tenga paciencia. En el intertanto la señora Adela, madre de Sara, le entrega su opinión final, a continuación de haber recabado y examinado toda la información, que Israel proporcionó abundantemente, hablando como un loro. Se ve interesante el panorama de un exitoso patrón como pretendiente.
-Hija Sara, si ese caballero soltero y empresario tiene intenciones serias contigo, al menos deberías considerarlo, escucharlo, conocerlo. Le hemos pedido a Dios un esposo para ti desde 1967, y si don Lenin es el indicado, averígualo tú misma, manteniendo la distancia, y la fe.
-Sí, mamá, nada se pierde charlando. Y no es feo –lo expresa pestañeando-. Por supuesto que se presentará la chance de dialogar con él.
-Sí, posee su encanto el hombre –remató la nani, con una leve sonrisa ladina, ya que es una clienta más de La Ventajosa y ahí ha visto al varonil Lenin.

Octubre 1967

Lenin, Emilio y el flaco Fernández, se subieron al microbus “Tobalaba-Las Rejas”, en la Alameda con Las Rejas, en dirección a plaza Italia, en donde los esperaba un indispensable e incontrovertible mitin de la juventud socialista al cual nadie faltaría, cuando de repente en la siguiente cuadra se sube una señorita particularmente femenina y muy bien peinada y vestida. Era una diosa terrenal que dejó alelados a los tres luchadores sociales en un santiamén. Un platillo volador en la vereda con un marciano borracho los hubiese impresionado menos. Era como una estrella de cine de Hollywood o algo parecido. Tal vez era una ex miss America. De tanto examinarla en detalle, terminaron venerándola. A los treinta minutos de trayecto este ensueño de fémina desciende en la calle Amunátegui en dirección al norte. Y con un resorte en el asiento Lenin y sus secuaces también se bajaron del microbus y la siguieron. Media cuadra más adelante, y aturdido, Lenin le toca el hombro a la diva con su dedo índice y en una osadía atípica en él, le habla. Metros más atrás estaban parados Emilio y el flaco, como un par de zopencos duchos, esperando el desarrollo de los acontecimientos, con un telescopio cada uno.
-Encantadora señorita, mil disculpas por mi atrevimiento. Sencillamente me fue imposible no observarla y admirarla sin recato y seguirla así. Es que estoy hechizado. Lamento ncomodarla. ¿Cómo se llama usted?
Ella se da la media vuelta entera, y pestañeando y regalándole una sonrisa le responde a su primer devoto de ese día.
-Me dí cuenta de todo. No te intranquilices tanto.
Lenin, con el espumarajo hasta los rodillas con el pestañeo de la dama y oyendo fuegos artificiales a las dieciséis horas de una silenciosa tarde y con una pequeña insignia revolucionaria en el pecho la interroga.
Por favor, por favor, dime, ¿cómo te llamas? ¿en qué trabajas? ¿Eres extraterrestre?- dijo Lenin, con sus talones flotando.
Lenin veía a la señorita, de unas veinticinco primaveras, acompañada de unos ocho serafines en ese instante, que cantaban como un octeto célebre.
-Me llamo Sacha y soy una bailarina más de la boite Galope, de la calle Huérfanos, y tú, inquieto muchacho, ¿cómo te llamas, a qué te dedicas?
-Encantadora y hermosa Sacha, me llamo Lenin, curso cuarto medio en el Liceo “Aurora de Chile”, vivo en Lo Prado y me considero un luchador social.
-Me parece interesante lo que expresas –dice Sacha, con una risita, con la cual Lenin cree que es un ángel viviente, y eso que es ateo.
-Hermosa Sacha, me gustaría conocerte. Concédeme el placer de pasear contigo este fin de semana, por favor –consulta un asustado Lenin.
-Está bien, está bien –lo dice después de pensarlo eternos cuatro segundos-. Me ganaste por insistencia. Con ese aspecto tierno que tienes es difícil decirte que no. Este sábado a las cinco de la tarde te esperaré en mi domicilio y vamos a esa pequeña plaza entre los metros “Las Rejas” y “Pajaritos”, una media hora, sin compromiso de ningún tipo –le señala la curvilínea Sacha, con un papel con su dirección, que le entrega acariciándole la palma de la mano.
-Estaré ahí a las diecisiete horas dulce señorita Sacha, con puntualidad inglesa. Gracias por hablarme y sonreírme. Me siento otro ser –dice un pasmado Lenin.
-Chao, nos vemos chiquillo. Voy a preparar mi número nocturno, tengo que ensayar. Así me gano la vida, que es bastante pesada –dice la diosa.
Lenin se acerca hacia sus amigos, que continuaban parados con una boca tan abierta, que les cabría una manzana verde de exportación entera a cada uno. Deslumbrado y sin reaccionar, Lenin se devuelve caminando a su hogar. No sintió las dos horas y media del trayecto e iba especulando sobre lo que le podía regalar a la seductora Sacha con su mísera billetera, acompañados de unos amigos que no se cansaban de congratularlo por su proeza. Como no asistieron al mitin, la agenda de la revolución socialista de empanada y vino tinto se les retrasó un par de horas, por culpa del escultórico cuerpo de una bailarina. Seguramente la Revolución va a tolerar este desliz. No era la primera vez que sucedía esto. Algunas hembras de moral distraída han retrasado batallas o marchas, al seducir a algún lascivo mariscal de campo u otro paladín. Eva y el fruto prohibido le desmantelaron los beneficios y prerrogativas a Adán en el Huerto del Edén. Eso sí, se lo estudiaron todo para asistir al mítico, inmortal y revelador congreso de Chillán, que era el próximo mes. El congreso era la brújula ansiada por todos los revolucionarios, el decálogo, el sermón del monte. Se comían las uñas por participar. El sábado se presentó puntualmente en el nirvana donde vivía Sacha. Impecable y con los zapatos lustrados, sólo le faltó la corbata. Él tenía su pinta también, y estaba estimulado, creyendo que el apóstol Pedro le abriría la puerta de ese vergel.
-Hola Sacha, ¿cómo estás? Este bombón es para ti –dice un circunspecto y tiznado Lenin Farfán, que intenta aterrizar.
-Hola Lenin, no debiste molestarte. Gracias –contesta ella con su dulce voz.
-Caminemos entonces hacia el parque, Sacha –invitó Lenin.
-Bueno –dice ella, con un pestañeo chantajista y demoledor que no se disipa.
Por mientras partían a la plaza ubicada cerca del metro “Las Rejas”, que de lejos parecía parque, Lenin, ante tanta dicha, aceptaba la posibilidad que existiera el santo cielo o algo así. Esa cintura de utopía era una creación prodigiosa, claramente. Cualquier teólogo juicioso lo confirmaría en el acto. El cuerpo de esta bailarina fue diseñado pacientemente por un ser sobrenatural, irrebatiblemente. Cuando se sentaron en una banca, él discurría que era el olimpo. Charlaron sobre la importancia del color azul y otros asuntos semejantes. Se miraron atentamente y ella sin más trámite le regaló un beso de miel de medio minuto que cubrió su ser, y nada más. El joven socialista se quedó enganchado a las nubes, en un cielo totalmente despejado en Santiago. Él le agradeció ese beso como si le hubiesen obsequiado un edificio alhajado. A la hora después se marcharon al domicilio de la próxima miss universo y al llegar a su puerta había un elegante señor en un automóvil que parecía un Ferrari. Los dos pies de Lenin bajaron al planeta tierra en un tris y el cielo se le repletó de cirrocúmulos azabaches a cinco metros de altura. Ella se despidió con la afabilidad que portaba en la piel y él le respondió con un beso bajo el pómulo y un tímido adiós. Alcanzó a ver como la bailarina de fantasía saludaba al distinguido caballero con un beso en la boca, sumisamente. Su corta carrera de galán de cine por ahora terminaba. No poseía los recursos económicos que financian esas pasiones noctívagas y burguesas. Volvió a aterrizar, esta vez más ásperamente. Emilio lo veía triste en el Liceo y lo consolaba agasajándolo por lo obrado, que no era poco, y entonces Lenin en pleno recreo, salta la muralla del “Aurora de Chile” y se dirige a la casa de la futura actriz del celuloide. Él se detiene en su portezuela en el más absoluto silencio y le arroja una tarjeta al jardín con un corazón roto dibujado por él mismo, adornado de un poema de desamor y se esfuma, esta vez invariablemente. El amor genuino de esta forma no funciona, los espejismos de hojarasca, sí. Sacha era su nombre artístico y era capaz de refrigerar a un luchador social. Dos glúteos fabricados por Miguel Ángel no son sinónimo de júbilo, sin un trasfondo espiritual o de largo plazo. Es lo que se diserta en los pasillos eclesiásticos con voz fuerte y con ambas manos elevadas a ese más allá que vigila nuestras travesuras. La pobreza fomenta el desafecto.

Diciembre 1981

Ha visitado varias veces La Ventajosa y Lenin la miraba a escondidas, casi como un niño sonrojado. En una compra que hacía Sara se queda conversando un buen rato con Israel, situación que aprovechó de inmediato Lenin –previo ademán exiguo de Israel a su patrón, como diciéndole: venga jefe-, acercándose a paso lento en donde estaban los dos. Cuando están los tres juntos Israel se aviva.
-Sara Esther, le quiero presentar a mi patrón, a don Lenin.
-Mucho gusto, -se dicen al unísono Sara Esther y Lenin-, e Israel se retira del escenario, muy pausadamente, casi sin respirar y como yendo a buscar algo importante que se le quedó más atrás, y con la sensación del deber cumplido.
-Señorita Sara, primero que nada quiero excusarme por haber utilizado un lenguaje inapropiado e impertinente al dirigirme a usted. Me he sentido un mísero todo este tiempo por la pésima impresión que le causé. En términos respetuosos, le señalo que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de remediar mi torpeza, de redimirme. Espero que Jesús me perdone también –sabe que ella es cristiana.
-Don Lenin, no se preocupe más. Israel me ha comentado que usted se ha sentido desacomodado por lo ocurrido. Lo de la redención del alma es complejo y más extenso de explicar. Tal vez fui excesivamente seria –ella le extiende sus dos manos de bailarina de ballet como señal de amistad, manteniendo la distancia.
-Jamás, señorita Sara Esther. El único que cometió errores fui yo. Si no es una nueva descortesía concédame la delicia de acompañarla a la puerta de su casa, por favor, se lo ruego, se lo suplico –Lenin se humilla desfachatadamente.
-Bueno don Lenin, ya que tanto insiste –ella se demora unos segundos en consentir-. No es una mala idea. Pago y nos vamos.
-¿Pagar? Por ningún motivo. La sigo a su casa, señorita Sara Esther. Permítame llevarle la bolsa –expresa un motivado Lenin, casi fuera de sí.
-No se preocupe, es sólo pan y margarina –replica una irresistible Sara Esther.
-Señorita Sara la seguiré hasta el fin del mundo –Lenin rozaba la corte celestial.
Israel con el administrador se quedaron a cargo del negocio. Lenin se saca su delantal blanco y lo lanza a cualquier parte, olvidándose del gorro de panadero que paseó de ida y de vuelta a la casa de su idílica Sara Esther sin que nadie se lo comunicara, porque se podía enfadar. Caminaron el par de cuadras hacia la casa de ella, perezosamente. Algunas formalidades concluyeron y un par de sonrisas afloraron. Sara Esther le hablaba de los cantos de la iglesia, del jardín infantil en el que trabajaba, de su madre, de su abuela y de su fe en Jesús. Lenin le indicó sin mayores detalles de su exilio en Suecia, de que era un pequeño empresario, de que soñaba con ser exportador y de que trabajaba de lunes a domingo, casi sin descanso. Era un hacendoso de excelencia. Tenía cerrado el triste capítulo de sus ancestros. Ambos se expresaron bien de Israel y se compenetraron de inmediato. Lenin siguió al pie de la letra todos los templados consejos de cómo comportarse con una joven cristiana, con un manual de los cortapalos en el bolsillo. No metería los pies al barro otra vez. Y se arriesga a una invitación en la puerta de su domicilio, a un local diurno, indudablemente, con el gorro de panadero puesto.
-Sara Esther, en el centro hay una gelatería con unos sabrosos helados y tortas. Te invito para este sábado. Sería un ensueño que me acompañaras –lo expresa con imperturbabilidad-. Te pasaría a buscar a las seis de la tarde. Te imploro que aceptes, por lo que más quieras.
-No sé si pueda ir. Te confirmo el mismo sábado al mediodía, ¿qué te parece?
-Todo el sábado en la mañana recibiré despachos de bebidas y helados –su rostro es de una pequeña frustración-, y es un asunto delicado que debo ver yo mismo. Disculpa, ¿puede venir Israel a preguntarte?
-Sí, y además él es un buen amigo. No hay ningún lío –concluye ella.
El sábado a las 11:58 horas Israel se presenta en la casa de Sara Esther con 20 rosas rojas –una por cada año de edad de la joven- muy bien envueltas y un chocolate grande importado, con un tríptico alusivo a la belleza y a la gracia de tanta femineidad depositada en una sola señorita. La señora Adela es la primera en verlo llegar y abre la puerta lentamente.
-Hermano Israel, que gusto de verle, ¿qué lo trae por aquí? – le consulta con unos gramos de intrascendente cinismo.
-Señora Adela, buenos días, ¿está Sara Esther? – responde Israel diplomáticamente y con desplante, comprometido con la misión.
-Sí, y parece que lo espera –hace una banal mueca a su hija.
Israel saluda a la madre y a la abuela y al dirigirse a Sara Esther hace una reverencia corta y le entrega las rosas rojas y el chocolate, y le pregunta parco al rostro, lentamente, como si fuera un canciller.
-Sara Esther, de parte de don Lenin le consulto si usted aceptaría acompañarle a la gelatería “Calanzano”. La pasaría a buscar a las seis de la tarde, por favor. Si usted no acepta me van a amarrar a un cepo –dice un socarrón Israel, en voz baja.
-Dile a Lenin que acepto –y aunque se quedó pensativa, fue breve en la favorable respuesta-. Lo espero aquí a las dieciocho horas entonces. Veamos como es esa gelatería –expresa Sara, con una cierta distancia y gravedad, planificadas.
Las tres mujeres de la casa quedaron sobrecogidas con la solemnidad con la que el humilde y querido Israel expresó la invitación. Era claro que venía bien aleccionado, con disposiciones precisas. La señora Adela, observando que el sendero se allanaba, le dio todos los consejos a Sara que una buena madre la da a una hija cuando el aspirante que viene no se fuga cuando oye la palabra matrimonio. Sara Esther se puso una falda de vuelo muy sutil, hasta la rodilla, una blusa blanca, aretes, y otros atuendos de una señorita que es muy femenina y linda. Tres minutos para las seis de la tarde aparece un Lenin con terno gris, camisa blanca, sin corbata y unos zapatos negros que brillaban. Esta vez, en una jugada un poco más audaz, le trae de regalo un oso de peluche de un metro y veinte centímetros que se lo entregaría en el automóvil, a la vuelta. Golpea la puerta de Sara Esther. Esta se demora un poco en abrirse, y lo hace mansamente. La joven es quien la abre. Lenin quedó embobado en el acto, peinando la muñeca. Ella se veía sencillamente refulgente, destellante. Era una soberana sin corona.
-Hola Sara Esther. Te ves preciosa –está patidifuso y la regala más flores.
-Lenin, gracias por tus palabras y por tus nuevas flores. Ven, pasa. Te presentaré a mi madre y a mi abuela –con una sonrisa sujetada e incesante.
-Buenas tardes don Lenin. Mi nombre es Adela y soy la madre de Sara Esther. Mi hija me comentó que usted es un hombre muy trabajador, un batallador.
-Mucho gusto señora. Efectivamente, soy un hombre que trabaja de sol a sol, todos los días, sin descanso. Lucho por prosperar –indica un sereno Lenin.
-Entonces le pediré al Señor que le bendiga en todo lo que emprenda –propone la mamá de Sara, con cordialidad.
-Muchísimas gracias por sus plegarias e intenciones –lo dice él muy pausadamente.
-Buenas tardes don Lenin, dígame nani por favor, ¿desea un jugo?
-Buenas tardes señora nani. Gracias. El jugo por ahora no. Creo que va a ser imposible determinar cual de las tres damas que residen en esta casa es la más encantadora. Deberé traer a especialistas en el área. Y saca también de un bolso regalos para Adela y la nani y las deja tocadas.
-Que caballeroso es usted don Lenin –dice nani, muy simpatizada.
Concluido los vocablos básicos del protocolo Sara Esther se despide de una madre que les dice a ambos: que Jesús los cuide. Sara Esther marchando hacia la puerta derecha del automóvil se queda de pie ahí, inmóvil, sonriendo. Lenin, pasando de largo dos metros, se le había olvidado abrirle la puerta a la dama. Corrige el equívoco a la velocidad del rayo. Van a la gelatería “Calanzano”. En el trayecto él le habla de la ciudad y sus proyectos corporativos. Ella pregunta poco y más bien guarda silencio, por ahora. Una vez en la heladería y con modales más morosos Lenin está atento a evitar cualquier impericia que le estropee la tarde. Ella, vehementemente suave, es una delicada flor que todo lo reluce. Los dos pidieron una porción de torta de mango y un café capuchino. Con la canción romántica de Julio Iglesias “Abrázame” que se escuchaba en la radio, Lenin la miró a los ojos frescamente, sin pronunciar una palabra. Ella se mantenía en su lugar y le replicaba con una ojeada mucho menos atrevida. Una vez que salieron del “Calanzano” recorrieron el Paseo Ahumada y sus alrededores, viendo carteleras de cine y algunas galerías comerciales, terminando intencionalmente en una joyería de un mall. Él lo planeó de esa forma. Entonces frente a la vitrina él le pregunta con disimulada indiferencia a la duquesa que le acompaña.
-Sara, te gusta el collar que se ubica ahí en el centro de la estantería.
-Lenin, están todos preciosos. Mira ese que está en la esquina de la vitrina con flores diminutas, es una hermosura también.
A Lenin ese comentario le bastó. Siguieron circulando y él le solicitó que se sentaran unos minutos en una banca de cemento a unos cinco metros de la joyería, doblando una esquina de la misma galería comercial.
-Sara Esther, espérame un minuto aquí. No te muevas -lo expresa con despreocupación, como rumiando palabra por palabra.
En ese momento entra con turbación a la joyería y le señala al vendedor fulminantemente: ¡Dame ese collar de oro de flores diminutas y envuélvalo rápido y llévemelo a la banca, encintado! Es para mi novia. Páguese y quédese con el cambio. Apúrese. Lo espero. De esa banca que ve ahí no me moveré. ¡Apúrese más! Lenin sale de la joyería a paso flemático y se sienta al lado de Sara Esther. Por mientras comentan lo variada que es la galería en productos y lo vital que es asistir cada domingo a la parroquia, se le acerca el vendedor y le entrega el collar finamente envuelto y encintado, con una venia. La boleta de compraventa se la pasó a él con total reserva. En ese instante el pasmado Lenin contemplándola le dice:
-Sara Esther, por favor acepta este sencillo obsequio.
-Lenin, ¿qué es esto? –ella se incomoda un poco, ruborizándose.
-Por favor, ábrelo –insiste él, embrujado.
-Lenin, ¡el collar de oro de flores diminutas! No me lo malinterpretes, pero no debiste comprarlo. Era sólo un comentario. Te pasaste.
-Sé que es la primera vez que salimos. No resistí la tentación. En ti el collar se va a ver precioso. Bueno, en ti hasta un collar de papel de diario se ve hermosísimo.
-Insisto. No debiste molestarte -se lo expresa con cariño y le golpea la mano con la fuerza de una mariposa, como multándolo.
-Sara Esther, acéptalo, acéptalo, acéptalo. Mereces mucho más.
-Lenin, no rechazaré tu gesto de amabilidad. Gracias. Con respeto, por ahora lo guardaré. Es hora de partir a casa -lo dice con una afabilidad que no se dispersa jamás, porque está adherida a su ser.
Lenin actuaba con audacia, tal vez en demasía, y apuro, como pensando que la perdería. Y era su primer día. Estaba embaucado y como es hiperquinético, se comprende su actitud. Ella creía que los tantos halagos eran algo acelerados mas no le molestaban. Lo veía tan entusiasmado y un poco alocado, que también ella se contagió en parte. También captó que su empresario admirador era un hombre solo, y eso la enterneció. Trabajaba como una mula, en solitario. Al llegar a la casa, después de una charla amena en el automóvil durante el trayecto de regreso, Lenin le dice con su alma encumbrada y respirando profundo:
-Sara Esther, gracias por este estupendo día. Disculpa que sea un poco precipitado.
Compréndeme, al estar con una mujer tan hermosa me descoloqué un poco. No todos los días uno conoce a una top model. En mi pequeña empresa y con los demás soy normal. Sé que me puse un poco tonto. Disculpa otra vez, de corazón.
-Lenin, por favor, no te preocupes. Te confieso que eres amoroso y que fuiste todo un caballero benévolo conmigo. Gracias por todo.
-Sara Esther, te pido que me acompañes el próximo sábado donde tú quieras. Concédeme ese privilegio. Dime que sí, ahora, ahora –como rogándole, otra vez.
-Lenin, está bien, está bien, está bien, acepto –tanta insistencia simplemente terminó por convencerla-. Pásame a buscar este próximo sábado a las seis de la tarde y analizaré tus alternativas –ríe vigiladamente, mirándolo fijo.
Con un beso en la mejilla se despiden y cuando ella va en el antejardín y justo antes de entrar a su humilde casa, él le indica con arrojo y palpitante:
-Sara Esther, espera un poco -ella se queda como una estatua expectante.
Lenin, se dirige rápidamente a su automóvil, toma el oso de peluche grande escondido en el maletero y se lo regala, y ella algo impávida le expresa:
-Pero Lenin, ¿qué es esto? ¿qué es todo esto? Estoy anonadada con tantas atenciones y obsequios en este día. Es excesiva tu generosidad.
-Sólo es un gesto de admiración mínimo, la nada misma. Debería traerte la osa mayor. Chao, Sara Esther. El sábado a las seis estoy aquí -se fue como huyendo; temía que le devolvieran algún regalo o a algún arrepentimiento.
-Chao Lenin, y por favor, cálmate y cuídate.
Sara Esther ingresa a su casa con un collar en la cartera y un oso de peluche que toma con las dos manos, con cierta dificultad. Su mamá le abre le puerta. Sara se acomoda en una de las sillas de la humilde mesa y le da un ataque de risa campechano. La madre le pregunta de todo, quiere saber los pormenores.
-¿Qué te sucede hija? –pregunta Adela presurosa y anhelosa.
-Mamá, Lenin es un chiflado romántico. Es un tipo genial. Me hizo cuatro regalos en un día, en el primer día –continúa riéndose, con complacencia.
-Eso me parece inapropiado –opina una extrañada Adela.
-A mí también mamá, pero ese tipo está bellamente loco, aunque reconozco que es muy caballero y fascinante, y es un ganador.
-Cuéntame hija los detalles. ¿Qué sucedió, qué dijo? –Adela se come las uñas.
-A las 11 de la mañana me trajo rosas rojas y chocolates. En la galería del Paseo Ahumada no resistió la tentación de comprarme un collar de oro y cuando llegamos a la casa me regala un oso de peluche que tenía en el automóvil escondido y que mide más de un metro –risotadas a granel-. Lenin es mágico e inesperado.
-Más las rosas de la tarde –añade la nani, que es una hincha del empresario.
-El que le guste regalar flores no va a ser un problema –remata Adela.
Entregado todos los sazonados detalles, la mamá y la abuela se incorporan a la risa. Las tres reían y bromeaban sanamente. La señora Adela concluye ahí mismo. -Sara Esther, es un tipo exitoso, trabajador, generoso y con buenas intenciones. Esto me gusta, todo va por una muy buena ruta. Gracias Jesús.
-Mamá, no te olvides de los cinco regalos –otra risa loca revienta.
-Les señalé que era encantador y atrayente –remata la nani.
La nani, Adela y Sara, al parecer tenían el mismo presentimiento. Ahora había que esperar y manejarse con sabiduría. Al Final, Adela da gracias por el prometedor pretendiente y vio con buenos ojos que ella lo hallara fascinante, mágico, caballero y encantador. En privado, la joven se probó el collar, acompañada de su oso de peluche y se reía sola. Él apareció nuevamente el sábado con un nuevo oso de peluche y flores, y así cada sábado, a las seis de la tarde. Sara obligó a Lenin que los osos disminuyeran su tamaño considerablemente. La casa de ella era pequeña. Visitaron los cines, el Calanzano, museos, el ballet, obras de teatro. El no la invitaba a la piscina o a espectáculos nocturnos, ni por broma. Israel lo tenía amaestrado, bajo amenaza. Esa navidad la pasó con la familia de Sara y ella le cocinó una exquisitez. Él llegó tarde porque atender a la clientela es sagrado. Una de las debilidades del hombre chileno es su estómago. Lenin las acompañó al culto especial de navidad en el templo. Obviamente él fue invitado al sencillo cumpleaños de ella, el 24 de diciembre, y ella le preparó algo especial, otra vez. No disimulaba el querer repetirse los ricos platos de la joven cocinera. Él, cada día se ponía más creativo con los obsequios y los halagos. Ella cada vez era más relajada y amorosa con él. No le hastiaban las adulaciones de su galán, sí un poco los tantos obsequios, porque él siempre le compraba algo, siempre. En febrero y concluido un concierto de música orquestada en el museo aeronáutico ella le acepta un primer beso. De ahí las manos de ambos no se soltarían nunca más. Lenin en el primer viernes de ese marzo de 1982 habla en reservado con la señora Adela de sus propósitos, antes de que Sara Esther llegue de su trabajo en el jardín infantil. Tocaron varios puntos y suscribieron un trato o tratado secreto, sin lápices.
-Señora Adela, quiero que este sábado especial usted me de permiso para invitar a su hija al restaurante bailable Don Jano. Le tengo algo importante preparado a Sara Esther. La pasaría a buscar a las 20 horas y esta vez llegaríamos más tarde –plantea Lenin, con cierta expectación.
-Disculpa Lenin, ¿y cuál sería el motivo? –le consulta con cierta suspicacia.
-Estimada suegra, en el restaurante pienso pedirle matrimonio a Sara Esther –lo expresa con una determinación inquebrantable.
-Esa sí que es toda una noticia –pone una supuesta cara de asombro.
-¿Me autoriza señora Adela?
-Lenin, entonces terminemos con esto. Este sábado tú te presentas a las ocho de la tarde y yo me encargo de de todo lo demás. No te preocupes en absoluto por la hora de llegada, ¿me entiendes? Deja todo en mis manos. Sé todo lo que tengo que hacer, preparar y decir.
-Entendí perfectamente señora Adela. Vengo el sábado, esta vez con corbata.
Sara ingresa al living de su casa después de su jornada laboral y la madre le pide que se siente, con un rostro repleto de regocijo.
-Hija Sara, Lenin se acaba de ir. Quería hablar conmigo.
-¿Y qué quería mi Lenin?
-Este sábado lo acompañarás al restaurante Don Jano. Te va a pasar a buscar a las ocho de la tarde y por esta vez le permití que llegaras pasado la medianoche.
-¿Entonces madre, se trató de algo crucial? –pone cara de ingenua.
-Claro Sara –no sabe si reír o llorar-. Lenin Farfán te va a pedir matrimonio. Acuérdate que esto es un secreto, por favor.
-Esa es una bella noticia –lo expresa Sara sin rodeos y con un rostro radiante.
Sara Esther sencillamente se llenó de emoción y soltó un par de lágrimas, esta vez de felicidad. Con la noticia verificó que estaba enamorada de verdad de su inquieto pretendiente, porque su dichoso corazón se lo avisaba. En esa noche de viernes de dicha las tres pensaban en el vestido, los zapatos, el collar de diminutas flores, las cremas, el perfume y en todo aquello que sólo las mujeres conocen y advierten. Obviamente ella va al restaurante relativamente ignorante de cualquier designio. Tendrá que disimular más o menos bien. Lenin se presenta con su terno clavado a las veinte horas y saludándola con un beso alígero en la boca ve en Sara Esther un querubín, y le entrega unas flores.
-Sara Esther, no me canso de cegarme al verte. Acompáñame por favor donde Don Jano –invita un zanjado Lenin.
-Por supuesto que voy contigo –en ningún momento se apremia ni alza la voz. Vamos. Te ves muy guapo con esa corbata –contesta Sara, acariciándolo.
-Gracias. No hay vocablos que describan tanta gracia en ti.
-Bueno, eso de la gracia del Señor es un tremendo y extenso tema –dice Sara contenta, con rostro de seminarista acuciosa.
La señora Adela le repasó el manual de buenos modales y el de la cordura varias veces, con cierto nerviosismo. Y Lenin acordó con don Jano algunas sorpresas. Todo se dispuso. El garzón se dirige a don Lenin, y éste le da una buena primera propina de entrada, discretamente.
-Don Lenin, señorita Sara, bienvenidos a Don Jano ¿Qué apetece la dama?
-Me gustaría que me trajera papas mayo, carne asada y jugo de manzana –leyendo calmadamente la carta-. Todo en poquita cantidad –habla en voz un poco baja.
-¿Y usted don Lenin?
-Exactamente lo mismo, pero cámbiame el jugo por una copa del apetecible vino tinto cabernet cosecha 1970.
En la grata comida él era todo sonrisas y ella amabilidad y dulzura. Terminada esta fase de la cena Lenin llama al garzón por los postres. Ambos piden durazno con crema. En el intertanto retiran todo de la mesa y el garzón pone una vela en la cual tenía amarrado un corazón bermellón. Y los dejan solos.
-Sara Esther, todo este día y toda esta noche la he preparado para ti. Te haré la pregunta más importante de mi vida –inhala y exhala profundo-: ¿Te quieres casar conmigo? Y le mostró una argolla de oro blanco paladio y oro amarillo con un diamante, de compromiso inmarcesible.
-Lenin, que tierno eres. Me dejarías pensarlo al menos media hora –ella sonríe.
-Por supuesto, no faltaba más. Aquí esperaré una eternidad y más, si es necesario.
En ese instante Lenin le hace un gesto tenue a don Jano y aparece un elegante cantante de boleros con sus dos guitarristas también bien vestidos, y le cantan a Sara Esther el tema “Contigo aprendí” al estilo del inmortal Lucho Gatica. Se supone que la espera duraría media hora, pero los tres minutos del bolero bastaron y Sara Esther con el corazón derretido le dice a Lenin tomándole la mano: Lenin, acepto ser tu esposa, por supuesto que acepto, con unas lágrimas pequeñas. Sara Esther llora con facilidad. En ese momento Lenin le da un beso extenso a flor de labios en la boca por mientras le acariciaba tiernamente el pelo, y el cantante interpreta “Cuando tú me quieras” de Raúl Shaw Moreno, la última canción programada por él. Ambos juntan sus sillas, por iniciativa de ella. Ella se incrustó al él con energía y le dio el postre de durazno en la boca, cucharada por cucharada, procedimiento que se haría habitual en ella. Posteriormente pasan al salón de baile de música romántica y sin avisar ahora es Sara Esther quien lo besa a él, fuertemente, como con la intención de no soltarlo jamás. La noche fue perfecta. Eran la una de la mañana. Él la deja en la puerta de la casa. También cumpliría el pacto secreto hecho con la señora Adela. Los dos serían presentados oficialmente en el templo cristiano como novios. Ese domingo, son anunciados en su nueva condición, por el ministro metodista, ante la congregación, que esperaba y presentía una noticia tan hermosa como esta. “Hermanos y hermanas en la fe, todavía recuerdo cuando Sara Esther fue presentada en este templo cristiano siendo una niña. La vi crecer y desarrollarse como un retoño del Señor. Siempre fue una hija colaboradora y una señorita piadosa con el prójimo. Muchas veces oró por los necesitados, con la predisposición de una adulta. Y como toda joven responsable, ella le pedía al Padre un esposo, que es lo que corresponde. Por la gracia de Dios, me es un agrado ahora presentar a la congregación a los novios Lenin Farfán y Sara Esther Rivera. Los anillos que llevan puestos –ellos los muestran a la grey- traen consigo un compromiso inalterable. Que Dios los bendiga. Ellos se casarán en esta parroquia a finales de abril. Que sus hijos sean educados dentro del redil. Glorificado sea el nombre del Redentor. Gloria a la Santísima Trinidad”. Hubo unos aplausos y muchos los felicitaron, especialmente a la novia. Todo se selló e Israel estaba contentísimo. Él había sido uno de los albañiles de esto esponsales y le pagaron bien las horas extraordinarias, por su prolífica comisión, más otras prebendas y promesas.

Marzo 1965

Adela Flores y Manuel Rivera, padres de Sara Esther, estaban casados desde febrero de 1958 y a él, le gustaba organizar regados bailes en la sede de la junta vecinal “Barrancones”. Era un galanteador. Adela se lucía cocinando y haciendo empanadas de pino y de queso, estas últimas, eran especialmente apetecidas, por algún truquillo que ni Adela discernía, porque cocinaba con naturalidad. Poseía una excelente mano.
-Señora Adela, ¿me presta a su marido para bailar esta cumbia? –preguntó una de las vecinas, frívolamente.
-Bueno, pero me lo devuelve intacto –contestó la joven Adela riendo un poco.
A Manuel, después de una segunda cerveza, le gustaba bailar con las invitadas, y si era joven y carnuda, mucho mejor. Era una usanza en él ser comedido y dicharachero. A pesar de su pobreza, porque sólo era el dependiente en una ferretería, comenzó a frecuentar a Angélica, con la fatídica diferencia que esta vez quedó enganchado a su meneo femenino y Adela, que ya conocía su lascivo currículum, no le iba a aceptar ningún desliz más y ninguna excusa, y le notificó que si lo sorprendía con otra mujer partiría a la casa de la nani, su madre, que la esperaba con ansias y cariño, ya que también se incomodaba con las repentinas desapariciones de Manuel. No aguantando más la traición, Ximena, amiga en común del matrimonio golpea la puerta de la sencilla casa de Adela.
-Adelita, debería callar, pero no aguanto más.
-Dime Ximena, ¿qué sucede?
-Esta es ya la tercera vez que veo a Manuel y a Angélica acaramelados en una de las esquinas arboladas de la cancha de tierra este año. Cuando los vi salir de la casa de Julián, fehacientemente su nido de amor, no lo resistí y vine.
-¡Maldito infeliz!, ¿Qué haré ahora?
-Confróntalo.
-Sí, lo haré, aunque sea mi última pelea con él.
A las dos horas después aparece Manuel en la casa con los zapatos de fútbol y la polera transpirada, con el propósito de ducharse.
-¿Horas extraordinarias? ¿salidas con los amigos?¿que el campeonato de fútbol está más palpitante que nunca?
-¿Qué te sucede Adela?
-¿Hace cuánto tiempo copulas con esa perra?
-¿de qué mujer me hablas?
-Manuel, antes de irme mañana a la casa de mi mamá, sólo pretendo saber cuántos meses llevas con tu amante Angélica. Todos lo sabían menos yo. La interesada es la última en enterarse ¿Quieres que te muestre fotografías –blufeaba- saliendo con ella de la casa de Julián, tu amigote?
-Adela, no es lo que tú crees.
-Entonces, acompáñame ahora a la casa de Angélica y conversamos con ella y sus padres, si nada malo hiciste.
-¡Te volviste loca, no es necesario algo como eso!
-Mañana mismo me enfrentaré con un fierro en la mano a esa Angélica en la puerta de su casa y la descorreré.
-Adela, por favor no hagas una tontera como esa. Los padres de Angélica son enchapados a la antigua y un escándalo no soluciona nada.
-¡Desgraciado, ahora defiendes a la perra de tu amante!
-No lo veas así.
-Después que le dé un fierrazo a los dos partiré a mi cuarto de soltera, donde mi mamá, con Sarita.
-Dime trasero tieso, ¿en qué trabajarás si eres una completa inepta? Y si tocas a Angélica yo te golpearé a ti.
-Prefiero morirme de hambre o ser una ramera a que seguir viviendo con un fracasado infame como tú. Chao imbécil.
Previo contacto, la separación de hecho de Adela fue rápida, porque recibió el total e incondicional apoyo de la nani. Manuel Rivera se quedó solo en la casa de ambos, como soltero, y ella sin dinero y con unas pocas pertenencias estaba hacinada y deprimida en su cuarto de soltera, con una Sara Esther de cuatro años que no comprendía nada. No fue capaz de insultar ni de golpear a nadie. Sólo se retiró pacíficamente del escenario que le amargaba la vida. Su vecina Andrea oraba al Padre Dios con el objetivo de que Adela saliera de su coma emocional profundo, y así ocurrió un mes más tarde, y razonó con su madre.
-Hija, ¿cuántas veces te rogué que no te casaras con ese perdedor e ignorante que se cree una figura porque tiene los ojos azules?
-Dos mil veces mamá, y tal vez más.
-Adela, tú eres talentosa en todo lo que es cocina y particularmente tus empanadas son sabrosas, sobre todo las de queso. Deberías comenzar a venderlas. Yo soy pobre y mi modesta pensión no alcanza para nada.
-¿Y dónde las voy a vender, mamá?
-En la calle, en la cancha o en cualquier lugar. El miserable de Manuel no va a pagar la pensión alimenticia de Sara Esther y hoy por hoy en tus empanadas reside tu sobrevivencia económica. No llores más.
-Este domingo hay fútbol y público. Iré a la cancha a venderlas, si logro superar el miedo escénico, que me paraliza.
-No te preocupes Adela, el hambre hace milagros.
En la década de los sesenta la mujer chilena fuera de la puerta del hogar valía poco y nada. Era una sociedad machista e intolerante con la iniciativa y las múltiples capacidades de las mujeres. Estaban obligadas socialmente a mantenerse dentro de la casa, cerca de la cocina, de la escoba y de la ropa sucia. Adela no tenía alternativa ni problemas sociológicos al respecto. O trabajaba o se convertía en una indigente. Se hizo una insipiente emprendedora por la fuerza de unas circunstancias que no controlaba. Ese deportivo domingo de barrio ella se levantó temprano y preparó el queso, la masa, el aceite, las servilletas y todo, y el ánimo. Cuando parte a la cancha con su canasto lleno de deliciosas empanadas de queso y necesidades económicas los pies le pesan y se pone más temblorosa de lo esperado, se acobarda. Su hijita Sara Esther la escolta con un letrero de cartón que anuncia el sazonado producto. Al llegar Adela al borde del campo de juego o punto de venta su ser se congeló. Era una gallina total. Después el Señor interviene directamente y le envía un niño hambriento de ocho años que le dice: “Señora, me vende tres empanadas”. Desde ese día agarró confianza y su historia personal cambió para siempre, en todos los aspectos. Consiguió un empleo estable de ayudante de cocinera en la municipalidad con una remuneración escasa y los fines de semana vendía sus empanadas y tortas, aceptando pedidos y desafíos. La bella niña Sara no bajaba su letrero. Acepta a Dios en su alma e ingresa a la iglesia metodista en el año 1967 y por todo le daba gracias a Jesús de Nazaret, por todo. Desde ese día oraba a la Santísima Trinidad por un buen marido para Sara Esther, como el que ella no tuvo, como es la costumbre en las confesiones cristianas. La vida de Sarita iba a ser distinta.

Abril 1982

Primero se casaron en el Registro Civil de Lo Prado el 21 de abril 1982 y por la iglesia protestante el 24 de abril. El templo se acicaló adecuadamente. No fue una boda muy especial y menos pomposa. Como novia ella se veía linda y rutilante como también consciente de la nueva vida que emprendía. Lenin pagó todos los engalanamientos y la recepción. Su situación económica le permitía inclusive viajar a Buenos Aires o a Brasil, pero en un tono decidido Sara Esther le propuso una luna de miel austera en un lindo hotel en Viña del Mar, por una semana. Quería colaborar en todo lo que fuera ahorro y sobriedad, desde el primer día. Se predispuso a prosperar junto a su amado haciendo todos los sacrificios pertinentes. Lenin quedó gratamente impresionado una vez más con la madura actitud de su esposa. Sara no era una boba derrochadora ni nada parecido. Ella cuando niña y joven acompañó a su madre Adela a vender empanadas en la calle. Casi desde el primer día él aprobaba las propuestas de ella porque eran sensatas y sinceras. En La Ventajosa ya había una genuina y eficiente ama de casa, una patrona que empezaba a dar órdenes: una brujita.

Septiembre 1975

En la junta vecinal “Barrancones” en donde residía Adela, los dirigentes organizaron la Fiesta de la Primavera lopradina, tratando de recuperar una tradición perdida en el ayuntamiento y en Chile. Todas las señoritas de la comuna de enseñanza secundaria podían ser candidatas a reina de la primavera. Varios admiradores de Sara Esther axiomáticamente pensaron en ella, recalcándole que no habría trabas con el estricto pudor de su madre, a la cual le planteó su inquietud.
-Mamá he obtenido siempre buenas calificaciones en el Liceo. Permíteme participar como candidata a reina de la primavera -señaló ávida Sara Esther.
-Hija, ¿crees que ese concurso es benigno para una cristiana, que va en primero medio? Piénselo bien, la vanidad es resbaladiza –dijo Adela.
-Mamá, he conversado con Juan Luis y los otros muchachos y me prometieron que todo se hará con urbanidad y corrección. Mamá, no salgo ni la esquina y quiero ser reina por un día, si es que gano –lo expresó Sara, con alguna duda.
-Has sido una buena alumna y una excelente hija, obediente y piadosa. Diles que te inscribirás en el concurso. Sé que te comportarás adecuadamente, en todo momento y lugar. Te asesoraremos –concluyó Adela.
-Utilizando mi máquina de coser voy a hacer maravillas en tu vestido celeste de percal. Y yo misma te peinaré –añadió la nani, con una talante de estilista.
-Gracias mamá. Me comportaré como una reina, si es que venzo –añadió Sara, con risas y el júbilo de una postulante que dejará toda la piel en la disputa.
Ese sábado instalaron sobre una cancha de fútbol de tierra un improvisado escenario por el cual desfilarían las candidatas a reina, algunos cantantes del barrio, un mago y los campeones de cumbia del último verano, que eran los dueños de uno de los kioscos colindantes al humilde campo de juego. Por falta de una adecuada iluminación el bien peripuesto animador Antonio empezaría el show a las 20 horas. Sara Esther caminó a pie, como las otras ilustres damas de escasos recursos, como una estrella de cine recién premiada con el oscar, por la deteriorada vereda que la llevaba a la tarima del éxito. Iba escoltada por Adela, la nani, Juan Luis más otros adeptos y amigos. El arribo de la comitiva de Sara a la cancha traía un cierto aire de triunfalismo, que prescindía de todo signo de arrogancia. Juan Luis creía que su amor imposible pintaba para miss universo, de todas maneras. Concluido el número de magia y el de los cantantes de boleros y baladas, las diez concursantes a reina de la primavera de la junta vecinal desfilaron en las nubes y contestaron las preguntas del jocoso animador. Todas se esforzaron en conseguir o pedir prestado el mejor vestido y zapatos, con una sana alegría que contagió a la barriada. Algunas peluqueras o madres llamaron la atención por su esmero y talento. Diciéndolo abiertamente, Sara Esther brillaba con luz propia. Era una princesa heredera a su trono comunal. Sólo un complot o alguna maniobra turbia le robaría el primer lugar. Por mientras el jurado compuesto por un exregidor, un camionero y un árbitro, dirimía, los campeones de cumbia se lucían en la pista de madera cubierta con lonas con un par de canciones colombianas que avivaban la emoción, la expectación. La hija de Adela esperaba el veredicto de pie con una dudosa entereza. Es que veía la corona en su cabeza. Juan Luis se comía las uñas sin disimulo aguardando la sublime puntuación final y a la nani la serenidad se le agrietó totalmente. El presentador les pide a las candidatas que suban al escenario. Primero anuncia a las que ocuparon el tercer y el segundo lugar. Por mientras un joven hace con su desguañangado tambor un escueto e interminable redoble, el locutor eleva su voz con alegría y comunica que la reina de la primavera versión año 1975 de la junta vecinal “Barrancones” es Sara Esther Rivera. El aplauso fue espontáneo y total. Todos reían y bromeaban. El animador acompañó a la reina a una camioneta Ford vieja hermoseada con flores y cintas, como parte del protocolo. En su calidad de reina fue paseada por algunas calles y pasajes del barrio, acompañada de su familia y amigos. Juan Luis no se despegaba de la camioneta, ya que era su primer guardaespaldas y autor de esta obra. Cuando la antiquísima camioneta se detenía, por falta de mantención o de dinero, la empujaban entre todos los varones y el motor se encendía otra vez. Este percance ocurrió dos veces, mas la reina seguía firme en su sitio, con el semblante de Grace Kelly. En el trayecto un admirador le regaló una flor y otro un chocolate del kiosco “El pollo fino”. Las adulaciones sobraban. Sara Esther toma uno de los chocolates y se lo regala a Juan Luis con un cariño rápido que le hace a sus manos, más una mirada delicada y penetrante que fue un flechazo para su perpetuo e incondicional hincha. El primer guardaespaldas quedó enumerando unos pajaritos que no existían. Cuando llegó la comitiva a la sede de la junta vecinal se dio inicio a la fiesta en honor a la reina. Adultos, jóvenes y niños bailaban cumbias, twist, merengues, mambos y lo que pusiera el disc-jockey de acuerdo a los long plays o discos que la misma vecindad facilitaba. Tras insistentes ruegos Sara le aceptó bailar un lento a Juan Luis, sólo uno, así que cuando apareció la canción “El amor de mi vida” de Camilo Sesto, inmediatamente su salvaguardia le cobró la promesa. Como oscurecía, prendieron las luces del local. Un abuelo bebido pasó a llevar el interruptor externo y cortó el suministro de electricidad. Juan Luis aprovechó ese momento prodigioso y le dio un beso con la boca cerrada a Sara en donde sus labios terminan, asustado. Ella le respondió el afecto y el beso de amor real duró unos seis segundos, espacio de tiempo en al cual volvió la electricidad al aporreado recinto. Nadie advirtió este ósculo clandestino bajo una luna menguante porque alguien gritó que iban a prender el interruptor. Repusieron la balada y terminaron de bailar. El alcanzó a susurrarle al oído varias expresiones dulces a la majestad recién coronada entre las cuales se destaca: “Sara, este beso es el mayor tesoro que mi corta vida me ha regalado, lo cuidaré como tal por mientras viva. No creo que exista una mayor felicidad”. En secreto le regaló una pulsera barata comprada en la feria dominical. El sencillo y atractivo Juan Luis, de calificaciones mediocres, no era parte de los planes de Adela y éste sabía que la bella Sara era un amor imposible, sin proyecciones. En su casa Sara Esther guardó la corona y unas fotografías de la premiación en una caja de zapatos, y también el beso. Adela oraba al Padre Dios por un esposo para su hija, desde siempre, siguiendo los consejos del predicador.

Noviembre 1983

El embarazo de Sara Esther había sido normal. En La Ventajosa Lenin la trataba como a una patricia y la mimaba en todo lo que podía. La señora Adela la visitaba de continuo y la acompañaba a la clínica, ayudándola en los quehaceres, dada su gravidez. Hasta el último día Sara regaloneaba a su esposo. Lo vestía, le preparaba todas las comidas, le quitaba los zapatos. Lo único que faltaba era que le lavara los dientes. Ella oraba por ser una buena esposa y sí lo era, de sobremanera. Cada día que pasaba Lenin valoraba más a la mujer que despertaba con él. Ella dirigía la casa en todo y el empresario comprendió que debía involucrarse lo menos posible en asuntos domésticos, obedecerle casi siempre y no quejarse mucho. Siendo algo sumiso con ella le iba bien en todo, lo obtenía todo. Ella lo malcriaba, era una geisha. Contrariarla era ridículo, sobre todo si ella lo complacía en todo. En los asuntos comerciales Sara apoyaba a su marido sin vacilaciones. Tomaba recados, archivaba junto a él, le ordenaba la caja fuerte. El primogénito Josué Salvador nació el 20 de noviembre de 1983 en la prestigiosa clínica “Torrelaguna”. El nombre Josué, fue por el siervo de Dios y conquistador de la tierra prometida, del Antiguo Testamento. El segundo nombre Salvador lo propuso Lenin en honor al mártir y expresidente constitucional Salvador Allende. Los tórtolos estaban felices con el bebé, con el nombre y con todas las buenas nuevas que prorrumpían. La señora Adela se preparaba para ser la nana intermitente de Josué Salvador. El anhelo de democracia y la cesantía inquietaban a los sufridos chilenos. Estaban aburridos con el dictador, con los pocos millonarios que eran los dueños de todo Chile y con los asesinatos, arrestos arbitrarios, ignominias, delitos y fechorías de los agentes de lentes oscuros del régimen militar, que operaban cruel e impunemente.

Febrero 1983

Lenin recibe en su oficina al compañero Emilio. Esta vez hablarían de negocios, de capitalismo insipiente, del porvenir, con una sumadora en la mano.
-Emilio, me alegra saber que ya timbraste facturas y boletas de ventas en Impuestos Internos, que pagaste la patente comercial y que te hayas comprado un buen congelador horizontal y unos refrigeradores.
-Lenin, los refrigeradores lo compré usados y el congelador me salió caro. Mas no tenía otra alternativa. Estoy recién comenzando.
-Son los riesgos de la inversión inicial. Yo te traspasaré a consignación casi a precio de costo y con un crédito blando arroz, fideos, bebidas, mantequillas, margarinas, quesos, jamones y otros. Y a medida que me vayas cancelando las entregas yo te abastezco de más mercaderías. Israel te lleva gratis todo a tu domicilio en la camioneta. Serás mi cliente especial.
- El boliche se va a llamar “La Tienda” y lo atenderá mi madre primero, si prosperamos Rebeca renuncia a la relojería y se dedicará a él a tiempo completo.
-Emilio, veo que estás entusiasmado como yo. Cuando empecé era así.
-Amigo Lenin, como profesor de matemáticas me gustaría más adelante instalar mi propio preuniversitario, hacer clases particulares grupales. Rebeca piensa aprender a fabricar pasteles y dulces, en un curso de capacitación. Quiero salir del pantano económico en el que estoy. Algo dentro de mí me vocifera que sí puedo crecer si trabajo como una mula de carga todos los santos días.
-Emilio, ahora el campeón de los emprendedores eres tú. De esta manera, el lucro es benigno. Lamentablemente sobreabundan las mentes trancadas que predican que el enriquecimiento lícito no es ético. Sin lucro no hay crecimiento, motivación ni nada. Nadie va a cambiar la naturaleza del ser humano, la ambición.

Septiembre 1985

Con el degollamiento de los profesores comunistas Santiago Natino, Jose Manuel Parada y Manuel Guerrero, más otros arrestos ilegales y brutales de la Central Nacional de Inteligencia, también conocida como la gestapo de Pinochet, Chile se horroriza otra vez. No era un problema político propiamente tal, era una dificultad moral. Asesinaban o torturaban sin juicio ni pruebas a los supuestos enemigos de la patria. Sólo ellos eran los chilenos bien nacidos, los patriotas genuinos, los escuderos de la libertad, los lúcidos y decentes, los más fidedignos hijos del Señor y militantes de la religión verdadera. La lucha del bien en contra del mal era total y ceder frente a los enemigos de la venerada bandera tricolor era una necedad. La
gestapo de Pinochet no cedería ni vacilaría ante las conspiraciones del marxismo internacional y la gestapo de Fidel no cedería un segundo ante las conspiraciones del imperialismo norteamericano. Particularmente la derecha económica, guardaba un gustoso silencio porque el servicio secreto de la Junta Militar les permitía enriquecerse todavía más, en santa paz y con una hostia dominical. Los apremios ilegítimos componían la rutina de la dictadura militar. El banquero y los grandes empresarios se enriquecían y la CNI, su escudero, torturaba. Rebeca había aprobado con éxito su curso de pastelería y había renunciado a la relojería. Se dedicaba a tiempo completo a “La Tienda” vendiendo pan, bebidas, pasteles y dulces. El arroz, los fideos y los abarrotes quedaron de lado lentamente. Lenin comprendería el cambio de giro y lo apoyaría. Su especialidad de pastelera estaba definida y soñaba con algún día ser banquetera o pastelera industrial. El loco sueño de ser una empresaria era posible. El boliche lo atendía de lunes a domingo con ímpetu y fe, sin descanso, con su suegra como remplazo eventual. Emilio trabajaba de profesor de lunes a viernes y el fin de semana y feriados atendían juntos el negocio. Si antes Emilio repartía panfletos revolucionarios, ahora distribuía con ímpetu volantes con los convenientes precios de los pasteles de su esposa. Ambos laboraban durísimo y empezaban lentamente a brotar algunos signos menores de prosperidad. Mas Emilio estaba convencido que debía participar en las protestas contra Pinochet que se organizaban en la Alameda. Era un imperativo filosófico ser coherente, según él y sus epifanías personales. En esta manifestación pública de septiembre de 1985 un idealista y saludable joven de izquierda murió por el balazo de un carabinero y la aguda Rebeca le advierte con cariño de esposa a Emilio, una vez más, otra vez más, con la mente puesta en sus intereses, y deduciendo que no existe una vacuna que neutralice la candidez perenne e infructífera, de su amor.
-Emilio, ¿por qué protestas tú? –con una voz algo fastidiada.
-Es un deber moral luchar en contra del tirano –responde con certitud.
-Tu primer deber es velar por tu familia, por tu negocio que está en pañales. Piensa en tu futuro. Madura un poco. No serás tú quien venza a los dictadores como Augusto Pinochet, Fidel Castro, el rey de Arabia o Erich Honecker. La última vez que fuiste consecuente terminaste exiliado y pobre y ahora quieres que una bala loca del impredecible Ejército te vuele los sesos. En 1988 va a haber un plebiscito en el que todos le vamos a decir No a Pinochet. Ahora te corresponde trabajar y economizar. Nada ni nadie alterará el cronograma constitucional del señor Capitán General y todos lo saben. En el mejor de los casos entregará el gobierno el 11 de marzo de 1990, sin importar la majadera violencia callejera. Los que dirigen las marchas se quieren mostrar, ser ellos los próximos residentes de La Moneda y ambicionan mamar con la venia de las masas populares, de la galería. Sólo les interesa apropiarse de la casa de gobierno, democráticamente, por supuesto. Hay dos equipos. Los que están en el poder y los que pretenden recuperarlo, con tu espléndida ayuda y la de los crédulos.
-Rebeca, los grandes líderes de la centro izquierda chilena están llamando a los ciudadanos a la resistencia pacífica, a mantenerse alertas. Debemos estar dispuesto a realizar algunos sacrificios que esta lucha nos demanda.
-Emilio, no seas tan ingenuo, todos esos grandes líderes políticos que veneras disfrutan de una muy buena situación económica, algunos son millonarios y casi todos tienen asegurado el futuro propio y el de sus familias. Muchos partieron a países burgueses y progresaron fantásticamente. Que ellos peleen por lo suyo que yo lidiaré por lo mío. Pretenden un sillón en el parlamento o en algún ministerio. Ellos quieren alcanzar el poder para seguir robando, como sucede ahora y ha ocurrido siempre. No te olvides que la Democracia Cristiana tenía la esperanza de que Pinochet les devolviera el poder político de una u otra forma, sin importar el mecanismo. Algunos de ellos le regalaron sus joyas a la Junta Militar y hoy no recuerdan nada, y yo, lo que deseo es ser una pastelera o algo parecido. Todos los adinerados líderes de izquierda y de derecha poseen una lista de tontos útiles que trabajan gratis para ellos. No seas más un bobo y preocúpate más de tu situación económica. Piensa en ti, como lo hacen los futuros secretarios de Estado y parlamentarios. Cuando vuelva la democracia los mismos apellidos de siempre ocuparán el poder, otra vez, y van a lanzar al olvido a todos los marchistas y colaboradores. Acuérdate de mí, la democracia le va a dar la espalda a los postergados, como lo ha hecho siempre, y en todos lados. El neoliberalismo es sempiterno y ya decomisó al país. O nos sometemos al juego o nos morimos de hambre. Es así de sencillo. Al final, somos peones.
-Lenin no participa del quehacer político hoy, de la contingencia. Siempre se mantiene a distancia, y eso que se supone que tenemos pensamientos similares.
-En La Ventajosa hay clientes de derecha y de izquierda y lo que le interesa y motiva a Lenin es incrementar sus ingresos. Por eso no sale a vociferar al centro de Santiago en contra de Augusto Pinochet u otro. Tú sabes que Lenin también le vende productos a algunas unidades militares y policiales, como lo hacen también los empresarios de izquierda. El patrón es el que paga, el cliente. Lenin no va a poner en riesgo su patrimonio y los años de esfuerzo, ¿tú sí?
-Rebeca, me preocupa la actual situación de Chile. Te lo digo en serio. Hay todo un pueblo que anhela la democracia, cambios estructurales profundos.
-Emilio, Emilio, –lo dice agobiada por su candidez-, ¿y a quién no? Si Augusto Pinochet te pide mil pasteles de piña mañana, ¿se los vendes?
-Bueno, yo creo que sí. Esa sería una excelente venta.
-Ese titubeo cínico tuyo, típico de muchos izquierdistas, es sinónimo de estrechez y mentecatez. Yo le vendo los mil pasteles al dictador y le beso los pies. Y si quiere diez mil tortas, le hago un descuento y una estatua. Los empresarios socialistas y democratacristianos hacen negocios con el gobierno de Pinochet, con la derecha económica y con quien sea, ahora y siempre. La única patria del adinerado es el dinero y la política es una industria más, aunque se ponga los ropajes de la democracia y de la justicia social. La política es un mercado más, un kiosco más. No es un secreto que la casta política es una legión de aprovechadores aquí y en todos los países. En el fondo, la actividad política es una actividad comercial más. Y tú estás al tanto perfectamente de que muchos de los hoy llaman excitados a derrocar al dictador Pinochet, aprobaron o propiciaron el golpe de Estado del año 1973, aunque ahora se hagan los desentendidos con una sonrisa beata. Están donde calienta el sol. Los socialistas ayer odiaban a los democratacristianos por golpistas y hoy se besan entre todos y fornican impúdicamente. Y resulta que hoy no puedo quedar embarazada porque si te matan mi hijo crecería sin su padre y con odio. Este mes cumplo treinta años, ojo. ¿Cuántas veces marchaste contra la dictadura de Fidel Castro allá en La Habana, o contra los tiranos comunistas de la Europa del este? ¿o los aires de demócrata sólo te bajan en Santiago de Chile? A un dictador lo amas y al otro lo odias. ¿Para quién es un secreto de que los linajes de los poderosos se repiten, con o sin dictadura? En el fondo, ¿que ha cambiado la rimbombante democracia en América latina? El faraón siempre es el mismo, sólo cambia su vestimenta y los trucos. El dinero es el amo y el parlamentario el títere. El diputado es un vasallo más. El obispo es un poderoso más, tras bambalinas generalmente. No son más de cien clanes los dueños de Chile. Cada Estado posee su pequeña nómina de celosos y escamados amos, con muchos escuderos cerca.
-Rebeca, casi siempre tienes la razón. No discutiré contigo. Esta conversación es reiterada. No puedo superar tu lucidez política. Has leído demasiado.
-Si te retiras de las protestas y de tanta lesera te doy el hijo que me has pedido tantas veces. No quiero que en una protesta te reconozcan como el esposo de la pastelera. Sí, antes tuve mucho tiempo para informarme bien de la maldita política y leer.
-Rebeca, está bien, está bien, acepto el trato –con melancolía-. Me convenciste. No andaré más por la ruta de los bolsillos vacíos o lastimeros. Seré un poco como Lenin. Me concentraré en la prosperidad y en mi familia, y en el maldito dinero. Es imposible pelear en contra del dictador, contra ti y contra la pobreza. En el seguro plebiscito votaré que no. Ahí me desquitaré y celebraré un mes completo.
-Yo también votaré que no, te lo prometo. Dile a Lenin –cambió bruscamente de tema- si es posible que venda mis tortas y pasteles en algunas de las naves de La Ventajosa. Dile que mi trabajo es de calidad. Haz esa gestión por mí.
-Hablaré con él. Si el producto se vende él no te va a poner ningún problema. Siempre es igual. Él me dice que el único zar es el billete largo, y si es verde y con una fotografía de Washington, muchísimo mejor.
-Emilio, esa sí es una expresión irresistible. Pastelero a tus pasteles. Luchemos por nosotros primero y después por el mundo.
Rebeca, de todas formas decidió encomendarse a San Expedito, un santo que se adecua a los tiempos modernos ya que posee la característica de atender con rapidez y eficiencia los requerimientos sinceros y urgentes de los creyentes. El rendimiento de este santo protector supera al de muchos gerentes de consorcios internacionales y corrientemente es veloz como un meteorito en sus respuestas. Es el Michael Schumacher del catolicismo local e internacional. Por eso es tan popular, particularmente entre los urgidos y ahogados. La plegaria pasa primero por San Expedito, después por la Virgen María, la mediadora indiscutible de todas las gracias, después por Cristo Jesús, el Redentor y único mediador, y después llegaría a Dios Padre. El favor concedido utiliza la misma autopista de regreso. La bendición pasa del Padre al Hijo, del Hijo a la Virgen María, de la Virgen María a San Expedito, y de San Expedito al peticionario. La fe es un componente vital en la subsistencia humana.
Ahora Emilio y Rebeca transitan por el mismo carril. Los pasteles y tortas en La Ventajosa se venden bien y está contentísima porque otros supermercados de otras comunas también le han solicitado por teléfono algunas bandejas de pasteles. Ella y él ven el cielo más azul y deben inspirar seriedad empresarial y no se darán el lujo de ser contestatarios o los componentes de alguna justiciera demanda popular. Si la CNI le toma una fotografía a un incipiente empresario se termina todo. Que los manifestantes sean otros. Se entusiasmó con la posibilidad de ser una prestigiosa pastelera, tal vez con un local en la Alameda, la principal avenida del país. Que las piedras a los carabineros las lancen otros, que rezagados mentales y radicalizados brotan todos los días. Que otros trabajen para los políticos que luchan por reconquistar el poder que irresponsablemente perdieron ellos mismos el año 1973 entre la demagogia, la arrogancia, el fundamentalismo ideológico, la ira inconducente, la fanfarronería, la idiotez suprema y la terciana. Fue la casta política la que perdió su fuente de ingresos, su biberón. Que ellos peleen por su mamadera. En octubre de 1985 Rebeca logra anular su matrimonio con un buen abogado y en noviembre de ese mismo año se casa en el Servicio del Registro Civil con Emilio, invitando a Lenin y esposa y a sus amigos. El 12 de agosto de 1986 nace Felipe Emilio, el hijo de ambos. La familia con su primogénito está feliz. La riña indudable y profunda consiste ahora en fabricar más y mejores pasteles y tortas. Con la compra de un furgón usado mejoraron notablemente la distribución. Rebeca piensa en su familia y en los pasteles y en nada más. Contrató a un contador externo en los asuntos legales, tributarios y administrativos. El intenso quehacer de los que están obsesionados con alcanzar la casa de gobierno y sus infinitos beneficios, licitaciones, contratos y asesorías millonarias, no le preocupa mayormente. Emilio la sigue con cada vez menos rezongos, comprendiendo el famélico escenario en que se mueve su rudimentaria fabricación de productos, en su casa. Observa que Rebeca trabaja como una prisionera de campo. Los poderosos juegan al juego de las sillas con el poder. Primero se sienta uno en el trono y después se sienta el otro, y así sucesivamente sin mayores variaciones, por los siglos de los siglos. Como sólo se había casado en el Registro Civil en su primer matrimonio, Rebeca recibe la autorización del arzobispo para casarse con Emilio por la santa Iglesia Católica en el templo de Las Rejas. Tal vez no era técnicamente lo correcto según algunos rigurosos prelados, mas ella igual se casó de blanco en el templo, estimulada y dichosa, con un coro pequeño incluido. Este era su primer matrimonio por la iglesia, y el último. El vestido de novia era un sueño desde niña, una aspiración romántica inmodificable. En el año 1992 Juan Pablo II le concede la esquiva gracia del divorcio a Carolina de Mónaco, con la mentira elaborada y tolerada de que hubo una insuficiencia en el consentimiento al momento de casarse por parte de Carolina. La mentira fina en el Vaticano hace maravillas. Muchos aún creen que Juan Pablo II era un enemigo del divorcio. Pudo presionar a Carolina a que se casara otra vez con su mismo marido, pero no, la bendijo con la nulidad de la boda. El papado concede el divorcio, sólo a unos pocos elegidos o regalones, con elegantes falsedades de por medio. A los plebeyos les cuesta un poco más acceder al sacramento del divorcio papal. El piadoso papado es clasista hasta en los accesos al divorcio celestial. Rebeca no transaría con el color blanco de su vestido. Con tanto pedido de pastel pendiente no hubo luna de miel, sólo un fin de semana en un hotel porteño, como lo hizo su amigo. Volvió a ponerse en su cuello la cruz bendecida que tenía escondida y que usaba desde su primera comunión hasta su divorcio civil. Al volver a comulgar un domingo, previa confesión, sintió esa paz interior que un día le despojaron desfachatadamente. Todo estaba en orden. El doliente pasado sucumbió. Sólo hay un millón de pasteles y tortas por delante. Y vivía feliz con su ángel casi rojo, y su rosario de plata.

Noviembre 1967

El 24, 25 y 26 de noviembre, Lenin, Emilio y el flaco Fernández asisten al esclarecedor Congreso marxista de Chillán. Los tres iban como simpatizantes y cursaban su último año en la secundaria. A pesar de su juventud y de no ser mayores de edad participan de este evento, con argucias, encadenándose sólidamente a sus ideales. En el congreso el partido socialista, como organización marxista-leninista, plantea instaurar un Estado Revolucionario, con el firme propósito de liberar a Chile del retraso económico y cultural, y de la dependencia. En el combate al retraso económico y social el modelo sacrosanto era la Cuba del compañero Fidel Castro y su hermano, quienes demostraron la eficacia militar y política de la metralleta y de los lanzacohetes, al derrotar al dictador Fulgencio Batista, sin incertidumbres ni gimoteos. El sendero luminoso, ineludible y legítimo para la instauración del socialismo era la violencia revolucionaria, el derramamiento de sangre de los enemigos, destruyendo así el aparato burocrático y militar del Estado burgués. Los métodos pacíficos o legales son estériles. La verdadera revolución manifiesta que la nueva sociedad debe ser gobernada por los proletarios. Todo el poder le pertenecerá a los marginados, todo. Una clase sustituirá a la otra, sin remiendos. Las clases son enemigas e inconciliables. El Estado de derecho es una porquería. La vía armada es el camino prolífico, irrefutable. Lo demás es perder el tiempo, populismo, chimuchina. Con eso de la decapitación de la cúspide del aparato militar, muchos uniformados en Santiago se pusieron nerviosos, particularmente los oficiales de mayor rango. Cuando el Alto Mando del Ejército de Chile se enteró de que iba ser aniquilado, porque así lo pedía la doctrina fiel marxista, le ordenaron a cada Servicio de Inteligencia de todas las Fuerzas Armadas regulares que se infiltren entre los allendistas y revolucionarios y recaben toda la información posible, porque seguramente la iban a necesitar. El intercambio de fuego era más que una probabilidad estadística. Algunos coroneles, de claro perfil golpista, como se vería posteriormente, empezaron a elaborar con sigilo disímiles hipótesis de conflicto en el escenario de una guerra irregular. Estaban atentos y condensados, con el sable en la mano. Los militares chilenos recibieron un contundente apoyo económico e ideológico de la CIA y de los sectores más burgueses de la nación, de la oligarquía, cuando fue pertinente. Comprendiéndolo a cabalidad, Lenin, Emilio y el flaco, juran la noche del 26 de noviembre de 1967 frente a un fogón defender la revolución con fogonazos si era necesario, hasta las últimas consecuencias, sin lloriqueos ulteriores, sin lamentos tardíos frente a la bala fascista que tarde o temprano llegará, sobre la bandera de la hoz y el martillo. No los iban a torturar y a asesinar como a perros, como ocurrió con los obreros del norte de Chile en la matanza de la Escuela Domingo Santa María de Iquique en el año 1907. Además estos 900 obreros del salitre asesinados estaban desarmados y sin el debido adoctrinamiento paramilitar. Eran unos obreros ingenuos y sanos, con un petitorio básico. El no adelantarse a la jugada es un delito capital en la lucha socialista. El derramamiento de esta sangre obrera fue una gran lección. Un marxista en la lucha por una sociedad sin clases no podía ser sorprendido durmiendo o desarmado, desencajado. El que pestañea se muere. Eso estaba más que claro para todos los que sabían leer o escuchar. El 27 de noviembre de 1967 los tres eran unos peligrosos y valientes revolucionarios, de tomo y lomo, comprometidos y absortos, como muchos otros. El juramento fue con fuego en el corazón. Se preparaban sicológicamente para darle batalla a cualquier enemigo que se presentase, sin subterfugios o pretextos de última hora, sin desertar o rendirse.
Los tres eran unos leones. Ninguno de los tres quería temblar al momento de usar el fusil libertario. Un socialista sin un fusil es un blandengue, un payaso. Y hubo el 11 septiembre de 1973 el derramamiento de sangre que el perenne Congreso de Chillán propugnó y presagió. La hora cero anunciada y solicitada, el minuto de la verdad, estaba allí, a tajo abierto. Y el presidente del país se quedó solo como un quiltro, en la casa de gobierno, sin rendirse, por mientras la fuerza aérea chilena bombardeaba y calcinaba La Moneda ese fatídico día. Los combatientes socialistas y allendistas probos y consecuentes con el congreso sureño y la doctrina socialista pura fueron pocos, tan pocos que algunos creen que la resistencia fue casi nula y pusilánime. La gran mayoría de los supuestos partidarios procedió a la fuga, algunos a máxima velocidad. El flaco Fernández fue torturado brutalmente y murió por la bala de un capitán, por la otra vía armada, la golpista y brutal, que fue la que disparó primero y sin clemencia. Lenin y Emilio se exiliaron por las de ellos, por razones de seguridad. Al final de su epopeya, el Che Guevara también se rindió. El legendario héroe argentino no murió peleando, porque se entregó con sus dos manos arriba a los soldados reaccionarios bolivianos, que fehacientemente lo ejecutarían. El Che terminó siendo un asustadizo en su hora clave. Salvador Allende jamás mostró una bandera blanca y nunca pensó hacerlo. Fue audaz, valiente y coherente con su discurso del estadio hasta el final. Sólo el pueblo le quitaría la banda presidencial. Murió con las botas puestas. Prefirió suicidarse a que un subordinado con un uniforme golpista le disparara. Tenía honor. La izquierda chilena nunca le perdonó al violento general Augusto Pinochet Ugarte que les triturara la ennoblecida agenda revolucionaria, con tanques, aviones, fusiles, cárceles, cepos, corriente eléctrica y corvos. Por su atropello a los derechos humanos y en venganza por lo sucedido, al dictador chileno lo van a perseguir por siempre, especialmente por sus asesinatos, torturas, fraudes, exilios, engaños, desapariciones, arrestos arbitrarios, represiones, colección de cuentas bancarias, humillaciones, robos y censuras. Augusto Pinochet tenía una cuenta bancaria para cada día del año. Era financieramente inquieto. La inmensa mayoría de los militares vivía y vive austeramente, con una sola cuenta en el banco. Pinochet insistiría con frenesí hasta el último día de su vida que todo lo que hizo fue por su inmenso amor a la patria. Todo lo demás es un desquite de los antipatriotas. El revisionismo es sórdido, dicen los marxistas fidedignos. Salvador Allende fue honesto, clarísimo y profundo cuando dijo: “Utilizando primero la ley, utilizaremos luego la violencia revolucionaria”. El connotado Carlos Altamirano fue aún más agresivo, franco contundente en sus declaraciones arrebatadas. El compañero pronunció un discurso el 9 de septiembre de 1973 de tales características y vehemencia, que pareció que lo que anhelaba era apurar el golpe militar. Tal vez enloqueció. Algunos ministros revolucionarios del presidente marxista Salvador Allende, antes de retomar con éxito su existencia burguesa, se sorprendieron con la agresividad contrarrevolucionaria post golpe de Estado, mas nunca se sorprendieron con la agresividad e ira de las homilías izquierdistas huasas, que lo evacuaban todo, con una furia sorprendente. Piensan imperturbablemente que los militares chilenos se sobrepasaron en su proceder, y se lo comunicaron a los organismos internacionales existentes. Pinochet utilizó primero la violencia contrarrevolucionaria y después la ley y su constitución política. Su servicio secreto feroz fue su escolta leal. Frente a la represión y crímenes del mágico Fidel Castro eran más respetuosos, tal vez porque lo escucharon predicar poseído, en el estadio Nacional de Santiago. Caído el muro de Berlín en el año 1989 nadie quiere rememorar el vehemente, explícito y tajante congreso de Chillán. Otros simplemente se olvidaron de su existencia y espíritu, en este capitalismo salvaje que los envolvió a piacere, y que los tiene adormecidos y mansos. En La Habana no se quieren enterar de que el muro que separaba a la libertad imperfecta de las tiranías comunistas cayó. Fidel y su legítimo heredero al trono no van a soltar la mamadera por unas elecciones libres, abiertas e informadas. Muchos volvieron a cantar “Libre” de Nino Bravo, dedicada a un joven que murió en el Muro de Berlín, intentando huir de la tiranía socialista alemana. No recibió asistencia médica, además. Los comunistas lo dejaron desangrarse.

Noviembre 1971

El carismático mesías político de la revolución Fidel Castro aterriza en Chile el 10 de noviembre de 1971 con el propósito de entregar su asesoría, su palabra santificada. Toda una grey rebelde está alerta a lo que piensa, dice y hace, a cada gesto o ademán, con las pupilas bien abiertas y sin pestañear. Era el vicario rojo. Él era el hombre con estatura moral que recorrería la república aleccionando y alentando con bríos a los izquierdistas criollos. Él era la encarnación de la dignidad. Se iba a quedar acá diez días y se quedó más de veinte, con el envanecimiento de siempre. Hasta el presidente Allende quería que se fuera luego. Todos se aburrieron con el barbudo, como en parte de La Habana. Mas el director de orquesta en América latina era el líder cubano y había que tolerarle algunos antojos. El 2 de diciembre Lenin, Emilio y el flaco Fernández escucharon atentos y con los ojos desorbitados al profeta del Granma, en el Estadio Nacional. Se grabaron en la retina cada mueca y vocablo. Con el encendido y convincente discurso, los tres terminaron por canonizar el congreso marxista leninista de Chillán, al Che Guevara, a Zapata y a todo lo demás. El breviario y el plan eran límpidos como el agua, sólo faltaba poner manos a la obra y el carácter necesario. El gobierno de Salvador Allende debía ser revolucionario y no reformista, socialista y nunca socialdemócrata. Las rígidas transformaciones debían ser profundas e irreversibles. Y hacia allá caminaba Allende. Los cambios cosméticos y vagos de los políticos moderados no han liquidado la pobreza y mucho menos la aberrante distribución de la riqueza. La lucha por delante y el trabajo que les esperaba eran arduos. La vía al socialismo se rastreaba, el arrebato era infinito. Los tres analizaron alucinados el gigantesco discurso de Fidel, desorganizadamente, estremecidos y con fe en el mañana, que se teñirá de rojo.
-Fidel es realmente un esclarecido, el líder natural de Latinoamérica, un profeta. Es impresionante todo lo que expresó y nos enseñó. Jamás había escuchado a un hombre así. Nos advirtió que si fracasamos, los fascistas nos van a aplastar, a liquidar –expresa un dichoso Lenin.
-Chile vive un proceso revolucionario y las libertades burguesas y capitalistas son infructíferas, un cazabobos –afirma Fernández con ímpetu.
-Si en el socialismo el pueblo se representa a sí mismo la democracia representativa es un anacronismo, un truco oligárquico con el cual beatifican y apernan sus tropelías –corrobora Emilio ensimismado.
-Hay que crear una relación entre la producción de bienes y servicios y la propiedad social –declara Lenin.
-Antes de armar al guerrillero hay que armar su espíritu, llenándolo de las firmes convicciones e ideales – señala el flaco, moviendo sus manos como Fidel.
-Los inventores de la violencia son los privilegiados, los que nos aplastan y nos someten a un diseño dibujado por ellos mismos – responde un enrabiado Emilio.
-La reforma agraria burguesa fue tibia, como todo lo demás. Hay que construir un modelo que socave las actuales bases que satisfacen sólo los intereses de los terratenientes, de los usureros, de los pandilleros con cuello y corbata –plantea duramente Lenin.
-El Comandante Castro nos pidió que estuviéramos alerta con las típicas reacciones brutales de los explotadores –advierte un precavido Fernández.
-No nos podemos quejar después. Nos advirtió que la hora decisiva llegará, tarde o temprano. Y si estamos desarmados nos van a masacrar –recalca Emilio.
-El proceso chileno es único e insólito, pero es ¡revolucionario!, con todo lo que esto significa para el pueblo y los abusadores de la plebe. Estamos con los humildes y esto sí es una lucha de clases –dice Lenin, llamando a no engañarse.
-Como visionario nos explicó que los explotadores siempre responden de una forma violenta y bárbara – lo dice un Emilio que estaría dispuesto a luchar militarmente por la causa, en una opinión primera.
-Fidel nos está notificando que en algún momento nos enfrentaremos violentamente con el fascismo, con los negreros. Deberíamos armarnos adecuadamente –azuza un Lenin que nunca ha disparado un arma ni una flecha.
-Y entrenarnos adecuadamente, con el armamento ruso –lo expresa Emilio con algún titubeo en su mirada y en todo su ser.
-Hay que devastar la actual constitución política burguesa –opinó Lenin.
-A veces pienso que someterse a la actual legislación chilena burguesa no tiene sentido. Es en sí un contrasentido. La razón está de nuestro lado, las leyes de la historia están de nuestro lado, entonces el futuro es nuestro –lo dice un dubitativo Fernández, en relación a la metralleta.
-¿Quiénes despertarán primero? ¿los explotadores o los explotados? Nos advirtió otra vez que los privilegiados pueden iniciar una contrarrevolución despiadada. Se suponía que la revolución en Cuba era imposible porque los gringos la hundirían. Pues bien, no fue así. La CIA es un enemigo más, el más grande –aclara Lenin.
-La contrarrevolución armada de los explotadores aparecerá en cualquier momento y el valiente Allende nos previno que del Palacio Presidencial lo va a sacar muerto. Nosotros deberíamos ser capaces de expresar algo similar –dice un envalentonado Fernández, que es militante fiel del socialismo.
-El Chicho no se va a rendir jamás, lo prometió. Posee pasta de héroe, carne de mártir –lo señala con orgullo un Emilio, que no pretendería seguirlo.
-Y ¿qué haremos nosotros? ¿cómo vamos a actuar en la hora cero? –consulta el flaco, viendo que el compromiso militar genuino socialista era exiguo y que el frívolo entusiasmo no tenía balas de combate en el fusil.
-Tenemos que prepararnos para cualquier escenario. Fidel nos dijo que el pueblo debería estar dispuesto a morir por defender la causa revolucionaria. Entregar la vida si era necesario, sin incertidumbres –responde Lenin lo que cree que es pertinente, sin comprometer su existencia.
-Hay que crear conciencia revolucionaria y militar día tras día, sin detenerse –plantea Emilio, sin suscribirse tácitamente, transitando por esa zona gris que los atrapó a todos y que fue letal en el día cúlmine.
-Al final, el coraje moral en el ardor de la lucha del guerrillero chileno, va a ser el determinante –les recuerda Fernández, con algunas oscilaciones que disimula adecuadamente, como tantos otros.
-La patria cubana es una, grande y libre porque no hay privilegiados y desposeídos. Nadie les regaló nada a los resueltos combatientes del Granma –dice Lenin.
-En esta reflexión Fidel nos dice que se va a La Habana más radical y extremista –dice un sublevado Emilio, como tratando de descifrar un mensaje subliminal.
-El terrible momento de la verdad llegará de improviso –advierte el flaco, otra vez.
-Un revolucionario pajarón, tímido o llorón, es un hombre muerto –señala Lenin.
-También me confirmó que el catolicismo es un apoyo espiritual a la explotación de los trabajadores, a los negreros, más allá de sus astutas homilías y encíclicas para desviar la atención. En el día a día todo fascista leal recibe la hostia y la gavilla de sacramentos. La Santa Sede es la gran encubridora, la gran cómplice de los abusos, siendo ella muchas veces la atropelladora de los postergados –dice un Emilio ateo y enfadado con la Madre Iglesia insolentemente.
-Jesús dijo sin dobleces que los ricos no entrarán en el reino de los cielos. Más fácil es que un camello entre por el ojo de una aguja. El cristianismo ferviente y original está con nosotros, porque también es reformista –expresa Lenin.
-El Comandante nos exhortó a construir una alianza estratégica entre los marxistas revolucionarios y los cristianos revolucionarios. No seamos sectarios –dice Fernández, que en el divisionismo ve una leucemia.
-El Ejército burgués de Batista al cual vencieron los héroes el Granma era muy superior. Nunca hay que desalentarse en la lucha, jamás. Siempre adelante –lo expresa Emilio con pasión verbal.
-El futuro nos pertenece –dice Lenin.
-Patria o muerte. Venceremos – todos lo dicen al unísono.
Después de escuchar la clase magistral del Comandante en Jefe de la revolución cubana, el diseño arquitectónico y el camino estaban ahí. El entusiasmo y el ímpetu los desbordaba. Eran unos románticos inexorables, hijos de esa época, con algunas dudas que resultaron fatales, claro está. Opuesta fue la sensación en Lenin y Emilio cuando en el año 1989 el muro de Berlín fue derribado por la sabia Historia, junto a su antiguo y utópico credo político. Ese día todo murió, formalmente, y el socialismo ortodoxo se quedó sin fe, con el canasto vacío y las ovejas dispersas, y con una oligarquía cubana y roja que no renunciará al poder y sus franquicias. Algunos de estos cabritos se dedicaron entonces a promover el aborto, el matrimonio homosexual, la poligamia y otras beldades progresistas, como parte de un nuevo ideario, y así sentirse supuestamente útiles y vigentes, otra vez. Si no hay un conflicto, hay que crearlo. El aburrimiento mata a cualquiera y el resentimiento es inmortal. En el año 2008 Fidel Castro le entrega el trono al también millonario Raúl Castro, el príncipe heredero legítimo en la monarquía de la isla, de la dinastía. La resuelta Junta Militar chilena compuesta por Pinochet, Merino, Leigh y Mendoza, trituró la vía al socialismo de Allende con bombas, balas y una atroz represión, y con lo que fuera. Los hermanos Castro son expertos en mantener a flote un Estado policial, con una calculada represión, que es la envidia de los otros tiranos. En la Cuba de Fidel no hay marchas de protesta, dicen orgullosos los revolucionarios cubanos. En la Rusia de Stalin tampoco los opositores se quejaban o marchaban por las calles manifestando su descontento. En la comunista Europa del Este las recriminaciones públicas a los gobiernos socialistas casi no existían y la libertad de prensa era un falacia. La libertad de expresión era un estorbo monumental. El comunismo es el enemigo natural de la libre expresión y aliado de la mordaza y de las persecuciones. Es su sino.

Mayo 1986

Con el propósito de iniciar una contraofensiva militar al ya sangriento dictador Augusto Pinochet, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, con la colaboración logística y moral natural del líder latinoamericano Fidel Castro, interna por Carrizal Bajo, en el norte chico de Chile, más de treinta toneladas de armamento. Como la operación fue exitosa y sortearon los controles formales y al servicio secreto militar, hicieron un segundo intento que fracasó rotundamente. Con tres mil fusiles, granadas, explosivos, lanzacohetes y coraje, era factible desestabilizar a La Moneda. La torpe segunda internación fue desenmascarada por la Central Nacional de Informaciones, descubriendo barretines en diferentes lugares del país. Obviamente no todas las armas fueron encontradas por la policía política. Desde La Moneda Augusto Pinochet le comunicaba al país que la genuina guerra en contra del terrorismo marxista internacional estaba en su clímax y debían estar más atentos que nunca para defender la patria de la sedición de los guerrilleros sin Dios ni ley. Los frentistas al tomarse fotografías con los fusiles y al descuidarse en su proceder nocturno demostraron su falta de profesionalismo y rigurosidad revolucionarias. Además, internaron más armas de las que podían utilizar contra el dictador. En la guerra en contra del comunismo internacional el enemigo directo de Pinochet era el servicio secreto cubano, y La Moneda era una barrera en la difusión de la guerrilla. Sara Esther y su madre se preocupaban de que las balas y explosivos subversivos llegaran a Lo Prado. Cuando vieron por la televisión el arsenal frentista se asustaron. El aparato militar de la izquierda chilena debía elaborar una acción castrense potente o intrépida que los metiera de lleno en el teatro de operaciones, en la primera plana.
Necesitaban decir presente. Los apagones, asaltos, robos y sabotajes, no eran suficientes. Pero el cohete que eliminaría a Pinochet no tomó la suficiente fuerza por falta de distancia y el dictador salvó su vida, porque la Virgen María lo protegió, según lo explicara él. También notó que la seguridad del país, de los generales y la suya eran vulnerables, sobre todo cuando hay tipos dispuestos a todo, como ocurrió con algunos frentistas, que dispararon con los pantalones bien puestos y una audacia sobresaliente. Pinochet tenía enemigos valientes reales, dispuesto a matarlo sin arrugar. Ambos bandos disparaban ahora.

Septiembre 1986

El 7 de septiembre, en una emboscada en el Cajón del Maipo, el Frente estuvo a un milímetro de liquidar al general Pinochet. El lugar escogido, el armamento, la logística y la organización, demostraron que fue una acción de envergadura. Arriendo de automóviles, de casas, ayudistas, informantes y sincronización. Iba a ser el atentado perfecto, pero falló. Tal vez por la poca distancia, el cohete no alcanzó a pulverizar el automóvil del dictador, En La Ventajosa el episodio asustó en demasía, especialmente a las damas, que aborrecían el comunismo ateo y sus símiles.
-Casi asesinan al presidente Pinochet estos criminales –señala Adela.
-Ahora que lo pienso bien, la guerra de la cual el general habla siempre por televisión es verdad. Hay una guerra entre la Junta Militar y el marxismo internacional, que no le perdonará jamás que haya derrocado al socialista Salvador Allende y que haya aplastado la agenda revolucionaria de la Unidad Popular, con violencia. No me quiero ni acordar de esos tenebrosos tiempos –replica la nani.
-Lenin, si la guerra en contra de los terroristas marxistas es una mentira, ¿por qué la internación de tanto armamento? ¿por qué intentaron ejecutar al general Pinochet? ¿Para qué iniciar una matanza o una guerra civil si en dos años más vamos a tener un plebiscito en el país, como tú lo has dicho tantas veces? –consulta Sara Esther, en una deducción básica y nerviosa.
-Este atentado fue una idiotez, un acto políticamente irracional. Ahora poseen la excusa perfecta para decir que efectivamente desde el golpe militar tienen una lucha en contra de los terroristas marxistas. Yo sólo espero que los militares no usen este atentado para perpetuarse en el poder o quedarse diez años más. El Frente rodriguista le hace un flaco favor a los demócratas, a los que respetamos el cronograma constitucional diseñado por el propio general Pinochet, ya que es la única salida. Retornaremos a la normalidad institucionalidad a través de una hoja y un lápiz, del voto secreto de la urna. Los cohetes nada aportan y sólo justifican la forma que tienen ellos de defender la patria –responde Lenin.
-Yo pienso que el Presidente Pinochet va a respetar la constitución de la república hasta su última tilde. No tengo dudas al respecto, a pesar de los balazos de estos delincuentes comunistas –afirma Adela.
-Por la paz social entre los chilenos espero que así sea. Que no inventen alguna triquiñuela con la cual se desestime la democracia –concluye Lenin, desalentado.


CONTINÚA



FIN de la primera parte, de dos.



NOVELA: EL MUNDO QUE ME CAMBIÓ.

AUTOR: JAIME FARIÑA MORALES

Arica, Chile

Esta novela fue inscrita en la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile el 09 de noviembre 2011. eliconoclasta63@gmail.com





Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN.

http://lassotanasdesatan.blogspot.com