EL MUNDO QUE ME CAMBIÓ
NOVELA
Con la novela que presento aquí intento
dibujar adecuadamente a través de varios personajes estratégicos menores la
historia política reciente de Chile y del alma humana, pasando por el gobierno
de Salvador Allende, la dictadura militar de Augusto Pinochet y la frustrante
democracia posterior. La tragedia, el amor, el reencuentro, la ambición
desmedida, el asesinato político, la concentración de la riqueza en pocas
manos, la desidia astuta de la iglesia, la manipulación de los poderosos, la
tortura, las especulaciones crueles de la logia bancaria, las utopías
pulverizadas, el desprestigio total del quehacer político, el avance de los
negreros, la demagogia refinada, la esperanza recauchada y el dolor de cada día
de los peatones, son los pilares de mi manuscrito, que pretende reavivar y
revivir, una y mil veces ocurrirá, esa sed de justicia social que es inmortal
en la naturaleza humana y que pelea hora tras hora en contra de la avaricia
despiadada, sin rendirse jamás. Bienvenidos a mi singular novela: EL MUNDO QUE
ME CAMBIÓ, que se registró en la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos,
de Santiago de Chile, el 9 de noviembre del 2011, y de la cual poseo todos sus
derechos.
Enero 1983
Según lo establecido en la singular y nueva
constitución política chilena del año 1980, confeccionada a la medida por los
mejores sastres de la insaciable, pícara y férrea derecha económica, el general
Augusto José Ramón Pinochet Ugarte ejercería como Presidente de la República
por ocho años más, partiendo desde el 11 de marzo de 1981, espacio de tiempo en
el que privatizarán todo, apropiándose legalmente de las empresas estatales de
la sagrada patria, a espaldas de la voluntad ciudadana, con un rostro
circunspecto y doctorados en Chicago, y en otros olimpos ya reverenciados.
También el Comandante en Jefe del Ejército
era el mandamás del poder legislativo, sin contrapesos. En los tribunales de
justicia rara vez lo incomodaban, aunque los acérrimos defensores de los
ejecutados políticos y de los detenidos desaparecidos jamás dejarán de pelear
en los juzgados, con un vigor portentoso, que irritaba al supremo Gobierno, que
no entendía la tanta lamentación del enemigo vencido. Esta amigable y a la vez
jabonosa constitución de la república se aprobó mediante un plebiscito curioso.
Sólo los simpatizantes probos y fichados del general Pinochet contaron los
votos y fueron los únicos apoderados de mesas en los escrutinios. La publicidad
sólo fue para favorecer la opción nacionalista de la Junta Militar que ganó
rotundamente, en todos los distritos de Chile, sin excepciones, sin registros
electorales ni contrariedades. Entre los seguidores del dictador el pesimismo
era de cero. Levantaron la copa de la victoria repletos de complacencia antes
de que se iniciara la brega. No es estresante apostar a ganador cuando el único
caballo que corre es uno y con jueces y observadores de la propia familia. Como
el de la pobreza y el de la desesperanza, el de la oligarquía es un círculo de
hierro que no se rompe jamás, ya que es protegido por las Fuerzas Armadas, la
banca, los empresarios, el alto clero, los padrinos y una determinada y
trascendental ayuda extranjera. En democracia esto no ocurriría nunca. El
triunfo integral quedó garantizado mucho antes de la instalación de la primera
mesa receptora y escudriñadora de votos. Fue una profecía autocumplida.
En el país uno solo daba las órdenes, el
Capitán General, y a los quisquillosos les iba mal más temprano que tarde. La
armonía personal consistía en alinearse en el bando correcto. Lenin Farfán,
Emilio Peña y el flaco Fernández, nacidos los tres en el año 1950, fueron
amigos siempre. Desde primero básico a cuarto medio y además residían en la
misma comuna, pobre y postergada, que desde 1981 se empezó a llamar Lo Prado,
en la periferia de Santiago de Chile, y compartían idearios, sobre todo cuando
el indiscutido líder Salvador Allende asumió la presidencia de la república en
el año 1970, escoltada por la supuesta siempre fiel Unidad Popular, que era la
suma de varios partidos políticos y organizaciones de izquierda que apoyaron al
doctor Allende. Emilio, enterado de que el empresario dueño del supermercado La
Ventajosa es su antiguo compañero, su condiscípulo en la lucha política
universitaria y revolucionaria, decide ir a visitarlo, algo nervioso. El golpe
de Estado de casi diez años atrás, que derrocó al presidente socialista, los
había separado a todos. Uno se fue a Cuba, el otro a Suecia y el tercero a la
muerte.
-Don Lenin, ahora que terminó la reunión del
departamento de adquisiciones le comunico que un tal Emilio Peña está parado
abajo en la puerta y con mucha humildad me solicitó una entrevista. Dice
conocerlo desde niño y quiere charlar con usted, si es posible –le señala su
subordinado Israel.
-¿Mi compadre Emilio? Por favor dile que suba
de inmediato, y prepara un buen café – lo indica en una actitud perentoria.
-Sí, don Lenin. A su orden –responde
sumisamente el noble y veloz Israel.
Algo impresionado por el agitado movimiento y
bonanza de La Ventajosa, Emilio Peña sube los escalones muy lentamente, casi
como masticándolos. Con cada peldaño su inquietud se dilataba. No se imaginaba
al entonces insurrecto y marxista estudiante de pedagogía en Historia de la
Universidad de Chile de empleador, de negociante, de explotador de
trabajadores. La iniciativa empresarial era una codicia de otros, no de los que
se codeaban con los proletarios, no de aquel que comía en la calle con los
marginados sentado en el suelo con sus zapatillas viejas o que era solidario
con los vilipendiados hasta en su último centavo. Lenin era una porción del
pueblo sufrido, era de abajo, un soñador empoderado que con su espada y un
yelmo luchaba por los relegados de esta sociedad burguesa y humillante. El
aliado de La Habana era un atorrante al lado de su amigo. Una parte de Emilio,
la más romántica, se fugaría de inmediato. Algo aquí no cuadra, está fuera de
lugar. Esto huele a parodia. Hay que encuadrar la redondela. Más sensato sería
ver a Lenin Farfán en un movimiento clandestino luchando en contra del dictador
Augusto Pinochet, repartiendo panfletos, creando conciencia revolucionaria con
la mano izquierda en alto y empuñada, educando o formando a las nuevas
generaciones de rebeldes. Lenin en toda la administración Allende, desde el 4
de noviembre de 1970 y hasta la aciaga mañana del 11 de septiembre de 1973,
estaba altamente abanderizado e imbuido del programa socialista marxista de la
Unidad Popular, mucho más que Emilio y tantos otros. Era un militante de la
construcción del socialismo y de las transformaciones profundas. Por algo
estudiaba Historia, una carrera generalmente de izquierdistas e impugnadores.
Farfán era el arquetipo del allendista
confiable, del hombre nuevo. Con su cabeza en ese mundo de antaño que dimitió
por la fuerza, golpea la puerta del empresario y exmarchista empedernido, sobre
todo por el centro de la roja capital de ese trienio indeleble, entre 1970 y
1973, que tal vez no regrese jamás, de esta forma al menos.
-¡Emilio Peña, amigo de toda la vida! –lo
expresa sin asombro y alegre-, ¡¿cómo estás? ! Tantas lunas sin verte.
-Compadre Lenin Farfán, que gusto verte –con
un abrazo vigoroso, de hermanos de sangre-. Aquí estoy, aquí estoy otra vez en
mi querido Santiago, compañero, luchando por subsistir, con algunas
dificultades –responde Emilio en una actitud cordial y vigilante, y con una
lupa en la mano. En el enérgico y emocionado abrazo de bienvenida mil
recuerdos, anécdotas y traumas cayeron por un tobogán en un santiamén, por
medio del lenguaje del silencio. La niñez y la juventud se vinieron encima
despiadadamente: los encuentros futbolísticos en las canchas de tierra y en las
calles, el canturreo alrededor de una cerveza, los poemas libidinosos a la
exquisita profesora de castellano, las risotadas a granel a pesar de la carestía,
el legendario y nunca superado trasero de la inspectora general, el calificar
de 1 a 10 a las mujeres que paseaban por la calle o por los pasillos del Liceo
con un letrero diminuto de cartón, las cumbias hasta el calambre, la
ingenuidad, las romanzas, el vino tinto navegado, las peñas folclóricas, los
extáticos cordones industriales, la Violeta Parra, las JAP, las camionadas de
candor, La Cantata de Santa María de Iquique, los consejos comunales. Las
utopías y soflamas danzaban en las sombras, los circundaban. El que pensaba en
el entonces preponderante congreso marxista de Chillán era una estatua de sal.
Era retrotraer la historia, y eso se vedó. Como olvidar al glorioso equipo “Los
Matorrales”, campeón de fútbol infantil de Lo Prado el año 1963.
-Emilio, me complace mucho que estés sano y
salvo. ¿Cuando regresaste de La Habana? –en un tono muy hermanable pregunta
Lenin.
Partir a Cuba discretamente era un acto de
penitencia, volver a leer el catecismo rebelde, de verde olivo, era el
repechaje de un repitente de curso, recomponer ese jarro que voló en mil
pedazos con el golpe militar fascista. Partir a un país capitalista era
inconcebible, una traición a los caídos.
-El año pasado, y con mucha cautela, casi en
secreto, utilizando a Argentina como puente –señala un atento Emilio.
-¿Y por qué no me visitaste antes? –pregunta
el inquieto empresario con un cierto aire de amigable reproche.
Ni Lenin ni Emilio estaban en las listas
negras del servicio secreto, de la Dirección de Inteligencia Nacional. Eran revolucionarios
de tercera línea, inexistentes en la plana mayor de la Unidad Popular, en el
glamour contestatario, aunque participaron en casi todas las convocatorias con
apoteosis y juveniles bríos.
-Buscaba empleo de profesor, intentaba volver
con Rebeca y no sabía exactamente en donde residías, al principio, y ni
imaginaba como me recibirías, siendo tú un emprendedor campeón y exitoso, de
fuste –Emilio lo plantea en una actitud dócil y proletaria, navegando en aguas
confusas.
-¿Me hablas de la misma y atractiva Rebeca de
siempre? –consulta un risueño Lenin.
Se acordó de lo embobado que esa devota joven
católica tenía a su amigo, hasta el punto de pensar en contraer matrimonio, de
regalarle un anillo de compromiso. Emilio y Rebeca pretendían casarse por la
iglesia, en ese entonces.
-Sí, estamos tratando de tramitar la nulidad
de su matrimonio civil con un abogado. Hay que mentir sobre el domicilio y así
tienes posibilidades de éxito. En Chile el divorcio es un pecado mortal todavía
–afirma irónica y melancólicamente Emilio.
Rebeca había tenido un primer matrimonio
civil fallido. No se casó por la santa iglesia, en ese templo de Las Rejas, por
un presentimiento que la dominó.
-Compañero Peña -con un rostro taciturno-,
¿olvidaste el pacto que hicimos con el flaco, en el liceo, de que los tres
seríamos hermanos hasta el final, de la hoz y el martillo, aunque hubiesen
estremecimientos, de cualquier índole? Íbamos a convertirnos en los adalides de
la agenda revolucionaria del compañero presidente Allende, en sus tres
mosqueteros. Íbamos a hurtar el mismo cielo para traerlo a la casa de gobierno,
a la tierra, y erigir de esta manera una sociedad más digna –
comenta Lenin, con murria y la voz baja.
-No, Lenin, no lo olvido ni en broma. Sollozo
casi todos los días en silencio por la tragedia experimentada. En la Vicaría de
la Solidaridad me señalaron que el rastro del asesinado flaco Fernández se
perdió en el Estadio Nacional. Hoy está en el índice alfabético de los
Detenidos Desaparecidos. Ese sí fue un sismo horroroso. Lo magullaron y lo
maltrataron hasta que falleció, esa mañana en el propio estadio, de un balazo,
de un capitán del Ejército, según relatan los sobrevivientes de los camarines
del recinto deportivo –dice un enfurruñado Emilio.
-Esa fue una desdicha como tantas y tantas
otras. El flaco sí se inscribió en el Partido Socialista y vivió y murió por el
sueño de una patria más fraterna y equitativa. Le ardía la rabia cuando veía
esos campamentos empantanados en la miseria y la postergación. Estoy seguro que
fue linajudo hasta el fin y que antes de su última exhalación pensó en el
presidente Allende, a quien amaba y veneraba desde el fondo de su alma, como
pocos –dice un cariacontecido Lenin.
-Sí, el flaco fue más valiente y coherente
que nosotros y que muchos oradores, cabecillas y paladines de la Unidad
Popular, de la izquierda grandilocuente, que juraron con espuma en la boca
defender hasta el final a Allende en cualquier escenario que se presentase, en
donde todas las formas de lucha iban a ser legítimas, y después corrieron más
veloces que un guepardo. En más de un insomnio me he sentido un roedor sucio al
lado de este héroe de la revolución huasa. El sí estaba dispuesto a escudar al
gobierno popular con un fusil, en una trinchera. El golpe militar lo sorprendió
desarmado y desprevenido, como a la mayoría. El armamento liviano internado en
los “bultos cubanos” no fue suficiente, la asesoría técnica de los cofrades
extranjeros enviada tampoco. La solidaridad internacional con el proceso
revolucionario chileno no se materializó adecuadamente. Faltó logística, un
estado mayor socialista, una voluntad fidedigna de combatir y entrenamiento
militar revolucionario. A sabiendas que se venía el golpe de Estado, la
deplorable descoordinación político-militar se mantuvo hasta el último día. Los
aguerridos súbditos del temible “avanzar sin transar” se esfumaron. Con el
Tanquetazo de junio de 1973 los golpistas nos notificaron su anhelo de derribar
al presidente constitucional. La Ley de Control de Armas de mayo de 1973, propiciada
por la Democracia Cristiana, también dificultó la tarea. Si bien el Movimiento
Campesino Revolucionario se tomó algunos fundos apaleando, saqueando y matando
a algunos agricultores, como un preámbulo del edén verde olivo, no fueron actos
potentes en la instauración del soñado Estado Revolucionario. Fidel los habría
calificado de tímidos, de blandengues. Basta ver en detalle todo lo que la
patria progresó socialmente con la heroica e inigualable nacionalización del
cobre, obra maestra de la justicia social izquierdista, de la Unidad Popular.
De la buena semilla plantada por estos guerrilleros sesenteros nacieron los
combatientes dispuestos a batallar en contra del dictador Pinochet, con el
apoyo y bendición del Comandante Fidel Castro y su aparato militar, en esta
valiosa década de los ochenta. El Comandante en más de una oportunidad trató de
cobardes y fracasados a los allendistas, en el pasillo, por no ser capaces de
armar un ejército dispuesto a preservar la causa en ese día decisivo del golpe
fascista, ese once de septiembre. Los revolucionarios cubanos y nicaragüenses
tildan de traidores y gallinas a los locuaces y fanfarrones revolucionarios
chilenos. Me cansé de escuchar que ser un revolucionario chileno y ser un
cobarde es lo mismo. Si bien muchos nos fuimos de la isla homérica, otros
chilenos se entrenaron en la Fuerzas Armadas Revolucionarias y pelearon y
triunfaron junto a los sandinistas en Nicaragua, por ejemplo. También algunos
consecuentes huasos murieron peleando en otras latitudes por la causa marxista.
Fidel quiere colaborar de corazón con la
internación de armas y de combatientes,
adecuadamente preparados. El flaco Fernández
hubiese sido todo un teniente. Las pías ideas revolucionarias han sido el
producto de exportación más fructífero de una isla que es el paradigma del
antiimperialismo, de la dignidad de un pueblo que no se deja avasallar
–concluye un desarmado Emilio.
Fidel frente al imperialismo ruso era más
bien tímido. Ingresaba al Kremlin humilde, pidiendo colaboración económica, pasando
el sombrero. A pesar de los 30 años de subsidios rusos, Cuba nunca salió de la
bancarrota, al igual que los socialismos reales. Es sabido y no siempre
reconocido que el socialismo nunca funcionó: en ninguna ciudad, en ninguna
época.
En esa implacable mañana del 11 de septiembre
de 1973 cae por la fuerza el gobierno constitucional de Salvador Allende
Gossens. Junto con el impetuoso bombardeo que destruía e incendiaba La Moneda,
con aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea de Chile, que era la casa de
gobierno del presidente de la república, todo un ciclo de más de medio siglo de
lucha social rescindía. Ese día en Chile se iniciaba una revolución política y
económica extraordinariamente opuesta a la pretendida por las fuerzas marxistas
y rebeldes, democráticamente elegidas. El gélido neoliberalismo ingresaría por
una acicalada alfombra púrpura. Generales católicos debidamente bautizados
iniciaban y dirigían la violenta cruzada en contra del socialismo ortodoxo y
ateo, con una bendición papal que imaginariamente fue sutil.
Ninguno de estos generales en estado de
gracia y sacramentados sería excomulgado nunca, a pesar de las dudosas críticas
al régimen militar por parte de algunos obispos, que teóricamente sufrían con
los atropellos a los derechos humanos y a la misma vez recibían algunas
prebendas o beneficios del régimen dictatorial, menudamente. La Madre Iglesia
nunca ha publicado las prerrogativas y patrocinios que recibe de parte del
Estado. El multimillonario patrimonio del Vaticano es incalculable. Augusto
Pinochet y sus severos colegas de la Marina, la Aviación y de la Policía, jamás
dejaron de recibir la hostia consagrada, jamás, y en un templo lleno y con la
escenografía acostumbrada y en la que sólo faltaban ángeles verdaderos. Franco,
Mussolini y otros también fueron beatificados políticamente en vida por la
Santa Sede, bañados con agua bendita. Es un muy interesante el episodio de la
línea de ratas, en la cual el Vicario de Cristo ayuda a asesinos y torturadores
nazis a huir a Sudamérica con pasaportes falsos. Pío XII nunca dejó de saludar
con gran afecto a Adolfo Hitler en su cumpleaños. Los cardenales y obispos eran
cálidos con los fascistas y nazis. Son demasiadas las fotografías y testimonios
vívidos que lo demuestran. La fe y la gracia santificante de los negreros,
dictadores, reyes, inquisidores, millonarios y la de los obispos encubridores,
serían las mayores reliquias del catolicismo. Algunos contestatarios duros
piensan que los objetivos de la Santa Sede son tres: aumentar sus ingresos, ganar
dinero e incrementar su hacienda. El arzobispo de Santiago tenía a sacerdotes
que criticaban al Capitán General y a otros que lo alababan discretamente, por
omisión generalmente, y hasta por la televisión, con la acostumbrada picardía
de esa sotana que es experta en caminar por la cuerda floja estando en paz con
la luz y con la oscuridad en una misma semana. El ideario neoliberal fue la
antípoda. Nada sería igual, absolutamente todo cambiaría, todos nos
trocaríamos. Efectuado el golpe militar, Emilio, con algunos contactos y en un
trayecto de bajo perfil se fue a Cuba vía Argentina, astuta y voluntariamente,
por miedo. Perdería la chaveta si le ocurría algo a Rebeca o a algún familiar.
Desde el exilio continuó su sofrenada lucha por la dignidad del ser humano.
Pobre como se fue, llegó a Chile. Lenin sin embargo, siendo un estudiante de
Historia no titulado optó por Suecia, con la ayuda de la embajada y de algunos
subterfugios. Para él también lo más conveniente era partir. No quería correr
el riesgo de ser un cadáver, un torturado, de la campaña de intervencionismo
militar y económico de la CIA en Sudamérica. Todo allendista que era reconocido
como tal era un paria y un posible candidato al tormento. Era muy peligroso ser
sindicado en algún momento como socialista o comunista. Era más seguro ser un
delincuente que ser un socialista. Aparecer en la fotografía de una marcha
rebelde podía ser el fin de la existencia.
-Lenin, ¿cómo te fue en Estocolmo? –consulta
un curioso Emilio.
-Contagiándome de la mentalidad europea en un
tris, asustado por mi futuro y siendo un menesteroso, sufrí una transformación
interior obligada, repentina, brutal y a contrapelo. Empecé a trabajar como una
mula de carga, en contra del tiempo. El “comité de Chile” me ayudó mucho, y otros
también. Partí haciendo el aseo en el metro de Estocolmo y terminé
estabilizándome como jefe de bodega en un supermercado típicamente escandinavo,
ahorrándomelo todo, como si fuera un emprendedor. Allá el ascenso es rápido y
yo vivía y vivo a doscientos kilómetros por hora. Los fines de semana laboraba
en lo que sea, vendía lo que sea. Guardé cada centavo, como si de eso
dependiera mi vida. Bueno al final fue así, por mi porvenir. Comía poco y no
descansaba nada. Con todo lo que reuní me alcanzó para regresar en el año 1980
discretamente y comprar esta casa-local de tamaño medio, de un bastonazo. Yo
tampoco estaba en la nómina de los enemigos del oficialismo. Lo repleté de
mercaderías, y junto con mi iniciación en Impuestos Internos, puse en acción mi
talento comercial, que todos me decían que poseía de sobra. Y aún me quedaban
ahorros, no pocos. En este nuestro barrio pobre los precios inmobiliarios son
convenientes aún, y yo aproveché una ganga. La antigua dueña de este local
estaba enferma y desesperada por dinero contante y sonante. Algunas compras
fueron sin IVA, en negro –baja la voz con una mímica-, de matute –relata Lenin.
-Tú en la universidad comprabas y vendías
cualquier cosa. Recuerdo particularmente los aretes y collares, con tu bolso
comercial. También participabas de las ferias dominicales o lo que cayera. Eras
impaciente, despierto y un pequeño quimérico –aparece una sonrisa en Emilio.
-Acá en Lo Prado, trabajando más duro que en
Suecia y Europa, en un par de años he logrado surgir y ya tengo diecinueve
empleados. Busco nuevos mercados y productos. Ahora alucino con ser un gran
exportador. También compro y vendo automóviles usados, uno tras otro, y asisto
a algunos remates públicos en los cuales adquiero cualquier cachivache que me
genere centavos. El vehículo previamente lo llevo a un taller mecánico e
intento venderlo de inmediato. Creo que no desprecio ninguna oportunidad de
ganar dinero, ninguna. También he comprado productos de contrabando –baja la
voz otra vez-. Mi cabeza se abarrotó de dólares, liras, inversiones,
inventarios o lo que venga. Mi horario es de veinticuatro horas al día, siete
días a la semana, los trescientos sesenta y cinco días del año. Quiero un
cometido de excelencia, fecundo –expresa un jadeante Lenin.
-¿Cuánto le pagas a tus trabajadores?
–pregunta Emilio en un tono afable y moralista, como sentado en las alturas.
-Lo menos posible –estalla una risotada-.
Pago salarios de mercado y a algunos el salario mínimo. Y como recién empiezo
esquivo hacer contratos o pagar horas extraordinarias o finiquitos caros. Todos
los empresarios chilenos que han crecido operan de esta forma, y cuando ya son
millonarios, predican de la honestidad y la transparencia, generalmente en una
familia bautizada y mariana. Mi estructura de costos la vigilo con una
microscopio todos los días. Ahí no transo. Ningún costo fijo o variable se me
escapa. No me permitiré volver a ser pobre otra vez por una actitud
irresponsable o sentimental. La sobrecarga ideológica trae carestía y
frustraciones –Lenin hace un declaración de principios, recauchutada.
-¿Y puede un sufrido obrero chileno vivir
dignamente con el salario mínimo? –lo dice en una actitud sacerdotal y de
cierto regaño, como si fuera el defensor oficial de los pobres, y de los cuales
se preocuparía personalmente.
-No lo sé amigo, ya no es mi problema. Mi
deber es mantener los gastos en la raya. Esa es la única manera de generar en
el mediano plazo una rentabilidad que me permita abrir nuevas sucursales e
involucrarme en nuevos desafíos fabriles. Si mi chequera la maneja un sindicato
o aquellos que son generosos y piadosos con el dinero ajeno, quiebro. El que
pestañea pierde feo. No me quedaré pegado en las inquietudes laborales. Creceré
y creceré y creceré a como dé lugar –plantea Lenin.
-¿Existen sindicatos con el dictador Augusto
Pinochet en La Moneda? –lo expresa tenuemente, como un intachable protector de
los derechos humanos que concuerda sin arrugarse a ultranza con la dictadura
monárquica de los hermanos Castro en la isla modelo. Emilio ama a Fidel y odia
a Pinochet, como lo ordena el majestuoso muro de Berlín.
Es lo que corresponde hacer en el campo de la
ética.
-No, y por eso que hay aprovechar de
capitalizarse ahora. Los negocios son los negocios. Hay que concentrarse
solamente en el aumento del PGB y en el de mis ventas. Lo primero es
responsabilidad del gobierno. Y yo por incrementar los ingresos del local sería
de capaz de usar una minifalda con bigotes -lo expresa con una certeza ladina y
sin oscilaciones.
En Chile la cesantía es la gobernante
indiscutida, le recesión vive su apogeo y las empresas nacionales que no son
capaces de competir quiebran una tras otra, en un efecto de dominó
impresionante. Las importaciones aplastaron a muchos. Muchas empresas se
arruinan por el efecto fatal que se generó cuando Pinochet decidió abrirse al
mercado libre y competir. Chile es una selva sin piedad, que desea ingresar al
duro mercado internacional como sea, sin proteccionismos ni cursilerías. La
compacta derecha económica se da un festín con las privatizaciones de las
empresas públicas, porque a veces las compran a precio de huevo, casi
regaladas, todo en estricto respeto a la constitución y las leyes, que ellos
mismos propusieron, para evitarse así el tener que caminar a los melindrosos
tribunales de justicia criollos. La gula de los poderosos es voraz y no se
preocupan de mantener la compostura en el atraco a la amada patria. Tienen los
brazos acalambrados de tanto llevar agua a sus molinos y no pestañean en el
cometido. En ese instante ingresan dos dependientes a la oficina del patrón,
con algo de temor.
-Don Lenin, vamos comenzar el aseo de la
bodega -expresa un barrendero.
-¡¿Qué?! Otra vez con la misma cantinela.
Mañana quiero la bodega soplada y ordenada, y si no, los despido a los cuatro
–el rostro se le enrojece-. ¿Fui claro?
-Sí, don Lenin -y se retira el empleado en
estado de pánico, porque era casado, con hijos y pobre como un burundés al
igual que sus colegas de La Ventajosa.
El segundo dependiente que entra es el
contador.
-Estimado numerólogo –con sarcasmo-, ¿qué
sucede?
-Don Lenin, efectivamente los precios de
algunas acciones de la bolsa de comercio están a precio muy conveniente -y
también se retira de la oficina prestamente.
Y a un Emilio que se hallaba en un estado
mental imposible de descifrar oye absorto a su amigo marxista leninista de la
juventud y actual empresario duro.
-Emilio, con el programa de privatizaciones
del general Pinochet algunas empresas del Estado las están enajenando a precio
de propaganda, para no regalarlas –otra risotada-. Es una maravillosa
oportunidad de inversión. Si tuviera tres millones de dólares disponibles, me
hago multimillonario en cinco años.
-Lenin, así veo, es toda una tentadora oferta
la que ofrece el general –expresa un estupefacto Emilio, ya que Lenin es un
especulador de fuste nato, intuitivo.
-Compañero Emilio, hoy es viernes. Ven a las
veinte horas a buscarme. Te invito a mi restaurante favorito para hablar de
todo, de los buenos viejos tiempos. Que la melancolía nos envuelva. Que el
sensiblero pasado vuelva. Ya estoy escuchando a Víctor Jara, a los Quilapayún,
a la Violeta, con poco volumen, obviamente.
-Compañero, estaré puntual, si es que no te
incomodo.
-Otra vez con lo mismo. Somos cofrades, no lo
olvides. Quédate ahí, te voy a presentar a mi querida esposa.
Lenin hace entrar a su cónyuge y la presenta.
-Emilio, te presento a Sara Esther. Nos
casamos el año pasado.
-Mucho gusto Sara Esther, ¿cómo está usted?
-Bien, gracias. Lenin me ha hablado mucho de
usted.
-Que bueno es saber que Lenin me recuerde –ya
respira más relajado Emilio.
-Esposa mía, invité a Emilio esta noche al
restaurante Don Jano.
-Vayan. Que lo pasen bien y no se pongan tan
tristones, por favor –dice ella.
Corrobora que Lenin Farfán, su amigo de la
infancia todavía lo aprecia. No comprendiendo a cabalidad eso sí su
proceder de negrero eficiente, se presentó a las ocho de la noche. Se fueron en
una camioneta casi del año, y desempolvando algunas canciones de los
Quilapayún, se fueron coreando a dúo, con moderación y los vidrios arriba.
Cantar canciones comunistas o facciosas en el gobierno del Capitán General
podía ser un crimen de consecuencias impredecibles. El restaurante era elegante
y se sentaron en la mesa habitual del compañero y dueño del supermercado. Lenin
era la mezcla perfecta de revolucionario, socialista, empresario, capitalista,
explotador y cristiano nominal tibio. El mozo se les acerca presurosamente, al
divisar al empresario, que da buenas propinas.
-¿Qué se sirve don Lenin?
-Déjame pensar. Tráeme una ensalada a la
chilena, un filete con papas duquesas, vino francés y al final, una tarta de
almendras. Lo mismo para mi compañero de labores y hermano Emilio Peña.
- Alguna cosecha especial para el tinto. ¿Tal
vez la del año 1954?
-Sí, ese fue un buen año –expresa el experto
Lenin al mozo.
-Ey, no pretendo importunarte –interrumpe
Emilio con sumisión.
-Cálmate, yo pago. Si te apetece un hot dog o
un caramelo de leche –en un tono burlesco y de satisfecho- pídelo con
confianza.
-Lenin, se me viene a la memoria y en cámara
rápida el liceo “Aurora de Chile”, las peñas folclóricas, los comandos
comunales, las briosas tomas, la reforma agraria, la escuela nacional
unificada, las columnas interminables de los luchadores sociales, el maldito
Tancazo, las incesantes y místicas huelgas de los excluidos, la efervescencia
pulcra, las inspiradas movilizaciones de las masas repletas de garabatos e
insultos demoledores a los momios, y por supuesto el trasero de la inspectora
general. Los sindicatos eran parientes de sangre, todos con un mismo apellido
–comenta un penetrante Emilio.
-Emilio, la famosa vía chilena al socialismo
con empanadas y vino tinto la olfateamos, nos pasó rozando. Estuvimos cerca de
erigir una sociedad socialista, humanista y pluralista. Nos faltó disciplina,
coraje, lealtad férrea al presidente del país y orden. El lema “avanzar sin
transar” fue una irresponsabilidad criminal y arrogante, un desenfreno vacío,
un suicidio global. Con el reputado “los momios al paredón, las momias al
colchón”, nos descaminamos. Tanta fiebre revolucionaria intolerante e
infructífera dirigida por cobardes que no dispararon ni con una pistola a
fogueo fue más que un error trascendental. Todos los gatillos de los ampulosos
paladines se atoraron. La revolución debió ser por fases, creo. Allende
estatizaba la minería, profundizaba la reforma agraria y de salud y dos o tres
cosas más y punto. Y un segundo gobierno popular seguía adelante con dos o tres
reformas estructurales más, defendiéndose en las calles cada logro y laurel,
con esa misma fiebre. Pero no, ganó el doctor Allende y se vino la excitación
revolucionaria inconsciente, las huelgas por cualquier motivo, el desorden, el
divisionismo, la rapiña, los personalismos, las deslealtades y los discursos
violentos y temerarios de líderes que huyeron a trescientos kilómetros por hora
al primer triquitraque fascista. El “ consolidar para avanzar” fue aplastado
por la terciana. La hiperpirexia fue totalizante. Si predicas con agresividad
de la revolución debes estar armado, organizado y dispuesto a matar, o al menos
a defenderte apuntando bien. El eterno brazo armado de la aristocracia sí mató,
y de inmediato, y sin complejos o dudas filosóficas. El Ejército de Chile
cumplió con el supremo deber de defender los intereses de los potentados de la patria,
de la reacción, interpretando el himno nacional con una satisfacción plena,
sellada la gesta. Los militares nos ganaron el quien vive y la película la
tenían clara –plantea un profundo Lenin.
-Por supuesto, mas no fuimos capaces de
defender al Chicho como esos combatientes valientes que retrasaron unos minutos
el golpe de Estado disparando desde el Ministerio de Obras Públicas. También
algunos valientes pelearon en Indumet, en La Legua, en el sur. Si absolutamente
toda la Unidad Popular genuina hubiese salido armada a la calle a defender al
presidente constitucional, otro gallo habría cantado. Arrugamos. Lo demás es
cuento muerto, un lloriqueo nimio que no finalizará jamás, ni con un millón de
marchas o querellas en los tribunales, ni con mil libros o testimonios
llorosos. El fusil nos pesó, nos asustó –Emilio se confiesa.
-Yo, como estudiante de Historia te digo:
teníamos la razón, pero la Historia fue caprichosa y exasperante y no nos dio
la razón. Pensábamos dogmáticamente que la propiedad privada era un robo en
todo evento y que la riqueza legítima era un oprobio, y eso indignó de
inmediato a la burguesía, a los fascistas, a los moderados, a los explotadores
y a los latifundistas. Además, no estábamos decididos ni preparados para
establecer el socialismo. En la zona cero flaqueamos. El resuelto Fidel Castro
solucionó el problema a balazos y venció. Los revolucionarios cubanos desde el
primer día estuvieron dispuestos a todo, a pelear en todos los frentes y de
todas las formas posibles, sin inseguridades. Nosotros no fuimos idóneos.
Terminamos siendo revolucionarios de cartón con la partida de un caballo
inglés, unos capones, unos espantadizos. Sin sangre no hay revolución, creo que
una vez le dijo Fidel a Allende. Sólo una minoría, como el flaco Fernández y
otros, se comportaron siempre a la altura de las circunstancias. Su sangre le
pertenecía a la causa, no a él. Te repito, muchos de los que enseñaban férvidos
de la revolución huyeron vertiginosamente, sin disparar un tiro, a ciudades
burguesas y claramente capitalistas, abandonando a los humildes militantes
contestatarios a su suerte. Esos mismos son los que quieren volver a gobernar
al país, lo antes posible, y llenarse los bolsillos de oro y plata, como ocurre
siempre y en todos lados –afirma Lenin.
-Compañero, un brindis –hay turbación- por el
flaco Fernández y por los que murieron en manos de los golpistas –Emilio lo
expresa con una melancólica copa.
-¡Salud! , por el flaco Fernández y por todos
los que fallecieron en esos años de sueños imposibles –lo expresa Lenin con una
fotografía del flaco en su cabeza.
-Canté un millón de veces el mantra sagrado:
¡Crear, crear, poder popular! Era mi padrenuestro, mi avemaría, mi ángelus y
todo. Nunca nos cansamos de pintar consignas y empapelar la comuna con el
eterno Che Guevara, Fidel, Camilo Torres, Lenin, Stalin, Zapata, Marx, Mao y
tantos otros personajes preclaros –afirma Emilio.
-Y yo, como estudiante de pedagogía en
Historia creía que el futuro era nuestro y que sería uno de los próceres de
este nuevo mundo. Un nuevo mundo sin Dios ni amo. Era una época romántica,
herética, limpia y de proyectos solidarios, con hombres que se suponían que
estaban dispuestos a ofrendar sus vidas en defensa del gobierno constitucional
y revolucionario de don Salvador Allende y no a huir o a esconderse bajo
tierra. Richard Nixon, Kissinger y la reacción criolla jamás toleraron la
construcción de una sociedad sin clases, en la que todos seamos iguales, las
nacionalizaciones, los cambios estructurales. Las fuerzas retardatarias nos
hurtaron la batuta en nuestras narices. El capitalismo venció, nos transformó,
y tal vez nos prostituyó. Wall Street es el gran dios, el leviatán, el drácula,
y nadie lo voltea. Mataron a compañeros y también nuestro espíritu. La esencia
del nuevo hombre, que de nuevo no tenía nada, fue molida, tal vez sin retorno
–dice un acongojado Lenin.
-Lenin, entonces el triunfante capitalismo
imperante es el sistema político de Dios – dice Emilio estrujándose de la risa.
- No, compadre. Unos teólogos arminianos me
señalaron que el neoliberalismo enfría el espíritu, exacerba el consumismo y
corrompe el ser porque promueve el egoísmo, la ambición, el atropello a los
derechos de los trabajadores y al de los otros, el lucro descomedido y la
trampa. Y claramente todo esto atenta contra la limpidez del alma. El impasible
capitalismo es un sistema filosófico que va a hacer su vital aporte al fin del
mundo, a las profecías finales –expresa un elevado Lenin.
-Compañero revolucionario Lenin, ¿no me digas
que eres un empresario escudriñador de la Biblia, un exegeta, un ultramontano y
un republicano gringo?
-No, no es necesario. Mi esposa Sara Esther
es cristiana protestante, como Suecia, y me revienta las orejas de vez en
cuando, con mucho cariño y suavidad, con lo dicho y obrado por Jesús de
Nazaret. Me casé recién con ella, en abril del año pasado. El único descarriado
en la casa soy yo –lanza una carcajada.
-¿Y tus hijos? –consulta un curioso y
sobrecogido Emilio.
-Mis retoños son bastantes espirituales
también. Viven preocupados del ordenador de última generación. Y si no se los
compro me queman la parcela -más risas-. No, no, no, no, todo es una broma.
Estoy esperando a mi primogénito. Sara Esther está embarazada. Si es hombre se
va a llamar Josué Salvador. Josué, por el líder del Antiguo Testamento y
Salvador en honor al compañero presidente mártir. Es un nombre repensado. Y
dime Emilio, ¿qué es de ti? ¿cuál es tu domicilio?
-Vivo con la Rebequita y mi madre en la misma
calle Varsovia de siempre.
-¿Y tu papá, el gran pedagogo?
-Mi viejo ya estaba enfermo y el golpe
militar terminó por liquidarlo, en el año 1978, conmigo en el exilio. Fue
particularmente terrible para mi madre.
-Don Julio era un buen hombre y fue un buen
profesor normalista, como tú seguramente lo eres. Recuerdo que en el
Registro Civil él te inscribió erradamente.
-Sí, mi padre me quería poner Emiliano, por
Emiliano Zapata, pero me inscribió como Emilio, y yo digo que es por Luis
Emilio Recabarren, el padre del movimiento obrero revolucionario chileno. Yo
trabajo de profesor y más la pensión de viudez de mi madre y el empleo de
Rebeca, sobrevivimos bien. Estoy instalando una pequeña tienda de abarrotes en
mi casa esquina, por iniciativa de Rebeca, que atiende mi madre, y quiero
incorporarle, pasteles, dulces y otros.
-Emilio, ¡entonces somos colegas y
correligionarios!, ¿quién lo diría?
-No, lo mío es un punto de venta irrelevante,
insignificante.
-Es lo mismo. Eres microempresario o
comerciante, un pyme, y partiste de cero, al igual que yo. Somos colegas. Tal
vez eres un Rockefeller en potencia y no lo percibes –carcajadas-. Charlemos
más de esto después.
-Realmente, ¿empezaste de cero?, dime la
verdad.
-Si considero a Suecia sí. La casa-local, la
camioneta, la mercadería y más, las pagué prácticamente al contado. Me ha ido
excelente, a pedir de boca. Este gobierno es de silueta empresarial y la
cuestión social es desairada. Es un veranito de San Juan. Hay que aprovechar
este glorioso momento, porque en unos años más nos van a tapar de derechos
laborales, beneficios sociales y obligaciones insoportables.
-Lenin, ¿entonces eres un empresario casado
con una cristiana y estás formando una familia conservadora, burguesa y
confesional? Eres igual a los republicanos rudos de Estados Unidos, con una
Biblia en la mano.
-Recórcholis, no lo había pensado así –dice
Lenin con muecas burlescas.
-¿Y cómo vas a votar en el plebiscito de
1988? –pregunta ya un preocupado Emilio.
- Por ética política y tradición le diré que
No al señor general.
-Obviamente mi No al tirano resonará en el
continente –Emilio empuña la mano.
-Empresario Emilio, -con la voz baja y muy
pausada- ¿te gustaría que te entregara mercaderías en consignación? -le habla
con ternura- ¿que le de una mano a tu inventario? ¿a tu catálogo rorro, con un
crédito bien humanizado, a 60 días?
-Lenin, quería tocar ese punto, mas por pudor
no lo mencioné. Quiero prosperar.
-No te preocupes, algo de eso sospeché desde
un principio, con eso de la tienda en tu casa esquina. Yo en tu caso hubiese
hecho exactamente lo mismo y sé, que tú también me hubieses ayudado. Ven la
próxima semana a mi oficina y hablemos de negocios, y más de alguna asesoría te
puedo entregar también.
-Gracias, maestro Lenin –levanta su copa de
vino francés mansamente, viéndose como un negociante.
-Emilio, mi hierático deber es aplastar toda
competencia en la comuna, mas tú eres una excepción –disparando una algazara
más-. El mercado es feroz, una jungla. Aquí la regla de oro es: “sobrevivir o
morir” “matar o perecer”. O como diría el patriarca Fidel Castro en su
expresión ex cáthedra más luminosa: “socialismo o muerte”, aquí es:
“crecimiento o muerte” –lo expresa con una etérea ironía y con los guantes de
box puestos.
También rememoraban su intransigente ateísmo,
lo glamoroso que era negar la existencia de Dios gratuitamente, sin ninguna
evidencia, porque la ideología lo dictaminaba, que era ortodoxa.
-Lenin, fuimos ateos hasta la saciedad. La
teoría de la evolución es sólo una teoría y la acepté como un dogma de fe. En
el fondo era un teocrático. Decir que el universo fue creado por una generación
espontánea es lo mismo que decir que fue creado por un acto de magia –afirma
Emilio.
-¿Y quién es el mago? ¿Quién está detrás del
azar, de los dados cósmicos? –pregunta escolásticamente Lenin.
-La posibilidad de que existiera una Gran
Arquitecto o su equivalente era un capricho burgués, una superstición de
conformistas –dice un reformado Emilio.
-El ateísmo riguroso no aporta nada, sólo
genera más preguntas circulares. Pensar que detrás del universo no hay un Creador
es como pensar que detrás de mi reloj no hay un relojero. El ateo es un alma
desprovista, arañada por la ansiedad, con una extravagante pose de pensador
objetivo y abierto de mente. La ética del ateo ratifica el genocidio del aborto
sin pestañear, el suicidio asistido y otros. El humanista o laicista puro es
más devoto e inhumano que un talibán iletrado y quejoso, además de ser un
teocrático intolerante –concluye un inquisitivo Lenin.
Como dieron las dos de la mañana de tanto
analizar los meandros del planeta y los cachiporrazos de la existencia, los dos
compañeros ya estaban algo ebrios. Un mozo condujo la camioneta, nuevamente, y
llevó a los correligionarios y noveleros a sus hogares, previa buena propina.
Antes de separarse lanzaron el último grito de su equipo de fútbol campeón “Los
Matorrales”, al unísono.
-Ma ma ma, to to to, ¡Matorrales Lo Prado!
Septiembre 1973
Junto con el golpe de Estado propiamente tal,
la Junta Militar inició una cacería en contra de los allendistas, del cáncer
marxista, como decían ellos. En un allanamiento rápido y sorpresivo el 15 de
septiembre a Lo Prado divisaron al flaco Fernández quien era conocido por su
fervor al gobierno de la Unidad Popular y amor al Chicho. Fernández en ningún
momento negó su militancia socialista activa. Se subió al camión militar junto
con otros y fue llevado al Estadio Nacional, el campo de detenidos más grande
existente que funcionó hasta el 9 de noviembre de 1973, en calidad de
prisionero. Al bajarse recibe unos culatazos en un callejón oscuro y es
revisado entero, con las piernas abiertas. De lejos divisa rápidamente unos
cadáveres, unos sobre otros, en un rincón. Presagia su final. Los pasillos se
repletaron de militares. En la galería del estadio, en la que recibió unos
cigarros de un periodista y alcanzó a participar de una misa con un sacerdote
detenido, es la última vez que lo vieron con vida y sano los otros militantes
allendistas que sobrevivieron. Antes de partir tuvo una penetrante mirada de fe
y paz. De la escotilla dos lo llamaron para un interrogatorio y con torturas de
palos y corriente eléctrica le ofrecieron salvarle la vida si se convertía en
un informante del régimen entregando nombres, sobrenombres, arsenales, mapas,
domicilios y antecedentes de comunistas, socialistas y miristas. A pesar del
padecimiento y la sangre negó poseer información y sólo dio la dirección de la
sede del Partido Socialista que todos conocían. Por su terquedad e ideología
los militares de la mesa del interrogatorio lo declararon de inmediato traidor
a la patria, escoria. Golpeado y con una venda en sus ojos con manchas granas
caminó por los exteriores del estadio junto con tres más. Un capitán lo retiró
de la fila y lo puso de rodillas a unos ochenta metros de la pista atlética de
la cancha principal del recinto mundialista, en un rincón supuestamente
discreto. El disparo se escuchó fuerte a noventa metros a la redonda. Es un
tiro que sus amigos escucharán por siempre, y tal vez por algunas generaciones,
la patria reflexiva. El eco de esas balas no desaparecerá. Eran las 11 de la
mañana del 16 de septiembre. Los otros tres corrieron la voz de que el
asesinado era el flaco Fernández, y todos en Lo Prado se enteraron, incluidos
Lenin, Emilio y Rebeca. Nadie ha encontrado su cadáver y es un detenido
desaparecido más. Con la muerte del presidente Salvador Allende y de su
gobierno, al joven Fernández le dio una depresión tal, que no tenía ningún
ánimo de continuar viviendo. Partió al más allá junto con su líder y guía.
Antes de fallecer exclamó sin levantar la voz y con respeto: ¡Viva Allende! Por
otro lado y en ese mismo día 16, en el club La Cúspide un trascendente grupo de
empresarios y militantes de derecha en un almuerzo de bajo perfil hacen un
conmovedor brindis por la Junta Militar. Don Agustino, un grande entre los
grandes, se dirige a la tan distinguida concurrencia. “Quiero agradecer al Dios
Todopoderoso y a la honorable Junta Militar por haber salvado a nuestra amada
patria del tumor del marxismo. En nuestro amado Chile se estaba dando
peligrosamente un proceso de cubanización con el cual pretendían convertirnos
en un país satélite de la Rusia bolchevique, en un terruño ateo y sin
libertades, hambriento. Los guerrilleros de pacotilla y sus afiebrados líderes
fueron neutralizados a tiempo. El Ejército les destruyó sus macabros planes de
tomarse el poder por la fuerza, según reza su credo y las homilías de Fidel. El
comunismo es y será una lepra. Los vociferantes y allendistas apasionados están
huyendo, la gran mayoría lo hará, claro está, con ese espíritu emprendedor
normal en los humanos, a países capitalistas, a reiniciar o a iniciar una
existencia comercial o fabril. La ideología de Fidel Castro sólo trae pobreza,
tarjetas de racionamiento, supresión de todas las libertades y la suprema
desesperación. Digan lo que digan, Cuba es un hercúleo campo de concentración,
blindado por el marxismo internacional, por el astuto manejo comunicacional del
comunismo, con una fachada de revolucionarios paradisíacos. En Cuba no hay
libertad de prensa, no hay libertad de reunión, no hay libertad de religión, no
hay libertad para emprender, no hay libertad para viajar al extranjero, no hay
libertad de pensamiento, no hay libertad para protestar, no hay libertad de
expresión. Fidel, el vasallo más fiel de la Rusia roja imperialista, dijo al
principio por la televisión que no era comunista. Repito mis queridos amigos,
Cuba es un campo de concentración y todos los izquierdistas lo saben y lo
callan ¿Qué socialista ha puesto el grito en el cielo para exigir libertad de
prensa y de reunión en la isla? ¿Cuántas veces criticaron molestos los brutales
gulags? Los únicos aportes que realizaron los marxistas en nuestra adorada
patria fueron: aumento brutal de la inflación, detención del crecimiento, caos,
violencia, ateísmo, resentimiento, tirria, paralizaciones y el deterioro de las
instituciones. Con cada día que pasaba con el señor Allende en La Moneda, Chile
se empobrecía y se envenenaba un buen poco más. Nos íbamos a convertir en una
patria de muertos de hambre. Yo sé que muchos corazones llenos de odio e
ignorancia no lo entenderán jamás, pero es mi deber moral levantar mi copa por
el General Pinochet y las Fuerzas Armadas, ya que evitaron que Chile se
convirtiera en un país de pordioseros, materialistas, ateos y cautivos. El
descerebrado revolucionario le tiene miedo al emprendimiento, al lucro, a las
libertades individuales, al libre comercio y a la libertad de prensa, porque es
un mediocre y un perro fracasado por naturaleza. En La Habana el único que
publica un periódico, que más parece un panfleto trasnochado, es Fidel. Que
nunca tengamos tarjetas de racionamiento. En Cuba sólo comen carne con huevos y
papas fritas los privilegiados, es decir los dirigentes comunistas. Allá, los
nuevos pudientes son los barbudos locuaces. La aristocracia de la isla la
compone la dirigencia comunista, con un sinnúmero de exenciones, socorros,
franquicias y prebendas. Pasarán los decenios y los siglos y jamás seremos
desagradecidos con el general Pinochet, jamás. Nunca le olvidaremos, ni en
broma, y menos en las dificultades, porque la lealtad es un principio
intransable. La intervención directa del benigno Dios a favor de la buena
patria fue evidente. Viva Chile”.
El expresidente del Senado y líder
democratacristiano afirma en una entrevista expresiones inmortales y
brutalmente sinceras como: “la vía chilena al socialismo estaba rotundamente
fracasada” “a través de las organizaciones de milicias armadas, muy fuertemente
equipadas, constituían un verdadero ejército paralelo para dar un autogolpe y
asumir por la violencia la totalidad del poder. En esas circunstancias pensamos
que la acción de las Fuerzas Armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para
salvar al país de caer en una guerra civil o en una tiranía comunista”. La
Democracia Cristiana chilena era claramente golpista, pero nadie debía
enterarse, porque algunos se incomodan y otros se enfadan en exceso. En el
fondo, el centro político e independientes, también dieron gracias al cielo por
intervención militar que nos rescató de una ruina segura. Lo importante es
estar en el lugar correcto en la hora correcta. Perder popularidad y votos
gratuitamente es una tontera. Una fructífera amnesia y viveza vendrían con los
años.
Junio 1973
El 29 de junio de 1973 y sin apoyo de la CIA,
el teniente coronel Souper comandando unos tanques que respetaban hasta los
semáforos en rojo y con menos de 90 soldados intenta derrocar el gobierno de
Salvador Allende. El Palacio Presidencial sólo fue defendido por la Guardia de
Palacio, a balazos. Ningún revolucionario salió a escudar o a guerrear por el
Presidente socialista, ninguno. Hasta dio la impresión de que se ocultaron
todos, deliberadamente. Allende, desde un punto de vista paramilitar se quedó
solo frente a este golpe de Estado en miniatura, que casi demuele la agenda
marxista y al Presidente. Socialistas y comunistas y miristas se hicieron la
autocrítica esa misma noche en la casa de un connotado miembro del socialismo
fidedigno santiaguino. Por la gestión personal del general Prats el tancazo o
conspiración, ese día fracasó. Ningún combatiente izquierdista asomó un arma.
Participaron como diez en la zarandeada reunión y era imposible determinar
quien era el que hablaba, atropellándose con vocablos, entre ellos. Todos se
exteriorizaron con sinceridad. El flaco Fernández, militante socialista joven
de segunda línea, participó del acalorado parlamento porque era amigo de uno de
los líderes, dado su espíritu inquieto, lozano y leal.
-De las quinientas balas que dispararon los
que defendieron a nuestro presidente ninguna fue nuestra. No disparamos ni una
pistola de agua.
-Ningún combatiente salió a la calle a
luchar. Fuimos meros observadores de lo que pudo ser nuestra calamidad. Uno de
los tanques cargó combustible en una gasolinera y le pagó al dependiente y
nosotros nos bloqueamos completamente. No fuimos capaces de organizar una
escaramuza tibia, de percutir una pistola de fogueo, de levantar una bandera
del Che, de poner una mala cara. Fuimos desenmascarados.
-Demostramos que derrocar militarmente al
presidente constitucional es sencillo. Nos pillaron desprevenidos y desarmados.
Como veinte civiles fallecieron y nosotros nada hicimos. No hay una voluntad de
lucha, y menos el ánimo de pugnar hasta las últimas consecuencias. Con la pura
fanfarronería y la locuacidad no ganaremos. Por parte de los golpistas, estamos
notificados. Somos los reyes del blablá.
-Otra cobardía y candidez como esta, y lo
lamentaremos un milenio.
-El compañero presidente dijo que si llega la
hora el pueblo tendrá sus armas.
-¿Y de qué sirve el armamento con
revolucionarios de cartón, con guerrilleros de hule?, que a lo único a que se
dedican es a calentarle la cabeza a la gente, a jactarse. Hoy, no apareció
ninguno de ellos.
-En el discurso efusivo aparecen todos los
abnegados.
-Nosotros somos millones y noventa soldados
en tanques que tenían dificultades para disparar y que respetaban las leyes del
tránsito estuvieron cerca de aplastar al gobierno popular. Los discursos
repletos de fuego y vehemencia no han servido de nada. Noventa soldados y un
coronel con voluntad y determinación casi liquidan todo el proceso de cambio,
influenciados seguramente por el movimiento de extrema derecha Patria y
Libertad, que hizo su apuesta.
-La Democracia Cristiana y los nacionales nos
van a derrocar, tarde o temprano. No lanzamos ni una flecha, ni un peñascazo.
Frei y Jarpa en el fondo son lo mismo. Así, nos van a borrar del mapa, con el
congreso de Chillán y todo. Si miras con atención descubrirás que la Democracia
Cristiana hoy es un partido político de derecha tibia.
-¿Qué somos entonces? ¿una coalición que
instaurará el Estado Revolucionario por la vía pacífica con una derecha, con
una democracia cristiana, con una CIA y con una oligarquía que ya cargaron su
revolver y su espíritu? ¿Para qué Allende recibe de regalo una metralleta AK-47
por parte de Fidel Castro?¿Es una metáfora vil? ¿Para qué un sector de la
extrema izquierda se arma militarmente si al primer vehículo blindado que
aparece no lo atacan ni con insultos? Si todas las formas de lucha son legítimas
frente a la agresión fascista o represión, ¿en dónde estaban los socialistas y
comunistas de tomo y lomo en esa hora en que el gobierno de la Unidad
Popular se terminaba por la fuerza? ¿De qué hubiese servido toda nuestra
retórica con un gobierno aplastado por unos tanques y un contingente mísero de
noventa soldados, con un presidente socialista asesinado en el Palacio
Presidencial? Arrugamos descaradamente, nos amedrentamos.
-Nuestra actitud fue vergonzosa e
impresentable. No merecemos perdón.
-¿O cambiamos la verborrea por la metralleta
o nos sometemos a la democracia burguesa y dejamos de predicar la radical
revolución e intentamos dar de baja al Movimiento de Izquierda Revolucionario y
a todos sus inservibles equivalentes? Hay que elegir entre la revolución
fidedigna o la democracia representativa que nada soluciona. Hoy no somos ni
chicha ni limonada.
-En los congresos de Linares y de Chillán se
consagró la vía armada como el único método de lucha válido, para liberarnos
del yugo imperialista y burgués.
-Si la democracia burguesa es una porquería
deberíamos actuar en consecuencia.
-No nos podemos quedar entremedio. Hoy no
estamos en ningún lado, al igual que el compañero presidente. No nos engañemos
más porque no habrá otra oportunidad. El próximo intento de golpe de Estado se
viene con todo y nos van a pasar por arriba, y nos vamos a morir todos. Esto es
sin llorar, sin ir a los tribunales.
-O somos socialistas ortodoxos como
corresponde, o somos socialdemócratas. No actuamos ni como lo uno ni como lo otro.
-Si el general Prats hubiese estado en el
extranjero, tal vez estaríamos todos bajo tierra y con la bandera triunfante
del golpismo en La Moneda.
-A este gobierno lo ayudó la buena suerte,
que no es eterna, no nosotros.
-Agradezcamos que Prats es un militar
constitucional y que nos salvó. Esta historia no la contamos dos veces. Debemos
depender de nosotros en la defensa.
-Tenemos menos de una semana para crear un
Estado Mayor revolucionario con cuadros y brigadas dispuestos a darlo todo, o
nos vamos para la casa y nos aburguesamos. El romanticismo y candidez del
compañero presidente del país va a resultar fatal. Ya optamos por el marxismo
leninismo. El propio Salvador Allende fue presidente del OLAS. Un
revolucionario desarmado es carne de cañón, un fiambre.
-Esta ambigüedad nos liquidará a todos. Los
devotos del “avanzar sin transar” se quedaron todos tiesos. En este intento
fallido de golpe estuvo la extrema derecha detrás, obviamente, por mientras los
revolucionarios dormíamos la siesta. El discurso acalorado vacío, sin un
testimonio de respaldo, es un lastre.
-Con la actual actitud en un próximo intento
golpista nos van a aplastar en tres días. Nos falta voluntad y valor. Digámoslo
de una buena vez, y no nos escondamos más en la retahíla emotiva, en la
palabrería ideológica. Tenemos los días contados.
-No podemos tener una crisis de identidad
política a estas alturas ¿Somos o no somos? En teoría somos una cosa y en la
práctica somos otra muy distinta.
-¿Somos marxistas leninistas impávidos con
fascistas armados, que están a la vuelta de la esquina?
-Sí, tenemos que definir con claridad que
somos y hacia donde vamos. Un brete existencial es insostenible.
-Hemos sido marxistas ilusos, como tal vez lo
es el presidente del país, con sus titubeos y diálogos con los opositores.
-En este Tanquetazo los que dispararon fueron
uniformados, de ambos lados. Creo que al menos deberíamos sentir vergüenza por
nuestra pusilanimidad revolucionaria.
-Hoy la vía pacífica al socialismo casi fue
nuestra tumba y tal vez nos entierre a todos, desmantelándolo todo. Sí, estamos
notificados de lo que el porvenir nos depara. Si el poder de la CIA interviene
en la próxima, sucumbimos en un tris.
-Hoy quedamos al desnudo. No somos nada.
Nuestros campamentos guerrilleros, como los de Chaihuín y otros, han resultado
ser infructuosos, aislados. Los elenos son una parodia.
-Lo único que hacemos es hablar, marchar,
vociferar, enseñar los dientes, presumir y cantar todas las consignas, a veces
con un vaso de vino tinto.
-Si el compañero Fidel viera este triste
espectáculo nos reprendería duramente y nos regalaría una réplica de diez
metros de alto del Granma. Fidel, Raúl, el Che, Camilo y otros, fueron los que
vencieron el Ejército profesional del dictador Fulgencio Batista, y eran unos
pocos. Aquí, fue al revés. Unos pocos, menos de noventa, casi tumban a millones
de izquierdistas timoratos o grises. El amilanamiento es mortífero.
-En este país las revoluciones o agitaciones
no se efectúan en verano porque hace mucho calor, tampoco en pleno invierno
porque hace frío. Hay algo de tiempo aún. Estamos obligados moralmente a
preparar una estrategia de defensa del gobierno popular por si se repite otro
movimiento militar como el de esta mañana.
-Sí, sólo un idiota deduciría que no habrá
otro intento de golpe de Estado.
-O nos preparamos para pelear o nos morimos.
Simplemente hay que elegir.
-La otra posibilidad es rendirnos o
declararnos socialdemócratas.
-Repito, el congreso de Chillán definió que
la vía armada es la ruta prolífica. La visita del Comandante del Granma no fue
una socarronería.
-Entonces seamos consecuentes con la vía
armada que predicamos o autorizamos a los cuatro vientos, practicando con
fusiles y no con micrófonos.
-La boina del Che la hemos utilizado sólo
para presumir, insensatamente.
-Después del análisis siempre terminamos
diciendo lo mismo y haciendo nada.
-En público somos socialistas valientes, en
privado una fruslería.
-El general Prats respeta una constitución
que aborrecemos. Es irónico, del golpe militar nos salvaguardó un militar.
Mañana la crónica será otra.
Julio 1973
El flaco Fernández, Emilio y Lenin, se
compraron unas cervezas y analizaron con desvelo el humillante tanquetazo en
contra del presidente constitucional.
-Los golpistas nos han advertido de sus
intenciones y nos salvamos por un pelo, por esta única vez –señala el flaco
quien asistió a la importante reunión del partido socialista, esa misma noche
del espeluznante y turbador 29 de junio.
-Yo pensé que el MIR y el Grupo de Amigos
Personales tenían un servicio de Inteligencia y armamento, y el dedo en el
gatillo –advierte un boquiabierto Emilio.
-Alcanzaron a enterarse en La Moneda de este
intento de golpe y aún así nada hicieron, creo. Allende no llamó a sus cuadros
revolucionarios leales, o tal vez no pudo, o tal vez no quiso, y sí tenían
algunas armas, al menos. Todos los gatillos nuestros se trancaron. Simplemente
nos congelamos –responde el flaco.
-Somos una tropa de ineptos o de cobardes, o
las dos. O aquí hay un gato encerrado o yo no comprendo nada de los que nos
sucede –confiesa Lenin.
-El compañero Presidente confió en la lealtad
de las Fuerzas Armadas, y casi se muere él, la coalición y la causa –agrega un
desconfiado Fernández.
-Las Fuerzas Armadas de perfil históricamente
burgués nos comunicaron sus anhelos –Emilio dibuja la realidad política con
sinceridad, como muchos.
-De la próxima no nos salvamos. El general
Carlos Prats nos libró de la debacle –sentencia con seguridad el flaco, como
pronosticando escenarios futuros.
-Creo que debería solicitar una metralleta
–Emilio se envalentona, con retraimiento.
-¿Estás dispuesto a utilizarla en contra de
los militares golpistas hasta que te acribillen o mates? ¿quieres recibir
entrenamiento paramilitar? Porque combatientes de la boca para afuera tenemos decenas
de miles. Nos sobran los guerrilleros de cartulina –consulta y dice un agriado
flaco Fernández.
-No te olvides que el Estado Revolucionario
descabezará el Alto Mando de las Fuerzas Armadas regulares y burguesas, como lo
sentenció en congreso de Chillán también. Un propósito militar tan gigantesco
como éste requiere de logística, coordinación, planificación, comandantes
aguerridos y de muchos socialistas y comunistas dispuestos a ofrendar sus vidas
en las columnas de lucha –acota Lenin, que no se ofreció de voluntario.
-Pero flaco, ¿quién va a defender al Chicho
en la próxima balacera? –dice Emilio.
-Generales y coroneles también están
notificados de las fidedignas intenciones de los revolucionarios. Saben que
queremos descabezarlos, y seguramente la Inteligencia militar funciona hace
años en el más completo de los silencios y ni cuenta nos hemos dado –explicita
un embrollado Lenin.
-Después del susto del tanquetazo los
combatientes de la Unidad Popular seguramente ya están preparados y
reorganizados para el próximo intento de golpe de Estado. Es lo que me dijeron.
No están disponibles para un segundo bochorno como el del 29 de junio
–sentencia Fernández, recuperando el oxígeno.
-Es tranquilizador saber que los
revolucionarios no están desnudos militarmente y que no van a ser sorprendidos
otra vez desguarnecidos –supone Lenin.
-Con lo ocurrido, mi confianza en el
acomplejado combatiente chileno ha sido perforada –concluye un Fernández
descorazonado.
Julio 1973
En la casa de unos de los grandes dirigentes
del Partido Nacional se reúnen empresarios, derechistas de tomo y lomo, un
simpatizante del movimiento Patria y Libertad, más otros que también querían
derribar a Allende, de cualquier forma y a cualquier precio. Se atoraban, por
la conmoción y las expectativas.
-Falló el tanquetazo, por culpa del comunista
Prats, un general sin patria, pero Allende debe caer a la brevedad.
-Este gobierno comunista y ateo destruye la
fibra moral de Chile.
-Nuestra amada patria no se va a convertir en
una tierra de galeotes.
-En Cuba la gente no puede ni salir del país,
no hay prensa libre ni nada.
-Allá la democracia popular es una caricatura
y la libertad de expresión una infamia.
-Al parecer el apoyo de Los Estados Unidos
será útil, e indispensable.
-Tampoco respetan a la Madre Iglesia.
-Estas ratas de La Moneda reciben el apoyo
del marxismo internacional.
-Fidel les tapizó la ruta del odio y la
violencia.
-Los lameculos del tirano son unos
extremistas dispuestos a matar.
-Estos enfermos mentales piensan que la
propiedad privada es un robo.
-El resentimiento se ha adueñado del país.
-Tengo entendido que generales patriotas
tienen pensado rescatar la patria.
-Hay dos alternativas: o nos dedicamos a
llorar o a matar.
-El único comunista bueno es el comunista
muerto.
-La Democracia Cristiana sabe que el Partido
Socialista aprueba la vía violenta, pero se mantienen a distancia. No se
quieren ensuciar las manos. Que otros peleen por ellos. Es su naturaleza.
-No contemos con esos cobardes que están
donde calienta el sol.
-Ellos no se mojan el trasero, pero si
disfrutan de los dividendos de las acciones de otros. Hay que estar dispuesto a
todo en esta noble cruzada.
-Roguémosle a Dios que proteja a nuestra
patria de la lacra del marxismo.
Agosto 1973
En una de las visitas a la casa de Rebeca,
los padres de ésta deciden conversar seriamente con su futuro yerno. Los
rumores de un golpe de Estado por parte de los militares son tantos que hasta
la guardia personal de Allende hace bromas, como si fuera el cuento del lobo.
La boda de Rebeca pende de un hilo.
-Dime Emilio, ¿qué va a suceder con este
gobierno tuyo? Escucho rumores todos los días de que estamos cerca de un
pronunciamiento militar. Disculpa, pero lo único que deseamos los
democratacristianos de que este gobierno termine luego, sin balaceras –señala
don Abelardo, que ya no disimula su bronca.
-El tanquetazo casi aplasta a Allende y todo
lo que le rodea –agrega la señora Eva.
-Los combatientes allendistas están
preparados por si los golpistas intentan derrocar a Allende otra vez.
Aprendieron la lección –dice Emilio, sofocado.
-Entonces, ¿vamos a tener una guerra civil?
¿En que país van a crecer mis nietos? –pregunta una preocupada Eva, con su
rosario en la mano.
-Es un deber moral de los revolucionarios
defender el gobierno constitucional de Salvador Allende y evitar de esta manera
una masacre. La Moneda actuará como corresponde y utilizará todas las armas a
su alcance, textualmente –expone con firmeza y respeto Emilio.
-¿Entonces están preparados para el próximo
tanquetazo o intento de golpe? –pregunta un preocupado Abelardo, que huele
sangre.
-Ya veo, el derramamiento está garantizado
–sentencia una apenada Eva.
-¿Existe la posibilidad de que el señor
Allende renuncie? –pregunta Abelardo.
-Don Abelardo, en las elecciones parlamentarias
de marzo obtuvimos un 43% de apoyo por parte de la ciudadanía. La Unidad
Popular es una fuerza política que crece cada día más, bajo el mando de nuestro
presidente constitucional, a pesar de los vilipendios y las paparruchas. Y sí,
La Moneda se prepara por si es atacada militarmente. Es su derecho y su deber,
por los más humildes y excluidos. El fascismo no venció, ni vencerá. Son los
negreros los que más asustados están, porque ven que el poder popular se
agiganta cada día. Nuestra revolución en cualquier momento se va a materializar
–remata Emilio serenamente, y conjeturando victorias desde el entusiasmo
momentáneo.
Don Abelardo y doña Eva no saben que pensar
con precisión. A estas alturas lo único que desea el centro político,
representado en Chile por la Democracia Cristiana, es que el gobierno de
Allende concluya pronto, a través de una salida política pacífica y legal, sin
muertos ni ríos de sangre, o como sea. Los más lúcidos olfatean un futuro muy
oscuro. Con las extremas derecha e izquierda funcionando a todo vapor, nada
bueno se presagia. Y si los ultra de ambos lados están armados, decididos y
palpitantes, peor aún. Los discursos de los allendistas son cada vez más
impulsivos y la bronca de la derecha a Allende ya no tiene límites ni escrúpulos.
Allende caerá, a como dé lugar. Y si hay que conversar con la CIA o con Satán
para apurar el fin del presidente marxista y desinfectar La Moneda, se conversa
con la CIA y punto. Todo vale en estas circunstancias. El enemigo de la
tricolor es uno.
Junio 1974
Si bien la DINA, la Dirección de Inteligencia
Nacional, germina en junio de 1974, empezó a operar a fines del año 1973, al
mando del coronel Manuel Contreras. Se le responsabiliza de aproximadamente
1500 asesinatos, que incluyen torturas, secuestros, interrogatorios, apremios
ilegítimos y desapariciones. Entre comunistas y socialistas ultimó como a mil.
La guerra civil propiamente tal, con enfrentamientos y balazos de ambos lados
duró menos de una semana, tal vez tres días, en la cual desapareció toda
trinchera socialista o foco de resistencia dentro de la nación. La Junta
Militar, a la semana después de asumir el gobierno de Chile por medio de la
fuerza, tenía al país absolutamente controlado, sin ningún tipo de peligro que
pudiese rasguñar y menos inquietar militarmente al General Pinochet. Todo lo
demás fue una inservible e inhumana represión. En un país totalmente vigilado
por la Inteligencia regular de las Fuerzas Armadas y sin ningún tipo de
amenazas a la vista, el nacimiento de la cruel DINA fue innecesario. La lucha
en contra de la llamada sedición marxista estaba acabada y las torturas y
asesinatos no cumplieron ningún objetivo, aparte del inventar una guerra que
justificara la presencia de la Junta Militar en la casa de gobierno por muchos años
y de satisfacer el odio parido de la católica oligarquía a los izquierdistas.
Si el enemigo real no existe, hay que inventarlo. Los guerrilleros marxistas
chilenos siempre fueron de hule apolillado y sólo combatían con la lengua, en
sus exaltados discursos. Las excepciones honorables fueron pocas. La dictadura
militar jamás estuvo tácticamente en peligro, ni siquiera cuando el Frente
Patriótico Manuel Rodríguez intentó asesinar a Augusto Pinochet. Los hijos de
la Escuela de las Américas mantendrán flameando la llama de su libertad
extirpando todo recato. En la guerra que no existió tampoco la DINA respetó la
Convención de Ginebra. Los amigos de la CIA tenían carta blanca. La DINA fue en
el año 1977 reemplazada por la CNI, Central Nacional de Informaciones, que se
dedicó a lo mismo, con un nombre distinto. Fue su coherente heredera. La DINA
motivó a muchos a huir del país, entre ellos a Lenin y Emilio. Los agentes de
la CNI torturaban, asesinaban, secuestraban, arrestaban a ciudadanos en medio
de la noche, todo impunemente. La Central Nacional de Informaciones era una
organización criminal muy bien organizada y financiada, y era la chica la
mimada del Capitán General. Si la Dirección de Inteligencia Nacional nunca
hubiese existido, el gobierno militar habría durado igual los diecisiete años
que gobernó, seguramente.
Abril 1982 y otras.
Después de observar con la pasmosa y brutal
facilidad con la que morían y desaparecían los miembros de la Unidad Popular en
la capital, Emilio Peña se fue a saborear in situ lo que él consideraba una
sociedad ecuánime y solidaria, en el año 1974. Emilio bebería del agua de la
democracia popular y no la de la democracia burguesa y corrupta, controlada por
unos pocos faraones, desde la cúspide. Ejerce como profesor de matemáticas y
taxista en La Habana hasta 1982. Cató la defensa cierta de los Derechos
Humanos. Como exiliado del Chile reaccionario, fascista y autocrático, tenía el
privilegio de sentarse en un lugar relativamente cómodo en la plaza de la
Revolución a escuchar con delirio las extensas y seguidas homilías de Fidel u
otro convertido o barbudo. Una vez el Comandante predicó cinco horas con
enardecimiento, moviendo las manos y el cuerpo, y no había un rostro disgustado
o aburrido en todo el país. Era magnánimo, vivaz y excesivamente parlero,
aunque la producción de ganado, los planes quinquenales, el PIB y todo lo demás
fueran un trago amargo inacabable e irreversible. El aire puro es el bien de
consumo más apetecido, ironizan algunos habaneros. Cuando toma una decisión
importante el Comandante se consulta a sí mismo, y cuando se equivoca, lo
reintenta, utilizando congruentemente la misma vereda. Es que descentraliza
poco y no confía ni en su sombra. Ahí aprendió el lopradino en detalle y
claramente que la expresión y la prensa deberían estar bajo el más celoso
control del Partido Comunista, por razones de seguridad. La libre expresión
clásica, como la que existe en las comunidades retardatarias o burguesas, son
un peligro latente para la Revolución y los años de abnegación, de tantos
tenaces camaradas, sobre todo de los inmortales que pelearon en Sierra Maestra.
El imperialismo está atento a cualquier fisura que pueda encontrar.
Las libertades en sí son una bomba de tiempo.
Anhelan darle una herida mortal al socialismo justiciero. Por eso que en
Cuba se publica un sólo periódico, el Granma, en donde los locales y
extranjeros hallan absolutamente toda la información, crítica y objetiva, que
requieren, sin necesidad de tasar. Los comisarios de la filosofía política no
quieren problemas ni apuros. Es un periódico muy apreciado por los patriotas
isleños no contaminados por los yanquis. Objetivamente las libertades de
movimiento, expresión, reunión, culto y pensamiento, son un riesgo latente para
la sobrevivencia del insigne comunismo, porque el fascismo internacional lo
utilizaría de inmediato para la sedición y la mentira. Sin una firme
restricción, todo se derrumba en el acto, como un castillo de naipes. Bastaría
una mínima libertad de expresión fidedigna en la isla y el modelo socialista
sería pulverizado. Ahí radica el peligro. El comunismo sobrevive con un
pistolero guardián en cada esquina y espías por todos lados. El número de
soplones que defienden al Premier es imposible de calcular. Las Damas de
Blanco, siempre heroicas, que luchan por la liberación de los presos de
conciencia, de sus familiares, serían manipuladas por la extrema derecha. Tal
vez sean bandoleras. La Primavera Negra es una más, de tantas. Todos los bien
intencionados saben que la producción de bienes y servicios en la isla es
encogida y aberrante, por culpa del bloqueo norteamericano o mejor dicho del
embargo. Eso de que el único bloqueo habita en los sesos revolucionarios sería
una falacia. Es lo que ellos deben creer de corazón. En los socialismos reales
la prosperidad y los debates televisados siempre fueron escasos. Años después
Cuba le compraría al enemigo, al tío Sam, al contado. Eso sí, las insoportables
apreturas en los temas alimentación, vestuario, transporte, vivienda, salarios,
jubilación y servicios básicos del cubano promedio, le metían presión y
perplejidades al credo ideológico de Emilio, interpelando con un potente
mutismo el sistema político imperante en la isla, súbdita del Kremlin, hasta la
caída del muro. Nunca se enamoró del modelo de desarrollo de La Habana, por
alguna razón que no comprendía del todo. La mayoría de los chilenos se fue de
la tierra de don Carlos Manuel, presurosamente. La dolorosa tarjeta de
racionamiento fue una de las culpables. Escasean la carne, la pasta de dientes,
el aceite, los zapatos, los postres, los huevos, el pescado, la leche
condensada, los tampones femeninos, las ensaladas, el pluralismo y diez mil
más. La lista es interminable como indomable es el espíritu de las brigadas que
resguardan el catecismo rojo, sin barquinazos. El revisionismo es la salvajada
más irritante, una canallada a todos los cubanos bien nacidos. Un amigo
argentino ebrio y de confianza le comentó a Emilio que en la isla sí hay
torturados, perseguidos y asesinados y que la participación de los ciudadanos
cubanos en las discusiones radiales o en la pantalla chica es nula y que todo
es un montaje. No supo que pensar, que decir. No aceptaba la posibilidad de que
el edén rojo estuviese carcomido a ese extremo. El Kremlin y la KGB apoyan a Fidel.
Tal vez la única pelea real es entre la CIA y la KGB y el globo terráqueo está
entremedio, con coliseos repletos de siervos. Es el siglo de los tiranos. Es
esa guerra fría que empezó en el año 1945 cuando terminaba la Conferencia de
Yalta. En el globo sólo hay dos directores de orquesta. En Cuba los plebiscitos
son una blasfemia inadmisible, una maniobra de capitalistas. No es necesario
consultarles nada a los peatones. El Comandante todo lo resuelve. Él administra
bien lo poco y nada que queda, con su indefectible talante. En marzo de 2003,
la gestapo del Comandante arresta y después enjuicia, al estilo suyo, a más de
setenta ciudadanos que cometieron el horrible delito de disentir. La Ley
Mordaza es uno de sus mayores tesoros y arrestar periodistas independientes lo
tranquiliza un poco. La primavera no será siempre negra. El que bosteza en la
plaza con los discursos de Fidel es declarado mercenario y subversivo de
inmediato. Se prohibió interpelar al divino barbudo, al gurú que nunca se calla
y a sus imprecisiones radiantes y tenaces. Posterior al fallecimiento de su
padre y a pedido de su madre, vuelve cabizbajo a la comuna de Lo Prado, a su
querido Santiago de Chile, por medio de algunas triquiñuelas, trayendo en sus
maletas contradicciones de todas las categorías y algunas dudas profundas sobre
lo boyante y saludable que han resultado ser los socialismos reales en el
mundo, con o sin bloqueos. Su interrogación era fina. A veces a su almohada le
decía que el marxismo no mejoraría las condiciones de vida de los proletarios y
que el socialismo puro era una hecatombe por definición. A esas alturas la
ideología ya no era celestial. Era una desilusión penetrante, y fluctuantemente
breve. Fue bizarro al criticar el marxismo en su intimidad. En una pesadilla lúcida
y premonitoria, una vez se vio orinando sobre El Himno de La Internacional. Los
reniegos a Emilio le duraban un partido de fútbol y es que creía que era el
único sacrílego que pensaba así en el continente. Era el único desorientado que
abofeteaba las innumerables bondades de un Estado Revolucionario. Es que dormía
y se levantaba con la sotana que usaba Lenin, el gran arquitecto de la
revolución bolchevique. Algunos descollantes filósofos de izquierda ya estaban
creando en otras latitudes el socialismo capitalista. Esto es, un capitalismo
moderado con una potente agenda social, que permita “crecer con equidad”. Era
la socialdemocracia. Y como el nuevo chorreo no llega, los postergados no
comprenden el eslogan que les permite a los poderosos, y sólo a ellos, crecer
con equidad y potencia. La idea de los socialistas modernos es asesinar el
socialismo fidedigno sin que nadie lo note, sin pedir perdón, silbando en la
regadera. Sin entender nada, la ingenua pobladora debe creer que el socialismo
aún existe, que el “espíritu” del socialismo ¡vive!, aunque nadie sepa donde,
con las grandes riquezas concentradas en pocas manos, ahora y siempre. El
izquierdismo político se ha derechizado, de rodillas. Algunos líderes
izquierdistas almuerzan y brindan con empresarios reconocidos públicamente como
pulpos y cuatreros. Muchas veces el mejor socio del faraón o propietarios del
país es un presidente socialista, un parlamento colaborador. Es un
neoliberalismo con la fotografía del Che Guevara impresa en la polera y con una
y que otra barba, cantando a la Violeta Parra y a Silvio Rodríguez, en un
jacuzzi con espumas y alhajas. El terror es tanto, que hablar en Chile de
estatizar toda la minería para combatir la miseria fue y es una herejía.
Pedirle al gobierno que el 80% o más de la propiedad de las Administradoras de
Fondos de Pensiones y de los Instituciones de Salud Previsional sea de los
trabajadores, es una apostasía, una imprecación. Hablo de unos fondos que son
propiedad y aportes de los trabajadores y del cual no participan de la gestión
ni de la rentabilidad. Suman y siguen los atropellos. Una AFP estatal en sí
tampoco es una mala propuesta y todos los izquierdistas con los labios
corcheteados lo saben. La izquierda real moderna es capitalista y tan
farandulera como esa corta minifalda sin sesos que se postuló a diputada y
ganó, masticando chicles y actualizando el vestuario, con una dulce sonrisa que
no cesa, sobre su escote, que cubre sus ineptitudes y que ofende a las damas
capaces. Emilio observó que en Santiago de Chile el Ministerio de Hacienda
abrió osadamente la economía al mundo y se vino una ola de cesantía que dejaría
huellas férreas en la década de los ochenta. Su mamá, su casa y su barrio
estaban más o menos igual. En su corazón habían clavadas espinas por Rebeca,
que se había casado y regresado, según le contara su madre. Más antecedentes
del amor de su vida y de su adolescencia no poseía. Regresó por bus a través de
Mendoza, con alguna turbación y disimulo. En su juventud era un universitario
obsecuente más del gobierno de Allende. A él le embelesaba la cubanización a la
chilena, el socialismo con vino tinto y empanadas, con un sello propio. Pero,
¿sabe alguien todo lo desgarrador que es el sistema político en Cuba si allá no
hay libertad de expresión? ¿Qué tipo de cárcel es un país sin libertad de
locución ni opositores visibles o viables? ¿Es Cuba un campo de concentración,
entonces? ¿Puede un tirano idealizado por decenios, con o sin barba, ser el
modelo de algo benigno? Fidel Castro, en un debate televisado sin contendientes
es invencible. Y Emilio, al igual que Lenin, nunca se inscribió en un partido
político, nunca firmó, y eso tal vez les salvó la vida. Como muchos quijotes,
en el año 1973 Emilio y Lenin se sumaban a las marchas por el centro de Santiago
y a veces ni sabían cual era el motivo específico de la protesta. A ellos les
gustaba sumar, contribuir. La noble causa era una y los detalles no
interesaban. Siempre fueron soldados de segunda o tercera línea en la vía al
socialismo fidedigno que vivía su apogeo, su viril cenit. Usando algunos
contactos y engaños en junio de 1982 comienza a trabajar como profesor de
matemáticas en el “Aurora de Chile”, con un escueto salario. Su siquis
intentaba recapitular, rearmarse. El exilio voluntario y supuestamente redentor
no lo cercenaría. Algunos sueños personales continuaban con la bandera al tope.
Divisaba algunas resquebrajaduras macizas un su filosofía política, en el más
absoluto silencio, claro está, porque pensaba que era el único revisionista en
la república y no quería ser el primero, menos en un gobierno militar fascista
como éste, en esta hora crucial. Con un dictador chileno en pleno apogeo no se
iba a dedicar a cuestionar a su dictador mágico y barbudo. Si bien conocía de
primera mano todas las postergaciones y miserias de los sufridos ciudadanos
cubanos el problema concreto de hoy se llamaba Augusto Pinochet. Y cuando tenía
problemas de insomnio por las pellejerías de la isla, culpaba de absolutamente
todo al bloqueo imperialista y asunto cerrado. Visitar a su exnovia casada a
todas luces sería una impertinencia. Simplemente no correspondía. Desde el
primer día le deseó a Rebeca, como el caballero que era, toda la felicidad del
mundo en su matrimonio con el señor Durán. Esta boda civil fue una estaca en su
corazón. Era el costo personal más terrible por ser un revolucionario
medianamente perseverante en el trienio que gobernó Allende. En La Habana
muchas veces soñó que se casaba con ella, de que viajaba a Cuba y de que se
enlazaban allá. Tuvo amoríos con algunas morenas, que le llamaban la atención,
y otras damas. Con la dulcísima Dalia convivió varios años. El terrible
problema era que ninguna señorita o filosofía o lo que fuera podía quitarle de
su apesadumbrada cabeza a Rebeca. Es que su pololeo con ella era lo más cercano
a lo que sintieron entre ellos Romeo y Julieta. Lo de Emilio y Rebeca era una
versión santiaguina popular de la obra de Shakespeare. Cuando Emilio leía
poemas o novelas de desamor sufría. Las canciones tristes y románticas de la radio
lo liquidaban. Su corazón nunca vivió con normalidad porque residía y respiraba
en torno a Rebeca, su amor imposible y fuera de lugar. Moralmente ella estaba
extinta, aunque caminara por las vías, con su preciosa sonrisa. Una mujer
casada es una mujer muerta, por sanidad mental te alejas, es lo que le
enseñaron cuando era joven.
Julio 1982
Con un poco más de un mes en su empleo e
iniciándose las vacaciones escolares de invierno en la Región Metropolitana y
transitando por la calle Ecuador que es paralela a ese mismo parque entre los
metros Las Rejas y Pajaritos, ve que Rebeca dobla involuntariamente la esquina
hacia él, desde la calle Roma. El encuentro fue casual, prodigioso y frontal.
El rostro de ella se sonrojó completamente y el ritmo de su corazón disminuyó.
Era una mujer pálida viendo un ángel. Ella iba a la farmacia, nada más. Si ella
por su condición de casada no lo saludaba o le era indiferente, lo
comprendería, estaba obligado a aquello, con un puñal en su ser. Coquetear con
una mujer casada que vive o no con su esposo era agravar cualquier situación.
Emilio quedó congelado entero, intentado esbozar algunos vocablos coherentes,
tratando de creer lo que veía, a una Rebeca envuelta en un halo de luz. Ella lo
observó embobada y con un semblante de agrado, así que él entendió que se daban
las condiciones para un diálogo, con esa lógica incertidumbre que generan los
deseos clandestinos o impropios, de la desplomada raza humana.
-Hola, Rebeca –como poniéndole acentos a
todas las letras.
-¡Dios mío, eres tú! Emilio, ¿cómo estás?
–era como ver un milagro cumplido.
Casi sin concertarlo terminaron sentados en
la misma banca del parque en la que él le había pedido pololeo hace miles de
días. En esa andanza breve, dos planetas recuperaron sus coordenadas, en donde
ese amor gigante que late a mil por hora te descompone cualquier norma civil o
costumbrismo.
-Rebeca, te ves guapísima –los ojos de él
centelleaban.
-No mientas, no necesito que me engañes. Me
casé en 1976 –se desahoga sin rodeos-, me separé, estoy tratando de tramitar la
nulidad de mi matrimonio civil y trabajo en una relojería del Paseo Ahumada, en
pleno centro de Santiago. Por órdenes de la Santa Iglesia no hay una ley de
divorcio. Mi marido, un apostador violento se fue. Gracias a Dios se marchó, en
1978. La tragedia terminó. Empecé a tomar las discutidas pastillas
anticonceptivas casi desde el primer mes de matrimonio. Actué como una católica
liberal y desmandada. Mi cruz la guardé en el velador. No quiero hablar de él
ni verlo, por favor. Esa historia feneció. Disculpa que te hable así. No es lo
correcto. Estuve mal.
-Todo eso ya no importa. Rebequita, no fui a
tu casa por vergüenza. Pensé cualquier cosa, que ni la puerta me abrirías. Tú
eres una moralista católica.
-Emilio, no fui a tu casa porque sentía
pavor. Te habría ido a esperar. Era moralista.
-¿De qué hablas mujer?
-Mírame bien, soy un desastre de veintiséis
años de edad. Espero que hayas encontrado una joven soltera, alegre y sin
estorbos allá en tu isla paradisíaca o acá. Es lo que te mereces.
-Si pudiera, mañana mismo me caso contigo.
Esta vez no te dejaré ir. Cuando en el 1976 supe que te casaste me quería
lanzar al mar desde el malecón. Pensaba en la argolla de compromiso que te
regalé seis meses antes de abandonarte y me hundí, mas lo comprendí. Era lo
justo. Nada tenía que ofrecerte, sólo inseguridades y lo acertado era que te
casaras con otro. En ese agosto de 1973 seguía creyendo que nos casaríamos
luego, incautamente. Y se vino el golpe de Estado propiciado por la CIA, y lo
desencajó todo.
-Sinceramente creí que nunca más regresarías
y que con este gobierno militar nunca más te vería. En cierta forma eras un
desaparecido más del régimen, al menos para mí. No quería morir soltera y por
eso me casé. Veo que resucitaste. Ahora creo que te traicioné. No supe
esperarte. Cuando tuve la chance, me casé. Disculpa el daño causado y todo lo
que te decepcioné.
-¿Tú me traicionaste? ¿yo te abandoné? No, es
el indómito destino el que nos cambió, el que desmoronó nuestros planes y el de
muchos. Quiero que seas mi novia lo antes posible. Ya no tolero este drama.
Demasiados años sin tu presencia. Caminando solo, sin ti, soy un perro
vagabundo y no hay un plan alternativo o de reserva. Tú o tú. Si me rechazas
agonizaré por siempre.
-Me fascina la idea. Sicológicamente no estoy
en condiciones de hacerte feliz. Tú debes hallar una joven soltera, algo mejor.
Mi estrella se apagó.
-El exilio y la pobreza me trituraron
psíquicamente y no creo ser digno de ti, sobre todo que nada tengo para
ofrecerte. Entonces, estamos iguales. Sí, resucité.
-Emilito, ¿y qué tengo yo para darte?
-Nada deseo de ti. Lo que deseo eres tú. Y tú
estás aquí, para siempre.
-Con tu profuso optimismo, se ve fácil.
-Si es fácil o imposible no me importa.
Dos horas conversaron y se lo confesaron
todo, con más de una emoción fornida y muchos lagrimones. Emilio le aclaró
reservadamente que Cuba no era precisamente una isla celestial. Por supuesto,
él nada habló de morenas o damas, nunca, ni por broma. Volvieron a esa noche en
que se conocieron escuchando a Camilo Sesto, Sandro, Raphael, Nino Bravo,
Roberto Carlos. Transformar la fatídica última noche de despedida en una de
bienvenida era un deleite. Tomarle la mano de nuevo y reinventar la ilusión ya
no era un disparate. El amor sincero es el sentimiento que pulveriza murallas
de acero y es capaz de cambiarlo o remozarlo todo. Y Emilio se decide, otra
vez, y no aceptará un no como respuesta.
-Rebeca, ven, párate aquí, en el sitio de
nuestro primer beso y dime: ¿Quieres pololear conmigo, ser mi prometida? ¡Estoy
dispuesto a esperar un año por besarte otra vez! Sé que eres tramitadora –fluye
una sonrisa.
-Emilio, Emilio, por favor bésame
intensamente y no me abandones nunca. Que sea un beso que dure mil años -se lo
demanda sollozando y deseosa.
En ese beso sin fin Rebeca limpió su ser, se
descargó emocionalmente en él. Las curadoras manos de su amado la devolvían a
la vida. Le costaba creer que la aceptaría así, con un primer matrimonio no
anulado y tantos líos. A él le encantó saber también que su pobreza y periplos
ideológicos no eran un entorpecimiento en el idilio que reaparecía.
-Rebeca, así lo haré, te lo prometo. No te
abandonaré otra vez, jamás. Hasta, que la muerte nos separe. Toma, te regalo la
luna otra vez. Estamos bendecidos por todas las estrellas. Nunca más nuestras
manos se soltarán.
Ese mismo fin de semana y sin evaluarlo dos
segundos ella lo invita a Viña del Mar a una de miel adelantada con un brindis
y todo. Desde que comenzaron a hoy pasaron diez años, y por eso cuando llegaron
al motel económico llamado “Ahora sí” ella se desnudó y lo acarició con una
inusitada vehemencia, con una diminuta ira, besándolo por todos lados, como
procurando recuperar el decenio extraviado en los vericuetos de la enigmática
vida, que es muchas veces mezquina y perra. Simplemente ella se lo devoró
entero sin abrir los ojos. Fue un acto de amor irracional y desbordante, casi
una violación femenina. Emilio quedó pegado al cielo al ver que la mujer que el
adoraba se le entregaba de esa fogosa y desmedida forma. Eran un premio mutuo,
ante tanto sufrimiento. La visita al motel fue un sacramento de la
reconciliación, una catarsis. Ambos volvieron a Santiago más enamorados, con
esperanzas y más sanos. Una Rebeca decidida les comunica a sus padres que se va
a ir a convivir con Emilio, en la calle Varsovia, a partir de octubre, de 1982,
y que nada ni nadie lo va a impedir. Por su Emilio no se iba a fijar en
prejuicios y lo del pecado mortal o venial lo vería después. En todo caso
Rebeca no iba a ser su concubina perenne, y sí su cónyuge, en la primera
oportunidad que se presente. Su catolicismo no era una simulación. Continuará
trabajando en la relojería y el profesor también intentará en su casa esquina
instalar una pastelería o tienda, que atenderá primeramente su madre. El bicho
de ser microempresario ya había ingresado en él, alentado y presionado por
ella, y le informan que es su amigo Lenin el dueño de La Ventajosa, que se
ubica a no muchas cuadras. Quiere y necesita verlo. La mediocridad y la
melancolía, con diferentes tonalidades y elucidaciones, es el enemigo jurado de
muchos.
Enero 1972
Por razones monetarias muchas familias
santiaguinas no veranean en la playa y menos viajan al extranjero. La inflación
del gobierno de Allende ya causaba algunos estragos. Era común que los jóvenes
con poco dinero organizaran fiestas los fines de semana en las diferentes casas
del mismo barrio. El país se dividía entre buenos y malos, entre capitalistas y
marxistas, entre beatos y sacrílegos. El maniqueísmo y la radicalización eran
brutales. En el fondo la guerra fría daba dos alternativas: Moscú o Washington.
Es el siglo de los opresores y sus súbditos. Los continentes eran soldados y
todo lo demás era chimuchina. En una nación monopolizada, expectante y con la
sangre caliente, una tercera vía era infructuosa. El hervor y la impaciencia no
lo aceptan. En los espacios que quedaban en común, los muchachos se reunían en
las noches para divertirse un poco y beber moderadamente, relacionándose entre
sí. A pesar de la bulliciosa década de los sesenta en occidente y de las
inquietudes que pretendían construir una nueva sociedad, las familias chilenas
eran conservadoras en su proceder, incluyendo a los progresistas de esa época.
El sábado 15 de enero le correspondió a Evaristo armar la fiesta, que residía
en la calle Roma, al igual que Rebeca, y era amigo tanto de Emilio como de
ella. A esa noche todos fueron invitados. Como las damas llegaban temprano,
nunca solas, Rebeca y sus dos amigas tocaron el timbre a las 20:30 horas, escoltadas
por un joven. Emilio llegó solo, media hora después y saludándolos a todos, con
afabilidad. Cuando vio a Rebeca, con su vestido azul y precioso semblante, un
relámpago lo atravesó, y le dirigió la palabra sin preámbulos.
-Hola, ¿puedo preguntarte tu nombre? –le
consulta Emilio con los aires de un galán pipiolo, y esperanzado.
-Me llamo Rebeca –con una voz femenina y
complaciente.
-Si me permites el atrevimiento, te comunico
oficialmente que te ves estupenda. Espero no contrariarte –el galán toma vuelo.
En ese preciso instante a Rebeca, por un
movimiento inesperado y corto que hizo con su cuello, se le cayó un arete y
Emilio, en menos de un estornudo ya estaba de rodillas en el suelo buscándolo
con unos ojos que eran unas linternas. Y a pesar de la deficiente visibilidad
lo encontró y se puso de pie fulminantemente y se lo pasó, con una reverencia
de vasallo, como si ella fuera una infanta. Ella le regala una mirada elegante
y sugerente a su imprevisto adepto.
-Muchas gracias. No debiste molestarte de esa
forma –a ella la feminidad le brota a borbotones por los poros y Emilio sintió
el fuerte impacto de la dulzura de su mirada de inmediato.
-Rebeca, sólo hice lo mínimo, por una reina
como tú. Por favor, proporcióname el privilegio de bailar contigo las próximas
canciones movidas –el seguidor está resuelto, ya que ve alguna posibilidad de
avanzar, en ese pedregoso sendero.
-Bueno –con una alegría tenue-, y tú, ¿cómo
te llamas?
-¿Quién soy yo? Aquí voy. Me llamo Emilio,
resido en la calle Varsovia, estoy en mi último año de pedagogía de matemáticas
en la Universidad de Chile y me acerco a los 22 años de edad –lo expresa un
poquito más relajado.
-Yo, me llamo Rebeca, estoy en mi último año
de la secundaria en el liceo comunal, -suelta un carcajeo controlado porque se
presenta como si fuera candidata a miss universo-, tengo diecisiete años, soy
soltera y santiaguina, y me gustan los gatos –rieron juntos y la química entre
ambos fue patente y pública.
Bailaron un poco de twist en español y pop de
ese tiempo. Emilio la invita a salir al patio con unas bebidas y ella accede,
manteniendo alguna formalidad. No alcanzaron a charlar treinta minutos cuando
Evaristo rastreando la tierna situación de los tórtolos va al tocadiscos
raudamente y pone canciones de Camilo Sesto, Sandro, Roberto Carlos y otros; y
el romanticismo se apoderó de la pista y Emilio rozaba los nimbos. Ningún varón
le objetó la iniciativa al anfitrión que captó en el acto la misión que se le
había encomendado, en código cifrado: promover el amor.
-Rebeca, ¿quieres bailar este lento conmigo?
–estaba derretido como mantequilla y con una cara de baboso impresionante.
-Bueno, pero el próximo tema –con un tono de
pudibundez y observación.
Ese primer tema, después de esperar un
quinquenio conteniendo la respiración al fin concluyó. Entran calmosamente a la
pista de baile. Él, con su mano derecha en su espalda y con la izquierda sobre
la cintura, disfrutó de dos baladas mejilla con mejilla. Cuando puso su mejilla
en la aromatizada de ella, quedó subyugado, y ella, algo atraída. Al rato
después Rebeca mira el reloj, cual cenicienta. Entre la primera canción lenta y
la segunda pasó una centuria, y entre que la conoció y la medianoche pasó un
suspiro. Eso es relatividad pura, forjada por el encantamiento de una mujer,
diría el genio Einstein.
-Disculpa Emilio, se acerca la medianoche y
debo retirarme. Esa fue la instrucción de mi madre –lo expresa con suavidad.
-Como tú digas Rebeca. Autorízame a
acompañarte –maximiza su caballerosidad.
-Bueno. Nos vamos todos juntos, con las
amigas que llegué –sentencia una circunspecta Rebeca. El escolta inicial estaba
arrebatado con una pelirroja y se quedó bailando lo que viniera, al pie del
cañón.
Las tres horas a Emilio se le hicieron tres
minutos. Caminaron las dos cuadras de la calle Roma hacia el hogar de Rebeca.
Él iba muy atento a cualquier ademán o seña de ella, y concentrado como un
trapecista. Adelante iban Emilio y Rebeca y atrás las dos amigas, sin
intervenir, como sospechando que presenciaban un apego predestinado. En esa
época los noviazgos no eran eternos generalmente y eran con pocos o con un solo
varón, y las madres analizaban a cualquier aspirante a pretendiente con la
mayor ecuanimidad posible, utilizando hasta ese sexto sentido femíneo. Los
padres intentaban neutralizar las indecisiones y las bajas pasiones de los
yernos. Se veían una pareja bonita y persuadida, desde ya.
-Emilio, está es mi casa. Nos vemos en una
nueva oportunidad.
-Por favor, por favor, dame tu número
telefónico –insiste con ternura.
-Bueno, aquí está –lo escribió lentamente en
un papel improvisado.
Antes de darle el último beso en su suave
cara, él la miró fijamente ocho segundos sin soltarle la mano. A ella no
le molestó. No sabían ni aventuraban que esa noche los marcaría por toda
la vida. Cupido abrió un nuevo expediente. Ella tardaría un poco más en darse
cuenta de lo ocurrido. Sus dos amigas riéndose le pidieron a Rebeca que cerrara
la boca, porque su admirador ya se había ido.
Febrero 1972
Rebeca era una buena católica y típicamente
conservadora en su conducta y modales, como la mayoría de las señoritas de esas
décadas. Su familia abrazaba los ideales del centro político, que encarnaba la
Democracia Cristiana, al mando natural del estadista Eduardo Frei Montalva. Era
una “revolución en libertad”, sin combatientes ni bombas molotov, con una
libertad de expresión a todo evento y sin violencia revolucionaria o
contrarrevolucionaria, y mirando el evangelio de Jesucristo, intentando hacer
carne por esta olvidada tierra los preceptos sociales y éticos da la Palabra
sagrada. Un social cristianismo sin entrenamiento guerrillero ni contrarios que
deban morir o matar por sublimes razones. Por ser pacífico y viable,
innegablemente el camino de la Democracia Cristiana era más lento, y más seguro
e integrador, también. La “revolución en libertad” era la vía pacífica que
generaría los cambios estructurales y sociales en la nación. No toleraban el
materialismo ateo ni ese resentimiento del que se nutrían y fomentaban las
monsergas rojas, las recomendaciones oficialistas. Don Abelardo, padre de
Rebeca, ansiaba que el gobierno marxista del señor Allende terminara lo antes
posible y en el año 1973 a veces ya no le importaba como, por su extremo
descontento con la demagogia, las protestas, la improductividad, la ira de las
barbas, el desabastecimiento, las filas largas para comprar, la inflación
imparable y el despelote. El era uno de los tantos centristas que veían en el
marxismo y sus matices un horror de ramificaciones impredecibles. Los marxistas
leninistas ofendían a la santa y Madre Iglesia y a la democracia con pasmosa
facilidad. Dado los fogosos y agresivos discursos de los socialistas con lemas
temerarios y punzantes como el mítico “avanzar sin transar”, todos se ponían
neurasténicos. No había que ser profeta para adivinar que en algún momento los
revolucionarios o los contrarrevolucionarios empezarían a disparar al que
consideraban su tenaz enemigo. La sangre estaba caliente y varios tenían
silenciosamente el dedo en el gatillo. Además el presidente Allende no se
sometía a los dictámenes de la Contraloría General de la República o a otras
normativas constitucionales o legales, precisamente porque era un marxista que
pretendía transformarlo todo. Los rebeldes jamás han sido sumisos con los
modelos establecidos. La Contraloría lo declaró un gobierno ilícito, en algún
momento. Allende decía “yo no soy presidente de todos los chilenos”
“utilizaremos primero la ley y después la violencia revolucionaria” y otras
expresiones igualmente sinceras y alarmantes. La Policía de Investigaciones era
dirigida por la izquierda y la carestía de alimentos y productos básicos se
apoderaban del país, poco a poco. La derecha política y económica buscaba la
forma de reventar al presidente constitucional. Cualquier senda servía. El
derecho a la propiedad era cuestionado cada cinco minutos. Un Comandante de la
revolución sureño daba a entender con claridad que tenían que morir un millón
de chilenos para que el Estado Revolucionario se instaure como es debido, según
los principios guerrilleros ortodoxos. Este intrépido Comandante Pepe no fue
castigado ni nada parecido por el Ministro del Interior José Toha. Claro,
algunos duros del MIR pensaban que asesinar a un millón de chilenos era
exagerado. La izquierda más radical se armaba, pero no se entrenaba
adecuadamente a los soldados revolucionarios. Al final, fue un error táctico y
fatal, que quedó demostrado con el golpe de Estado. Don Abelardo quería que
Allende se fuera, y ya. Independiente del quehacer ideológico, los jóvenes vivían
parte de su vida personal con cierta normalidad, tratando de disfrutarla. El
romanticismo del adolescente es inmortal. Previo contacto telefónico y tras
algunas insistencias, Rebeca acepta ese sábado salir con Emilio al parque
existente entre el Metro “Las Rejas” y el de “Pajaritos”. Él se presentó
puntual a las seis de la tarde, fragante, afeitado y con un pelo con una
chasquilla corta y algo ordenado. Ella con su falda, zapatos con un pequeño
taco y una cruz diminuta que jamás se despegaba de su cuello. Le acepta con un
guiño púdico el bombón que él le obsequia y lo comparte con él mismo una hora
más tarde. Las diferencias políticas se han esclarecido y no preponderarán. A
ella personalmente no le molesta el pensamiento de su pretendiente porque su
comportamiento es sin faltas. Don Abelardo sí se incomoda con la ideología del
enamorado de su hija. Emilio, respeta la opinión de sus suegros expeditamente.
Rebeca no transa con los principios católicos que intenta cumplir con
honestidad y conversa con sus padres, don Abelardo García y Eva Garrido.
-Rebeca, tú sabes que somos católicos
bautizados y que no comulgamos con el pensamiento rebelde de tu pretendiente.
Que no pretenda enrolarte en su materialismo alienante. No quiero a una hija
que vomite odio hasta por los ojos. El resentimiento sempiterno no es un
elemento de nuestra fe. El papa Juan XXIII, en una decisión iluminada,
excomulgó al dictador e irreverente Fidel Castro. Los guerrilleros locales son
de pacotilla, unas cabezas ardientes, y no van hacia ninguna parte. El
contestatario criollo siempre ha sido asustadizo. Esta cobardía tal vez evite
un mal mayor –señala con firmeza don Abelardo.
-Hija, tú crees en Jesús, María y en los
santos. Que no intente mofarse de nuestra antiquísima y sagrada confesión de
fe. Eso es inexcusable –sentenció Eva, todavía con más firmeza, por los
eventuales desvaríos.
-Mamá, mamá, no te preocupes. Emilio tiene
absoluta claridad de mi credo y conducta y me ha respetado en todo. Es más,
está dispuesto a acompañarme a misa de vez en cuando. Él quiere titularse de
profesor de matemáticas y le queda poco. Casi no hablamos de política. Si hasta
me ha dicho que ha soñado –le brillan los ojos- que se casa conmigo en nuestra
cristiana parroquia –dijo Rebeca, prendada.
-Eso de que ha soñado que se casa contigo por
la Santa Iglesia me gustó. Es esperanzador –dijo la pechoña Eva, más aliviada.
En las primeras oportunidades pasearon como
amigos. En la cuarta salida el atontado Emilio iba más decidido. Él era de
izquierda y ella del centro. Ella era militante de la Santa Iglesia y él un
incrédulo, a lo más un agnóstico.
-Rebeca, ¿me has observado bien? Simplemente
me estoy enamorando de ti ¿Me aceptarías un beso? Muero por eso. Eres linda y
estás en mi cabeza en todas mis respiraciones, que tartamudean por ti.
-Eres mi amigo y nada más –lo señala
flirteándole.
-No te entiendo –Emilio en la política y en
el amor es algo cándido.
-Cómo voy a besarte si no hay ningún
compromiso.
-Voy comprendiendo ¿Quieres pololear conmigo?
–se apresura un poco.
-Emilio, ¿me pides pololeo sólo para besarme?
Déjame pensarlo un par de semanas, al menos.
-Rebeca, por favor, ¿qué juego es éste? Me
tramitas como los burócratas.
-Mira Emilio, hemos conversado de todo y ya
sabes bien mi tradicionalista forma de pensar. Antes de contestarte te cuento
que elaboré tres preguntas, con la asesoría de mi madre, que sin mofarte
responderás. De lo contrario continuamos siendo amigos. Y si eso te calma,
llámame beata o cínica o como quieras.
-Rebequita, encantado responderé todos tus
cuestionarios, con o sin alternativas. No eres mojigata. Tu familia es católica
tradicionalista, devota del extraordinario sacerdote Alberto Hurtado e intenta
vivir según sus creencias, eso es todo. Yo soy un humanista pluralista. Y si
digo amarte y no respeto tu proceder y breviarios, sería una farsante y se me
caería el discurso.
-Perfecto. Aquí voy mi admirador: ¿Te vas a
sobrepasar conmigo? –se pone seria.
-No, Rebequita, no me sobrepasaré –lo señala
melancólico.
-¿Te casarás conmigo cuando te titules de
profesor?
-Sí, cuando me titule me casaré contigo en la
parroquia de Las Rejas, como te lo he insinuado varias veces, sin coartadas –la
mira a los ojos.
-¿Me acompañarás a misa de vez en cuando?
-Sí, de vez en cuando te acompañaré. No soy
un intolerante. Tú sabes que lo único que me irrita es el fascismo, el
imperialismo yanqui, la explotación de los obreros. Tus sinceras creencias en
ese maravillo ser llamado Jesús de Nazaret son hermosas. No hay atados, menos
con el cristianismo social.
-Emilio, entonces acepto ser tu polola, tu
prometida y futura cónyuge.
Como en cualquier historia de amor, este
primer beso fue mágico y perenne y pareció que los pajarillos coreaban
ordenadamente la melodía del vals de los novios. Comenzó un pololeo y noviazgo
más que nada de fin de semana, con osos de peluches, flores y chocolates, de
bajo precio. Esa era la costumbre de la época, que no se ha perdido del todo.
Todo a un costo conveniente porque no podía financiar un cortejo como
corresponde, por lo pobre que era. De lunes a viernes ambos eran estudiantes y
se veían poco los días hábiles. Emilio conoció más a sus futuros suegros,
tomaba once en su casa, la llevaba al cine, al centro de la capital. Era
precavido. No aguantaría que la agitación política de esos días la rozara, la
irritara. Los comentarios sobre la contingencia eran los mínimos. La familia de
Rebeca en la misa rezaba por el pronto y pacífico fin del gobierno de Allende,
cada vez con más fuerza. Emilio, sin ser miembro de ninguna organización, se
pegaba avivadamente a cualquier movilización o reivindicación de la izquierda
criolla. Y concretado el golpe de la Junta Militar terminó su relación con
Rebeca en lo formal, por seguridad. Se escondió como si viviera en un
submarino, y estaba recién titulado. El 12 de septiembre de 1973 Chile inicia
una ruta distinta a todo lo craneado alguna vez. En el aspecto económico la
Junta Militar lo reformaría casi todo, beatificando el capitalismo salvaje, la
antípoda del Congreso de Chillán. Cuando el general Augusto Pinochet le entregó
la banda presidencial al presidente electo y democratacristiano don Patricio
Aylwin el 11 de marzo de 1990, la macroeconomía chilena era excelente, ordenada
y con proyecciones. Los números económicos grandes funcionaban bien. Chile en
esta específica área era un león en América latina. Nadie quería reconocerlo
públicamente. También el Gobierno Militar les traspasaría toneladas de pobreza,
animadversión, desigualdades y un país dividido, malogrado, dolido y
polarizado. El experimentado Aylwin, que era como un padre respetado por todos,
enfrentó sabiamente los distintos desafíos y sentó las bases para una agenda
social más vigorosa, con una política fiscal. Al menos eso pensaron muchos.
Aylwin manejó su gobierno con asombrosa prudencia. Jamás tomaba decisiones que
pudieran deteriorar lo avanzado, la democracia. Caminó por la cuerda floja con
maestría, con un puntilloso y antojadizo Pinochet, que a pocas cuadras de La
Moneda ejercía sus funciones de Comandante en Jefe del Ejército. Los dictadores,
sin importar sus dogmas políticos o religiosos, siempre son una espina en el
alma.
Febrero 1974
Antes de partir al extranjero, se reuniría
con Rebeca por última vez en su casa, de noche. La Junta Militar presidida sin
rotaciones por el general del Ejército afianzaba su poder total y endurecía su
mano cuando lo estimaba conveniente sin vacilaciones o disyuntivas morales.
Rebeca se convenció totalmente de que a Emilio no lo volvería a ver otra vez,
en una actitud entre pesimista y realista. La existencia de muchos compatriotas
se fracturaba, se rompía en mil pedazos. El Emilio que se iba en cierta forma
moría. Ambos también agonizaban por amor. Experimentaban en la carne la pena.
Lo de ellos no era una despedida, era un funeral, o por lo menos reunía todas las
condiciones de uno. Dado los acontecimientos políticos y las rigurosas
características de la guerra fría Rebeca se persuadió que esa noche sería su
última oportunidad de ver en vivo y en directo los ojos marrones de un Emilio
que con el alba cruzaría la cordillera hacia Argentina con destino al edén
latinoamericano de los revolucionarios de una pieza, de los virtuosos. Junto a
un café cargado ella contemplaba a su amado ángel rojo y él a su princesa azul
desfigurada por la contingencia. Ella advierte que él se le va, que ya es como
un fantasma que rondará alrededor de su corazón sin sentirlo más, sin poder
tocarlo. Todo es una ópera griega. Las más sublimes promesas de amor se
cubrirán de espinas y melancolías. Camilo Sesto, Lucho Gatica, Nino Bravo, Leo Dan,
Los Panchos, Javier Solís, Sandro, Los Ángeles Negros y otros acompañan desde
la radio el réquiem de un fogoso último beso inviolable, que comienza con
sutiles lágrimas de una dama que se quedará absolutamente sola en un escenario
que en parte comprende, dada su sagacidad y visión, que era rara en las jóvenes
setenteras locales, porque el país era muy machista. Era inteligente y no le
encontraba salida a un laberinto erigido por las utopías e ingenuidades de él.
Según don Abelardo, la separación era natural ya que sus mentes habitaban en
sistemas solares distintos u opuestos. Para él los paraísos eran Cuba y Europa
del este, para ella el cielo venía después de una breve y sufrida estadía en el
purgatorio y el camino político lo definían Frei, Maritain, algunas encíclicas
papales, ciertas homilías y otros. Él pensaba que el Vaticano era una empresa
multinacional de orientación capitalista y fascista y ella creía que ahí
residía el vicario de Cristo. Él aseguraba que las congregaciones católicas
eran sociedades de inversiones y ella que eran ovejas del mismo rebaño con el
papa como el supremo pastor. Él predicaba que Fidel Castro era el líder natural
de América y el premier en una democracia popular y ella pensaba que era un
tirano más, un jactancioso rojo, influenciada por don Abelardo. Muchos
cristianos y sensatos no pueden creer que existan seres humanos que piensen que
el dictador Fidel Castro no atropella los derechos humanos. Así y todo ellos se
amaban y se respetaban. Era como si la política y le religión no incidieran en
la relación sentimental propiamente tal. Ellos se miraban y se besaban y el
planeta dejaba de girar y todo lo demás se congelaba. En todo caso en Santiago
la boda entre un izquierdista comprometido y una dama católica no era ninguna novedad.
Era un plato repetido. El amor todo lo supera, mas hay circunstancias
inesperadas o agresivas que no logra soslayar y siempre existe la posibilidad
de que dos corazones firmemente fusionados terminen contando una historia
trágica e inquebrantable.
-Rebeca, como te lo señalara anteriormente,
debo irme, fugarme. Nunca fui militante de la Unidad Popular, más sé que estoy
relativamente identificado, sobre todo en la universidad, y si el servicio
secreto del régimen de facto me arresta soy hombre muerto o torturado,
arriesgando así la integridad física de mis familiares y la tuya. Algunos de
los compañeros se quedaron en la clandestinidad intentando dar una pelea
simbólica y esperando nuevos aires, otro tablado.
-Emilio, estoy obligada a aceptar tu ineludible
decisión y los insomnios. Le he rezado a Dios, a la Virgen de Andacollo, al
padre Alberto Hurtado y a los santos ángeles para que te protejan. Que te vaya
bien en tu nueva vida porque sospecho que desde mañana serás un ser invisible
en esta ciudad. Por mi falta de fe veo todo gris. Me cuesta digerir lo que
sucede. Esto es un melodrama.
-Todo es muy lóbrego. Tú eres una cristiana
noble y una excelente mujer. Ya luego encontrarás un hombre que te merezca, que
se case contigo. No te acerques a los teorizantes y quijotes, por favor.
-¡No digas eso! Mira que es bastante punzante
verte partir y ganas de pensar en hombres no está en mi futuro, y menos contigo
viviendo en el continente.
-No te adoses a idealistas. Las utopías como
las mías sólo existen en la sinrazón. No son posibles y causan heridas y
sangre. Ver morir a camaradas revolucionarios y amigos es una debacle. Vas a
ser una excelente madre y esposa. Fuimos unos ilusos, por decirlo suavemente.
-Emilio, ¿existiría una remota posibilidad de
que regreses pronto? A veces los milagros existen. Lo ético entonces sería
esperarte, con mi vestido de novia en el armario ¿Qué piensas al respecto? Dame
una esperanza.
-Rebequita, estas tiranías militares de
perfil fascista duran mucho tiempo y son tercas. Basta mirar la España de
Franco y el Paraguay de Stroessner. Tal vez jamás regrese a Chile, sería
riesgoso, y tú mereces ser feliz. Espero estar vivo y sano para ese día en que
mi patria se haya normalizado totalmente, con un régimen democrático y popular
que a todos nos dé garantías. Me voy a mi lisonjeada Cuba. Oye –algo enfadada-,
el gobierno de tu presidente Allende fue agresivo y no me digas que los
revolucionarios y marxistas que componían el gabinete eran palomas blancas. Mi
padre y muchos democratacristianos querían que este terrible gobierno popular o
progresista o como quieras llamarle terminara luego, a como dé lugar. Esa es la
verdad, la verdad de los otros, la de esos otros que piensan que Fidel es un
genocida blindado por la sublime ingenuidad e idiotez de los revolucionarios, y
por la terquedad y gilipollez de esos odiosos incondicionales. Algunos
ministros y militantes socialistas con sus discursos violentos y radicalizados
querían incinerar todo el país. Ahora todos ellos son víctimas del terror militar
y de lo que sembraron. Sólo les queda un tsunami de lamentaciones
imperecederas. Detesto a Allende y a Pinochet porque te voy a perder, porque ya
no te veré.
-Sí, cometimos muchos errores inconcebibles.
A Allende lo dejamos solo, no fuimos lo suficientemente leales con él, perdimos
la disciplina política y la unidad, la agenda se dispersó, nos afiebramos con
una causa que pensábamos que era lo equivalente a una revelación divina. No
supimos dialogar a tiempo, ceder. Algunos se adueñaron de la verdad y efectivamente
otros allendistas pretendían inundar de gasolina la patria entera. Creo que la
historia grande analizará con la mar en calma todo lo que se plantó y se
cosechó aquí, partiendo desde la convulsionada década de los sesenta, a lo
menos. Esta era la primera y única vez en que un marxista era elegido
presidente mediante el voto popular en el mundo. Lo sucedido fue novedoso, una
locura, un infierno. Tristemente no fuimos comprometidos ni garantes. Sólo
Allende y unos pocos fueron consecuentes hasta el horrible final. Si piensas
que soy un temeroso, lo consentiré.
-Emilito - le toma la mano-, no nos
martiricemos más, el telón ya cayó. Tú actuaste correctamente, según los
dictados de tu conciencia y de tu ideología, y eso lo respeto aunque discrepe y
me enfade a veces. Yo también peleo por ser consecuente con mis principios, que
son los de la Madre Iglesia.
-Si la mitad de nosotros hubiese sido
valiente y consecuente como lo fue el héroe Salvador Allende, todo habría sido
distinto. Insisto, nuestro presidente constitucional se quedó solo como un
perro, disparó su metralleta solo en La Moneda. Falleció solo. Sus seguidores
resultaron ser un batallón de farsantes con metralletas de engrudo. Tal vez
desde el exilio se puedan retomar algunos sueños.
-Emilio, tu generación ya cumplió su misión.
Este capítulo se terminó abrupta y definitivamente. Vendrán otros a continuar
la lucha por una sociedad más justa utilizando una vía pacífica efectivamente
viable. Basta ya. Y entre esos otros hay cristianos muy comprometidos
socialmente.
-Rebeca, además eres políticamente
inteligente, aunque diverjamos.
-Chile fue y es un país sobrecargado
ideológicamente, monopolizado. Algo se aprende, si es que uno escucha la radio
pertinente, que siempre estuvo altamente politizada. La época lo demandaba
-esboza una sonrisa.
-Rebeca, gracias por ser mi polola, por
quererme. Yo no soy digno de ti.
-Emilio, gracias por respetarme a mí y a mi
fe. Pocos varones son caballerosos como tú. Mi rebelde muchacho, te mereces lo
mejor.
-Rebequita linda, que ese Dios tuyo, que es
misericordioso, te cuide.
-Amén. No dejaré de rezar.
Y en la puerta de la reja de la casa se
dieron ese extenso y letal último beso y abrazo, con las esperanzas escarchadas
o desmanteladas. El problema era que ella amaba mucho a Emilio y éste, partía a
la Nueva Jerusalén de los revolucionarios de habla hispana. Ambos dormían en el
cementerio del amor, y los prodigios escasean, sobre todo cuando el odio y la
ojeriza son el epicentro de la patria.
Julio 1975
Emilio ya instalado en La Habana como
profesor de matemáticas reside en un diminuto y humilde departamento con Dalia,
una cariñosa morena que es madre soltera y a la que conoció tres meses atrás en
la plaza de la revolución. Dalia, es una oficinista muy culta en filosofía y en
historia, como muchos cubanos. Ella le declaró desde un principio que era una
revolucionaria de tomo y lomo, a prueba de balas y de cohetes imperialistas.
-Dalia, realmente eres una socialista
genuina. Si en Chile las compañeras y compañeros hubiésemos sido como tú,
nuestro destino habría sido muy diferente y hoy tendríamos a un Salvador
Allende victorioso gobernando, con un gorro del Che.
-Mira papi, lo que faltó en Chile es un
Fidel, un Camilo, hombres decididos a todo desde un principio, desde el primer
día. Dime, ¿cómo vas a instalar pacíficamente el socialismo marxista en
Santiago de Chile con una metralleta de la CIA apuntándote en la cabeza todo el
día? ¿qué ingenuidad es esa? ¿qué locura es esa? Aquí y en todos lados las
revoluciones se han ganado a balazos, con columnas de hombres armados y
entrenados decididos a entregar hasta la última gota de sangre en el combate en
contra de los soldados o títeres del imperialismo norteamericano, de los
explotadores. Y lo más importante, claro está, es la absoluta convicción de que
la causa socialista es sublime. La conciencia revolucionaria se crea todos los
días. La única forma de quitarle la banca a un banquero es matándolo. Estos
abusadores y ladrones de cuello y corbata contratan matones o incentivan a los
ejércitos regulares, sin indecisiones, en nombre de una libertad burguesa,
construida filosóficamente por ellos mismos, que no beneficia a las grandes
mayorías. Ese truco sucio de los poderosos aquí no funciona. La banca privada
es un crimen y la usura en la democracia burguesa reina sin contrapesos.
-En mi país no fuimos capaces de disparar o
de iniciarle una guerra a Pinochet, no teníamos una genuina o potente
conciencia revolucionaria. Queríamos instalar el Estado Revolucionario
escoltados por palomas blancas, sin matanzas. No sé si fuimos cobardes o
imbéciles, tal vez las dos. Las acciones del izquierdista chileno nunca fueron
coherentes con los sólidos discursos de los ardientes líderes, que al primer
fogonazo se convirtieron en timoratos y fondistas. Todos huyeron, como si se
hubieran puesto de acuerdo. Todo era blablablá.
-Mira papi, la lucha continúa. El bloqueo nos
tiene pobres y con muchas carencias, pero no derrotados. Somos ese trigo
soplado por el viento que nunca es desarraigado. El pueblo cubano es digno y el
bloqueo y las saetas de la CIA o del imperialismo norteamericano no nos van a
encorvar. Cada día que pasa es una escaramuza. La isla resistirá todos los
embates de ese drácula o enemigo que no tolera que no nos dobleguemos ante la
banca y los consorcios internacionales, ante las mafias. A los yanquis les
molesta que seamos realmente libres, por eso nos fastidian. La escasez de
provisiones es un componente más en esta lucha eterna por la justicia social,
es una trinchera. No nos rendiremos.
-Cuando vuelva a Chile me gustaría colaborar
y trabajar en una patria libre como Cuba, que es el paradigma.
-Muchacho, tú quieres volver por el
socialismo genuino o porque una chilena te robó el corazón en tus años mozos.
Disimulas mal. Cualquier mujer se daría cuenta de que tus sentimientos están
lejos de aquí. Yo no me engaño ni en la filosofía ni en el amor.
-Dalia, no lo plantees así, por favor.
Y si bien Emilio ya no estaba muy persuadido
con el edén cubano, cuidaba sus palabras frente a la tenaz Dalia por razones
obvias. Nadie en Cuba dice lo que realmente piensa, ni Fidel. De todas formas,
respetaba su coherencia y se deleitaba con su fogosidad al desnudo. Ella fue
apasionada y fiel con él, efusiva. Intentaba cumplir con todos los caprichos
sensuales de su muchacho y lo ayudaba y lo respaldaba en todo. Dalia era una
mujer asombrosa, cabal. Emilio nunca quiso casarse con Dalia porque la mayor
parte de su ser residía en Lo Prado. Dalia sufrió y lo asumió. Ella captó que
enamorarse de un chileno que no vivía nunca en tierra firme fue un error que le
rompió el corazón, mas lo soportó con la entereza de la dama valerosa e íntegra
que era, aunque lloró varios meses la partida del chileno.
Abril 1976
Esa parte de 1974 que quedaba y todo el año
1975 Rebeca lloró y rezó por Emilio. Hacía penitencias por su desdicha, por su
mal. Se aferró como nunca a su fe católica, al santo de los imposibles, con
fotografías, poemas y recuerdos de su amado. Le rogaba al Cristo del templo que
se lo devolviera. Hacía promesas de todo tipo. Lo que le pedía al cielo era
volver a besar a su ángel rojo, que tal vez tan rojo ya no era. Lo moralmente
piadoso era esperar a ese amor imposible al cual le entregó todas las
proposiciones que poblaban su corazón. De su novio revolucionario recibió un
anillo de compromiso, una fecha de boda, tolerancia y admiración. Por la
dignidad de Latinoamérica y los derechos humanos Emilio decidió habitar en Cuba
y soportar las impresionantes penurias de la isla, que inspiran las
interminables burlas de la centroderecha, de los vasallos de la Casablanca.
Rebeca trabaja en la relojería, comulga cada domingo y se deprime agudamente.
Va a cumplir veintiún años y se está aburriendo de espantar a los partidarios
que se le acercan, con diferentes motivaciones. Tiene miedo a que se le vaya el
tren. No va a aceptar voluntariamente el castigo de ser una solterona
sempiterna y aparece una vez más en la relojería “Al minuto” del Paseo Ahumada
con un ramo de rosas rojas y perfumado su seguidor más perseverante al cual le
acepta esta vez que la acompañe a su casa en metro, una vez concluida la
jornada. Rebeca rechazó subirse al automóvil de Alexis Durán, quien fue puntual
al ir a buscarla y al principio fue muy respetuoso con ella. Alexis, un
vendedor innato de veintinueve años era un solterón exitoso con las damas y en
su bello automóvil vendía o distribuía chocolates, leche, vestuario o lo que
fuera. Por su garbo y encanto, su talonario y catálogo de ventas eran exitosos.
Viajaba mucho a Viña del Mar, a La Serena, a Rancagua y a cien poblados y
ciudades más, incluyendo a la bellísima Arica, la puerta norte de Chile, la
ciudad de la eterna primavera. Vio en Rebeca una mujer decente, leal y buena
católica. Algo cansado del trasnoche y de las damas frívolas, comprendió que
Rebeca debía ser su esposa. Ella era la candidata típica a esposa perfecta. Era
una carta segura. Así podría trabajar y viajar tranquilo, con una mujer fiel y
buena madre de los hijos que vendrían. Después de conversar muchos detalles
varias veces, y de salir a pasear durante algunas semanas, Duran vuelve a la
carga, con toda su artillería.
-Rebeca, eres una joven hermosa y buena
cristiana. Créeme, no hay otra como tú. Eres femenina y dulce en todos lados.
Te repito la misma pregunta: ¿te quieres casar conmigo? –lo expresa un
inspirado Alexis.
-Tal vez no has insistido lo suficiente con
tu petición. No me dijiste que te morías de amor por mí –contesta una mimada
Rebeca.
-Comprendí la indirecta. Rebeca, te amo de
tal manera que estoy dispuesto a rogarte todas las veces que sea necesario. Te
suplico de rodillas –y su puso de rodillas- que concedas el más profundo anhelo
de mi corazón. ¿Te quieres casar conmigo? Dime que sí, por favor.
-¿A la brevedad? -se pone algo quisquillosa.
-Acataré cualquier fecha que me propongas –lo
dice seriamente.
-Bueno Alexis, acepto casarme contigo. Me
convenciste.
-Gracias Rebeca. Te amo, te amo, te amo.
Él le dio un beso anchuroso e inquieto por
mientras la adulaba de todas las formas posibles. Encontrar a otra como Rebeca
era buscar una aguja en un pajar.
-Alexis, como te lo explicara anteriormente,
sólo nos casaremos en el Registro Civil. Y cuando esté muy segura de tu amor
eterno, nos casaremos en mi parroquia. Espero que no te moleste postergar el
sacramento del matrimonio de la Madre Iglesia, que en mi credo es determinante.
-No, no me molesta. Estoy aquí subordinado a
tus caprichos. Entonces haré los méritos que sean del caso y cuando tú lo
determines, nos casamos en el templo de Las Rejas –a Alexis le importaba un
comino la Santa Sede y ese Príncipe de los apóstoles que residía en un pesebre
de oro puro forrado de dólares y encubrimientos.
Después de unos meses de noviazgo en el que
él derrochó magia y una verborrea tamizada, Alexis Duran y Rebeca García se
casaron en el Servicio del Registro Civil de Lo Prado el 24 septiembre del año
1976, día de Nuestra Señora de la Merced. Él le prometió de todo en los
interrogatorios de la desposada. Se fueron a vivir a la única casa que tenía el
triunfante vendedor en la comuna de Maipú. Alexis intentó acostarse con su
novia Rebeca varias veces, mas sólo logró agarrarle el trasero en una
oportunidad, por un par de segundos y con un regaño montaraz. Su madre Eva se
indignó con Rebeca por soslayar el pío sacramento del matrimonio de la Santa
Iglesia. Una hija excomulgada no era un halago. A Alexis le daba lo mismo y don
Abelardo no refunfuñó demasiado. Su hija era una mujer casada y con eso se
evitan los chismorreos duros, aunque los que
no se casaban delante de un sacerdote eran de una categoría inferior. Es que
Rebeca veía en su reciente marido a un vividor en retirada al que debía domar
primero, un viajero atrayente, así que tomó la inusitada y maliciosa decisión
de tomar pastillas anticonceptivas desde el principio. En el año 1976 los
siempre solteros obispos guiaban las conciencias de las casadas. Si el párroco
de Las Rejas se enteraba de semejante anomalía, la expulsaba del reino de Dios
de un palmazo, y ya no se sentaría en las primeras bancas de la beata parroquia
tan fácilmente. Rebeca García, en una actitud de madurez admirable y
circunspección, decidió que sólo tendría hijos y que se casaría en el templo de
Las Rejas con Alexis cuando estuviese segura de que su marido le iba a durar
una vida entera. Siempre fue avispada. La señora Eva le recriminó la ingesta de
las malévolas pastillas anticonceptivas y le recordó la invariable e infalible
opinión del primado de Italia. Las habladurías feroces de las pechoñas son
ineludibles. No llevaban ni dos meses de casado y Alexis ya parrandeaba
moderadamente o se extraviaba por días, por razones de trabajo, que era la
excusa perfecta e inigualable. Y a pesar de golpear la puerta de su casa bien
bañado, igual Rebeca le sentía olores y actitudes extrañas. Ella iba de la
relojería a su casa de Maipú, como la esposa piadosa que era, con un
hundimiento emocional que iba y venía. Estaba casada y se sentía sola. Ella
esforzándose por amar más y embelesar a su marido, éste le respondía con
ausencias y con unas justificaciones tan ingeniosas que en un principio fue
digno del beneficio de la duda, hasta que Alexis mostró un lado oscuro que
había cubierto relativamente bien. Un fin de mes llegó otra vez casi sin sueldo
a su hogar porque lo había perdido casi todo apostando a los caballos. Alexis
era burrero. El club hípico era su tabernáculo sagrado. Con lágrimas en los
ojos Rebeca le reprochó su irresponsabilidad moral y financiera. Alexis, con
unas piscolas en el cuerpo la insultó porque no lo dejaba vivir en paz, porque
no comprendía adecuadamente su debilidad que el decía que era una enfermedad.
Es que Alexis tampoco quería ayuda profesional y menos acercarse a un
presbítero. No pretendía sanarse y la augusta capilla le era una zarzamora. La
sensata Rebeca analizó su patético escenario desde todos los perfiles posibles
y no veía ni futuro ni salida. Era lúcida. Las mujeres agradecen a Dios por los
hijos, ella alababa al inventor de las pastillas anticonceptivas, su Santa Sede
no. Un hijo con el burrero sería una cadena perpetua efectiva, un sambenito. Alexis,
que era sociable y canchero, tampoco colaboraba en los quehaceres del hogar y
ambos trabajaban, y contratar una nana era suspender la austeridad, que al
final de nada servía con un apostador riguroso de pareja. En una noche de
sábado cualquiera de septiembre de 1978 Alexis es dejado por sus amigos
apostadores en la puerta de su casa en calidad de bulto. Era tal la ebriedad de
su cónyuge que le solicito ayuda a sus amigotes de juerga para recostarlo en el
lecho nupcial. Ella cansada de él, hizo sus maletas con calma y tiempo, y sin
ira, escribiéndole una escueta carta de despedida que decía: “Alexis, este es
el final de nuestro nauseabundo matrimonio. Eres bebedor, despilfarrador,
apostador, vicioso, flojo en la casa, mentiroso, infiel y desconsiderado. No me
busques más, yo ya no existo. Con tu próxima esposa por lo menos se cariñoso,
por favor. No me pongas dificultades con el divorcio a la chilena”. A la mañana
siguiente tomó sus pocas pertenencias, llamó a un taxi y partió a la casa de
unos padres que comprendieron todo de inmediato. No había boleto de regreso.
Alexis no se enteró de lo ocurrido inmediatamente y fue a la casa de Rebeca
varias veces a intentar recomponer su machacada historia marital. Don Abelardo
fue tan agresivo con él en la última visita, con un fierro en la mano, que no
necesitó amenazarlo más, después de romperle un foco. Alexis desapareció
definitivamente de la vida de Rebeca y de los García, en su movedizo coche de
vendedor y cazador. Alexis supuso tontamente que Rebeca iba a ser una esposa
mártir más, que lo iba a soportar toda la vida con un rosario en la mano,
porque una católica, apostólica y romana, no cree en el divorcio. La despierta
Rebeca fue al confesionario por unos pensamientos que consideraba sucios,
licenciosos. Resulta que estando casada o mal casada mejor dicho, soñaba que se
casaba de blanco en la iglesia con Emilio y que se iba con él de luna de miel a
Viña del Mar y que por supuesto, intimaba ardientemente con él. Si bien ella
había sido una esposa incólume de Alexis e intentó de corazón amarlo y salvar
su fatídico matrimonio, se sentía pecadora, sobre todo porque los sueños eran
tan reiterados, como el paso con el que se hundía su casorio. Emilio era un
fantasma de carne y hueso, casi de cuerpo presente. Tantas noches románticas a
la luz de la luna con un hombre invisible que no era su marido requería el
perdón del párroco a la brevedad. Del sacerdote recibió la absolución, hizo
algunos actos de penitencia como rezar diez avemarías y diez padrenuestros por
tres meses continuados. Ella cumplió a cabalidad lo ordenado por el párroco y
le agregó un mes más de rezos y algunas buenas obras como comprarle leche por
dos meses a la hija de una vecina pobre. Sentía su alma más blanca y la
almohada le comunicaba que el vestido blanco sólo podía ser de un Emilio, que
ya no existía, que ya no volvería. El destino se reía de ella. Así que siguió
laborando en la relojería, en paz, y vivía con sus cariñosos padres, asumiendo
lo lúgubre que Cupido había sido con ella, resignándose, atada al rosario de su
madre. La fatalidad era un componente de la existencia humana y había que
asumirlo, desde el misterio de la fe. Nada sucede por casualidad y Rebeca
presentía que Dios sí la amaba, a pesar de todo, y eso la calmaba un poco, sólo
un poco, en una fe en el Padre que no sucumbía. Gloria a la Santísima Trinidad.
Octubre 1981
Desde su segundo piso de La Ventajosa Lenin
se da cuenta una vez más que ingresa a su local con su madre una joven hermosa,
de aspecto sencillo y puritano, con una pequeña Biblia en la mano. La mayoría
de las veces se despide de Israel, su hermano en la fe protestante, con un beso
en la mejilla. Israel es un empleado que trabaja en el supermercado desde el
primer día. Hombre de total confianza de don Lenin, brazo derecho. Intrigado,
buscaría cualquier forma de contactarse con esa clienta que lo hechizó y que
era bellísima. Llama a Israel a la oficina y se lanza al agua de una piscina
que no conoce.
-Israel, ¿quién es esa guapa señorita que
saludas y que viene seguido a comprarnos, sola o con su madre?
-Patrón, se llama Sara Esther. Somos
evangélicos del templo de esta jurisdicción. Ahí nos vemos los domingos, y dos
veces en el año en la catedral Metodista Pentecostal de Jotabeche, cerca de la
Estación Central.
-¿Crees que podrías presentármela?
-No lo sé. Ella es ultraconservadora y no
sale nunca. Es auxiliar de párvulos y trabaja en un jardín infantil. Vive con
su abuela nani y con su mamá Adela, que trabaja de cocinera en un restaurante.
Y tiene un defecto.
-¿Cuál? –sospecha que hay piedras en el
camino.
-Don Lenin, seré directo. Le he visto varias
fotografías del presidente Allende y su familia simpatiza en algún grado con el
general Pinochet.
-Pero, ¿por qué? ¿Cómo puede ocurrir eso?
–consulta intrigado.
-Porque el general participó del primer te
deum evangélico en su calidad de Jefe de Estado, y eso no se olvida tan
fácilmente. Además, Pinochet ha recibido con amabilidad a los evangélicos en la
casa de gobierno formalmente, por primera vez. Los evangélicos ya no somos parias.
No las acuse de fascistas. A Sara ni le interesa la política. Los democráticos
y tolerantes gobiernos anteriores nunca hicieron aquello, es más, ni los
candidatos a regidores saludaban a la comunidad protestante. A Sara no le
interesa la política, a mí tampoco. Se dedica más a leer el Nuevo Testamento, a
trabajar y a orar por un esposo, como es la costumbre de las jóvenes cristianas
de las parroquias reformadas –le responde su brazo derecho.
Efectivamente, en septiembre de 1975 el
general Augusto Pinochet Ugarte en su calidad de Jefe de Estado acepta
participar en el primer Te Deum evangélico de la historia de Chile en la
catedral Metodista Pentecostal ubicada en la calle Alameda con Jotabeche, en
celebración de las Fiestas Patrias. Sin pretenderse, se enterró una semilla de
tolerancia religiosa que traería en muchos años después la hermosa ley de
cultos, que firmó el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, sin complejos ni
irresoluciones. Este presidente democratacristiano era particularmente amistoso
con las otras confesiones religiosas. Ahora todos los credos son iguales ante
la ley. Chile, gracias a Dios, sí, gracias a Dios, ya no es un país confesional
o déspota, como lo es vergonzosamente Argentina también, por ejemplo, que en su
artículo dos de la constitución reza: “El gobierno federal sostiene el culto
católico apostólico romano”.
Los bonaerenses no vomitan de vergüenza por
esto, y eso que no se caracterizan por ser pávidos. Los protestantes,
ortodoxos, judíos, musulmanes, chamanes, budistas, hinduistas, ateos,
agnósticos y otros, ya no son de segunda categoría, acá. Chile sí ha salido de
la Edad Media al fin, marchando por las plazas y calles en paz, orando y
pugnando. Esta digna ley de cultos va a contagiar a la tullida América latina
tarde o temprano, que todavía utiliza crucifijos o imágenes sacras o paganas,
dependiendo de quien sea el observador, en los tribunales de justicia y otros
organismos públicos, acercándola así unos gramos al mundo moderno. Los únicos
que nausean fuego con lava son los integristas católicos que piensan que esa
multinacional financiera y pervertida llamada Santa Sede es la única casa de
Dios. Jesús de Nazaret dijo: “mi casa será llamada casa de oración para todas
las naciones, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Todo calza, en
la Santa Sede no se dedican sólo a orar y con el lavado de dinero, los
banqueros de Dios, el encubrimiento de la pederastia y la inmoral autopsia al
envenenado Juan Pablo I y otras, la honestidad les es un bien escaso. Muchos de
estos protestantes amistarían por mucho tiempo con el Comandante en Jefe del
Ejército, con disímiles matices, entre ellos la familia de Sara Esther, que
nunca fue ideologizada. El hecho de verla sola o acompañada en el local se
repite sin excepciones todas las semanas y en cada oportunidad le gusta más.
Alucina con ella, babosea, ya que siempre se acicala y brilla. Un día de
noviembre, producto de la desesperación ocurre algo distinto. Al ver que Sara
ya había terminado de comprar, se acerca a la caja, al lado de Israel
–situación algo convenida- y al despedirse de Israel, tiene la oportunidad de
saludarla, cometiendo su primer traspié, de menor cuantía, con ella, producto
del nerviosismo.
-Adiós Israel –dice Sara con distinción.
-Chao Sara Esther –replica Israel.
-Buenas tardes señor –Sara le dice a Lenin.
-Hasta luego señorita. Déjeme decirle que
usted se ve muy guapa, una vez más –dice un denodado Lenin.
Sara Esther se dio vuelta y lo fulminó con
los ojos, sin malos modales ni arrogancia. Le desagradó la actitud baladí del
empresario. Ella no iba a permitir que un desconocido la adulara de esa forma.
Lenin no entendía nada y dialoga con Israel.
-¿Qué hice Israel? –pregunta un ignorante y
despistado Lenin.
-Don Lenin, le comuniqué con señales y
detalles que era reservada y enchapada a la antigua, y usted ni la conoce y le
lanza un piropo. Eso no se hace. No mantuvo la distancia. Quedó en una pésima
posición. Invítela a un café con una torta primero y después la florea
–ironiza, el que es su brazo derecho en todas las batallas.
Lenin se retira a su oficina aceptando que se
equivocó y que tal vez traspapeló la única oportunidad de charlar con la bella
joven. Intentaría remendar la situación y utilizaría a Israel. No se va a
rendir, le gusta muchísimo y él es un industrioso en todo evento. Lenin Farfán
no se rinde, y su última bandera blanca la quemó. El verla de cerca lo dejó más
turulato. Sara se transformó en su amor imposible, en una obsesión inexorable.
Ella es una luz.
-Israel, quiero que en la iglesia converses
con ella y le pidas disculpas. Explícale con peras y manzanas que no fue mi
intención ser atrevido. Estoy triste por lo sucedido –comenta un preocupado
Lenin.
-Don Lenin, ¿está realmente interesado en
Sara Esther? –Israel endurece la cara.
-Sí, a primera vista la joven me gusta
demasiado. No se quien es, que es. La veo y me vuelvo loco y me pongo tonto,
por eso metí la pata. Ella es del cielo.
-Jefe, resulta que Sara es hermosa y tiene
muchos adeptos. Lo que busca ella es un marido. Su madre y abuela oran al Señor
por un esposo, no por seguidores, novios, pretendientes, admiradores, jotes o
lachos. El designio de Sara es casarse en el templo, de blanco. Si usted quiere
algo serio con ella, tiene una remota posibilidad matemática, de lo contrario,
olvídese de todo. Sara nació con el propósito de servir al Señor formando una
familia y creo que sería una muy buena esposa suya.
-Israel, no tengo ninguna intención mundana o
frívola con ella. Y si es la mujer que el destino me da, que así sea. Es que la
encuentro lindísima, y cuando la diviso babeo. No sé lo que me sucede. Tal vez
es el lindo paraíso quien me la envía.
-Bueno, si se dan las circunstancias y usted
está dispuesto a formalizar con ella, entonces intentaré hablarle y señalarle
su posición, con pinzas. Probaré ser un embajador, por usted. Todo el tiempo
que invierta en esta causa usted me lo pagará como horas extraordinarias. Sí,
ella es celestial –remata un optimista Israel.
-No te subas por el chorro –sonríe-. De ahí
arreglamos, dependiendo de los resultados. Por lo menos su rostro y figura son
sobrenaturales –Lenin bromea.
Ese mismo domingo, concluido el culto de
adoración a Cristo Jesús en la casa de Dios metodista, Israel se acerca a Sara
Esther, que estaba con su madre y abuela. Sara era amigable con Israel, y éste
muy respetuoso con ella. Se conocen hace años, desde la escuela dominical,
cuando eran niños.
-Sara Esther, le pido que me escuche.
-Por supuesto. Tú eres mi amigo, Israel, ¿qué
sucede?
-Sara, casi oficialmente le pido cinco mil
excusas por el exabrupto que tuvo con usted don Lenin Farfán a la salida de La
Ventajosa. Él se entristeció por lo ocurrido y le gustaría pedirle perdón
personalmente. Le conté que usted es Metodista Pentecostal, como yo, y todo lo
que esto significa y conlleva. No tiene ninguna intención mundana. Es un
empresario soltero de treinta años y cree que usted es la joven más bella del
planeta. Es que al verla se puso como un retrasado, por eso el error de él.
Nunca había visto despepitado a mi jefe.
-Déjame pensar que haré y te cuento
–esbozando una sonrisa-. No te preocupes. Nada terrible ha sucedido. Todo se
compondrá. Y seguramente en el planeta hay otras más bellas que yo –bromea-, o
tal vez no – lanza una risa-. Espejito, espejito, ¿quién es la más bonita?
Nadie me contesta, ja ja ja ja –habla como una niña.
El lunes a primera hora Israel le anuncia de
inmediato a don Lenin que hay alguna remota esperanza, que tenga paciencia. En
el intertanto la señora Adela, madre de Sara, le entrega su opinión final, a
continuación de haber recabado y examinado toda la información, que Israel
proporcionó abundantemente, hablando como un loro. Se ve interesante el
panorama de un exitoso patrón como pretendiente.
-Hija Sara, si ese caballero soltero y
empresario tiene intenciones serias contigo, al menos deberías considerarlo,
escucharlo, conocerlo. Le hemos pedido a Dios un esposo para ti desde 1967, y
si don Lenin es el indicado, averígualo tú misma, manteniendo la distancia, y
la fe.
-Sí, mamá, nada se pierde charlando. Y no es
feo –lo expresa pestañeando-. Por supuesto que se presentará la chance de
dialogar con él.
-Sí, posee su encanto el hombre –remató la
nani, con una leve sonrisa ladina, ya que es una clienta más de La Ventajosa y
ahí ha visto al varonil Lenin.
Octubre 1967
Lenin, Emilio y el flaco Fernández, se
subieron al microbus “Tobalaba-Las Rejas”, en la Alameda con Las Rejas, en
dirección a plaza Italia, en donde los esperaba un indispensable e
incontrovertible mitin de la juventud socialista al cual nadie faltaría, cuando
de repente en la siguiente cuadra se sube una señorita particularmente femenina
y muy bien peinada y vestida. Era una diosa terrenal que dejó alelados a los
tres luchadores sociales en un santiamén. Un platillo volador en la vereda con
un marciano borracho los hubiese impresionado menos. Era como una estrella de
cine de Hollywood o algo parecido. Tal vez era una ex miss America. De tanto
examinarla en detalle, terminaron venerándola. A los treinta minutos de
trayecto este ensueño de fémina desciende en la calle Amunátegui en dirección
al norte. Y con un resorte en el asiento Lenin y sus secuaces también se
bajaron del microbus y la siguieron. Media cuadra más adelante, y aturdido,
Lenin le toca el hombro a la diva con su dedo índice y en una osadía atípica en
él, le habla. Metros más atrás estaban parados Emilio y el flaco, como un par
de zopencos duchos, esperando el desarrollo de los acontecimientos, con un
telescopio cada uno.
-Encantadora señorita, mil disculpas por mi
atrevimiento. Sencillamente me fue imposible no observarla y admirarla sin
recato y seguirla así. Es que estoy hechizado. Lamento ncomodarla. ¿Cómo se
llama usted?
Ella se da la media vuelta entera, y
pestañeando y regalándole una sonrisa le responde a su primer devoto de ese
día.
-Me dí cuenta de todo. No te intranquilices
tanto.
Lenin, con el espumarajo hasta las rodillas
con el pestañeo de la dama y oyendo fuegos artificiales a las dieciséis horas
de una silenciosa tarde y con una pequeña insignia revolucionaria en el pecho
la interroga.
Por favor, por favor, dime, ¿cómo te llamas?
¿en qué trabajas? ¿Eres extraterrestre?- dijo Lenin, con sus talones flotando.
Lenin veía a la señorita, de unas veinticinco
primaveras, acompañada de unos ocho serafines en ese instante, que cantaban
como un octeto célebre.
-Me llamo Sacha y soy una bailarina más de la
boite Galope, de la calle Huérfanos, y tú, inquieto muchacho, ¿cómo te llamas,
a qué te dedicas?
-Encantadora y hermosa Sacha, me llamo Lenin,
curso cuarto medio en el Liceo “Aurora de Chile”, vivo en Lo Prado y me
considero un luchador social.
-Me parece interesante lo que expresas –dice
Sacha, con una risita, con la cual Lenin cree que es un ángel viviente, y eso
que es ateo.
-Hermosa Sacha, me gustaría conocerte.
Concédeme el placer de pasear contigo este fin de semana, por favor –consulta
un asustado Lenin.
-Está bien, está bien –lo dice después de
pensarlo eternos cuatro segundos-. Me ganaste por insistencia. Con ese aspecto
tierno que tienes es difícil decirte que no. Este sábado a las cinco de la
tarde te esperaré en mi domicilio y vamos a esa pequeña plaza entre los metros
“Las Rejas” y “Pajaritos”, una media hora, sin compromiso de ningún tipo –le
señala la curvilínea Sacha, con un papel con su dirección, que le entrega
acariciándole la palma de la mano.
-Estaré ahí a las diecisiete horas dulce
señorita Sacha, con puntualidad inglesa. Gracias por hablarme y sonreírme. Me
siento otro ser –dice un pasmado Lenin.
-Chao, nos vemos chiquillo. Voy a preparar mi
número nocturno, tengo que ensayar. Así me gano la vida, que es bastante pesada
–dice la diosa.
Lenin se acerca hacia sus amigos, que
continuaban parados con una boca tan abierta, que les cabría una manzana verde
de exportación entera a cada uno. Deslumbrado y sin reaccionar, Lenin se devuelve
caminando a su hogar. No sintió las dos horas y media del trayecto e iba
especulando sobre lo que le podía regalar a la seductora Sacha con su mísera
billetera, acompañados de unos amigos que no se cansaban de congratularlo por
su proeza. Como no asistieron al mitin, la agenda de la revolución socialista
de empanada y vino tinto se les retrasó un par de horas, por culpa del
escultórico cuerpo de una bailarina. Seguramente la Revolución va a tolerar
este desliz. No era la primera vez que sucedía esto. Algunas hembras de moral
distraída han retrasado batallas o marchas, al seducir a algún lascivo mariscal
de campo u otro paladín. Eva y el fruto prohibido le desmantelaron los
beneficios y prerrogativas a Adán en el Huerto del Edén. Eso sí, se lo estudiaron
todo para asistir al mítico, inmortal y revelador congreso de Chillán, que era
el próximo mes. El congreso era la brújula ansiada por todos los
revolucionarios, el decálogo, el sermón del monte. Se comían las uñas por
participar. El sábado se presentó puntualmente en el nirvana donde vivía Sacha.
Impecable y con los zapatos lustrados, sólo le faltó la corbata. Él tenía su
pinta también, y estaba estimulado, creyendo que el apóstol Pedro le abriría la
puerta de ese vergel.
-Hola Sacha, ¿cómo estás? Este bombón es para
ti –dice un circunspecto y tiznado Lenin Farfán, que intenta aterrizar.
-Hola Lenin, no debiste molestarte. Gracias
–contesta ella con su dulce voz.
-Caminemos entonces hacia el parque, Sacha
–invitó Lenin.
-Bueno –dice ella, con un pestañeo chantajista
y demoledor que no se disipa.
Por mientras partían a la plaza ubicada cerca
del metro “Las Rejas”, que de lejos parecía parque, Lenin, ante tanta dicha,
aceptaba la posibilidad que existiera el santo cielo o algo así. Esa cintura de
utopía era una creación prodigiosa, claramente. Cualquier teólogo juicioso lo
confirmaría en el acto. El cuerpo de esta bailarina fue diseñado pacientemente
por un ser sobrenatural, irrebatiblemente. Cuando se sentaron en una banca, él
discurría que era el olimpo. Charlaron sobre la importancia del color azul y
otros asuntos semejantes. Se miraron atentamente y ella sin más trámite le
regaló un beso de miel de medio minuto que cubrió su ser, y nada más. El joven
socialista se quedó enganchado a las nubes, en un cielo totalmente despejado en
Santiago. Él le agradeció ese beso como si le hubiesen obsequiado un edificio
alhajado. A la hora después se marcharon al domicilio de la próxima miss
universo y al llegar a su puerta había un elegante señor en un automóvil que
parecía un Ferrari. Los dos pies de Lenin bajaron al planeta tierra en un tris
y el cielo se le repletó de cirrocúmulos azabaches a cinco metros de altura.
Ella se despidió con la afabilidad que portaba en la piel y él le respondió con
un beso bajo el pómulo y un tímido adiós. Alcanzó a ver como la bailarina de
fantasía saludaba al distinguido caballero con un beso en la boca, sumisamente.
Su corta carrera de galán de cine por ahora terminaba. No poseía los recursos
económicos que financian esas pasiones noctívagas y burguesas. Volvió a
aterrizar, esta vez más ásperamente. Emilio lo veía triste en el Liceo y lo
consolaba agasajándolo por lo obrado, que no era poco, y entonces Lenin en
pleno recreo, salta la muralla del “Aurora de Chile” y se dirige a la casa de la
futura actriz del celuloide. Él se detiene en su portezuela en el más absoluto
silencio y le arroja una tarjeta al jardín con un corazón roto dibujado por él
mismo, adornado de un poema de desamor y se esfuma, esta vez invariablemente.
El amor genuino de esta forma no funciona, los espejismos de hojarasca, sí.
Sacha era su nombre artístico y era capaz de refrigerar a un luchador social.
Dos glúteos fabricados por Miguel Ángel no son sinónimo de júbilo, sin un
trasfondo espiritual o de largo plazo. Es lo que se diserta en los pasillos
eclesiásticos con voz fuerte y con ambas manos elevadas a ese más allá que
vigila nuestras travesuras. La pobreza fomenta el desafecto.
Diciembre 1981
Ha visitado varias veces La Ventajosa y Lenin
la miraba a escondidas, casi como un niño sonrojado. En una compra que hacía
Sara se queda conversando un buen rato con Israel, situación que aprovechó de
inmediato Lenin –previo ademán exiguo de Israel a su patrón, como diciéndole:
venga jefe-, acercándose a paso lento en donde estaban los dos. Cuando están
los tres juntos Israel se aviva.
-Sara Esther, le quiero presentar a mi
patrón, a don Lenin.
-Mucho gusto, -se dicen al unísono Sara
Esther y Lenin-, e Israel se retira del escenario, muy pausadamente, casi sin
respirar y como yendo a buscar algo importante que se le quedó más atrás, y con
la sensación del deber cumplido.
-Señorita Sara, primero que nada quiero
excusarme por haber utilizado un lenguaje inapropiado e impertinente al
dirigirme a usted. Me he sentido un mísero todo este tiempo por la pésima
impresión que le causé. En términos respetuosos, le señalo que estoy dispuesto
a hacer cualquier cosa con tal de remediar mi torpeza, de redimirme. Espero que
Jesús me perdone también –sabe que ella es cristiana.
-Don Lenin, no se preocupe más. Israel me ha
comentado que usted se ha sentido desacomodado por lo ocurrido. Lo de la
redención del alma es complejo y más extenso de explicar. Tal vez fui
excesivamente seria –ella le extiende sus dos manos de bailarina de ballet como
señal de amistad, manteniendo la distancia.
-Jamás, señorita Sara Esther. El único que
cometió errores fui yo. Si no es una nueva descortesía concédame la delicia de
acompañarla a la puerta de su casa, por favor, se lo ruego, se lo suplico
–Lenin se humilla desfachatadamente.
-Bueno don Lenin, ya que tanto insiste –ella
se demora unos segundos en consentir-. No es una mala idea. Pago y nos vamos.
-¿Pagar? Por ningún motivo. La sigo a su
casa, señorita Sara Esther. Permítame llevarle la bolsa –expresa un motivado Lenin,
casi fuera de sí.
-No se preocupe, es sólo pan y margarina
–replica una irresistible Sara Esther.
-Señorita Sara la seguiré hasta el fin del
mundo –Lenin rozaba la corte celestial.
Israel con el administrador se quedaron a
cargo del negocio. Lenin se saca su delantal blanco y lo lanza a cualquier
parte, olvidándose del gorro de panadero que paseó de ida y de vuelta a la casa
de su idílica Sara Esther sin que nadie se lo comunicara, porque se podía
enfadar. Caminaron el par de cuadras hacia la casa de ella, perezosamente.
Algunas formalidades concluyeron y un par de sonrisas afloraron. Sara Esther le
hablaba de los cantos de la iglesia, del jardín infantil en el que trabajaba,
de su madre, de su abuela y de su fe en Jesús. Lenin le indicó sin mayores detalles
de su exilio en Suecia, de que era un pequeño empresario, de que soñaba con ser
exportador y de que trabajaba de lunes a domingo, casi sin descanso. Era un
hacendoso de excelencia. Tenía cerrado el triste capítulo de sus ancestros.
Ambos se expresaron bien de Israel y se compenetraron de inmediato. Lenin
siguió al pie de la letra todos los templados consejos de cómo comportarse con
una joven cristiana, con un manual de los cortapalos en el bolsillo. No metería
los pies al barro otra vez. Y se arriesga a una invitación en la puerta de su
domicilio, a un local diurno, indudablemente, con el gorro de panadero puesto.
-Sara Esther, en el centro hay una gelatería
con unos sabrosos helados y tortas. Te invito para este sábado. Sería un
ensueño que me acompañaras –lo expresa con imperturbabilidad-. Te pasaría a
buscar a las seis de la tarde. Te imploro que aceptes, por lo que más quieras.
-No sé si pueda ir. Te confirmo el mismo
sábado al mediodía, ¿qué te parece?
-Todo el sábado en la mañana recibiré despachos
de bebidas y helados –su rostro es de una pequeña frustración-, y es un asunto
delicado que debo ver yo mismo. Disculpa, ¿puede venir Israel a preguntarte?
-Sí, y además él es un buen amigo. No hay
ningún lío –concluye ella.
El sábado a las 11:58 horas Israel se
presenta en la casa de Sara Esther con 20 rosas rojas –una por cada año de edad
de la joven- muy bien envueltas y un chocolate grande importado, con un
tríptico alusivo a la belleza y a la gracia de tanta femineidad depositada en
una sola señorita. La señora Adela es la primera en verlo llegar y abre la
puerta lentamente.
-Hermano Israel, que gusto de verle, ¿qué lo
trae por aquí? – le consulta con unos gramos de intrascendente cinismo.
-Señora Adela, buenos días, ¿está Sara
Esther? – responde Israel diplomáticamente y con desplante, comprometido con la
misión.
-Sí, y parece que lo espera –hace una banal
mueca a su hija.
Israel saluda a la madre y a la abuela y al
dirigirse a Sara Esther hace una reverencia corta y le entrega las rosas rojas
y el chocolate, y le pregunta parco al rostro, lentamente, como si fuera un
canciller.
-Sara Esther, de parte de don Lenin le
consulto si usted aceptaría acompañarle a la gelatería “Calanzano”. La pasaría
a buscar a las seis de la tarde, por favor. Si usted no acepta me van a amarrar
a un cepo –dice un socarrón Israel, en voz baja.
-Dile a Lenin que acepto –y aunque se quedó
pensativa, fue breve en la favorable respuesta-. Lo espero aquí a las dieciocho
horas entonces. Veamos como es esa gelatería –expresa Sara, con una cierta
distancia y gravedad, planificadas.
Las tres mujeres de la casa quedaron
sobrecogidas con la solemnidad con la que el humilde y querido Israel expresó
la invitación. Era claro que venía bien aleccionado, con disposiciones
precisas. La señora Adela, observando que el sendero se allanaba, le dio todos
los consejos a Sara que una buena madre la da a una hija cuando el aspirante
que viene no se fuga cuando oye la palabra matrimonio. Sara Esther se puso una
falda de vuelo muy sutil, hasta la rodilla, una blusa blanca, aretes, y otros
atuendos de una señorita que es muy femenina y linda. Tres minutos para las
seis de la tarde aparece un Lenin con terno gris, camisa blanca, sin corbata y
unos zapatos negros que brillaban. Esta vez, en una jugada un poco más audaz,
le trae de regalo un oso de peluche de un metro y veinte centímetros que se lo
entregaría en el automóvil, a la vuelta. Golpea la puerta de Sara Esther. Esta
se demora un poco en abrirse, y lo hace mansamente. La joven es quien la abre. Lenin
quedó embobado en el acto, peinando la muñeca. Ella se veía sencillamente
refulgente, destellante. Era una soberana sin corona.
-Hola Sara Esther. Te ves preciosa –está
patidifuso y la regala más flores.
-Lenin, gracias por tus palabras y por tus
nuevas flores. Ven, pasa. Te presentaré a mi madre y a mi abuela –con una
sonrisa sujetada e incesante.
-Buenas tardes don Lenin. Mi nombre es Adela
y soy la madre de Sara Esther. Mi hija me comentó que usted es un hombre muy
trabajador, un batallador.
-Mucho gusto señora. Efectivamente, soy un
hombre que trabaja de sol a sol, todos los días, sin descanso. Lucho por
prosperar –indica un sereno Lenin.
-Entonces le pediré al Señor que le bendiga
en todo lo que emprenda –propone la mamá de Sara, con cordialidad.
-Muchísimas gracias por sus plegarias e
intenciones –lo dice él muy pausadamente.
-Buenas tardes don Lenin, dígame nani por
favor, ¿desea un jugo?
-Buenas tardes señora nani. Gracias. El jugo
por ahora no. Creo que va a ser imposible determinar cual de las tres damas que
residen en esta casa es la más encantadora. Deberé traer a especialistas en el
área. Y saca también de un bolso regalos para Adela y la nani y las deja
tocadas.
-Que caballeroso es usted don Lenin –dice
nani, muy simpatizada.
Concluido los vocablos básicos del protocolo
Sara Esther se despide de una madre que les dice a ambos: que Jesús los cuide.
Sara Esther marchando hacia la puerta derecha del automóvil se queda de pie
ahí, inmóvil, sonriendo. Lenin, pasando de largo dos metros, se le había
olvidado abrirle la puerta a la dama. Corrige el equívoco a la velocidad del
rayo. Van a la gelatería “Calanzano”. En el trayecto él le habla de la ciudad y
sus proyectos corporativos. Ella pregunta poco y más bien guarda silencio, por
ahora. Una vez en la heladería y con modales más morosos Lenin está atento a
evitar cualquier impericia que le estropee la tarde. Ella, vehementemente
suave, es una delicada flor que todo lo reluce. Los dos pidieron una porción de
torta de mango y un café capuchino. Con la canción romántica de Julio Iglesias
“Abrázame” que se escuchaba en la radio, Lenin la miró a los ojos frescamente,
sin pronunciar una palabra. Ella se mantenía en su lugar y le replicaba con una
ojeada mucho menos atrevida. Una vez que salieron del “Calanzano” recorrieron
el Paseo Ahumada y sus alrededores, viendo carteleras de cine y algunas
galerías comerciales, terminando intencionalmente en una joyería de un mall. Él
lo planeó de esa forma. Entonces frente a la vitrina él le pregunta con
disimulada indiferencia a la duquesa que le acompaña.
-Sara, te gusta el collar que se ubica ahí en
el centro de la estantería.
-Lenin, están todos preciosos. Mira ese que
está en la esquina de la vitrina con flores diminutas, es una hermosura
también.
A Lenin ese comentario le bastó. Siguieron
circulando y él le solicitó que se sentaran unos minutos en una banca de
cemento a unos cinco metros de la joyería, doblando una esquina de la misma
galería comercial.
-Sara Esther, espérame un minuto aquí. No te
muevas -lo expresa con despreocupación, como rumiando palabra por palabra.
En ese momento entra con turbación a la
joyería y le señala al vendedor fulminantemente: ¡Dame ese collar de oro de
flores diminutas y envuélvalo rápido y llévemelo a la banca, encintado! Es para
mi novia. Páguese y quédese con el cambio. Apúrese. Lo espero. De esa banca que
ve ahí no me moveré. ¡Apúrese más! Lenin sale de la joyería a paso flemático y
se sienta al lado de Sara Esther. Por mientras comentan lo variada que es la
galería en productos y lo vital que es asistir cada domingo a la parroquia, se
le acerca el vendedor y le entrega el collar finamente envuelto y encintado,
con una venia. La boleta de compraventa se la pasó a él con total reserva. En
ese instante el pasmado Lenin contemplándola le dice:
-Sara Esther, por favor acepta este sencillo
obsequio.
-Lenin, ¿qué es esto? –ella se incomoda un
poco, ruborizándose.
-Por favor, ábrelo –insiste él, embrujado.
-Lenin, ¡el collar de oro de flores
diminutas! No me lo malinterpretes, pero no debiste comprarlo. Era sólo un
comentario. Te pasaste.
-Sé que es la primera vez que salimos. No
resistí la tentación. En ti el collar se va a ver precioso. Bueno, en ti hasta
un collar de papel de diario se ve hermosísimo.
-Insisto. No debiste molestarte -se lo
expresa con cariño y le golpea la mano con la fuerza de una mariposa, como
multándolo.
-Sara Esther, acéptalo, acéptalo, acéptalo.
Mereces mucho más.
-Lenin, no rechazaré tu gesto de amabilidad.
Gracias. Con respeto, por ahora lo guardaré. Es hora de partir a casa -lo dice
con una afabilidad que no se dispersa jamás, porque está adherida a su ser.
Lenin actuaba con audacia, tal vez en
demasía, y apuro, como pensando que la perdería. Y era su primer día. Estaba
embaucado y como es hiperquinético, se comprende su actitud. Ella creía que los
tantos halagos eran algo acelerados mas no le molestaban. Lo veía tan
entusiasmado y un poco alocado, que también ella se contagió en parte. También
captó que su empresario admirador era un hombre solo, y eso la enterneció.
Trabajaba como una mula, en solitario. Al llegar a la casa, después de una
charla amena en el automóvil durante el trayecto de regreso, Lenin le dice con
su alma encumbrada y respirando profundo:
-Sara Esther, gracias por este estupendo día.
Disculpa que sea un poco precipitado.
Compréndeme, al estar con una mujer tan
hermosa me descoloqué un poco. No todos los días uno conoce a una top model. En
mi pequeña empresa y con los demás soy normal. Sé que me puse un poco tonto.
Disculpa otra vez, de corazón.
-Lenin, por favor, no te preocupes. Te
confieso que eres amoroso y que fuiste todo un caballero benévolo conmigo.
Gracias por todo.
-Sara Esther, te pido que me acompañes el
próximo sábado donde tú quieras. Concédeme ese privilegio. Dime que sí, ahora,
ahora –como rogándole, otra vez.
-Lenin, está bien, está bien, está bien,
acepto –tanta insistencia simplemente terminó por convencerla-. Pásame a buscar
este próximo sábado a las seis de la tarde y analizaré tus alternativas –ríe
vigiladamente, mirándolo fijo.
Con un beso en la mejilla se despiden y
cuando ella va en el antejardín y justo antes de entrar a su humilde casa, él
le indica con arrojo y palpitante:
-Sara Esther, espera un poco -ella se queda
como una estatua expectante.
Lenin, se dirige rápidamente a su automóvil,
toma el oso de peluche grande escondido en el maletero y se lo regala, y ella
algo impávida le expresa:
-Pero Lenin, ¿qué es esto? ¿qué es todo esto?
Estoy anonadada con tantas atenciones y obsequios en este día. Es excesiva tu
generosidad.
-Sólo es un gesto de admiración mínimo, la
nada misma. Debería traerte la osa mayor. Chao, Sara Esther. El sábado a las
seis estoy aquí -se fue como huyendo; temía que le devolvieran algún regalo o a
algún arrepentimiento.
-Chao Lenin, y por favor, cálmate y cuídate.
Sara Esther ingresa a su casa con un collar
en la cartera y un oso de peluche que toma con las dos manos, con cierta
dificultad. Su mamá le abre le puerta. Sara se acomoda en una de las sillas de
la humilde mesa y le da un ataque de risa campechano. La madre le pregunta de
todo, quiere saber los pormenores.
-¿Qué te sucede hija? –pregunta Adela
presurosa y anhelosa.
-Mamá, Lenin es un chiflado romántico. Es un
tipo genial. Me hizo cuatro regalos en un día, en el primer día –continúa riéndose,
con complacencia.
-Eso me parece inapropiado –opina una
extrañada Adela.
-A mí también mamá, pero ese tipo está
bellamente loco, aunque reconozco que es muy caballero y fascinante, y es un
ganador.
-Cuéntame hija los detalles. ¿Qué sucedió,
qué dijo? –Adela se come las uñas.
-A las 11 de la mañana me trajo rosas rojas y
chocolates. En la galería del Paseo Ahumada no resistió la tentación de
comprarme un collar de oro y cuando llegamos a la casa me regala un oso de
peluche que tenía en el automóvil escondido y que mide más de un metro
–risotadas a granel-. Lenin es mágico e inesperado.
-Más las rosas de la tarde –añade la nani,
que es una hincha del empresario.
-El que le guste regalar flores no va a ser
un problema –remata Adela.
Entregado todos los sazonados detalles, la
mamá y la abuela se incorporan a la risa. Las tres reían y bromeaban sanamente.
La señora Adela concluye ahí mismo. -Sara Esther, es un tipo exitoso,
trabajador, generoso y con buenas intenciones. Esto me gusta, todo va por una
muy buena ruta. Gracias Jesús.
-Mamá, no te olvides de los cinco regalos
–otra risa loca revienta.
-Les señalé que era encantador y atrayente
–remata la nani.
La nani, Adela y Sara, al parecer tenían el
mismo presentimiento. Ahora había que esperar y manejarse con sabiduría. Al
Final, Adela da gracias por el prometedor pretendiente y vio con buenos ojos
que ella lo hallara fascinante, mágico, caballero y encantador. En privado, la
joven se probó el collar, acompañada de su oso de peluche y se reía sola. Él
apareció nuevamente el sábado con un nuevo oso de peluche y flores, y así cada
sábado, a las seis de la tarde. Sara obligó a Lenin que los osos disminuyeran
su tamaño considerablemente. La casa de ella era pequeña. Visitaron los cines,
el Calanzano, museos, el ballet, obras de teatro. El no la invitaba a la
piscina o a espectáculos nocturnos, ni por broma. Israel lo tenía amaestrado,
bajo amenaza. Esa navidad la pasó con la familia de Sara y ella le cocinó una
exquisitez. Él llegó tarde porque atender a la clientela es sagrado. Una de las
debilidades del hombre chileno es su estómago. Lenin las acompañó al culto
especial de navidad en el templo. Obviamente él fue invitado al sencillo
cumpleaños de ella, el 24 de diciembre, y ella le preparó algo especial, otra
vez. No disimulaba el querer repetirse los ricos platos de la joven cocinera.
Él, cada día se ponía más creativo con los obsequios y los halagos. Ella cada
vez era más relajada y amorosa con él. No le hastiaban las adulaciones de su
galán, sí un poco los tantos obsequios, porque él siempre le compraba algo,
siempre. En febrero y concluido un concierto de música orquestada en el museo
aeronáutico ella le acepta un primer beso. De ahí las manos de ambos no se
soltarían nunca más. Lenin en el primer viernes de ese marzo de 1982 habla en
reservado con la señora Adela de sus propósitos, antes de que Sara Esther
llegue de su trabajo en el jardín infantil. Tocaron varios puntos y
suscribieron un trato o tratado secreto, sin lápices.
-Señora Adela, quiero que este sábado
especial usted me de permiso para invitar a su hija al restaurante bailable Don
Jano. Le tengo algo importante preparado a Sara Esther. La pasaría a buscar a
las 20 horas y esta vez llegaríamos más tarde –plantea Lenin, con cierta
expectación.
-Disculpa Lenin, ¿y cuál sería el motivo? –le
consulta con cierta suspicacia.
-Estimada suegra, en el restaurante pienso
pedirle matrimonio a Sara Esther –lo expresa con una determinación
inquebrantable.
-Esa sí que es toda una noticia –pone una
supuesta cara de asombro.
- ¿Me autoriza señora Adela?
-Lenin, entonces terminemos con esto. Este
sábado tú te presentas a las ocho de la tarde y yo me encargo de de todo lo
demás. No te preocupes en absoluto por la hora de llegada, ¿me entiendes? Deja
todo en mis manos. Sé todo lo que tengo que hacer, preparar y decir.
-Entendí perfectamente señora Adela. Vengo el
sábado, esta vez con corbata.
Sara ingresa al living de su casa después de
su jornada laboral y la madre le pide que se siente, con un rostro repleto de
regocijo.
-Hija Sara, Lenin se acaba de ir. Quería
hablar conmigo.
-¿Y qué quería mi Lenin?
-Este sábado lo acompañarás al restaurante
Don Jano. Te va a pasar a buscar a las ocho de la tarde y por esta vez le
permití que llegaras pasado la medianoche.
-¿Entonces madre, se trató de algo crucial?
–pone cara de ingenua.
-Claro Sara –no sabe si reír o llorar-. Lenin
Farfán te va a pedir matrimonio. Acuérdate que esto es un secreto, por favor.
-Esa es una bella noticia –lo expresa Sara
sin rodeos y con un rostro radiante.
Sara Esther sencillamente se llenó de emoción
y soltó un par de lágrimas, esta vez de felicidad. Con la noticia verificó que
estaba enamorada de verdad de su inquieto pretendiente, porque su dichoso
corazón se lo avisaba. En esa noche de viernes de dicha las tres pensaban en el
vestido, los zapatos, el collar de diminutas flores, las cremas, el perfume y
en todo aquello que sólo las mujeres conocen y advierten. Obviamente ella va al
restaurante relativamente ignorante de cualquier designio. Tendrá que disimular
más o menos bien. Lenin se presenta con su terno clavado a las veinte horas y
saludándola con un beso alígero en la boca ve en Sara Esther un querubín, y le
entrega unas flores.
-Sara Esther, no me canso de cegarme al
verte. Acompáñame por favor donde Don Jano –invita un zanjado Lenin.
-Por supuesto que voy contigo –en ningún
momento se apremia ni alza la voz. Vamos. Te ves muy guapo con esa corbata
–contesta Sara, acariciándolo.
-Gracias. No hay vocablos que describan tanta
gracia en ti.
-Bueno, eso de la gracia del Señor es un
tremendo y extenso tema –dice Sara contenta, con rostro de seminarista
acuciosa.
La señora Adela le repasó el manual de buenos
modales y el de la cordura varias veces, con cierto nerviosismo. Y Lenin acordó
con don Jano algunas sorpresas. Todo se dispuso. El garzón se dirige a don
Lenin, y éste le da una buena primera propina de entrada, discretamente.
-Don Lenin, señorita Sara, bienvenidos a Don
Jano ¿Qué apetece la dama?
-Me gustaría que me trajera papas mayo, carne
asada y jugo de manzana –leyendo calmadamente la carta-. Todo en poquita
cantidad –habla en voz un poco baja.
-¿Y usted don Lenin?
-Exactamente lo mismo, pero cámbiame el jugo
por una copa del apetecible vino tinto cabernet cosecha 1970.
En la grata comida él era todo sonrisas y
ella amabilidad y dulzura. Terminada esta fase de la cena Lenin llama al garzón
por los postres. Ambos piden durazno con crema. En el intertanto retiran todo
de la mesa y el garzón pone una vela en la cual tenía amarrado un corazón
bermellón. Y los dejan solos.
-Sara Esther, todo este día y toda esta noche
la he preparado para ti. Te haré la pregunta más importante de mi vida –inhala
y exhala profundo-: ¿Te quieres casar conmigo? Y le mostró una argolla de oro
blanco paladio y oro amarillo con un diamante, de compromiso inmarcesible.
-Lenin, que tierno eres. Me dejarías pensarlo
al menos media hora –ella sonríe.
-Por supuesto, no faltaba más. Aquí esperaré
una eternidad y más, si es necesario.
En ese instante Lenin le hace un gesto tenue
a don Jano y aparece un elegante cantante de boleros con sus dos guitarristas
también bien vestidos, y le cantan a Sara Esther el tema “Contigo aprendí” al
estilo del inmortal Lucho Gatica. Se supone que la espera duraría media hora,
pero los tres minutos del bolero bastaron y Sara Esther con el corazón
derretido le dice a Lenin tomándole la mano: Lenin, acepto ser tu esposa, por
supuesto que acepto, con unas lágrimas pequeñas. Sara Esther llora con
facilidad. En ese momento Lenin le da un beso extenso a flor de labios en la
boca por mientras le acariciaba tiernamente el pelo, y el cantante interpreta
“Cuando tú me quieras” de Raúl Shaw Moreno, la última canción programada por
él. Ambos juntan sus sillas, por iniciativa de ella. Ella se incrustó al él con
energía y le dio el postre de durazno en la boca, cucharada por cucharada,
procedimiento que se haría habitual en ella. Posteriormente pasan al salón de
baile de música romántica y sin avisar ahora es Sara Esther quien lo besa a él,
fuertemente, como con la intención de no soltarlo jamás. La noche fue perfecta.
Eran la una de la mañana. Él la deja en la puerta de la casa. También cumpliría
el pacto secreto hecho con la señora Adela. Los dos serían presentados
oficialmente en el templo cristiano como novios. Ese domingo, son anunciados en
su nueva condición, por el ministro metodista, ante la congregación, que
esperaba y presentía una noticia tan hermosa como esta. “Hermanos y hermanas en
la fe, todavía recuerdo cuando Sara Esther fue presentada en este templo cristiano
siendo una niña. La vi crecer y desarrollarse como un retoño del Señor. Siempre
fue una hija colaboradora y una señorita piadosa con el prójimo. Muchas veces
oró por los necesitados, con la predisposición de una adulta. Y como toda joven
responsable, ella le pedía al Padre un esposo, que es lo que corresponde. Por
la gracia de Dios, me es un agrado ahora presentar a la congregación a los
novios Lenin Farfán y Sara Esther Rivera. Los anillos que llevan puestos –ellos
los muestran a la grey- traen consigo un compromiso inalterable. Que Dios los
bendiga. Ellos se casarán en esta parroquia a finales de abril. Que sus hijos
sean educados dentro del redil. Glorificado sea el nombre del Redentor. Gloria
a la Santísima Trinidad”. Hubo unos aplausos y muchos los felicitaron,
especialmente a la novia. Todo se selló e Israel estaba contentísimo. Él había
sido uno de los albañiles de esto esponsales y le pagaron bien las horas
extraordinarias, por su prolífica comisión, más otras prebendas y promesas.
Marzo 1965
Adela Flores y Manuel Rivera, padres de Sara
Esther, estaban casados desde febrero de 1958 y a él, le gustaba organizar
regados bailes en la sede de la junta vecinal “Barrancones”. Era un
galanteador. Adela se lucía cocinando y haciendo empanadas de pino y de queso,
estas últimas, eran especialmente apetecidas, por algún truquillo que ni Adela
discernía, porque cocinaba con naturalidad. Poseía una excelente mano.
-Señora Adela, ¿me presta a su marido para
bailar esta cumbia? –preguntó una de las vecinas, frívolamente.
-Bueno, pero me lo devuelve intacto –contestó
la joven Adela riendo un poco.
A Manuel, después de una segunda cerveza, le
gustaba bailar con las invitadas, y si era joven y carnuda, mucho mejor. Era
una usanza en él ser comedido y dicharachero. A pesar de su pobreza, porque
sólo era el dependiente en una ferretería, comenzó a frecuentar a Angélica, con
la fatídica diferencia que esta vez quedó enganchado a su meneo femenino y
Adela, que ya conocía su lascivo currículum, no le iba a aceptar ningún desliz
más y ninguna excusa, y le notificó que si lo sorprendía con otra mujer
partiría a la casa de la nani, su madre, que la esperaba con ansias y cariño,
ya que también se incomodaba con las repentinas desapariciones de Manuel. No
aguantando más la traición, Ximena, amiga en común del matrimonio golpea la
puerta de la sencilla casa de Adela.
-Adelita, debería callar, pero no aguanto
más.
-Dime Ximena, ¿qué sucede?
-Esta es ya la tercera vez que veo a Manuel y
a Angélica acaramelados en una de las esquinas arboladas de la cancha de tierra
este año. Cuando los vi salir de la casa de Julián, fehacientemente su nido de
amor, no lo resistí y vine.
-¡Maldito infeliz!, ¿Qué haré ahora?
-Confróntalo.
-Sí, lo haré, aunque sea mi última pelea con
él.
A las dos horas después aparece Manuel en la
casa con los zapatos de fútbol y la polera transpirada, con el propósito de
ducharse.
-¿Horas extraordinarias? ¿salidas con los
amigos? ¿que el campeonato de fútbol está más palpitante que nunca?
-¿Qué te sucede Adela?
-¿Hace cuánto tiempo copulas con esa perra?
-¿de qué mujer me hablas?
-Manuel, antes de irme mañana a la casa de mi
mamá, sólo pretendo saber cuántos meses llevas con tu amante Angélica. Todos lo
sabían menos yo. La interesada es la última en enterarse ¿Quieres que te
muestre fotografías –blufeaba- saliendo con ella de la casa de Julián, tu
amigote?
-Adela, no es lo que tú crees.
-Entonces, acompáñame ahora a la casa de
Angélica y conversamos con ella y sus padres, si nada malo hiciste.
-¡Te volviste loca, no es necesario algo como
eso!
-Mañana mismo me enfrentaré con un fierro en
la mano a esa Angélica en la puerta de su casa y la descorreré.
-Adela, por favor no hagas una tontera como
esa. Los padres de Angélica son enchapados a la antigua y un escándalo no soluciona
nada.
-¡Desgraciado, ahora defiendes a la perra de
tu amante!
-No lo veas así.
-Después que le dé un fierrazo a los dos
partiré a mi cuarto de soltera, donde mi mamá, con Sarita.
-Dime trasero tieso, ¿en qué trabajarás si
eres una completa inepta? Y si tocas a Angélica yo te golpearé a ti.
-Prefiero morirme de hambre o ser una ramera
a que seguir viviendo con un fracasado infame como tú. Chao imbécil.
Previo contacto, la separación de hecho de
Adela fue rápida, porque recibió el total e incondicional apoyo de la nani.
Manuel Rivera se quedó solo en la casa de ambos, como soltero, y ella sin
dinero y con unas pocas pertenencias estaba hacinada y deprimida en su cuarto
de soltera, con una Sara Esther de cuatro años que no comprendía nada. No fue
capaz de insultar ni de golpear a nadie. Sólo se retiró pacíficamente del
escenario que le amargaba la vida. Su vecina Andrea oraba al Padre Dios con el
objetivo de que Adela saliera de su coma emocional profundo, y así ocurrió un
mes más tarde, y razonó con su madre.
-Hija, ¿cuántas veces te rogué que no te
casaras con ese perdedor e ignorante que se cree una figura porque tiene los
ojos azules?
-Dos mil veces mamá, y tal vez más.
-Adela, tú eres talentosa en todo lo que es
cocina y particularmente tus empanadas son sabrosas, sobre todo las de queso.
Deberías comenzar a venderlas. Yo soy pobre y mi modesta pensión no alcanza
para nada.
-¿Y dónde las voy a vender, mamá?
-En la calle, en la cancha o en cualquier
lugar. El miserable de Manuel no va a pagar la pensión alimenticia de Sara
Esther y hoy por hoy en tus empanadas reside tu sobrevivencia económica. No
llores más.
-Este domingo hay fútbol y público. Iré a la
cancha a venderlas, si logro superar el miedo escénico, que me paraliza.
-No te preocupes Adela, el hambre hace
milagros.
En la década de los sesenta la mujer chilena
fuera de la puerta del hogar valía poco y nada. Era una sociedad machista e
intolerante con la iniciativa y las múltiples capacidades de las mujeres.
Estaban obligadas socialmente a mantenerse dentro de la casa, cerca de la
cocina, de la escoba y de la ropa sucia. Adela no tenía alternativa ni
problemas sociológicos al respecto. O trabajaba o se convertía en una
indigente. Se hizo una insipiente emprendedora por la fuerza de unas
circunstancias que no controlaba. Ese deportivo domingo de barrio ella se
levantó temprano y preparó el queso, la masa, el aceite, las servilletas y
todo, y el ánimo. Cuando parte a la cancha con su canasto lleno de deliciosas
empanadas de queso y necesidades económicas los pies le pesan y se pone más
temblorosa de lo esperado, se acobarda. Su hijita Sara Esther la escolta con un
letrero de cartón que anuncia el sazonado producto. Al llegar Adela al borde
del campo de juego o punto de venta su ser se congeló. Era una gallina total.
Después el Señor interviene directamente y le envía un niño hambriento de ocho
años que le dice: “Señora, me vende tres empanadas”. Desde ese día agarró
confianza y su historia personal cambió para siempre, en todos los aspectos.
Consiguió un empleo estable de ayudante de cocinera en la municipalidad con una
remuneración escasa y los fines de semana vendía sus empanadas y tortas,
aceptando pedidos y desafíos. La bella niña Sara no bajaba su letrero. Acepta a
Dios en su alma e ingresa a la iglesia metodista en el año 1967 y por todo le
daba gracias a Jesús de Nazaret, por todo. Desde ese día oraba a la Santísima
Trinidad por un buen marido para Sara Esther, como el que ella no tuvo, como es
la costumbre en las confesiones cristianas. La vida de Sarita iba a ser
distinta.
Abril 1982
Primero se casaron en el Registro Civil de Lo
Prado el 21 de abril 1982 y por la iglesia protestante el 24 de abril. El
templo se acicaló adecuadamente. No fue una boda muy especial y menos pomposa.
Como novia ella se veía linda y rutilante como también consciente de la nueva
vida que emprendía. Lenin pagó todos los engalanamientos y la recepción. Su
situación económica le permitía inclusive viajar a Buenos Aires o a Brasil,
pero en un tono decidido Sara Esther le propuso una luna de miel austera en un
lindo hotel en Viña del Mar, por una semana. Quería colaborar en todo lo que
fuera ahorro y sobriedad, desde el primer día. Se predispuso a prosperar junto
a su amado haciendo todos los sacrificios pertinentes. Lenin quedó gratamente
impresionado una vez más con la madura actitud de su esposa. Sara no era una
boba derrochadora ni nada parecido. Ella cuando niña y joven acompañó a su
madre Adela a vender empanadas en la calle. Casi desde el primer día él
aprobaba las propuestas de ella porque eran sensatas y sinceras. En La
Ventajosa ya había una genuina y eficiente ama de casa, una patrona que
empezaba a dar órdenes: una brujita.
Septiembre 1975
En la junta vecinal “Barrancones” en donde
residía Adela, los dirigentes organizaron la Fiesta de la Primavera lopradina,
tratando de recuperar una tradición perdida en el ayuntamiento y en Chile.
Todas las señoritas de la comuna de enseñanza secundaria podían ser candidatas
a reina de la primavera. Varios admiradores de Sara Esther axiomáticamente
pensaron en ella, recalcándole que no habría trabas con el estricto pudor de su
madre, a la cual le planteó su inquietud.
-Mamá he obtenido siempre buenas
calificaciones en el Liceo. Permíteme participar como candidata a reina de la
primavera -señaló ávida Sara Esther.
-Hija, ¿crees que ese concurso es benigno
para una cristiana, que va en primero medio? Piénselo bien, la vanidad es
resbaladiza –dijo Adela.
-Mamá, he conversado con Juan Luis y los
otros muchachos y me prometieron que todo se hará con urbanidad y corrección.
Mamá, no salgo ni la esquina y quiero ser reina por un día, si es que gano –lo
expresó Sara, con alguna duda.
-Has sido una buena alumna y una excelente
hija, obediente y piadosa. Diles que te inscribirás en el concurso. Sé que te
comportarás adecuadamente, en todo momento y lugar. Te asesoraremos –concluyó
Adela.
-Utilizando mi máquina de coser voy a hacer
maravillas en tu vestido celeste de percal. Y yo misma te peinaré –añadió la
nani, con una talante de estilista.
-Gracias mamá. Me comportaré como una reina,
si es que venzo –añadió Sara, con risas y el júbilo de una postulante que
dejará toda la piel en la disputa.
Ese sábado instalaron sobre una cancha de
fútbol de tierra un improvisado escenario por el cual desfilarían las
candidatas a reina, algunos cantantes del barrio, un mago y los campeones de
cumbia del último verano, que eran los dueños de uno de los kioscos colindantes
al humilde campo de juego. Por falta de una adecuada iluminación el bien
peripuesto animador Antonio empezaría el show a las 20 horas. Sara Esther
caminó a pie, como las otras ilustres damas de escasos recursos, como una
estrella de cine recién premiada con el oscar, por la deteriorada vereda que la
llevaba a la tarima del éxito. Iba escoltada por Adela, la nani, Juan Luis más
otros adeptos y amigos. El arribo de la comitiva de Sara a la cancha traía un
cierto aire de triunfalismo, que prescindía de todo signo de arrogancia. Juan
Luis creía que su amor imposible pintaba para miss universo, de todas maneras.
Concluido el número de magia y el de los cantantes de boleros y baladas, las
diez concursantes a reina de la primavera de la junta vecinal desfilaron en las
nubes y contestaron las preguntas del jocoso animador. Todas se esforzaron en
conseguir o pedir prestado el mejor vestido y zapatos, con una sana alegría que
contagió a la barriada. Algunas peluqueras o madres llamaron la atención por su
esmero y talento. Diciéndolo abiertamente, Sara Esther brillaba con luz propia.
Era una princesa heredera a su trono comunal. Sólo un complot o alguna maniobra
turbia le robaría el primer lugar. Por mientras el jurado compuesto por un
exregidor, un camionero y un árbitro, dirimía, los campeones de cumbia se
lucían en la pista de madera cubierta con lonas con un par de canciones
colombianas que avivaban la emoción, la expectación. La hija de Adela esperaba
el veredicto de pie con una dudosa entereza. Es que veía la corona en su
cabeza. Juan Luis se comía las uñas sin disimulo aguardando la sublime
puntuación final y a la nani la serenidad se le agrietó totalmente. El
presentador les pide a las candidatas que suban al escenario. Primero anuncia a
las que ocuparon el tercer y el segundo lugar. Por mientras un joven hace con
su desguañangado tambor un escueto e interminable redoble, el locutor eleva su
voz con alegría y comunica que la reina de la primavera versión año 1975 de la
junta vecinal “Barrancones” es Sara Esther Rivera. El aplauso fue espontáneo y
total. Todos reían y bromeaban. El animador acompañó a la reina a una camioneta
Ford vieja hermoseada con flores y cintas, como parte del protocolo. En su
calidad de reina fue paseada por algunas calles y pasajes del barrio,
acompañada de su familia y amigos. Juan Luis no se despegaba de la camioneta,
ya que era su primer guardaespaldas y autor de esta obra. Cuando la antiquísima
camioneta se detenía, por falta de mantención o de dinero, la empujaban entre
todos los varones y el motor se encendía otra vez. Este percance ocurrió dos
veces, mas la reina seguía firme en su sitio, con el semblante de Grace Kelly.
En el trayecto un admirador le regaló una flor y otro un chocolate del kiosco
“El pollo fino”. Las adulaciones sobraban. Sara Esther toma uno de los
chocolates y se lo regala a Juan Luis con un cariño rápido que le hace a sus
manos, más una mirada delicada y penetrante que fue un flechazo para su
perpetuo e incondicional hincha. El primer guardaespaldas quedó enumerando unos
pajaritos que no existían. Cuando llegó la comitiva a la sede de la junta
vecinal se dio inicio a la fiesta en honor a la reina. Adultos, jóvenes y niños
bailaban cumbias, twist, merengues, mambos y lo que pusiera el disc-jockey de
acuerdo a los long plays o discos que la misma vecindad facilitaba. Tras
insistentes ruegos Sara le aceptó bailar un lento a Juan Luis, sólo uno, así
que cuando apareció la canción “El amor de mi vida” de Camilo Sesto,
inmediatamente su salvaguardia le cobró la promesa. Como oscurecía, prendieron
las luces del local. Un abuelo bebido pasó a llevar el interruptor externo y
cortó el suministro de electricidad. Juan Luis aprovechó ese momento prodigioso
y le dio un beso con la boca cerrada a Sara en donde sus labios terminan,
asustado. Ella le respondió el afecto y el beso de amor real duró unos seis
segundos, espacio de tiempo en al cual volvió la electricidad al aporreado
recinto. Nadie advirtió este ósculo clandestino bajo una luna menguante porque
alguien gritó que iban a prender el interruptor. Repusieron la balada y
terminaron de bailar. El alcanzó a susurrarle al oído varias expresiones dulces
a la majestad recién coronada entre las cuales se destaca: “Sara, este beso es
el mayor tesoro que mi corta vida me ha regalado, lo cuidaré como tal por
mientras viva. No creo que exista una mayor felicidad”. En secreto le regaló
una pulsera barata comprada en la feria dominical. El sencillo y atractivo Juan
Luis, de calificaciones mediocres, no era parte de los planes de Adela y éste
sabía que la bella Sara era un amor imposible, sin proyecciones. En su casa
Sara Esther guardó la corona y unas fotografías de la premiación en una caja de
zapatos, y también el beso. Adela oraba al Padre Dios por un esposo para su
hija, desde siempre, siguiendo los consejos del predicador.
Noviembre 1983
El embarazo de Sara Esther había sido normal.
En La Ventajosa Lenin la trataba como a una patricia y la mimaba en todo lo que
podía. La señora Adela la visitaba de continuo y la acompañaba a la clínica,
ayudándola en los quehaceres, dada su gravidez. Hasta el último día Sara
regaloneaba a su esposo. Lo vestía, le preparaba todas las comidas, le quitaba
los zapatos. Lo único que faltaba era que le lavara los dientes. Ella oraba por
ser una buena esposa y sí lo era, de sobremanera. Cada día que pasaba Lenin
valoraba más a la mujer que despertaba con él. Ella dirigía la casa en todo y
el empresario comprendió que debía involucrarse lo menos posible en asuntos
domésticos, obedecerle casi siempre y no quejarse mucho. Siendo algo sumiso con
ella le iba bien en todo, lo obtenía todo. Ella lo malcriaba, era una geisha.
Contrariarla era ridículo, sobre todo si ella lo complacía en todo. En los
asuntos comerciales Sara apoyaba a su marido sin vacilaciones. Tomaba recados,
archivaba junto a él, le ordenaba la caja fuerte. El primogénito Josué Salvador
nació el 20 de noviembre de 1983 en la prestigiosa clínica “Torrelaguna”. El
nombre Josué, fue por el siervo de Dios y conquistador de la tierra prometida,
del Antiguo Testamento. El segundo nombre Salvador lo propuso Lenin en honor al
mártir y expresidente constitucional Salvador Allende. Los tórtolos estaban
felices con el bebé, con el nombre y con todas las buenas nuevas que
prorrumpían. La señora Adela se preparaba para ser la nana intermitente de
Josué Salvador. El anhelo de democracia y la cesantía inquietaban a los
sufridos chilenos. Estaban aburridos con el dictador, con los pocos millonarios
que eran los dueños de todo Chile y con los asesinatos, arrestos arbitrarios,
ignominias, delitos y fechorías de los agentes de lentes oscuros del régimen
militar, que operaban cruel e impunemente.
Febrero 1983
Lenin recibe en su oficina al compañero
Emilio. Esta vez hablarían de negocios, de capitalismo insipiente, del
porvenir, con una sumadora en la mano.
-Emilio, me alegra saber que ya timbraste
facturas y boletas de ventas en Impuestos Internos, que pagaste la patente
comercial y que te hayas comprado un buen congelador horizontal y unos
refrigeradores.
-Lenin, los refrigeradores lo compré usados y
el congelador me salió caro. Mas no tenía otra alternativa. Estoy recién
comenzando.
-Son los riesgos de la inversión inicial. Yo
te traspasaré a consignación casi a precio de costo y con un crédito blando
arroz, fideos, bebidas, mantequillas, margarinas, quesos, jamones y otros. Y a
medida que me vayas cancelando las entregas yo te abastezco de más mercaderías.
Israel te lleva gratis todo a tu domicilio en la camioneta. Serás mi cliente
especial.
- El boliche se va a llamar “La Tienda” y lo
atenderá mi madre primero, si prosperamos Rebeca renuncia a la relojería y se
dedicará a él a tiempo completo.
-Emilio, veo que estás entusiasmado como yo.
Cuando empecé era así.
-Amigo Lenin, como profesor de matemáticas me
gustaría más adelante instalar mi propio preuniversitario, hacer clases
particulares grupales. Rebeca piensa aprender a fabricar pasteles y dulces, en
un curso de capacitación. Quiero salir del pantano económico en el que estoy.
Algo dentro de mí me vocifera que sí puedo crecer si trabajo como una mula de
carga todos los santos días.
-Emilio, ahora el campeón de los emprendedores
eres tú. De esta manera, el lucro es benigno. Lamentablemente sobreabundan las
mentes trancadas que predican que el enriquecimiento lícito no es ético. Sin
lucro no hay crecimiento, motivación ni nada. Nadie va a cambiar la naturaleza
del ser humano, la ambición.
Septiembre 1985
Con el degollamiento de los profesores
comunistas Santiago Natino, Jose Manuel Parada y Manuel Guerrero, más otros
arrestos ilegales y brutales de la Central Nacional de Inteligencia, también
conocida como la gestapo de Pinochet, Chile se horroriza otra vez. No era un
problema político propiamente tal, era una dificultad moral. Asesinaban o
torturaban sin juicio ni pruebas a los supuestos enemigos de la patria. Sólo
ellos eran los chilenos bien nacidos, los patriotas genuinos, los escuderos de
la libertad, los lúcidos y decentes, los más fidedignos hijos del Señor y
militantes de la religión verdadera. La lucha del bien en contra del mal era
total y ceder frente a los enemigos de la venerada bandera tricolor era una necedad.
La
gestapo de Pinochet no cedería ni vacilaría
ante las conspiraciones del marxismo internacional y la gestapo de Fidel
no cedería un segundo ante las conspiraciones del imperialismo norteamericano.
Particularmente la derecha económica, guardaba un gustoso silencio porque el
servicio secreto de la Junta Militar les permitía enriquecerse todavía más, en
santa paz y con una hostia dominical. Los apremios ilegítimos componían la
rutina de la dictadura militar. El banquero y los grandes empresarios se enriquecían
y la CNI, su escudero, torturaba. Rebeca había aprobado con éxito su curso de
pastelería y había renunciado a la relojería. Se dedicaba a tiempo completo a
“La Tienda” vendiendo pan, bebidas, pasteles y dulces. El arroz, los fideos y
los abarrotes quedaron de lado lentamente. Lenin comprendería el cambio de giro
y lo apoyaría. Su especialidad de pastelera estaba definida y soñaba con algún
día ser banquetera o pastelera industrial. El loco sueño de ser una empresaria
era posible. El boliche lo atendía de lunes a domingo con ímpetu y fe, sin
descanso, con su suegra como remplazo eventual. Emilio trabajaba de profesor de
lunes a viernes y el fin de semana y feriados atendían juntos el negocio. Si
antes Emilio repartía panfletos revolucionarios, ahora distribuía con ímpetu
volantes con los convenientes precios de los pasteles de su esposa. Ambos
laboraban durísimo y empezaban lentamente a brotar algunos signos menores de
prosperidad. Mas Emilio estaba convencido que debía participar en las protestas
contra Pinochet que se organizaban en la Alameda. Era un imperativo filosófico
ser coherente, según él y sus epifanías personales. En esta manifestación
pública de septiembre de 1985 un idealista y saludable joven de izquierda murió
por el balazo de un carabinero y la aguda Rebeca le advierte con cariño de
esposa a Emilio, una vez más, otra vez más, con la mente puesta en sus
intereses, y deduciendo que no existe una vacuna que neutralice la candidez
perenne e infructífera, de su amor.
-Emilio, ¿por qué protestas tú? –con una voz
algo fastidiada.
-Es un deber moral luchar en contra del
tirano –responde con certitud.
-Tu primer deber es velar por tu familia, por
tu negocio que está en pañales. Piensa en tu futuro. Madura un poco. No serás
tú quien venza a los dictadores como Augusto Pinochet, Fidel Castro, el rey de
Arabia o Erich Honecker. La última vez que fuiste consecuente terminaste
exiliado y pobre y ahora quieres que una bala loca del impredecible Ejército te
vuele los sesos. En 1988 va a haber un plebiscito en el que todos le vamos a
decir No a Pinochet. Ahora te corresponde trabajar y economizar. Nada ni nadie
alterará el cronograma constitucional del señor Capitán General y todos lo
saben. En el mejor de los casos entregará el gobierno el 11 de marzo de 1990,
sin importar la majadera violencia callejera. Los que dirigen las marchas se
quieren mostrar, ser ellos los próximos residentes de La Moneda y ambicionan
mamar con la venia de las masas populares, de la galería. Sólo les interesa
apropiarse de la casa de gobierno, democráticamente, por supuesto. Hay dos
equipos. Los que están en el poder y los que pretenden recuperarlo, con tu
espléndida ayuda y la de los crédulos.
-Rebeca, los grandes líderes de la centro
izquierda chilena están llamando a los ciudadanos a la resistencia pacífica, a
mantenerse alertas. Debemos estar dispuesto a realizar algunos sacrificios que
esta lucha nos demanda.
-Emilio, no seas tan ingenuo, todos esos
grandes líderes políticos que veneras disfrutan de una muy buena situación económica,
algunos son millonarios y casi todos tienen asegurado el futuro propio y el de
sus familias. Muchos partieron a países burgueses y progresaron
fantásticamente. Que ellos peleen por lo suyo que yo lidiaré por lo mío.
Pretenden un sillón en el parlamento o en algún ministerio. Ellos quieren
alcanzar el poder para seguir robando, como sucede ahora y ha ocurrido siempre.
No te olvides que la Democracia Cristiana tenía la esperanza de que Pinochet
les devolviera el poder político de una u otra forma, sin importar
el mecanismo. Algunos de ellos le regalaron sus joyas a la Junta Militar y
hoy no recuerdan nada, y yo, lo que deseo es ser una pastelera o algo parecido.
Todos los adinerados líderes de izquierda y de derecha poseen una lista de
tontos útiles que trabajan gratis para ellos. No seas más un bobo y preocúpate
más de tu situación económica. Piensa en ti, como lo hacen los futuros
secretarios de Estado y parlamentarios. Cuando vuelva la democracia los mismos
apellidos de siempre ocuparán el poder, otra vez, y van a lanzar al olvido a
todos los marchistas y colaboradores. Acuérdate de mí, la democracia le va a
dar la espalda a los postergados, como lo ha hecho siempre, y en todos
lados. El neoliberalismo es sempiterno y ya decomisó al país. O nos sometemos
al juego o nos morimos de hambre. Es así de sencillo. Al final, somos peones.
-Lenin no participa del quehacer político
hoy, de la contingencia. Siempre se mantiene a distancia, y eso que se supone
que tenemos pensamientos similares.
-En La Ventajosa hay clientes de derecha y de
izquierda y lo que le interesa y motiva a Lenin es incrementar sus ingresos.
Por eso no sale a vociferar al centro de Santiago en contra de Augusto Pinochet
u otro. Tú sabes que Lenin también le vende productos a algunas unidades
militares y policiales, como lo hacen también los empresarios de izquierda. El
patrón es el que paga, el cliente. Lenin no va a poner en riesgo su patrimonio
y los años de esfuerzo, ¿tú sí?
-Rebeca, me preocupa la actual situación de
Chile. Te lo digo en serio. Hay todo un pueblo que anhela la democracia,
cambios estructurales profundos.
-Emilio, Emilio, –lo dice agobiada por su
candidez-, ¿y a quién no? Si Augusto Pinochet te pide mil pasteles de piña
mañana, ¿se los vendes?
-Bueno, yo creo que sí. Esa sería una
excelente venta.
-Ese titubeo cínico tuyo, típico de muchos
izquierdistas, es sinónimo de estrechez y mentecatez. Yo le vendo los mil
pasteles al dictador y le beso los pies. Y si quiere diez mil tortas, le hago
un descuento y una estatua. Los empresarios socialistas y democratacristianos
hacen negocios con el gobierno de Pinochet, con la derecha económica y con
quien sea, ahora y siempre. La única patria del adinerado es el dinero y la
política es una industria más, aunque se ponga los ropajes de la democracia y
de la justicia social. La política es un mercado más, un kiosco más. No es un
secreto que la casta política es una legión de aprovechadores aquí y en todos
los países. En el fondo, la actividad política es una actividad comercial más.
Y tú estás al tanto perfectamente de que muchos de los hoy llaman excitados a
derrocar al dictador Pinochet, aprobaron o propiciaron el golpe de Estado del
año 1973, aunque ahora se hagan los desentendidos con una sonrisa beata. Están
donde calienta el sol. Los socialistas ayer odiaban a los democratacristianos
por golpistas y hoy se besan entre todos y fornican impúdicamente. Y resulta
que hoy no puedo quedar embarazada porque si te matan mi hijo crecería sin su
padre y con odio. Este mes cumplo treinta años, ojo. ¿Cuántas veces marchaste
contra la dictadura de Fidel Castro allá en La Habana, o contra los tiranos
comunistas de la Europa del este? ¿o los aires de demócrata sólo te bajan en
Santiago de Chile? A un dictador lo amas y al otro lo odias. ¿Para quién es un
secreto de que los linajes de los poderosos se repiten, con o sin dictadura? En
el fondo, ¿que ha cambiado la rimbombante democracia en América latina? El
faraón siempre es el mismo, sólo cambia su vestimenta y los trucos. El dinero
es el amo y el parlamentario el títere. El diputado es un vasallo más. El
obispo es un poderoso más, tras bambalinas generalmente. No son más de cien
clanes los dueños de Chile. Cada Estado posee su pequeña nómina de celosos y
escamados amos, con muchos escuderos cerca.
-Rebeca, casi siempre tienes la razón. No
discutiré contigo. Esta conversación es reiterada. No puedo superar tu lucidez
política. Has leído demasiado.
-Si te retiras de las protestas y de tanta
lesera te doy el hijo que me has pedido tantas veces. No quiero que en una
protesta te reconozcan como el esposo de la pastelera. Sí, antes tuve mucho
tiempo para informarme bien de la maldita política y leer.
-Rebeca, está bien, está bien, acepto el
trato –con melancolía-. Me convenciste. No andaré más por la ruta de los
bolsillos vacíos o lastimeros. Seré un poco como Lenin. Me concentraré en la
prosperidad y en mi familia, y en el maldito dinero. Es imposible pelear en
contra del dictador, contra ti y contra la pobreza. En el seguro plebiscito
votaré que no. Ahí me desquitaré y celebraré un mes completo.
-Yo también votaré que no, te lo prometo.
Dile a Lenin –cambió bruscamente de tema- si es posible que venda mis tortas y
pasteles en algunas de las naves de La Ventajosa. Dile que mi trabajo es de
calidad. Haz esa gestión por mí.
-Hablaré con él. Si el producto se vende él
no te va a poner ningún problema. Siempre es igual. Él me dice que el único zar
es el billete largo, y si es verde y con una fotografía de Washington,
muchísimo mejor.
-Emilio, esa sí es una expresión
irresistible. Pastelero a tus pasteles. Luchemos por nosotros primero y después
por el mundo.
Rebeca, de todas formas decidió encomendarse
a San Expedito, un santo que se adecua a los tiempos modernos ya que posee la
característica de atender con rapidez y eficiencia los requerimientos sinceros
y urgentes de los creyentes. El rendimiento de este santo protector supera al
de muchos gerentes de consorcios internacionales y corrientemente es veloz como
un meteorito en sus respuestas. Es el Michael Schumacher del catolicismo local
e internacional. Por eso es tan popular, particularmente entre los urgidos y
ahogados. La plegaria pasa primero por San Expedito, después por la Virgen
María, la mediadora indiscutible de todas las gracias, después por Cristo Jesús,
el Redentor y único mediador, y después llegaría a Dios Padre. El favor
concedido utiliza la misma autopista de regreso. La bendición pasa del Padre al
Hijo, del Hijo a la Virgen María, de la Virgen María a San Expedito, y de San
Expedito al peticionario. La fe es un componente vital en la subsistencia
humana.
Ahora Emilio y Rebeca transitan por el mismo
carril. Los pasteles y tortas en La Ventajosa se venden bien y está
contentísima porque otros supermercados de otras comunas también le han
solicitado por teléfono algunas bandejas de pasteles. Ella y él ven el cielo
más azul y deben inspirar seriedad empresarial y no se darán el lujo de ser
contestatarios o los componentes de alguna justiciera demanda popular. Si la
CNI le toma una fotografía a un incipiente empresario se termina todo. Que los
manifestantes sean otros. Se entusiasmó con la posibilidad de ser una
prestigiosa pastelera, tal vez con un local en la Alameda, la principal avenida
del país. Que las piedras a los carabineros las lancen otros, que rezagados
mentales y radicalizados brotan todos los días. Que otros trabajen para los
políticos que luchan por reconquistar el poder que irresponsablemente perdieron
ellos mismos el año 1973 entre la demagogia, la arrogancia, el fundamentalismo
ideológico, la ira inconducente, la fanfarronería, la idiotez suprema y la
terciana. Fue la casta política la que perdió su fuente de ingresos, su
biberón. Que ellos peleen por su mamadera. En octubre de 1985 Rebeca logra
anular su matrimonio con un buen abogado y en noviembre de ese mismo año se
casa en el Servicio del Registro Civil con Emilio, invitando a Lenin y esposa y
a sus amigos. El 12 de agosto de 1986 nace Felipe Emilio, el hijo de ambos. La
familia con su primogénito está feliz. La riña indudable y profunda consiste
ahora en fabricar más y mejores pasteles y tortas. Con la compra de un furgón
usado mejoraron notablemente la distribución. Rebeca piensa en su familia y en
los pasteles y en nada más. Contrató a un contador externo en los asuntos
legales, tributarios y administrativos. El intenso quehacer de los que están
obsesionados con alcanzar la casa de gobierno y sus infinitos beneficios,
licitaciones, contratos y asesorías millonarias, no le preocupa mayormente.
Emilio la sigue con cada vez menos rezongos, comprendiendo el famélico
escenario en que se mueve su rudimentaria fabricación de productos, en su casa.
Observa que Rebeca trabaja como una prisionera de campo. Los poderosos juegan
al juego de las sillas con el poder. Primero se sienta uno en el trono y
después se sienta el otro, y así sucesivamente sin mayores variaciones, por los
siglos de los siglos. Como sólo se había casado en el Registro Civil en su
primer matrimonio, Rebeca recibe la autorización del arzobispo para casarse con
Emilio por la santa Iglesia Católica en el templo de Las Rejas. Tal vez no era
técnicamente lo correcto según algunos rigurosos prelados, mas ella igual se
casó de blanco en el templo, estimulada y dichosa, con un coro pequeño
incluido. Este era su primer matrimonio por la iglesia, y el último. El vestido
de novia era un sueño desde niña, una aspiración romántica inmodificable. En el
año 1992 Juan Pablo II le concede la esquiva gracia del divorcio a Carolina de
Mónaco, con la mentira elaborada y tolerada de que hubo una insuficiencia en el
consentimiento al momento de casarse por parte de Carolina. La mentira fina en
el Vaticano hace maravillas. Muchos aún creen que Juan Pablo II era un enemigo
del divorcio. Pudo presionar a Carolina a que se casara otra vez con su mismo
marido, pero no, la bendijo con la nulidad de la boda. El papado concede el
divorcio, sólo a unos pocos elegidos o regalones, con elegantes falsedades de
por medio. A los plebeyos les cuesta un poco más acceder al sacramento del
divorcio papal. El piadoso papado es clasista hasta en los accesos al divorcio
celestial. Rebeca no transaría con el color blanco de su vestido. Con tanto
pedido de pastel pendiente no hubo luna de miel, sólo un fin de semana en un
hotel porteño, como lo hizo su amigo. Volvió a ponerse en su cuello la cruz
bendecida que tenía escondida y que usaba desde su primera comunión hasta su
divorcio civil. Al volver a comulgar un domingo, previa confesión, sintió esa
paz interior que un día le despojaron desfachatadamente. Todo estaba en orden.
El doliente pasado sucumbió. Sólo hay un millón de pasteles y tortas por
delante. Y vivía feliz con su ángel casi rojo, y su rosario de plata.
Noviembre 1967
El 24, 25 y 26 de noviembre, Lenin, Emilio y
el flaco Fernández asisten al esclarecedor Congreso marxista de Chillán. Los
tres iban como simpatizantes y cursaban su último año en la secundaria. A pesar
de su juventud y de no ser mayores de edad participan de este evento, con
argucias, encadenándose sólidamente a sus ideales. En el congreso el partido
socialista, como organización marxista-leninista, plantea instaurar un Estado
Revolucionario, con el firme propósito de liberar a Chile del retraso económico
y cultural, y de la dependencia. En el combate al retraso económico y social el
modelo sacrosanto era la Cuba del compañero Fidel Castro y su hermano, quienes
demostraron la eficacia militar y política de la metralleta y de los
lanzacohetes, al derrotar al dictador Fulgencio Batista, sin incertidumbres ni
gimoteos. El sendero luminoso, ineludible y legítimo para la instauración del
socialismo era la violencia revolucionaria, el derramamiento de sangre de los
enemigos, destruyendo así el aparato burocrático y militar del Estado burgués.
Los métodos pacíficos o legales son estériles. La verdadera revolución
manifiesta que la nueva sociedad debe ser gobernada por los proletarios. Todo
el poder le pertenecerá a los marginados, todo. Una clase sustituirá a la otra,
sin remiendos. Las clases son enemigas e inconciliables. El Estado de derecho
es una porquería. La vía armada es el camino prolífico, irrefutable. Lo demás
es perder el tiempo, populismo, chimuchina. Con eso de la decapitación de la
cúspide del aparato militar, muchos uniformados en Santiago se pusieron
nerviosos, particularmente los oficiales de mayor rango. Cuando el Alto Mando
del Ejército de Chile se enteró de que iba ser aniquilado, porque así lo pedía
la doctrina fiel marxista, le ordenaron a cada Servicio de Inteligencia de
todas las Fuerzas Armadas regulares que se infiltren entre los allendistas y
revolucionarios y recaben toda la información posible, porque seguramente la
iban a necesitar. El intercambio de fuego era más que una probabilidad estadística.
Algunos coroneles, de claro perfil golpista, como se vería posteriormente,
empezaron a elaborar con sigilo disímiles hipótesis de conflicto en el
escenario de una guerra irregular. Estaban atentos y condensados, con el sable
en la mano. Los militares chilenos recibieron un contundente apoyo económico e
ideológico de la CIA y de los sectores más burgueses de la nación, de la
oligarquía, cuando fue pertinente. Comprendiéndolo a cabalidad, Lenin, Emilio y
el flaco, juran la noche del 26 de noviembre de 1967 frente a un fogón defender
la revolución con fogonazos si era necesario, hasta las últimas consecuencias,
sin lloriqueos ulteriores, sin lamentos tardíos frente a la bala fascista que
tarde o temprano llegará, sobre la bandera de la hoz y el martillo. No los iban
a torturar y a asesinar como a perros, como ocurrió con los obreros del norte
de Chile en la matanza de la Escuela Domingo Santa María de Iquique en el año
1907. Además, estos 900 obreros del salitre asesinados estaban desarmados y sin
el debido adoctrinamiento paramilitar. Eran unos obreros ingenuos y sanos, con
un petitorio básico. El no adelantarse a la jugada es un delito capital en la
lucha socialista. El derramamiento de esta sangre obrera fue una gran lección.
Un marxista en la lucha por una sociedad sin clases no podía ser sorprendido
durmiendo o desarmado, desencajado. El que pestañea se muere. Eso estaba más
que claro para todos los que sabían leer o escuchar. El 27 de noviembre de 1967
los tres eran unos peligrosos y valientes revolucionarios, de tomo y lomo,
comprometidos y absortos, como muchos otros. El juramento fue con fuego en el
corazón. Se preparaban sicológicamente para darle batalla a cualquier enemigo
que se presentase, sin subterfugios o pretextos de última hora, sin desertar o
rendirse.
Los tres eran unos leones. Ninguno de los
tres quería temblar al momento de usar el fusil libertario. Un socialista sin
un fusil es un blandengue, un payaso. Y hubo el 11 septiembre de 1973 el
derramamiento de sangre que el perenne Congreso de Chillán propugnó y presagió.
La hora cero anunciada y solicitada, el minuto de la verdad, estaba allí, a
tajo abierto. Y el presidente del país se quedó solo como un quiltro, en la
casa de gobierno, sin rendirse, por mientras la fuerza aérea chilena bombardeaba
y calcinaba La Moneda ese fatídico día. Los combatientes socialistas y
allendistas probos y consecuentes con el congreso sureño y la doctrina
socialista pura fueron pocos, tan pocos que algunos creen que la resistencia
fue casi nula y pusilánime. La gran mayoría de los supuestos partidarios
procedió a la fuga, algunos a máxima velocidad. El flaco Fernández fue
torturado brutalmente y murió por la bala de un capitán, por la otra vía
armada, la golpista y brutal, que fue la que disparó primero y sin clemencia.
Lenin y Emilio se exiliaron por las de ellos, por razones de seguridad. Al
final de su epopeya, el Che Guevara también se rindió. El legendario héroe
argentino no murió peleando, porque se entregó con sus dos manos arriba a los
soldados reaccionarios bolivianos, que fehacientemente lo ejecutarían. El Che
terminó siendo un asustadizo en su hora clave. Salvador Allende jamás mostró
una bandera blanca y nunca pensó hacerlo. Fue audaz, valiente y coherente con
su discurso del estadio hasta el final. Sólo el pueblo le quitaría la banda
presidencial. Murió con las botas puestas. Prefirió suicidarse a que un
subordinado con un uniforme golpista le disparara. Tenía honor. La izquierda
chilena nunca le perdonó al violento general Augusto Pinochet Ugarte que les
triturara la ennoblecida agenda revolucionaria, con tanques, aviones, fusiles,
cárceles, cepos, corriente eléctrica y corvos. Por su atropello a los derechos
humanos y en venganza por lo sucedido, al dictador chileno lo van a perseguir
por siempre, especialmente por sus asesinatos, torturas, fraudes, exilios,
engaños, desapariciones, arrestos arbitrarios, represiones, colección de
cuentas bancarias, humillaciones, robos y censuras. Augusto Pinochet tenía una
cuenta bancaria para cada día del año. Era financieramente inquieto. La inmensa
mayoría de los militares vivía y vive austeramente, con una sola cuenta en el
banco. Pinochet insistiría con frenesí hasta el último día de su vida que todo
lo que hizo fue por su inmenso amor a la patria. Todo lo demás es un desquite
de los antipatriotas. El revisionismo es sórdido, dicen los marxistas
fidedignos. Salvador Allende fue honesto, clarísimo y profundo cuando dijo:
“Utilizando primero la ley, utilizaremos luego la violencia revolucionaria”. El
connotado Carlos Altamirano fue aún más agresivo, franco contundente en sus
declaraciones arrebatadas. El compañero pronunció un discurso el 9 de
septiembre de 1973 de tales características y vehemencia, que pareció que lo
que anhelaba era apurar el golpe militar. Tal vez enloqueció. Algunos ministros
revolucionarios del presidente marxista Salvador Allende, antes de retomar con
éxito su existencia burguesa, se sorprendieron con la agresividad
contrarrevolucionaria post golpe de Estado, más nunca se sorprendieron con la
agresividad e ira de las homilías izquierdistas huasas, que lo evacuaban todo,
con una furia sorprendente. Piensan imperturbablemente que los militares
chilenos se sobrepasaron en su proceder, y se lo comunicaron a los organismos
internacionales existentes. Pinochet utilizó primero la violencia
contrarrevolucionaria y después la ley y su constitución política. Su servicio
secreto feroz fue su escolta leal. Frente a la represión y crímenes del mágico
Fidel Castro eran más respetuosos, tal vez porque lo escucharon predicar
poseído, en el estadio Nacional de Santiago. Caído el muro de Berlín en el año
1989 nadie quiere rememorar el vehemente, explícito y tajante congreso de
Chillán. Otros simplemente se olvidaron de su existencia y espíritu, en este
capitalismo salvaje que los envolvió a piacere, y que los tiene adormecidos y
mansos. En La Habana no se quieren enterar de que el muro que separaba a la
libertad imperfecta de las tiranías comunistas cayó. Fidel y su legítimo
heredero al trono no van a soltar la mamadera por unas elecciones libres,
abiertas e informadas. Muchos volvieron a cantar “Libre” de Nino Bravo,
dedicada a un joven que murió en el Muro de Berlín, intentando huir de la
tiranía socialista alemana. No recibió asistencia médica, además. Los comunistas
lo dejaron desangrarse.
Noviembre 1971
El carismático mesías político de la
revolución Fidel Castro aterriza en Chile el 10 de noviembre de 1971 con el
propósito de entregar su asesoría, su palabra santificada. Toda una grey
rebelde está alerta a lo que piensa, dice y hace, a cada gesto o ademán, con
las pupilas bien abiertas y sin pestañear. Era el vicario rojo. Él era el
hombre con estatura moral que recorrería la república aleccionando y alentando
con bríos a los izquierdistas criollos. Él era la encarnación de la dignidad.
Se iba a quedar acá diez días y se quedó más de veinte, con el envanecimiento
de siempre. Hasta el presidente Allende quería que se fuera luego. Todos se
aburrieron con el barbudo, como en parte de La Habana. Mas el director de
orquesta en América latina era el líder cubano y había que tolerarle algunos
antojos. El 2 de diciembre Lenin, Emilio y el flaco Fernández escucharon
atentos y con los ojos desorbitados al profeta del Granma, en el Estadio
Nacional. Se grabaron en la retina cada mueca y vocablo. Con el encendido y
convincente discurso, los tres terminaron por canonizar el congreso marxista
leninista de Chillán, al Che Guevara, a Zapata y a todo lo demás. El breviario
y el plan eran límpidos como el agua, sólo faltaba poner manos a la obra y el
carácter necesario. El gobierno de Salvador Allende debía ser revolucionario y
no reformista, socialista y nunca socialdemócrata. Las rígidas transformaciones
debían ser profundas e irreversibles. Y hacia allá caminaba Allende. Los cambios
cosméticos y vagos de los políticos moderados no han liquidado la pobreza y
mucho menos la aberrante distribución de la riqueza. La lucha por delante y el
trabajo que les esperaba eran arduos. La vía al socialismo se rastreaba, el
arrebato era infinito. Los tres analizaron alucinados el gigantesco discurso de
Fidel, desorganizadamente, estremecidos y con fe en el mañana, que se teñirá de
rojo.
-Fidel es realmente un esclarecido, el líder
natural de Latinoamérica, un profeta. Es impresionante todo lo que expresó y
nos enseñó. Jamás había escuchado a un hombre así. Nos advirtió que si
fracasamos, los fascistas nos van a aplastar, a liquidar –expresa un dichoso
Lenin.
-Chile vive un proceso revolucionario y las
libertades burguesas y capitalistas son infructíferas, un cazabobos –afirma
Fernández con ímpetu.
-Si en el socialismo el pueblo se representa
a sí mismo la democracia representativa es un anacronismo, un truco oligárquico
con el cual beatifican y apernan sus tropelías –corrobora Emilio ensimismado.
-Hay que crear una relación entre la
producción de bienes y servicios y la propiedad social –declara Lenin.
-Antes de armar al guerrillero hay que armar
su espíritu, llenándolo de las firmes convicciones e ideales – señala el flaco,
moviendo sus manos como Fidel.
-Los inventores de la violencia son los
privilegiados, los que nos aplastan y nos someten a un diseño dibujado por
ellos mismos – responde un enrabiado Emilio.
-La reforma agraria burguesa fue tibia, como
todo lo demás. Hay que construir un modelo que socave las actuales bases que
satisfacen sólo los intereses de los terratenientes, de los usureros, de los
pandilleros con cuello y corbata –plantea duramente Lenin.
-El Comandante Castro nos pidió que
estuviéramos alerta con las típicas reacciones brutales de los explotadores
–advierte un precavido Fernández.
-No nos podemos quejar después. Nos advirtió
que la hora decisiva llegará, tarde o temprano. Y si estamos desarmados nos van
a masacrar –recalca Emilio.
-El proceso chileno es único e insólito, pero
es ¡revolucionario!, con todo lo que esto significa para el pueblo y los
abusadores de la plebe. Estamos con los humildes y esto sí es una lucha de
clases –dice Lenin, llamando a no engañarse.
-Como visionario nos explicó que los
explotadores siempre responden de una forma violenta y bárbara – lo dice un
Emilio que estaría dispuesto a luchar militarmente por la causa, en una opinión
primera.
-Fidel nos está notificando que en algún
momento nos enfrentaremos violentamente con el fascismo, con los negreros.
Deberíamos armarnos adecuadamente –azuza un Lenin que nunca ha disparado un
arma ni una flecha.
-Y entrenarnos adecuadamente, con el
armamento ruso –lo expresa Emilio con algún titubeo en su mirada y en todo su
ser.
-Hay que devastar la actual constitución
política burguesa –opinó Lenin.
-A veces pienso que someterse a la actual
legislación chilena burguesa no tiene sentido. Es en sí un contrasentido. La
razón está de nuestro lado, las leyes de la historia están de nuestro lado,
entonces el futuro es nuestro –lo dice un dubitativo Fernández, en relación a
la metralleta.
-¿Quiénes despertarán primero? ¿los
explotadores o los explotados? Nos advirtió otra vez que los privilegiados
pueden iniciar una contrarrevolución despiadada. Se suponía que la revolución
en Cuba era imposible porque los gringos la hundirían. Pues bien, no fue así.
La CIA es un enemigo más, el más grande –aclara Lenin.
-La contrarrevolución armada de los
explotadores aparecerá en cualquier momento y el valiente Allende nos previno
que del Palacio Presidencial lo va a sacar muerto. Nosotros deberíamos ser
capaces de expresar algo similar –dice un envalentonado Fernández, que es
militante fiel del socialismo.
-El Chicho no se va a rendir jamás, lo
prometió. Posee pasta de héroe, carne de mártir –lo señala con orgullo un
Emilio, que no pretendería seguirlo.
-Y ¿qué haremos nosotros? ¿cómo vamos a
actuar en la hora cero? –consulta el flaco, viendo que el compromiso militar
genuino socialista era exiguo y que el frívolo entusiasmo no tenía balas de
combate en el fusil.
-Tenemos que prepararnos para cualquier
escenario. Fidel nos dijo que el pueblo debería estar dispuesto a morir por
defender la causa revolucionaria. Entregar la vida si era necesario, sin
incertidumbres –responde Lenin lo que cree que es pertinente, sin comprometer
su existencia.
-Hay que crear conciencia revolucionaria y
militar día tras día, sin detenerse –plantea Emilio, sin suscribirse
tácitamente, transitando por esa zona gris que los atrapó a todos y que fue
letal en el día cúlmine.
-Al final, el coraje moral en el ardor de la
lucha del guerrillero chileno, va a ser el determinante –les recuerda
Fernández, con algunas oscilaciones que disimula adecuadamente, como tantos
otros.
-La patria cubana es una, grande y libre
porque no hay privilegiados y desposeídos. Nadie les regaló nada a los
resueltos combatientes del Granma –dice Lenin.
-En esta reflexión Fidel nos dice que se va a
La Habana más radical y extremista –dice un sublevado Emilio, como tratando de
descifrar un mensaje subliminal.
-El terrible momento de la verdad llegará de
improviso –advierte el flaco, otra vez.
-Un revolucionario pajarón, tímido o llorón,
es un hombre muerto –señala Lenin.
-También me confirmó que el catolicismo es un
apoyo espiritual a la explotación de los trabajadores, a los negreros, más allá
de sus astutas homilías y encíclicas para desviar la atención. En el día a día
todo fascista leal recibe la hostia y la gavilla de sacramentos. La Santa Sede
es la gran encubridora, la gran cómplice de los abusos, siendo ella muchas
veces la atropelladora de los postergados –dice un Emilio ateo y enfadado con
la Madre Iglesia insolentemente.
-Jesús dijo sin dobleces que los ricos no
entrarán en el reino de los cielos. Más fácil es que un camello entre por el
ojo de una aguja. El cristianismo ferviente y original está con nosotros,
porque también es reformista –expresa Lenin.
-El Comandante nos exhortó a construir una
alianza estratégica entre los marxistas revolucionarios y los cristianos
revolucionarios. No seamos sectarios –dice Fernández, que en el divisionismo ve
una leucemia.
-El Ejército burgués de Batista al cual
vencieron los héroes el Granma era muy superior. Nunca hay que desalentarse en
la lucha, jamás. Siempre adelante –lo expresa Emilio con pasión verbal.
-El futuro nos pertenece –dice Lenin.
-Patria o muerte. Venceremos – todos lo dicen
al unísono.
Después de escuchar la clase magistral del
Comandante en Jefe de la revolución cubana, el diseño arquitectónico y el
camino estaban ahí. El entusiasmo y el ímpetu los desbordaba. Eran unos
románticos inexorables, hijos de esa época, con algunas dudas que resultaron
fatales, claro está. Opuesta fue la sensación en Lenin y Emilio cuando en el
año 1989 el muro de Berlín fue derribado por la sabia Historia, junto a su
antiguo y utópico credo político. Ese día todo murió, formalmente, y el
socialismo ortodoxo se quedó sin fe, con el canasto vacío y las ovejas
dispersas, y con una oligarquía cubana y roja que no renunciará al poder y sus
franquicias. Algunos de estos cabritos se dedicaron entonces a promover el
aborto, el matrimonio homosexual, la poligamia y otras beldades progresistas,
como parte de un nuevo ideario, y así sentirse supuestamente útiles y vigentes,
otra vez. Si no hay un conflicto, hay que crearlo. El aburrimiento mata a
cualquiera y el resentimiento es inmortal. En el año 2008 Fidel Castro le
entrega el trono al también millonario Raúl Castro, el príncipe heredero
legítimo en la monarquía de la isla, de la dinastía. La resuelta Junta Militar
chilena compuesta por Pinochet, Merino, Leigh y Mendoza, trituró la vía al
socialismo de Allende con bombas, balas y una atroz represión, y con lo que
fuera. Los hermanos Castro son expertos en mantener a flote un Estado policial,
con una calculada represión, que es la envidia de los otros tiranos. En la Cuba
de Fidel no hay marchas de protesta, dicen orgullosos los revolucionarios
cubanos. En la Rusia de Stalin tampoco los opositores se quejaban o marchaban
por las calles manifestando su descontento. En la comunista Europa del Este las
recriminaciones públicas a los gobiernos socialistas casi no existían y la
libertad de prensa era una falacia. La libertad de expresión era un estorbo
monumental. El comunismo es el enemigo natural de la libre expresión y aliado
de la mordaza y de las persecuciones. Es su sino.
Mayo 1986
Con el propósito de iniciar una
contraofensiva militar al ya sangriento dictador Augusto Pinochet, el Frente
Patriótico Manuel Rodríguez, con la colaboración logística y moral natural del
líder latinoamericano Fidel Castro, interna por Carrizal Bajo, en el norte
chico de Chile, más de treinta toneladas de armamento. Como la operación fue
exitosa y sortearon los controles formales y al servicio secreto militar,
hicieron un segundo intento que fracasó rotundamente. Con tres mil fusiles,
granadas, explosivos, lanzacohetes y coraje, era factible desestabilizar a La
Moneda. La torpe segunda internación fue desenmascarada por la Central Nacional
de Informaciones, descubriendo barretines en diferentes lugares del país.
Obviamente no todas las armas fueron encontradas por la policía política. Desde
La Moneda Augusto Pinochet le comunicaba al país que la genuina guerra en
contra del terrorismo marxista internacional estaba en su clímax y debían estar
más atentos que nunca para defender la patria de la sedición de los
guerrilleros sin Dios ni ley. Los frentistas al tomarse fotografías con los
fusiles y al descuidarse en su proceder nocturno demostraron su falta de
profesionalismo y rigurosidad revolucionarias. Además, internaron más armas de
las que podían utilizar contra el dictador. En la guerra en contra del
comunismo internacional el enemigo directo de Pinochet era el servicio secreto
cubano, y La Moneda era una barrera en la difusión de la guerrilla. Sara Esther
y su madre se preocupaban de que las balas y explosivos subversivos llegaran a
Lo Prado. Cuando vieron por la televisión el arsenal frentista se asustaron. El
aparato militar de la izquierda chilena debía elaborar una acción castrense
potente o intrépida que los metiera de lleno en el teatro de operaciones, en la
primera plana.
Necesitaban decir presente. Los apagones,
asaltos, robos y sabotajes, no eran suficientes. Pero el cohete que eliminaría
a Pinochet no tomó la suficiente fuerza por falta de distancia y el dictador
salvó su vida, porque la Virgen María lo protegió, según lo explicara él.
También notó que la seguridad del país, de los generales y la suya eran
vulnerables, sobre todo cuando hay tipos dispuestos a todo, como ocurrió con
algunos frentistas, que dispararon con los pantalones bien puestos y una
audacia sobresaliente. Pinochet tenía enemigos valientes reales, dispuesto a
matarlo sin arrugar. Ambos bandos disparaban ahora.
Septiembre 1986
El 7 de septiembre, en una emboscada en el
Cajón del Maipo, el Frente estuvo a un milímetro de liquidar al general
Pinochet. El lugar escogido, el armamento, la logística y la organización,
demostraron que fue una acción de envergadura. Arriendo de automóviles, de
casas, ayudistas, informantes y sincronización. Iba a ser el atentado perfecto,
pero falló. Tal vez por la poca distancia, el cohete no alcanzó a pulverizar el
automóvil del dictador, En La Ventajosa el episodio asustó en demasía,
especialmente a las damas, que aborrecían el comunismo ateo y sus símiles.
-Casi asesinan al presidente Pinochet estos
criminales –señala Adela.
-Ahora que lo pienso bien, la guerra de la
cual el general habla siempre por televisión es verdad. Hay una guerra entre la
Junta Militar y el marxismo internacional, que no le perdonará jamás que haya
derrocado al socialista Salvador Allende y que haya aplastado la agenda
revolucionaria de la Unidad Popular, con violencia. No me quiero ni acordar de
esos tenebrosos tiempos –replica la nani.
-Lenin, si la guerra en contra de los
terroristas marxistas es una mentira, ¿por qué la internación de tanto
armamento? ¿por qué intentaron ejecutar al general Pinochet? ¿Para qué iniciar
una matanza o una guerra civil si en dos años más vamos a tener un plebiscito
en el país, como tú lo has dicho tantas veces? –consulta Sara Esther, en una
deducción básica y nerviosa.
-Este atentado fue una idiotez, un acto
políticamente irracional. Ahora poseen la excusa perfecta para decir que
efectivamente desde el golpe militar tienen una lucha en contra de los
terroristas marxistas. Yo sólo espero que los militares no usen este atentado
para perpetuarse en el poder o quedarse diez años más. El Frente rodriguista le
hace un flaco favor a los demócratas, a los que respetamos el cronograma
constitucional diseñado por el propio general Pinochet, ya que es la única
salida. Retornaremos a la normalidad institucionalidad a través de una hoja y
un lápiz, del voto secreto de la urna. Los cohetes nada aportan y sólo
justifican la forma que tienen ellos de defender la patria –responde Lenin.
-Yo pienso que el Presidente Pinochet va a
respetar la constitución de la república hasta su última tilde. No tengo dudas
al respecto, a pesar de los balazos de estos delincuentes comunistas –afirma
Adela.
-Por la paz social entre los chilenos espero
que así sea. Que no inventen alguna triquiñuela con la cual se desestime la
democracia –concluye Lenin, desalentado.
Abril 1987
En abril de 1987 el Romano Pontífice Juan Pablo II, ex funcionario favorecido
de la empresa Solvay, visita Chile. Emilio y Rebeca asistieron al encuentro en
el Estadio Nacional, de magros recuerdos. La iglesia católica chilena se
manejaba bien. Algunos presbíteros trabajaban al lado de los pobres y contra el
dictador y otros mamaban en paz del régimen militar, todos subordinados a un
mismo hábil Romano Pontífice. Siguiendo los lineamientos de la sagacidad
vaticana, son unos expertos en estar en relativa paz con Dios y con el diablo.
Emilio esperaba a un papado comprometido con los propósitos de la democracia y
Rebeca también quería ver al representante de Jesucristo en la tierra. En su
momento y a su modo Juan Pablo II bendijo a Augusto Pinochet, a Jorge Videla, a
Alfredo Stroessner, a Alberto Fujimori y otros tantos símiles. Eso sí, Juan
XXIII, el “papa bueno” que firmó la despiadada “Crimine Solicitacionis” que
protegía formalmente a los pedófilos, excomulgó a Fidel Castro sin
vacilaciones. El papa polaco no simpatizaba con hombres como monseñor Oscar
Romero, tal vez por su excesiva sensibilidad social. Abogó por liberar a
Pinochet de Londres y le felicitó por sus cincuenta años de matrimonio con la
señora Lucía Hiriart. La Santa Sede no era antipinochetista, obviamente. La
hostia no es para todos los tiranos. Juan Pablo II tampoco estuvo dispuesto a
ordenar una objetiva autopsia al cuerpo envenenado de Juan Pablo I ni a
entregar a sus banqueros de Dios a la justicia italiana que los requería, con
la justificación inmoral de la inmunidad diplomática, del Tratado de Letrán.
Paul Marcinkus fue uno de los agraciados. La canonización del papa polaco va,
ya que cumple con todos los requisitos sobradamente para ser un buen santo
romano. Hitler, Mussolini, Pavelic, Videla, Stroessner, Pinochet, Franco y
otros, participaron siempre de la sagrada comunión, de la Eucaristía, de las
variadas bendiciones apostólicas, acompañados de un coro polifónico, en algunas
oportunidades. Es que estos dictadores eran más cercanos y generosos con la
Madre Iglesia y eran bautizados. Los comunistas no poseen Dios ni ley. Cuando a
Augusto Pinochet se le vio junto a Juan Pablo II en el balcón de La Moneda,
muchos se decepcionaron. El piadoso Príncipe de los Apóstoles no era
antipinochetista, categóricamente. Está demás decir que la iglesia católica
chilena siempre quiso aparecer como adversaria del régimen, como parte del
espectáculo. No se enfadaban con los beneficios que le entregaba la Junta
Militar. El factor comunicacional es determinante. Cuando corresponde, el
Romano Pontífice hace el rol del engañado, del desentendido, del que no sabía
en detalle lo que sucedía.
Marzo 1988
Posterior a varias conversaciones telefónicas en la cual afinaron casi todos
los detalles de procedimientos y valores, Lenin recibe en su oficina al
divertido don Rigoberto, un canchero transportista internacional que además era
importador, de carnes y otros. La simpatía le brotaba por los poros. Era una
fiesta en dos pies.
-Lenin, el negocio es sencillo. Yo te traigo a tu puerta carne congelada de
Argentina, Paraguay y Uruguay, y tú me la pagas acá con un cheque a 30 o 60
días, como quieras, previo pedido por teléfono. Si precisas algo más, te lo
traigo. Quiero que cerremos el trato en un restaurante, con mi equipo más
cercano. Yo pago todo. Me agrada invitar a mis clientes sobresalientes. Y así
charlamos más. Créeme, ganarás buen dinero con este ítem. Creo que hay que
celebrar desde ya.
-Tienes razón Rigoberto, este es un negocio con futuro para mí. Eres el
proveedor que necesitaba. Gustoso acepto tu invitación. Ni por broma te
rechazaría –risas baladíes-. Ven a buscarme con tus asesores a las veinte
horas. Te sigo amigo.
Cuando llegaron al lugar, Lenin se percató que no era un restaurante sino la
boite La Tetera. Y la cena se transformó en unos churrascos, vino tinto y ron.
Lenin tenía al proveedor que requería y no lo iba a desperdiciar porque unas
bailarinas curvilíneas con poquísima ropa cantaran mal o no supieran leer una
partitura en clave de sol. Rigoberto podía traerle del extranjero cualquier
producto, lo que pidiese, con buenos precios y a crédito. Era el contacto que
le faltaba en su crecimiento comercial, y además es un amigo simpático y leal.
Después de unos tragos y en medio de las bromas del parrandero y cómico
Rigoberto se aparece en la mesa toda libidinosa la bailarina estrella, que era
morena y colombiana y a la que los asiduos a La Tetera la llamaban
cariñosamente “la condesa del catre” por su célebre y loada performance en la
intimidad. Por instrucciones claras de Rigoberto, que era el que cubría todos
los costes del festejo, la desafinada morena empezó a bailar alrededor de
Lenin, con vítores y aplausos de la concurrencia, sobre sus muslos, caderas y
vientre. Y a medida que la condesa se desprendía lentamente de sus ropas, más
aplaudían y gritaban los comensales, como vueltos locos, y no sólo los de la
mesa titular. Ya bailando con la colombiana semidesvestida en la pista,
Rigoberto se suma a las danzas con otras bailarinas. El jolgorio y bullicio
eran totales y el ron hacía sus efectos. En uno de los bailes la colombiana,
que ya lo había tocado entero a Lenin en la previa sobre sus piernas, le pide
al achispado dueño de La Ventajosa que la acompañe a buscar cigarros. Los
cigarrillos estaban en su habitación. Ninguno de los dos fumó y quedaron en
posición horizontal sobre el colchón de una morena que se tropezó sagazmente.
Por mientras la colombiana le hacía su connotado número afrodisíaco a Lenin,
afuera de la picaresca habitación estaban Rigoberto y sus asesores gritando,
siempre escoltado por bailarinas o meseras y sus risotadas: -¡Vamos Lenin!, tienes
el deber de mantener en pie el prestigio del empresariado chileno. ¡Lúcete con
la morena! Y no te preocupes, porque no va a quedar embarazada, o si no me
devuelven todo el dinero que invertí. ¡Confiamos en tus capacidades! ¡Ruge
Lenin, ruge! Esta cuba libre es por ti. Azótala Lenin, azótala, y no te rindas
jamás. Mantén la bandera al tope. Actúa como el tigre que eres. De alguna parte
apareció un bombo que amenizaba el coqueto evento.
Lenin estuvo sólo veinte minutos en los sombríos y sensoriales aposentos de la
ágil bailarina morena, y cuando salió todos estaban elogiándolo y
congratulándolo, con abrazos y brindis, especialmente Rigoberto, que le decía:
¡Yo sabía que no me fallarías! ¡Grande Lenin! Rigoberto sí sabía tratar bien a
sus clientes de primera línea. La condesa se expresó bien del excitante Farfán,
y eso que estaba algo ebrio. El problema es que en el cuello de la camisa quedó
una involuntaria y minúscula huella de lápiz labial. Esa sería la desalmada
tinta con la que se firmaría la declaración formal de guerra entre él y Sara.
Por el bullicio y la mala luminosidad nadie lo advirtió. Bailaron una hora más
y a Lenin lo dejaron en el timbre de su casa, bebido. Sara Esther lo recibe con
la amabilidad de siempre. Sabía que se sellaba una importante alianza y no iba
a interferir en las jugosas transacciones comerciales internacionales de La
Ventajosa, por una camisa algo desvencijada y una copa de vino adicional.
-Perrito, estás ebrio –dice Sara, algo preocupada por su malcriado cónyuge.
-Sarita, cerré un importante negocio para La Ventajosa –lo dice pronunciando
mal.
-Lenin, siéntate en la mesa, te voy a servir un café cargado –expresa la dulce
Sara.
A Ella le pareció muy extraño que se bebiera el café en forma tan silenciosa,
que llegara chispo, tan tarde y con un pequeñísimo e infrecuente olor, un
dudoso tufo. De todas formas, lo llevó a la cama y empezó a desvestirlo. No iba
a obstaculizar los asuntos lucrativos de su cónyuge sin motivo o por una
botella de vino tinto fino. Cuando vio en el cuello de la camisa una marca de
lápiz labial captó que había encontrado la prueba irrefutable de un
escalofriante delito. Con todos los cabos atados la furia integral se apoderó
de ella de inmediato, y sin alcanzar a respirar una vez más y ni a pensar,
explosionó como si fuera Hiroshima, en el acto.
-¡Miserable Lenin, dime ¿dónde estuviste esta noche?! –le grita en la cara
Sara.
-Cenando con Rigoberto y unos amigos –ya sospecha lo peor, lo adivina.
-¡Eso es mentira imbécil! Dime, ¿cómo se llamaba el restaurante? ¿Cuál es el
domicilio? Quiero corroborarlo todo, de inmediato. Voy en la camioneta –Sara
continúa gritándole desbocada, con un tono amenazante.
-Ellos me llevaron, no recuerdo los detalles –lo expresa como si fuera un
penitente.
-No te acuerdas de los detalles porque no fuiste a ningún restaurante,
¡traidor! Llama ahora al celular del parrandero Rigoberto y consúltale el
domicilio y nombre del lugar en que estuvieron bebiendo y prostituyéndose – le
grita con más fuerza.
-No, no lo voy a llamar, eso sería pasar una gran vergüenza. Fueron unos
churrascos y unos tragos –lo expresa con una discutible seriedad.
-Miserable, antes de que te abandone, dime, ¿dónde estuviste? Yo voy a llamar a
Rigoberto y lo voy a obligar a que me diga la verdad. Y con el escándalo que
voy a armar se va a enterar su esposa y todo Santiago –lo intimida con una inusitada
y terminante furia, atípica de las ovejas militantes del rebaño de Cristo
Jesús.
-Sara Esther no llames a Rigoberto ni a su esposa. No soportaría la vergüenza
–se lo suplica, en calidad de condenado, sin saber por que.
-Entonces sinvergüenza dime, ¿en qué prostíbulo estuviste hoy? O voy en la
camioneta a la casa de Rigoberto a denunciarlo ¡aunque tenga que recorrer toda
la Región Metropolitana! –se lo grita con la mano empuñada y furibunda.
-Estuve en una boite comiendo churrascos y bebiendo ron –ya era culpable, pero
no sabía por qué, tampoco lo imaginaba. Veía todo plomizo.
-¡Un prostíbulo no es un restaurante perro mentiroso! Ahora dime, ¡¿con que
prostituta te acostaste?! Y si me mientes ¡te abandono de inmediato! –Ella
sabía todo, al parecer, y espías no tenía, y tampoco era clarividente.
-Sara, no me acosté con ninguna prostituta –intenta exculparse a como dé lugar.
-¡Mientes! ¡Mientes! ¡Mientes descaradamente!, ¿Cómo se llamaba la boite? –los
gritos ya son escandalosos, totalmente descompuestos y destemplados, como si
fuera una dama ebria de la noche, de moral distraída.
-La boite se llama La Tetera –confiesa la primera parte de la fechoría, con
sumisión y esperando una gota de piedad, que no llegará.
-¿Tuviste contacto físico con alguna de esas prostitutas? – ella se lo pregunta
con una bola mágica en la mano, irrebatiblemente.
-No, no tuve contacto físico con ninguna de las bailarinas –piensa que puede
soslayar su delito sexual, con esa voz del humilde pecador.
-Bailaste o te acercaste a alguna de las rameras –Sara algo descubrió,
definitivamente, tal vez usando alguna tecnología de punta o bola de cristal.
-No, no me acerqué a ninguna, sólo las vi bailar en el escenario y desafinarse
–no sabe si se está condenando o absolviéndose.
-¡¿Estás seguro de que no te acercaste a ninguna de esas rameras?! –Sara lo
pregunta como si tuviera una prueba incriminatoria irrefutable escondida.
-No, Sara, no me acerqué ni toqué a ninguna de las bailarinas –ya Lenin habla
en calidad de reo, esperando compasión y el fin del interrogatorio fiero.
-Entonces dime perro traidor, ¿por qué tienes olor a prostíbulo en tu ropa?
¿por qué hay lápiz labial de color guinda profundo en el cuello interior de tu
camisa? No sabes que el color guinda oscuro es que el que usan las prostitutas
-lanza una teoría-, estúpido farsante. Mañana mismo iré a La Tetera con una
pistola y una fotografía tuya y averiguaré cual es la perra que usa este color,
y así sabré con quien te acostaste esta noche, ¡perro traidor! Hasta tal vez le
dispare. Todo Santiago se va a enterar de tu canallada. Y si a Rigoberto lo veo
por acá ¡lo voy a acuchillar! –ya Sara no hablaba con la serenidad y sapiencia
de una hija del Señor, redimida por la sangre preciosa del Salvador. Parece una
demente.
-No imagino como el lápiz labial llegó al cuello de mi camisa –Lenin intenta
vanamente librarse de su mortífera infracción.
-Otra mentira más, miserable. ¡Me voy! ¡Este matrimonio artificial se terminó!
–la irreconocible Sara Esther estalló en mil llamaradas y se fue, con vocablos
impropios. Atrapada por la ira Sara Esther toma a su hijo Josué Salvador y se
va a la casa de su mamá en medio de la muy peligrosa noche y sin avisarle ni
llamar por teléfono, caminando sola. Si estaba poseída por algún demonio era
difícil saberlo. Lo que sí, daba la impresión que la rabia la iba a trastornar.
Su mamá la recibe asustada.
-¿Qué pasa hija? –pregunta con un rostro espantado.
-Esta noche el señor Farfán se acostó con una prostituta. Lo sorprendí en una
mentira tras otra. El matrimonio feneció. Volveré a mi trabajo antiguo. Todo se
acabó. Me voy a mi pieza –contesta ceñuda y parcamente.
-Hija Sara, la vida no es tan sencilla. Mañana estarás más calmada y analizarás
todo en su justa dimensión –intenta aconsejarla en vano presintiendo lo peor.
Chocantemente, al otro día la propia Sara Esther ingresa a la boite La Tetera,
acompañada de Israel y encubierta. Se acerca sutilmente al escenario con Israel
y se da cuenta de que la única que usa lápiz labial guinda es la morena, la
colombiana. Además, es la que más engatusaba a los clientes, bailando sobre
ellos. El círculo se le cerró. No eran necesarias más pericias policiales ni
fisgoneos. Lenin se había acostado con la morena colombiana, con la cantante
desafinada. Adiós matrimonio. Israel le da los pormenores de la insólita y
denodada actitud de Sara Esther a su jefe. Sara es una dama dulce y educada,
pero ahora se había convertido en una mujer en estado de furor, en un leviatán
con tacos, en un volcán inapagable, con lava y material piroclástico
abundantes. Sara le ordena con claridad y vigor a Israel que le lleve todas las
pertenencias suyas y las de Josué Salvador en la camioneta. Existía la
posibilidad de una represalia con la perra de la boite, que gracias a Dios
nunca se concretó. Ella y su vástago se han instalado en la hermosa ampliación
que le hicieron a la vivienda de la señora Adela. Sara tenía buenos ahorros en
su libreta de Bancoestado y Lenin en ningún momento la desampara, y menos al
niño. Los primeros meses no hay diálogo entre los esposos. Ella no abre ninguna
ventana. Su rabia no mengua y su mente no analiza nada y se bloquea ante
cualquier posible contacto con el señor Farfán. Él asiste un domingo a la
iglesia y al divisarla ella huye. Se va y se encrespa ante cualquier insinuación
en favor del empresario lopradino. Lo que sí tranquilizó a Lenin fueron las
palabras del pastor: “Amigo, no se preocupe tanto. Sara Esther es mujer de un
solo hombre. Persevere en las plegarias. Yo también oraré por usted”. Él no
deja de enviar mercaderías y vestuario o cualquier cosa que pidan a la casa de
la señora Adela, quien ya estaba bastante aburrida también con la rigidez e
intransigencia de su unigénita. Nadie aprobaba la actitud de Sara. Lenin la
llamaba por teléfono, cada vez menos eso sí, y le enviaba todo tipo de recados
y nada. No contestaba. El único contacto indirecto era cuando Sara Esther le
llevaba el niño a La Ventajosa y se lo entregaba a Israel para que su buen papá
pudiera estar y jugar con Josué Salvador. En este aspecto no eran necesario ni
abogados ni jueces. Lenin era un excelente y generoso padre y un buen hombre.
Un día de julio, a cuatro meses de la separación el que abre la puerta para
recibir a Josué es el propio Lenin porque Israel estaba con un día de permiso.
A la obcecada Sara no le agradó mucho la situación y maleducada no iba a ser,
así que prosiguió.
-Lenin, te traigo a Josué Salvador para que juegues con él. Quiere una
bicicleta. Que a las ocho de la noche Israel me lo lleve a mi casa en la
camioneta.
-Sara, así lo haré. Chao –se despide afablemente y cierra la puerta rápida y
cortésmente, casi de un portazo, con una inesperada desidia.
Por primera vez en más de tres meses Lenin no le ruega, no le suplica. Es más,
ni siquiera intentó hablar con ella y al parecer estaba apurado, y con un
rostro juicioso. No la invitó a que pasara a la casa ni nada y la miró sólo lo
necesario. Sara Esther se va a su casa con el alma vacía, con la altivez
desplomada. Le comunica lo sucedido a la señora Adela inmediatamente,
zarandeada y enmarañada.
-Mamá, mamá, esta es la primera vez que Lenin ni siquiera intentó charlar
conmigo –lo plantea intranquilizada a una madre que dibuja escenarios
factibles.
-Hija, ¿alcanzaste a ver huellas de la presencia de una mujer?
-No, ¿de qué mujer me hablas?
-Pedazo de idiota, me refiero a su amante, a la mujer que hoy lo recrea y lo
acompaña. Me refiero a la mujer que lo manosea entero y que intentará borrarte
del mapa y que va a convertirse en la nueva ama de casa en La Ventajosa. Hablo
de la mujer que en unos meses le va a pedir a Lenin la nulidad de tu
matrimonio, por mientras baila desnuda y libidinosa sobre su ombligo –lo dice
enfadada y levantando la voz.
-¿Crees que Lenin llegue a ese extremo? –es una pregunta cándida y enfermante.
-Lenin ya está llegando a ese extremo. El desastre ya comenzó. Pedazo de
idiota, ¡¿qué crees que hace un hombre sin compañía femenina tres meses y con
mucho dinero en los bolsillos y con una buena pinta?! –Adela lo expresa
gritando.
-Mamá, no me insultes –Sara Esther intenta hacer el rol de víctima,
inútilmente.
-¡¿No me insultes?! Vas a perder a tu marido, tu casa, tu matrimonio y alguna
ramera se va a transformar lentamente en la nueva ama de casa en La Ventajosa y
tú me pides que ¡no te insulte! Eres una ¡descerebrada! Una puta va a ser la
segunda mamá de tu hijo –Adela está furiosa e incontrolable y sus vigorosas
razones tiene, ya que divisa un porvenir lóbrego.
-Mamá, sobreviviré trabajando y con la pensión de Lenin –Sara empeora la
situación improvisando una réplica altiva.
-¡Pedazo de idiota! la segunda esposa de Lenin te va a dejar en la calle y en
La Ventajosa nadie más pronunciará tu nombre. Hay hombres que prefieren ir a la
cárcel que pagar una pensión alimenticia. Te repito que no quiero otro divorcio
en la familia. Josué va a crecer sin su padre y si la yegua que entretiene hoy
a Lenin queda embarazada, capaz que también el chichito pase al olvido.
Estúpida, tu arrogancia nos va a perjudicar a todos. Mañana mismo conversarás
con humildad con la hermana Marta, que es una mujer sabia. Estás cavando de a
poco tu tumba, arruinándote. Con tu mugriento trabajo no vas a educar
apropiadamente a Josué Salvador, que asiste a un colegio caro, del barrio alto.
Tú sabes que la educación pública es una porquería que sólo genera fracasados y
mediocres. Ahora comprendo el sigilo de Israel –Adela se siente impotente ante
la necedad de su hija, que no calcula muy bien los ramificaciones de su vesania
compacta.
-Mamá, habla con Israel, con astucia de mujer e inténtale sonsacar algo –Sara
habla como una tonta, tajantemente, como si fuera el eje de lo que le rodea.
-Querida hija Sara, Israel le es leal a Dios y a tu marido, y no va a
traicionar a Lenin ¡ni bajo tortura! ¡Despierta cabeza de cuesco! ¿De qué
astucia me hablas?, ridícula engreída -y una iracunda Adela le da una fuerte
bofetada a su querida hija-. Si me contestas otra idiotez te más te apaleo aquí
mismo – concluye Adela, y Sara, que nunca ha sido insolente con su madre, optó
por un sabio mutismo, sospechando que la bofetada era más que merecida. Sabía
que ella era sensata y que ha sufrido mucho.
Mayo 1988
Lenin simplemente adoraba a su hermosa esposa y a su hijo. La fotografía de
Sara era omnipresente en su casa. Pero considerando la férrea terquedad y
sublime cólera de su cónyuge se convenció de que su matrimonio era una ruina.
Se cansó de suplicar e intentar pedir perdón, por todos los medios posibles.
Sara divisaba cualquier misiva o señal de humo de su cónyuge y le volvía la
saña. El caso se cerraba y volvía a estar solo, como un asalariado anciano y
pobre, así que decide casi automáticamente ir otra vez a La Tetera, al origen
de su mal, a beberse unos tragos, a rearmarse, a deleitar la vista y a llorar.
No había ninguna duda de que la colombiana era una bailarina rimbombante y
movediza, de una capacidad física privilegiada y con pergaminos, y seguramente
con un entrenamiento de atleta. La boite era también una casa de citas de
prestigio y cara, en el centro de Santiago, a donde iban empresarios que
pagaban cariños expertos, bailes lascivos y todo tipo de excentricidades
obscenas. Todos buscaban una Tongolele o una Kim Novak a puertas cerradas. Por
mientras miraba algunos de los espectáculos nocturnos se le acerca la misma
“condesa del catre”, quien ya sabía que era un próspero empresario el hombre
que bebía sin ninguna compañía una piscola en un rincón y a quien le diera
muestras de sus destrezas, calor y palpamientos aquella nefasta noche de sexo
de alto impacto y reproches.
-Desamparado papi, me puedo sentar al lado tuyo –consulta cariñosamente la
epicúrea colombiana, que se acercó como una serpiente versada.
-Por supuesto, no faltaba más. Total, ya nos conocemos en vivo y en directo
–ríe-. Quédate conmigo todo lo quieras y pide todo lo que se te antoje. Eres
muy cariñosa. ¿Cómo te llamas? –contesta y pregunta educadamente Lenin.
-Soy una bailarina colombiana. Me llamo Tanga y me dicen tanguita o la condesa,
y no por ser de la aristocracia –se ríe con las pestañas-. Papi, me gustaría
beber lo mismo que tú y una pizza –dice ella llamando al garzón con sus dedos.
-Tanga, eres bella y tú y tu baile son sensacionales. La forma en que te movías
sobre mis piernas no lo voy a olvidar jamás, y menos ahora, que parezco soltero
universitario en una pensión menesterosa –dice un repuesto y rijoso Lenin.
-Pero mi querido muchacho, yo te puedo repetir el número en mi alcoba, con más
privacidad, sabor y calma. Sólo debes conversarlo con el dueño del local. Papi,
no seas tímido. Conmigo se te borrarán todas las penas, tú sabes, yo soy “la
condesa del catre” y el libro de reclamos está vacío –presume un poco ella, con
unas pestañas que son unos abanicos nervudos que embelesan.
-Es una buena idea, trataré el asunto con el dueño del local. Tanga, no estoy
muy entusiasmado. Estoy algo deprimido. Mi gran matrimonio se arruinó y en
cualquier momento me van a solicitar el divorcio. Estoy liquidado –le comunica
Lenin.
-Amorcito, no te preocupes, Tanga se encarga de todo. La sicología del catre es
la más fructífera. Sólo debes relajarte y degustar y tu mami se encarga de
todos los detalles –lo dice con vivacidad y un rostro deseoso, casi como
desesperada por intimar con el adinerado y munífico propietario del
supermercado.
Lenin habla con el dueño del local y le cancela 800 dólares por una noche con
tanguita. Efectivamente ella no sólo era una bailarina profesional, también en
la intimidad sexual era una académica posgraduada, con adornos y figuras que no
se ven casi en ninguna parte. Ella se tomaba su tiempo en cada paso lujurioso
que le daba y lo hacía bastante concentrada. También lo adulaba y lo estimulaba
a seguir luchando en la vida. Lenin se fue tan contentó a su casa que ya había
decidido regresar, y Tanga lo animaba de sobremanera a que volviera a repetirse
el nocturno y moreno plato especial de pasión cruda con plumas de la boite, que
era una película porno en vivo. Casi se lo suplicaba. Además, 200 dólares de
propina son un lujo que pocos pueden costear y que la toplera los recibía
desnuda y gustosa, con sus tacones altos puestos y música y luces sensuales,
finalizado los perspicaces vaivenes. Lenin, al acostarse solo y algo bebido en
la cama de su casa, recordaba casi con lágrimas a Sacha, la bailarina del cielo
que no pudo tocar por ser pobre y a la que amó y deseó con sinceridad por unos
meses. Sacha era su otra utopía, la del proletario. Recordaba su cintura, su
trasero, su cuerpo sobrenatural, su sonrisa de actriz famosa y el abatido
poema. Sacha era el ángel intocable de una adolescencia romántica y prístina.
En Tanga veía a Sacha, y una voluptuosa y sana venganza. Ahora sí podía
cancelar al contado algunos placeres burgueses y de ricachones, sin enviciarse,
claro está. A pesar de su estrés y de que volvería con su bella Sara Esther en
menos de lo canta un gallo, y sin saberlo aún, visitó dos veces más a tanguita
y cortejó gratis un par de veces a algunas clientas risueñas y acaloradas que
siempre aparecen asombrosamente, desde la nada, cuando hay al frente una
billetera voluminosa y solitaria. Lenin no era feo. A Sacha la amó, a Tanga la
deseó. Con Sacha no tenía un centavo, con Tanga sí, y muchos. Con Sacha volvía
a su novelesca juventud, a su ingenuidad perdida, a sus ideales políticos hoy
agujereados por el mercantilismo. El destino es mordaz. No se llamaba Tanga
porque le gustara el tango, era en honor a la prenda de vestir y vino a Chile a
combatir la escasez. La infancia de Tanga en Medellín fue un tormento. Tanga
era su triunfante nombre artístico, que rebosaba de prestigio entre los
libidinosos parroquianos. Algunos pensaban que la tanguita era el mejor regalo
que se le podía hacer a un hombre en la república. Ser pobre y enamorarse de
una bailarina colmada de curvas es un número muy desconsolador. De una u otra
forma todos sufrimos y batallamos por subsistir intentando derrotar los sinsabores
y desaires del impredecible destino. Si esta ruta seguía, el divorcio era
apuesta segura.
Julio 1988
Desvinculándose de la soberbia y la necedad, Sara Esther se presenta en el
templo y conversa en privado en una de las bancas con la experimentada Marta,
que conjuntamente poseía estudios de sicología y teología, y había escuchado
miles de veces a mujeres relatando amargamente sus vivencias y dolores
hogareños.
-Hermana Sara Esther, ¿su marido ha vuelto a visitar a la morena? –consulta
quisquillosa y necesaria de parte de Marta.
-No, no lo creo hermana Marta. Está muy arrepentido por lo que hizo –lo expresa
con una dudosa certidumbre, que la delata.
-¿Está segura?¿De qué tipo de arrepentimiento me habla? Mire que los hombres no
aguantan mucho tiempo sin una mujer, y si usted abandonó a su marido por su
razonable ira, él está en esa lasciva zona de peligro. Si su marido se apasiona
con la morena u otra dama usted no lo volverá a ver, previo desastre. No piense
que él es casto o un mártir del amor – le señala a Sara que la ingenuidad en
estas circunstancias es nociva, y a veces irreversible.
-Bueno, si mi cónyuge se quiere ir con la morena o con otra, no creo que lo
pueda evitar. Por mientras me envíe la pensión de mi hijo y algo para su
manutención, todo bien. Tendré que trabajar y buscarme un hombre fiel. Yo soy
bonita –lo dice con una resignación y vanidad inconducentes, que inspiran
clemencia.
-Si la morena u otra vampiresa se convierte en la nueva dueña de casa en La
Ventajosa, usted se va a quedar sin pensión ni dinero, y la bailarina se va a
encargar, con su lujuria, de dejarla en calidad de indigente, con su hijo
incluido. Sí, puede evitar perder a su esposo, por medio de la gracia del
Señor. Perdónelo como el Señor la perdonó a usted. Por su orgullo herido usted
se va a quedar sin marido, sin pensión, sin casa y pobre. ¿Qué tipo de hombre
vas a encontrar casada y con un hijo? ¿Qué trabajo le va a dar el estilo de
vida que le da don Lenin? Por buscar un hombre eternamente fiel podrías
terminar casándote cinco veces, y sin éxito. Lo que usted debe hacer es tomar
posesión nuevamente de su casa. De repente la dama morena tiene trucos y
movimientos pélvicos que usted no posee y que debería aprender. El erotismo
persuasivo dentro del matrimonio es santo –Sara la mira casi asustada, porque
se supone que es puritana-. Recupere todo lo que perdió por su furia. Si usted
no es la ama de La Ventajosa otra morena o rubia o trigueña lo será, y muy
pronto, y usted pasará a la historia, Sara Esther. Espero que no sea tarde.
Pídale perdón a Dios Padre por su altivez y recupere al único marido que el
Señor le va a entregar. Dios no le da dos a maridos a una mujer, y menos si son
arrogantes, a excepción de algunas viudas. Muévase con rapidez y la astucia de
una víbora y cómprese ropa de cortesana –Marta por medio de una rotunda y
amorosa reprimenda pone a Sara en la carretera de la sabiduría, con un consejo
prudente y prolífico tras otro.
-Es exactamente lo que haré Marta y gracias –remata Sara, después que un rayo
furioso de sensatez y apuro cae sobre ella. El caso está cerrado: Sara Esther
no desmantelará su matrimonio por la iglesia y recuperará a su marido como sea,
desmarcándose de toda obcecación, con fe y rogativas impetuosas.
Agosto 1988
Sara Esther recordó los principios y la misericordia del cristianismo
auténtico. Y le pedía perdón a Jesús de Nazaret por su orgullo, bobería, cólera
y por sus palabras y actitudes pútridas. Valoró tremendamente las
amonestaciones de su madre y de Marta. La hija de Adela renacía. Ahora le
imploraba a Dios recuperar a su marido de una forma digna y segura, de ser
posible. Necesitaba una mano del mismo santo cielo. Sí, sumando y restando
Lenin era espectacular, un buen esposo y padre sobresaliente, y los maridos de
calidad escasean, son una bendición. Las tres mujeres de la casa oraban por lo
mismo, con pasión y sinceridad, con ayunos y fe en el Redentor. Y esa ayuda del
reino celestial llegó dieciocho días después. Israel
golpea la puerta de la señora Adela fuertemente, y atolondrado. La abre Sara.
-¿Qué sucede Israel? ¿por qué tienes esa cara de pánico? –pregunta una
impresionada Sara que no imagina lo que sucede.
-Señora Sara Esther, la ambulancia llevó a don Lenin a la clínica
“Torrelaguna”. Pensaban que era el páncreas y que se moría, pero no, era la
vesícula, por el estrés y su angustia. Lo operaron de urgencia. Tiene tres
agujeros por la cirugía y ya despertó. Está convaleciente y triste -explica un
desacoplado y desconsolado Israel por mientras Adela da un minúsculo grito del
susto.
-¿Y en qué te puedo ayudar Israel? –consulta una atenta y encubierta Sara.
-Cuando don Lenin despertó sólo quería verla. Por eso estoy aquí. Le ruego que
me acompañe a la pieza 117. Por favor, no se niegue. Don Lenin sólo pregunta
por usted. Está con una depresión aguda y emocionalmente quebrado. Por favor,
vaya. Le demando que no sea tan terca, que considere las circunstancias, por
favor. Mi jefe está muy mal, y si usted no va yo la secuestro, porque él
necesita verla. No permitiré que empeore –manifiesta un desgarrado y fastidiado
Israel, por la situación que pasa su patrón, al que estima sinceramente.
-Israel, por supuesto que iré contigo a la clínica. Espérame cinco minutos
–sentencia ella presurosamente, sin descontrolarse y tomando el timón.
Sara en tres minutos se pintó los labios, se peinó y se acicaló, con la
complicidad y asistencia de su madre y abuela, como si fuera una operación de
comandos. Nadie sabe como se subió a la camioneta con presteza en menos de
cuatro minutos y a ésta la estacionaron cerca de la clínica, en un lapso
brevísimo. Ella, escoltada por Israel y siguiéndolo, se dirigió con entereza y
raudamente a la pieza 117 y al ingresar se encuentra con el médico tratante de
frente, dando instrucciones. Todo sucedía vertiginosamente y sin distracciones.
-Disculpe doctor, ¿cómo se encuentra mi marido? –consulta ella con ansias y con
un Lenin que queda perplejo al divisarla.
-Señora, don Lenin se está recuperando maravillosamente. Ya le levanté el
régimen cero, así que puede comer gelatina. Mañana se lo lleva a su casa
–responde un médico que ya no ve ningún peligro y que se retira.
Sara Esther tomó la gelatina de frambuesa con determinación y suavidad y sin
consultarle a nadie comenzó a dársela a Lenin en la boca, cucharada por
cucharada, como muchas veces antes lo hizo. Lenin sobrecogido con la escena
optó por el mutismo y la obediencia. Israel estaba absorto y comedido.
Terminada la ligera alimentación Lenin osa hablarle a su esposa, con la voz
baja, pensando bien cada palabra y gesto, como transitando en la cuerda floja,
con viento.
-Sara Esther, estoy enfermo y me gustaría que tú me cuidaras, por favor –lo
señala como sentado sobre vidrios rotos y en tono suplicante, como un
flagelado.
-Lenin, no te preocupes, tu esposa te va a cuidar. Ahora descansa –Lenin
derrama unas lágrimas, sobre todo porque Sara Esther se veía tan linda como
siempre.
-Sarita, me gustaría que regresarás a La Ventajosa –era el ruego incesante de
un reo condenado que pedía la liberación de sus padecimientos, con humildad.
-Lenin, -se queda abstraída- acepto tu proposición –lo expresa lenta y
parcamente, sin darles más vueltas al asunto. Estaba ganando el juego sin mover
una pieza.
-Israel –que estaba parado en la puerta y atento-, lleva ¡de inmediato! todas
las pertenencias de Sara Esther y el chichito a la casa, antes de que termine
este día, y te apuras.
-Don Lenin, a su orden: voy corriendo –dijo un deportivo Israel, que ya se
subía al bólido a cumplir tan magnánima misión.
-Lenin, no grites de esa forma, que te hace mal –lo expresa Sara en su calidad
de enfermera privada y ama de casa resarcida.
A los cuarenta minutos después Israel ya empacaba todo, con la venia y alegría
velada de la madre y la abuela. Veinticuatro horas después Sara Esther y Josué
Salvador se instalaron nuevamente en La Ventajosa. El desorden y la suciedad
específicamente de la casa probarían que ninguna mujer rondó por ese sitio.
Israel le confesó con convicción a Sara Esther que don Lenin prohibió el
ingreso de hembras al segundo piso y que era casi un santo, y que soportó su
soledad como un apóstol. Eso tampoco ya tenía importancia. Lenin estuvo sin una
compañera casi medio año y nunca fue un apóstol del Dios Todopoderoso.
Demasiado tiempo. En todo caso las preguntas se acabaron y manos a la obra hasta
que el hogar quede reluciente otra vez. Sara Esther era la única dueña de casa
y patrona de don Lenin. Ella, tan decidida y orgullosa al principio, tampoco
disfrutó la soledad. Aprendió que sin su marido su existencia emocional y
cotidiana era un caos. Dormir sola noche trasnoche no fue un edén. A ella le
gustaba dormir semidesnuda al lado de su marido. Toda hembra quiere a un macho.
Punto. Ver que Josué residía en una casa sin su buen papá, tampoco era una
delectación. No es bueno que la mujer esté sola si lo puede evitar. El lioso
sumario amatorio a Lenin Farfán se cerró y aquí no ha pasado nada. Hay que dar
vuelta la hoja.
Octubre 1988
El esperado y determinante plebiscito del 5 de octubre de 1988 llegó. Si el
proceso se desenvolvía con normalidad, como finalmente sucedió, ganaba la
opción No, no a la continuidad de Augusto Pinochet como Presidente de la
República y todo lo que representaba. El Comando del No palpaba el triunfo, lo
escarbaba. Realizaron un trabajo político inteligente, histórico, pluralista y
pacífico. Se avivaron. La franja televisiva del No pasó a ser mítica y mística,
por su sabia, prudente y alegre producción. En el azorado Comando del Sí se
engañaban con figuraciones estrambóticas y en su franja televisiva sólo les
falto disfrazarse de Drácula. El Gobierno Militar nunca reconoció crímenes,
nunca tomó medidas para mitigar el tanto daño causado, nunca reconocieron
torturas ni asesinatos a los rivales políticos, nunca dialogó con la oposición
de cara al país, nunca tuvieron muñeca política, nunca practicaron la humildad
que el catolicismo de barrio predica, nunca entregaron cadáveres, nunca
colaboraron con la justicia y con la verdad, nunca cedieron, nunca pidieron
perdón, nunca repararon nada. La arrogancia sublime los dominó siempre. Es que
colaborar con el enemigo, con aquellos marxistas que destruyeron la patria y la
democracia no tenía sentido, y era casi una felonía. Un chileno bien nacido no
vende sus principios. La opción Sí a Pinochet era la de los patriotas
verdaderos, la de los que amaban a Chile desde el fondo del corazón. No había
motivos para pedir perdón o reconocer abusos. El despotismo emperifollado con
la bandera chilena en alto era su gran apuesta. Y si hubo algún exceso, fue en
defensa del emblema patrio y eso cualquier tarado lo comprende. En el Comando
del No era absurdo el concepto de amigos y enemigos, o el de patriotas y
antipatriotas. Sólo existían adversarios y eso no es escalofriante en ningún
sitio. El triunfo de la opción No fue rotundo y claro con un 55.99% y el fin
del Régimen Militar estaba a la vuelta de la esquina. Adiós dictadura, buenos
días democracia. La recia lucha en favor de los chilenos bien nacidos
finalizaba. La excelente macroeconomía y un país con proyecciones no fueron
suficientes. La inequidad era grande como el Everest, el país estaba dividido y
polarizado, y los ciertos atropellos a los derechos humanos por parte del
Capitán General se suponían que era una maniobra más del marxismo internacional
que lo quería denigrar por haber salvado a Chile de la nefasta cubanización que
se venía. Unos pocos apellidos eran los propietarios de esta sociedad anónima
llamada República de Chile. Los viejos, fogueados y mañosos estandartes de la
centro izquierda criolla volverían a La Moneda, legítimamente. La mañosa y
cruenta derecha económica gobernaría ahora desde afuera, manipulando al
presidente de turno con prebendas y amenazas veladas, con una constitución
política pinochetista que les permitía una siesta relajada. Reformas profundas
como la total nacionalización de la minería son un peligro para la esencia de
la patria misma, es demagogia. Por mientras no le rasguñen la billetera, al
faraón le da mismo la democracia, la dictadura, una monarquía o una teocracia.
Lenin, Emilio y Rebeca votaron No. Sara Esther votó Sí en silencio, sin pasión.
Todos estaban obligados a dar vuelta la página. Es que la competencia comercial
era cada día más dura y el quehacer político gratis es estéril y desgastador.
El más contento con las elecciones presidenciales y parlamentarias del año 1989
era Emilio porque estaba totalmente convencido de que el pueblo volvería al
poder, y se lo comentaba a Rebeca por mientras ésta intentaba contratar
informalmente a Inés como su primera trabajadora de la incipiente pastelería.
-Esposa Rebeca, con el retorno de la democracia desde el 11 de marzo 1990 el
pueblo volverá a gobernar en La Moneda, la libertad de expresión brillará otra
vez, los derechos de los trabajadores serán respetados, los parlamentarios le
van a hacer al trote las transformaciones de fondo a este maldito modelo
neoliberal que asfixia a los postergados. Las reformas estructurales se vienen
con todo, así que afírmate. Chile se reinsertará en el ámbito internacional y
la lucha por los derechos humanos no descansará ni un minuto –comenta un
dichoso Emilio.
-Emilio, la joven Inés está dispuesta a ser la primera operaria de nuestra
pastelería, pero exige un contrato de trabajo, previsión y el pago de las horas
extraordinarias cuando corresponda. Pienso que es demasiado y no lo aguantaré
–Rebeca habla como una empresaria primeriza compenetrada con sus metas
comerciales y con un ábaco afinado en la mano.
-Rebeca, por favor, intenta firmar un contrato de trabajo con Inés. Son sus
derechos. Es por lo que el pueblo ha luchado por tantos decenios en las calles
y en las urnas. Tenemos que respetar la dignidad de los asalariados –Emilio lo
pronuncia con una profunda certeza filosófica y una estola episcopal socialista
en el cuello.
-Muchacho generoso, y ¿quién se preocupa de mis derechos? Si le pago salud,
previsión y horas extraordinarias me voy a ir a la quiebra en un tris, antes de
empezar. Soy una microempresaria en pañales y mi flujo de caja sobrevive a
duras penas. Es nuestra primera trabajadora y tú la quieres malcriar. Le voy a
ofrecer el salario mínimo sin contrato, sin previsión ni horas extraordinarias.
Y si no le gusta que se vaya. Lo lamento mucho. Me gustaría tener un marido que
estuviera de mi lado, que comprendiera que mi único trabajo y sustento es la
pastelería, sin beneficios sociales y con utilidades que son exiguas, y que mi
jornada es la de un explotado burro de carga. Estoy batallando de lunes a lunes
por progresar, sin reposar. Con cualquier dinero adicional que reciba compraré
insumos, equipos,
infraestructura, tecnología, materiales. Cuando sea solvente me preocuparé de
la legislación laboral de la república, obviamente –Rebeca lo señala frustrada.
-Disculpa, soy un partidario de la histórica lucha social de los trabajadores.
La dignidad de los trabajadores es sagrada –Emilio insiste en sus profundas
convicciones sociales y éticas, con la mano en el corazón.
-Entonces con tu sueldo de profesor le cancelarás las horas extraordinarias y
los beneficios obligatorios a Inés, y yo le cancelaré el salario mínimo, y así
colaboras con un gramo de arena en la histórica lucha social – replica ella con
desagrado.
-Rebeca –su lengua se petrifica por unos segundos-, no lo pongas de esa forma.
Mi sueldo de la escuela es escueto, no me alcanza. Tú sabes que me estoy
reuniendo con otros profesores muy discretamente para marchar por las mejoras
salariales y beneficios sociales, cuando sea el tiempo adecuado –Emilio hace
una conmovedora apología a su billetera o capital.
-Emilio, tú no le quieres pagar y yo no le puedo pagar lo que solicita. O Inés
se queda bajo mis modestas condiciones o se va de inmediato –Rebeca levanta la
voz y ensalza sus principios mercantiles.
-Está bien, está bien, que sea como tú dices –Emilio desestima ya sus profundas
convicciones sociales y éticas, con una portentosa rapidez.
-Es extraño Emilio, cada vez que te tocan la billetera dejas de ser socialista
de inmediato, sin pensarlo dos veces. No es complejo ser solidario con el
dinero ajeno. ¿Cuántos socialistas son generosos con su patrimonio o
desprendidos con el mísero? ¿Qué te hace pensar que los empresarios
progresistas respetan a cabalidad le ley laboral? El empresario es lo que es
aquí y en la quebrada del ají –cree que el incoherente Emilio necesita una
reconvención.
-Por favor, no lo plantees así –a Emilio se le cae el credo, su filosofía
política, su historia personal, sus periplos, sus convicciones sociales, sus
marchas por la Alameda y su ética altisonante, y desenmascarado, se queda sin
nada.
-Es fácil ser un entusiasta solidario con el dinero de otros. Los empresarios
que son izquierdistas pueden ser tan explotadores y maliciosos como cualquiera.
Te sorprenderías lo miserable que es este perro mundo. El único líder es el
dólar –Rebeca lo remata con un balazo a su alma, un poco más calmada.
Lo que nadie le comunicó a Emilio, porque aún no ocurría, es que el centro
izquierdo político, que gobernó Chile por veinte años desde el 1990 al 2010 con
el nombre de “Concertación de partidos por la democracia” no modificó ni
modificaría el neoliberalismo, más bien lo exaltaba, entre gallos y medianoche,
con sofismas, gafas y rostros de mármol. Se vendieron totalmente al enemigo,
como una ramera borracha de barrio pobre. Adiós a las reformas estructurales,
que traerían consecuencias. Los cambios eran cosméticos y con el único
propósito de incrementar el número de senadores, diputados, alcaldes y
concejales, de su sector. El neoliberalismo es el capitalismo prostituido en
donde los millonarios se enriquecen mediante la usura, la especulación, la
colusión y la trampa, y en donde el Estado es reservista, como los jugadores de
fútbol que se sientan en la banca todo el tiempo. Puede convertir toda la selva
del amazonas en una alfombra de alquitrán, si es que es un buen negocio, y no
hay pecado. Y para lanzar por el desvío al eterno ciudadano crédulo, los
creativos progresistas de las comunicaciones diseñaron eslóganes alucinógenos
como “crecer con equidad” “gobierno ciudadano” “estar cerca de la gente” “una
agenda social vigorosa” “tus desolaciones confeccionan mi agenda” y otros
narcóticos. La centro izquierda nunca propuso formalmente estatizar toda la
minería, crear una Administradora de Fondos de Pensiones estatal, que los
trabajadores sean propietarios del sistema de salud privado en un 70% al menos.
Eso sí, en los discursos preeleccionarios lo prometían todo. Algunos hasta
hablaban de reformas al torcido modelo capitalista, glorificado por ellos
mismos. Al igual que la derecha, particularmente la gélida y sangrienta derecha
económica, eran capaces de todo, con el pertinente disimulo. Cualquier
analgésico demagogo servía. Los incautos eran los más leales. Lo importante era
ganar la próxima elección presidencial, municipal o parlamentaria, no soltar la
mamadera, profitar del Estado. La nueva y la vieja derecha tartamudean un poco
cuando en nombre de la justicia social se les solicita la estatización de las
riquezas naturales estratégicas del amado terruño o que los trabajadores sean
propietarios de la banca y de las macroempresas en un 50%, por ejemplo, a
través de un capitalismo popular fehaciente. Es que no les gusta fomentar el
genuino capitalismo nacional o plebeyo. En un porcentaje significativo, las
Administradoras de Fondos de Pensiones deberían ser de patrimonio de los
trabajadores, la salud privada también. Una clase obrera capitalizada compraría
acciones en la bolsa, de bancos, multitiendas y grandes empresas, fomentándose
así el capitalismo gigante y el popular, de un solo golpe, con la intervención
del Estado a favor de los postergados en estas operaciones financieras.
Alternativas que mejoren las condiciones de vida hay varias, mas la voluntad
política es nula a la hora de firmar o de mojarse el culo. Y como la izquierda
se ha derechizado, también tartamudea, aunque lo encubren tan bien, que la
galería los ovaciona sin más y vota por ellos con carteles de cinco metros.
Todos los medios y miedos se subyugaron al faraón o poderosos. La propiedad
privada absoluta a todo evento no es el Verbo encarnado, en el congreso
descompuesto sí. La codicia demencial es el Sinaí del neoliberalismo. La
esclavitud, con sus centenares de nombres y formas es inmortal. El que no cree
en el impasible mercado es un renegado. El invisible e impalpable chorreo es su
profeta. El chorreo es el cuento de un lobo disfrazado de oveja. La nueva derecha
y la nueva izquierda son gemelas, comen de un mismo plato. Son dos traseros en
un calzón. Son la misma prostituta con diferente minifalda. Una acribilla al
pueblo con la mano derecha y la otra con la mano izquierda. Sólo se visten de
dos colores ante las urnas, en el conteo de los escrutinios. Así, existirían
dos opciones distintas, con candorosos que defienden con enardecimiento y
banderines estas supuestas dos opciones políticas, que nunca han dejado de ser
vasallas de la elite. En Estados Unidos uno de los peligros era que el negro
aprendiese a leer bien, en aquellos años en que el demonio era el único amo. En
mi país la educación pública es de mala calidad intencionalmente,
planificadamente. Un chileno pobre bien educado es un ser pensante, un contestatario
ilustrado, un peligro multiplicador. Los intereses de la aristocracia
santiaguina no tolerarán a un agitador bien instruido parado en cada esquina.
La buena formación es un beneficio exclusivo de los establecimientos o colegios
privados. El postgrado cierto, en el extranjero, casi no visita la barriada,
que duerme el sueño de los injustos. Cada parlamentario es un saltimbanqui, un
actor de la comedia escrita sin piedad por los nuevos zares. La idolatría al
mercado por parte de los izquierdistas modernos es un espectáculo imperdible.
Tony Blair es el padrino de una de las hijas del multimillonario de las
comunicaciones Rupert Murdoch. Este manoseo impúdico debajo el ombligo entre
líderes izquierdistas “comprometidos” con el pueblo y heterogéneos millonarios
es más común de lo que se cree. El más anhelado objetivo de algunos
distinguidos izquierdistas o ex-revolucionarios es residir en el barrio alto,
al lado de los acomodados y pudientes y estar de esta manera alejado de las
barriadas, de los atorrantes, sin que nadie lo note, claro está, y darles así a
sus hijos una educación de niño holgado, con enmascaramiento. De Salvador
Allende sólo quedan algunas fotografías que custodian con celo. Las imágenes
del gran Che Guevara no faltan jamás, sería una procacidad. El intocable modelo
económico instaurado por Augusto Pinochet es el que pervive y reina por los
siglos de los siglos. Nadie puede publicar en primera plana que Chile en este
aspecto es pinochetista porque algunos estómagos se descompondrían y más de
alguien propondría un harakiri por el agravio. Y también muchos reconocen que
este neoliberalismo en democracia ha traído prosperidad y crecimiento, por que
no decirlo, aunque continúe siendo un escándalo, que nació en el centro del
infierno, que cien apellidos sean los dueños indiscutidos de la nación. Nadie
más juega. La satánica distribución de la riqueza es un dogma que no revisan ni
los socialistas ebrios. La excepción la componen los candidatos a cualquier
cosa y los que piensan que el crecimiento económico esquelético del modelo
cubano es una alternativa viable y veraz. Fidel, el súbdito adicto de la
U.R.S.S., es el tirano encantado y lúcido, en estos casos, la vela que ilumina
a los sandios y majaderos de siempre. El hambre y la falta de pluralismo en
Cuba tendrían razones profundas, excelsas. Chile es una sociedad de
responsabilidad limitada y los trabajadores participan de los costos mas no de
la rentabilidad. Los postergados de siempre continúan ahí, ahora con un fono
celular en la mano. Según Emilio seguimos siendo inquilinos, peones. El fundo
es de ellos. Con tal de no mezclarse con el populacho, lo adinerados construyen
sus casas cada vez más cerca de la cordillera, y allí entierran sus pecadillos,
sus licitaciones brujas, los sobornos de guante blanco, los desfalcos a la
amada patria, sus asociaciones ilícitas, sus salidas de madre, sus evasiones
hercúleas al fisco, sus prepotencias, sus contratos al estilo de Vito Corleone,
sus fechorías sensuales o impurezas de motel previas a la hostia y sus
desmanes. Al igual que en Estados Unidos y España y otros, los dos bloques
políticos existentes en Chile son de derecha en todo lo que sea economía y
concentración de la riqueza. Los demócratas, los republicanos, los banqueros,
los masones, la industria armamentista, las empresas multinacionales, la mafia
y algunas instituciones nacionales como la CIA y otras, forman una asociación
ilícita con el claro propósito de desvalijar a los Estados Unidos, con una
Biblia en la mano y membrudas apologías a su estatua de la libertad, cada día
más enmohecida, por la infamia.
Enero 1989
Eugenio Morales, un joven alto que asistía al templo metodista, de madre
mapuche, le pide a Sara Esther, a través de la señora Adela y el pastor, que
interceda ante el coronel Valladares. Morales le rogaba a Dios ingresar a la
escuela militar Bernardo O’higgins. Tenía todos los requisitos y ya había
postulado. Un impulso no estaría demás. Lo suyo era vocación castrense pura, un
don de Dios. Amaba a esa escuela de oficiales que no conocía. Era un patriota
entero, verídico.
-Lenin, el joven Morales, quien estuvo en nuestra boda y a quien conozco desde
siempre postuló a la Escuela Militar del Libertador Bernardo O’higgins. Toda la
congregación quiere verlo vestido de cadete. Tiene un excelente promedio en su
colegio particular, es basquetbolista y cumple con todos los requisitos y
aborrece a los marxistas y a todo lo que se parezca. Mide 1.83 metros. Por
favor, habla con tu amigo el coronel Valladares. Ayúdalo, por favor. Esta
bellamente entusiasmado.
-Bueno Sarita, lo intentaré. A mí también me cautivó el muchacho. Se le ve muy
contento –lo indica en calidad de flagelante y con sinceridad.
El coronel, amigo personal y cliente de Lenin, escoltado por fino un whisky
escocés, le señaló que el currículo del joven Morales era brillante, y que
respetando los protocolos hará algunas llamadas telefónicas y consultas. No le
prometió nada. Lenin pretendía éxito en la comisión. Por lo ocurrido en La
Tetera era un gustoso penitente permanente. Le era un agrado cumplir los deseos
de Sara Esther, cual vasallo, y a la que encontraba particularmente bella
cuando ésta salía del baño aderezada. Era un lelo que no se cansaba de verla. Además,
estaba convertido prácticamente en un millonario o algo parecido con una
Ventajosa gigante que tenía adentro heladerías, farmacias, centro de apuestas,
restaurantes rápidos y otros, más sus infaltables inversiones en la bolsa,
considerando la realidad económica del barrio y de la patria. Era un
especulador talentoso y muy intuitivo en la compra y ventas de acciones en la
bolsa de Santiago, y con información privilegiada a veces en una mañana ganaba
varios millones, descontando los sobornos o incentivos obligatorios del caso.
El camino recorrido desde el dogmático congreso de Chillán a hoy era anchuroso,
liado y sorprendente.
Marzo 1989
El 29 de marzo se instaura como el día del combatiente entre los rebeldes. El
modelo político le daba crecimiento y oportunidades al país, con un costo
social que obviamente pagaron los trabajadores. Las buenas variables
macroeconómicas que exhibía el régimen militar no se generaron de la nada. El
efecto de rebalse es una comedia negra. Otros creen firmemente que en
democracia hubiese sido imposible una revolución neoliberal de esta magnitud y
a este ritmo. Las grandes mayorías fueron eliminadas de las bendiciones del
esquema económico copiado por los Chicago boys a Estados Unidos, en una versión
autóctona y pintoresca. Algunas privatizaciones se efectuaron con las puertas
bien cerradas y determinadas empresas públicas fueron rematadas al peor postor,
sin piedad por el prójimo. La sempiterna derecha económica se terminaba de
adueñar de un país que ya le pertenecía, con la venia del Capitán General, al
cual lanzaron al tarro de la basura al primer percance serio, años después. El
Gobierno Militar fue leal con los empresarios. Los empresarios, al igual que
los anarquistas, no tienen patria, ni Dios, ni ley, ni ideología, ni lealtad,
ni alma ni nada. Su única divinidad es el dólar, o el euro, o lo que venga. De
entre los tantos marginados algunos se aburrieron de patear piedras, llorar y
de manifestarse apaciblemente. De los más vulnerables y humillados por el
beatificado modelo de desarrollo, ciertos jóvenes estallaron y manifestaron su
ira lanzándoles cualquier cosa a la policía, saqueando locales comerciales,
vociferando, maltratando la propiedad pública y privada. Estos adolescentes
eran y son una bomba de tiempo, manejados por mentes radicalizadas. Uno de
estos grupos de descolgó de las violentas protestas en la Villa Francia y
apareció con rabia esa noche en La Ventajosa, algo bebidos o drogados,
arrojando piedras y patadas a una de las cortinas metálicas del supermercado.
Lenin e Israel despertaron de inmediato e intentaron poner un macizo mueble de
protección. El jefe e Israel, con unos palos en la mano que nunca utilizaron,
resistían bien la agresión externa de los furiosos muchachos, al parecer de
perfil revolucionario. De repente, con una de las patadas se abre un forado de
unos treinta centímetros y Lenin queda expuesto a una eventual embestida. Sara
al ver a su Lenin en peligro enloquece, se trastorna. Deja a su hijo solo, toma
la pistola debidamente registrada del local que nunca ha sido percutida y baja
las escaleras como en un avión gritando en la débil oscuridad: ¡váyanse de
aquí, ratas sucias, no fastidien a mi marido! ¡los voy a matar a todos, perros
miserables!, más otros epítetos irreproducibles. El primer disparo lo lanza al
techo desde adentro, por mientras corría, producto de su crisis nerviosa. Abre
la puerta que da a la calle sin precaución alguna y dispara cuatro balazos
hacia arriba sin apuntar bien ni medir consecuencias. Avanzando unos treinta
metros y gritando: ¡al que vea lo mato! Los alborotadores se disipan, al
escuchar el primer balazo. En eso llega la policía con su bulliciosa sirena y
se bajan preocupados, parapetándose, debido a los disparos. Un estupefacto
Lenin les hace estruendosas señas a los policías uniformados y les grita: ¡todo
está bien! ¡calma, calma! El capitán Jorquera se acerca remisamente a la
cortina deteriorada, con sus patrulleros, bien armados. También lo hacen una
neurasténica Sara Esther y un asombrado Lenin, que busca una postura digna.
-Señora, ¿qué tiene debajo del chaleco? – consulta un atento capitán, al ver
que ella algo escondía sin sutilidad alguna.
-Una pistola señor –contesta una aterrorizada Sara Esther, abrazada por su
esposo en todo instante.
-Tome el arma con su dedo pulgar e índice y me la entrega, pausadamente –pide
el capitán, con impavidez, por mientras un patrullero tiene su dedo en el
gatillo.
-Tome señor, aquí está la pistola del local comercial –responde Sara.
-Está debidamente inscrita oficial –acota Lenin.
-Señor, detálleme lentamente lo ocurrido –le solicita Jorquera a Lenin.
-Capitán, yo soy el dueño del supermercado y esta heroína es mi esposa Sara.
Unos bravucones intentaron destruir la cortina del local, por esa aberración
llamada día del combatiente. Mi esposa se asustó en demasía porque quedé al
descubierto, tomó el arma, bajó la escalera audaz e irresponsablemente y en
pánico, y disparó varias veces, por defender a su familia y nuestro patrimonio.
Su valentía fue increíble –contesta un orgulloso y a la vez algo avergonzado
Lenin.
-¿Mató a algún vecino o a algún gato, aparte del foco de la luz que voló?
–pregunta el capitán de los carabineros con un demarcado sarcasmo.
-No, capitán, no lo creo –contesta otra vez Lenin, algo desorientado, por
mientras los patrulleros miraban por todos lados, con avidez.
-Señora Sara, lo que hizo fue delicado y peligroso, mas la felicitó. Si todos
actuaran como usted con estos rufianes, Chile no necesitaría de nosotros –lo
expresa con una sonrisa irónica que ya parece carcajada-. Señor dueño del
supermercado, usted es un afortunado. A cualquier varón del globo le agradaría
tener una esposa como la suya, que arriesga su pellejo por lo que ama.
-Sí, capitán, soy más que un bienaventurado. Esa es la pura y santa verdad –
concluye un cabizbajo Lenin, que fue socorrido por su esposa.
-Estimado don Lenin le devuelvo la pistola –que descargó previamente-, y le
pido que la aleje de su esposa, o si no podría comenzar la tercera guerra.
-Eso haré capitán –responde Lenin, con una mueca de complacencia.
Algunos vecinos que escucharon gritar a Sara salieron de su casa para
aplaudirla en público. Un médico atendió a la atribulada esposa con calmantes y
también esa noche llegó el pastor y oró al Señor por todos y no pudiendo creer
todo lo que había ocurrido, todo lo que había protagonizado la devota Sara,
conversa con Lenin. Todo Lo Prado comenzó a comentar con asombro y socarronería
la valerosa reacción de Sara Esther, a la que algunos ya llamaban la
“wonderwoman”, cariñosamente. El capitán Jorquera y sus patrulleros se subieron
al furgón y se doblaban de la risa y contaron la anécdota por años, como muchos
vecinos.
-Don Lenin, lo que hizo Sara fue extraordinario. Es evidente que Dios le dio la
fuerza y el arrojo para defender a su familia y propiedad. Su esposa es una
hija del Señor, una mujer extraordinaria, como en algún momento se lo comenté.
Con una mano sobre la Escritura, usted debe agradecerle a Jesús Nazareno.
-Sí, pastor, le agradeceré esta noche a Jesús por la virtuosa esposa que me
regaló, sin yo merecerlo. Terminantemente Sara Esther es un tesoro invaluable.
-Extraña forma la de acercarse al Redentor la suya. Los caminos del Espíritu
Santo son insondables. El Padre está usando este complicado episodio para
golpear la puerta de su corazón, espero que escuche su llamado.
-Tendré en consideración sus palabras. Muchas gracias por venir a estas altas
horas de la noche a orar a Jesús por mi venerada Sarita. Si necesita algo,
pídamelo.
-Don Lenin, con lo ocurrido esta noche usted queda moralmente atado a su
esposa, por siempre. Le repito, Sara es hembra de un solo hombre, y ha
demostrado de sobremanera que está dispuesta a morir por usted y por los
retoños que el Señor envíe. Cuando corresponde, ella es una fiera indomable.
-Comprendo a cabalidad sus palabras, como nunca antes. Sara Esther es la mejor
mujer del planeta, y es mi esposa, y puede ser más ruda que un boina negra por
defender lo suyo. No le voy a refutar eso de fiera indomable –caen diminutas
lágrimas por sus mejillas. Posteriormente Sara también le pidió perdón a Jesús
en el templo por los vocablos deslustrados pronunciados en su momento de
desesperación cuando estaba disparando el arma. El pastor le señaló que no se
preocupara más del asunto y que le pidiera al Dios Padre que proteja a su
familia, a toda hora y en todo lugar. La lengua traiciona a cualquiera,
incluyendo a los inmaculados y reverenciados.
Abril 1989
Por un contacto que hizo Lenin con un coronel amigo al que le consultaba y
cotizaba llaman a Rebeca desde el casino de oficiales del Ejército de Chile,
para que en su calidad de banquetera le celebre el cumpleaños al general
Olivares. Ella llevó las tortas, los vasos, las servilletas y todo, y a Emilio
como garzón. Era una oportunidad conquistar más clientes en su ampliación de
giro y le recalca a su esposo idealista lo de siempre, con dibujos animados.
-Emilio, a estos oficiales y sus esposas los vamos a tratar como a príncipes.
Si al general Olivares le agrada mi servicio, mi sonrisa y mis tortas,
incrementaré mi facturación mensual. No hables de política ni con la mente, por
favor –le ruega una Rebeca que conoce sus desvaríos ideológicos.
-No te preocupes, te ayudaré en ganar al general como cliente. Eso sí, no le
sonrías demasiado. Tú eres bella y tu sonrisa un peligro latente.
-Gracias por lo de bella, deberías decírmelo más seguido, y mirándome a los
ojos.
Maximizaré la rentabilidad de mi sonrisa, sin sobrepasarme –remata una maciza e
irónica microempresaria que jamás se agota.
La celebración del cumpleaños del general fue espectacular. Todos se extasiaron
con las disímiles tortas de la talentosa Rebeca. Los garzones Emilio y Rebeca
se comportaron tan bien, que el propio general Olivares, amigo personal del
general Pinochet, los felicitó personalmente. La sonrisa de Rebeca siempre es
provechosa y la unidad de adquisiciones del Ejército de Chile tiene ahora un
nuevo proveedor, como lo es La Ventajosa. Emilio y Rebeca se amaron hasta el
final. Él continuó siendo profesor y microempresario el fin de semana y los
días feriados, acompañando a su incansable Rebeca. Con los años prosperaron y pudieron
planificar una verdadera luna de miel en un buen hotel de Arica, cerca del sol,
la playa, el desierto y sus valles, y visitar el lago Chungará y el Machu
Pichu. Rebeca amó al sano y buen Emilio todos los días de su vida.
Julio 1989
Después de la sonora reconciliación, Sara se puso en campaña para darle un hijo
más a Lenin, que incluían más plegarias y obscenidades en la intimidad a
destajo. Ella mimaba a su marido con más intensidad que en su primer mes de
matrimonio. Lo de Lenin y Sara era una nueva boda, una segunda luna de miel.
Desde el punto de vista de ese cristianismo puro, no maleado por fumadores o
liberales, ella se convenció más que nunca que la familia era sagrada y que el
matrimonio era una institución divina. Lo que Dios ha unido no lo separará el
ser humano o la legítima furia destemplada de una esposa magullada por las
veleidades del casamiento. Ella amaba a Dios, a la iglesia, a la familia, a la
patria, a los canarios, a los perros callejeros y a los militares
profesionales, con sinceridad, y no con palabras vacías o discursos
enmarañados. Rebeca transitaba también por esta profunda vía, con algunos
matices distintos. En la mañana del 17 de Julio de 1989 nace en la clínica
Torrelaguna la señorita Priscila Isabel, pesando un poco más de tres
kilogramos, con ojos claros y una excelente salud. Lenin no podía creer la
hermosura suya que tenía frente a sus ojos. Era bella como Sara Esther. Su
rostro era el de un papá deslumbrado. Estaba anonadado con la bendición de la
mejor hija del continente americano.
Diciembre 1989
Caído el Muro de Berlín algunos marxistas o exrevolucionarios llenaron sus
almas dedicándose con ímpetu a la aprobación del aborto, del matrimonio
homosexual y otros ideales. La idea es excluir a Dios del quehacer terrenal nuevamente
y de esta forma asegurarían otra vez un nuevo fiasco. La moral objetiva es una
carga innecesaria. Dos adultos de un mismo sexo pueden casarse, haciendo uso de
sus derechos civiles y libertades individuales. También van a permitir que un
musulmán se case con las tres mujeres que ama y con las cuales ya tiene ocho
hijos, en nombre de esa misma libertad individual. En respeto a los sacrosantos
derechos individuales se aprobarán la poligamia heterosexual, bisexual y
homosexual, subordinados a la diosa libertad. Un ser humano mayor de edad se va
a poder casar con dos hombres y con dos mujeres a la misma vez, y si la
relación es consentida también se autorizará el matrimonio entre familiares
cercanos o directos, como guinda de la torta, y más, desligándose la sociedad
de un leñazo de todo conservadurismo retrógrado. En nombre de la sagrada
libertad se canonizarán en el Servicio del Registro Civil el homosexualismo, la
poligamia, la poligamia mixta, el incesto, la zoofilia y lo inimaginable.
Inclusive, un hombre libre podrá vender su libertad al mejor postor y hacerse
esclavo libremente, por una decisión personal que nadie perforará, en nombre de
la libertad individual. En esta novedosa y libertina atmósfera, la legislación
sobre el o los divorcios y la adopción de menores será un enjambre de nudos
ciegos. Un homosexual adulto se va a poder casar con un joven de 15 años de
edad, si sus padres lo autorizan. Ser un progresista consecuente hasta el final
del camino no es fácil. El nuevo fundamentalismo religioso o confesional se
llama secularismo y Lenin no participará de él a plenitud. Con el aborto
convirtieron el vientre de una mujer en un patíbulo que no descansa un minuto,
en nombre de la libertad. Hay que respetar el derecho reproductivo de la mujer
por sobre el derecho de nacer. El derecho del más fuerte, o el de la más
fuerte, aplasta el derecho del más débil, del que no se puede defender ni
inscribirse en un partido político o en una organización que lo ampare. Cada
progresista decidido es un ayatolá de su credo, con la frente en alto. De las
reformas estructurales de fondo simplemente se olvidaron y pareciera que el
socialismo fidedigno es sólo un mal recuerdo, una punta de lanza de la
inmoralidad objetiva. Se ensalzarán las libertades personales aunque no quede
piedra sobre piedra. El laicismo es un Estado teocrático, con la libertad
individual como el supremo dios. Los bebés que no fueron abortados celebran el
día internacional del niño con vigor, gritos, loas, letreros y marchas. El
secularismo es el único becerro de oro, el materialismo es el opio de los
pueblos. Los progresistas ganan en las urnas batalla tras batalla,
fidedignamente. La libertad personal va a ser adulada hasta que el mentado
Apocalipsis nos golpee la puerta con un tanque blindado moderno y molestoso, o
algo similar. Un progresista apagará el último interruptor en el último día,
pensaba Sara, en su hermenéutica de los últimos tiempos, desde su visión
confesional de la Escritura.
Febrero 1990
Aunque es delgada y acinturada, Sara Esther asiste a un gimnasio regularmente
con el propósito de mantenerse en forma y aprender bailes árabes y sensuales.
Con el estímulo de su madre le preparaba una sorpresa libidinosa a Lenin, a
pesar de que era muy erótica y movediza con él, gracias al Kama-sutra, las
plegarias y otros, siguiendo los consejos de Marta y de algunos sexólogos. El
democratacristiano y prestigioso Patricio Aylwin se prepara como el próximo
presidente del país, con algunos viejos cracks algo sedientos de poder, e
inicia el proceso de normalización en las instituciones republicanas. Su
primera misión gubernamental era entregarle la banda presidencial a un hombre
elegido por el pueblo cuatro años después, con el desasosegado Augusto Pinochet
Ugarte en la Comandancia en Jefe del Ejército. Don Patricio, unos de los
patriarcas más respetados por todos, no condenó el golpe de Estado de 1973 de
inmediato, es más, algunos lo acusan derechamente de golpista. El 9 de febrero
era el cumpleaños de Lenin y en un escenario improvisado, a media luz y después
de una cena ligera, la improvisada bailarina nocturna le dice a su marido que
la espere un momento. Una mujer al cumplir treinta se complicaría entera.
Aparece en la yema de la siquis una crisis, que es superable. Se mira desnuda y
con ropa en el espejo desde todos los ángulos. Se cuestiona su futuro, el
matrimonio, su cintura, el trasero, las piernas, los senos y más. Se siente un
poco más vieja y no sabe si es la misma de ayer. Las arrugas y las canas las
cuenta de a una, que en todo caso eran muy pocas, casi nada. Se compara con
otras mujeres. Busca un nuevo vestuario. Intenta renovarse. E ingresa Sara
Esther al hogareño escenario vestida de mesalina y le habla, pestañeando con
bríos.
-Hola guapo, yo soy la prostituta –se vistió como tal- más cotizada de este
lugar, ¿te gustaría que te baile, con mi pezón en tu boca?
Puso la sensorial música y bailó carnalmente, lo que había ensayado con afecto,
desvistiéndose lentamente. Él, de pie y bailando también un poco, gozaba del
espectáculo artístico y conyugal. Él se gozaba con todo lo que ella se
preocupaba por el matrimonio, sus hijos y el negocio. Terminado todo, y antes
de caminar hacia la habitación ella le pregunta un poco obsequiada y levemente
deprimida:
-Lenin, en diciembre cumplo treinta años. ¿Me amarás mañana, el próximo
decenio, cuando cumpla medio siglo de vida y más?
-Sara, a tu repetida pregunta siempre le respondo lo mismo –le contesta
románticamente y con rubor.
-Lenin, dime que me amas mirándome a los ojos, sin parpadear, por favor –ella
le ruega dulcemente, y él se ruboriza.
-Sara, tú sabes que soy tímido y lo que siento por ti –replica un sonrojado
Lenin.
Al otro día Lenin le compra cien rosas rojas con una tarjeta grande que decía
“una rosa por cada año de nuestro matrimonio” más el infaltable oso de peluche,
que ella ya los coleccionaba en una pieza aparte. Sara lloró en el baño, de
gozo, con la complicidad de su madre. Amaba a su Lenin, a morir, a ese Lenin
que estuvo a menos de un metro de perder. A un buen marido hay que cuidarlo con
una metralleta, todos los días, dicen las expertas en el área de la vigilancia.
Junio 1990
Instalado ya el nuevo gobierno elegido por el pueblo chileno desde el 11 de
marzo de 1990, Emilio sufre su primera decepción porque los ministros y
parlamentarios oficialistas, de la centro izquierda, ni siquiera hacen anuncios
de las tan famosas y esperadas reformas estructurales. Se les ve cómodos en sus
sillones y en el poder. El largo discurso presidencial oficial de mayo de ese
año sólo trajo la verborrea clásica repleta de buenas intenciones y anuncios
populares. En La Ventajosa estaban Lenin, Sara Esther y la señora Adela y en
forma repentina ingresa al hall del primer piso un Eugenio Morales vestido con
una impecable tenida de cadete de la escuela militar. Las dos mujeres lanzan un
grito controlado, de complacencia, y el joven se dirige hacia don Lenin con
gallardía.
-Don Lenin, venía a agradecerle personalmente por todas las molestias que se
tomó en favor de mi ingreso a la Escuela Militar. Le traigo este insignificante
regalo. Le obsequiaría la fotografía autografiada de mi general Pinochet –la
muestra complacido y discretamente, bromeando un poco-, pero es demasiado
insigne para mí. Le comunico que en la Escuela soy un muy buen corredor y un
excelente alumno.
-Estimado Eugenio, nada agradezcas. Lo que me pida mi esposa trato de hacer.
Cuando te cases me entenderás -esboza una sonrisa socarrona-. Te ves muy bien
con ese impecable uniforme. El coronel Valladares también me mostró orgulloso
una fotografía con el general Pinochet y creo que le hizo una ampliación de
tres metros por tres –ríe-. Espero que seas un buen general del Ejército de
Chile. Veo que conservas el enardecimiento del principio.
-Gracias Sara Esther y señora Adela por ayudarme a vestir este uniforme, que es
lo mejor que le puede ocurrir a un hombre chileno –dice Morales con bizarría.
-No faltaba más. En la congregación estamos todos dichosos que por primera vez
uno de los nuestros ingrese a la hermosa Escuela Militar. Que Dios bendiga a
todos nuestros uniformados, sin excepción –expresa Sara Esther, con orgullo.
-Don Lenin, que Jesús de Nazaret le bendiga a usted y su familia –dice un
agradecido Eugenio Morales, que pinta para general de la república.
-Que le vaya bien mi teniente. Cuando sea coronel espero que sea mi cliente –lo
expresa Lenin con un agrado irrefutable y mirando el futuro.
-Así será don Lenin. Le compraré todo lo que venda. Usted va a ser mi proveedor
predilecto –concluye el cadete, sonriendo.
Mayo 1995
El empleador Lenin Farfán asiste voluntariamente a la inspección del Trabajo de
Lo Prado. Fue demandado por diez extrabajadores de La Ventajosa por el no pago
del feriado legal, desahucio y horas extraordinarias, entre otros. Como corre
en contra del tiempo, el demandado no acudirá con un buen abogado que intimide
a sus ex operarios, así que lo hará personalmente, intentando buscar el mejor
acuerdo posible con los curtidos fiscalizadores del Estado.
-Se llama al representante legal de La Ventajosa y a los diez demandantes a la
oficina tres –señala el inspector Torres por altoparlante.
Ingresan al despecho Lenin Farfán y enrabiados y humillados diez exoperarios
comandados por María Adelina, la marujita, que era la única sin ningún miedo.
-Señor Farfán, le entrego un detalle escrito de las horas extraordinarias,
gratificaciones, horas ordinarias y desahucios impagos, más otros ítems
menores.
En Chile la jornada de lunes a domingo es anormal –hace hincapié el inspector,
de cuero duro y con años en el circo.
-Señor Torres, yo también trabajo de lunes a domingo sin descanso y cuando
contrató a un colaborador le explicó sin ardides las características del
negocio y las complicaciones de éste –señala Lenin con una dudosa convicción y
el rostro severo, como esperando un cachiporrazo jurídico.
-Don Lenin, da la impresión que jamás en su vida usted ha oído hablar de los
derechos de los trabajadores de esta nación. Todas las horas extraordinarias se
deben cancelar sin cálculos antojadizos, todas –recalca un acostumbrado Torres
a estas lides y a empleadores cicateros.
-Inspector, tenga cuidado que este negrero nunca paga nada. No sabe lo que es
lo correcto y cree que los aprisionados operarios son esclavos. El señor Farfán
es el clásico explotador santiaguino –acota la enfadada marujita, que demandaba
desembarazarse también.
-Señora María Adelina, cuide el lenguaje –ordena Torres.
-Disculpe inspector, es que cada vez que veo a un aprovechador, a un abusador
del prójimo, me irrito –afirma la marujita firmemente, descargándose otra vez.
-Inspector, yo soy un emprendedor con serias dificultades en mi flujo de caja y
le pediría que autorizara un descuento porque el monto a pagar es abultado
–solicita mansamente el empleador del supermercado.
-No, no es posible un descuento porque la actual legislación laboral obliga al
representante legal a cancelar a tiempo todo lo demandado por estos diez
trabajadores que usted despidió injustamente en los últimos seis meses. Esto no
es una subasta. Si pretende acudir a los tribunales de justicia, no le
conculcaré ese derecho –indica con claridad un estricto Torres.
Un juicio laboral puede durar más de un año y no hay tiempo para Lenin, aunque
sabe que lo puede ganar.
-Lo que sucede es que el ritmo del trabajo en La Ventajosa es tan duro que es
por eso que tengo una elevada rotación de personal. No todos la soportan. ¿Es
correcto pagar una hora extraordinaria al jornalero que se atrasó en su trabajo
o fue negligente? Todos los meses ingresan y se van varios –lo expresa Lenin
como disculpándose por sus reiterados despidos de operarios.
-Sí, es lo correcto que pague, además de ser una obligación hacerlo a tiempo, o
se expone a multas severas –reitera Torres, que conoce la ley laboral de
memoria y las triquiñuelas patronales.
-Lo que realmente sucede es que a usted no le molesta humillar al hombre pobre,
al proletario –señala una encolerizada marujita.
-Señora María, termine con este tipo de interrupciones, por favor –reitera el
inspector, otra vez, a la enfadada dama.
-Señor Torres, está bien, cancelaré con un cheque ahora todo lo adeudado y
actualizaré desde mi oficina el pago pendiente de todas las leyes sociales y
beneficios pendientes, y de esta forma le demuestro con hechos mi correcta
actitud. No tengo tiempo ni el ánimo para asistir a los tribunales de justicia.
No es mi estilo de trabajo –recalca Lenin con gravedad.
-Entonces el caso de La Ventajosa está cerrado –remata Torres.
-Inspector Torres, este miserable de Lenin Farfán paga lo que debe porque va a
recibir un importante premio, sólo por eso. Fue elegido el empresario del año y
no es un chiste o una pulla –acota una marujita bien informada.
-Por favor, retírense todos de mi oficina, la demanda concluyó -ordena Torres.
Retirándose Lenin por la escalera de la Inspección del Trabajo la marujita le
entrega a su ex patrón un mensaje postrero, desde el fondo de su corazón.
-Lenin Farfán, eres un negrero fascista y toda la comuna se enterará. Te vamos
a desenmascarar –remató así la marujita el episodio de los finiquitos y
beneficios sociales impagos del supermercado La Ventajosa.
Este fue un gritó que los desahogó a todos y descomprimió ese tenso ambiente
que se germinó por los atropellos de Farfán a los derechos primordiales de los
trabajadores. El desahogo de la marujita interpretaba la frustración de muchos
trabajadores y echados chilenos, que con una alta cesantía en toda la
república, estaban atados a los caprichos y fechorías de los empleadores
mezquinos, que eran la mayoría y vivían su edad de oro. El capitalismo salvaje
es el rey con corona.
Junio 1995
Después de cancelar tardíamente algunos finiquitos y otros beneficios
pendientes por el valor que realmente corresponde a algunos de sus trabajadores
despedidos injustamente y algunas multas ante la Inspección del Trabajo, ya
está en condiciones de aceptar de parte de la Ilustre Municipalidad de Lo Prado
y la asociación de empresarios el premio al empresario emprendedor del año y
dar una entrevista en la radio Pesebre. Lenin fue generoso en la campaña de las
pasadas elecciones municipales y es uno de los proveedores favoritos de Lo
Prado y de otras comunas. El alcalde y los concejales lo piropean. Como experto
en capturar clientes no mira colores políticos, ni sociales, ni religiosos, ni
nada. Todo aquel que esté dispuesto a comprarle, es su entrañable amigo. Lo demás
es humo y charlatanería juvenil. Ingresa calmo a la radio y el periodista
inicia la entrevista.
-Don Lenin, ¿cómo un hombre que fue pobre, de Lo Prado, termina siendo un
exitoso y reconocido empresario en casi toda la capital?
-Lo más importante es poseer una visión, un sueño aterrizado. Yo todos los días
me levanto muy temprano, trabajo duro de sol a sol, casi sin descanso. Soy
ahorrativo, laborioso y austero. Vigilo con responsabilidad diariamente mi
estructura de costos. Estoy buscando incansablemente nuevos clientes, nuevos
productos, nuevos puntos de venta. Nunca me rindo. Si me caigo diez veces, me
levanto once. Vivo y muero por mi negocio. Estoy consagrado a mi supermercado y
a las otras inversiones –contesta calmo y claramente seguro de sí mismo.
-Señor Farfán, el Ministro del Trabajo del Presidente Frei Ruiz-Tagle, está
empecinado en el cumplimiento de toda la legislación laboral vigente. A usted,
¿qué le parece esta actitud política?
-Respetar las reglas del juego es determinante. Soy un fuerte partidario de que
los empresarios deben ser rigurosos en el acatamiento de los derechos de los
trabajadores. Esta patria la construiremos entre todos. Nadie sobra. Uno labora
con ellos, no en contra de ellos. Con mis trabajadores mantengo un diálogo
franco y directo. Son el pilar fundamental de todo negocio o emprendimiento –lo
expone como exhortando, a esos humildes y esperanzados oyentes.
-¿Qué opina usted de las reformas laborales?
-En política se debe actuar con responsabilidad. Si unas reformas laborales
pactadas y moderadas se aprueban por mayoría, estoy de acuerdo – es una
respuesta de buena crianza.
-¿Qué piensa de la estatización de empresas que fueron del Estado?
-Mantengo un elevado e indisoluble respeto a la propiedad privada, mas no me
opongo a que se revisen algunas extrañas privatizaciones que pudieron existir
en el gobierno del señor Pinochet –no se quiere meter en las patas de los
caballos.
-¿Cuál es el rol de la empresa privada?
-La empresa privada es el motor de la economía, el alma máter del progreso. Es
importante que aumente el número de propietarios y no de proletarios. El
empresario posee la responsabilidad moral y social de generar empleos y
riqueza, de pagar sus impuestos. Hay que fomentar el emprendimiento, excluyendo
cualquier sobrecarga ideológica, sobre todo ahora que el muro de Berlín ya no
existe. Los canónigos del estatismo están obsoletos. El Estado debería
participar lo menos posible –lo expresa como un arzobispo del mercantilismo,
supuestamente bien interpretado.
-¿Qué opina de las utopías políticas que pregonan algunos jóvenes?
-El derrumbe del muro de Berlín aplastó muchas utopías políticas. Prefiero el
pragmatismo y enfrentar la realidad como es, como viene. La mejor utopía es el
progreso mediante el trabajo duro y la iniciativa – se independiza de su
historia personal y de los decenios de la dura lucha social en un tris.
-Y ¿sobre la familia?
-La familia es la columna fundamental de la sociedad. Todo nuestro pensar y
hacer, nuestras alegrías y tristezas, se desenvuelven en una familia. Hay que
legislar a favor de la familia, del matrimonio – es un conservador
irreconocible.
-¿Qué le parece que Augusto Pinochet sea aún Comandante en Jefe del Ejército?
-Bueno, es una realidad jurídica irreversible que todos debemos asumir hasta la
total normalización de la institucionalidad democrática. En lo personal más me
preocupa que el hombre pobre encuentre un empleo y que la economía crezca a
buen ritmo, hasta superar la marginación y los campamentos –da otra respuesta
cliché.
Junto con la premiación, Lenin fue invitado también con su esposa a un
tradicional almuerzo de lujo a la Sociedad de Empresarios. Esta vez él era una
de las estrellas laureadas. En el exclusivo club La Cúspide los garzones
servían una exquisitez tras otra y tragos exóticos. Antes de tomar asiento,
Lenin divisa desde el refinado balcón un Santiago muy distinto. La capital del
país ahora era sólo un gran mercado, con políticas económicas neoliberales
claras y convenientes que abría las más disímiles alternativas comerciales e
industriales, con serías posibilidades de convertirte a mediano plazo en un
empresario internacional. Si le vendía a cada santiaguino uno o tres de sus
productos en un futuro cercano su fortuna personal sería cuantiosa e
incalculable y podría comprarse la mesa directiva completa de cualquier partido
político u organización e inclusive hacer alguna reservación de primera clase
en el santo cielo, adquiriendo sacramentos u ordenanzas puras. La Alameda ya no
es el lugar romántico y natural de encuentro de la lucha de las fuerzas
contestatarias. Hoy es simplemente la principal arteria capitalina que se
dedica a transportar millones de mercaderías, insumos, bienes muebles, activos,
valores, trabajadores y asesores. Con rayos del pasado que vienen a su mente,
jamás se ha desvinculado del gobierno popular del Chicho. Y no es que no lo
quiera, simplemente no puede. Es como un karma, una especie de fantasma que lo
interpela. Son chisporroteos potentes y esporádicos en su melancólica alma, en
la cuales aparecen vívidamente Allende, las marchas revolucionarias, las peñas
folclóricas, los cordones industriales, las paralizaciones, la agitación
universitaria sesentera y setentera y más. La agenda de la Unidad Popular es un
componente de su ser. Su corazón vuelve a la Alameda allendista, con el flaco
Fernández al lado de él, gritando por una genuina reforma agraria, por la
anhelada estatización de la banca, por la educación nacional unificada o por lo
que sea. A veces sentado en su automóvil o en La Ventajosa ve al flaco y a sus
antiguos compañeros pararse frente a él con carteles marxistas y gritando a
todo pulmón. Todo es en un blanco y negro paranoicos. Son espectros que
apesadumbran su sesera seguidamente. Entre los distinguidos comensales figura
el infaltable presidente de los empresarios de la región metropolitana y de
toda la patria, don Agustino Casiux, amigo personal y devoto del expresidente
Augusto Pinochet Ugarte. Sin la presencia del Don, ningún evento relevante
empieza. Don Agustino llega en su Mercedes Benz del año y uno de sus
secretarios privados lo acompaña a su mesa en donde saluda a Lenin y a una
nerviosa Sara Esther con alguna informalidad, porque el Don es muy afable y
simpático. Pide que retiren un cenicero que ve cerca de un florero lejano.
Nadie osará fumar delante de su presencia, y en su territorio a nadie se le
ocurriría insinuar una mínima interpelación a Augusto Pinochet, el hombre y
enviado de Dios que salvó a la patria de la lepra del marxismo y sus aberrantes
consecuencias como la demagogia, la improductividad, la irreverencia, la
opresión, el resentimiento, la inflación, la pobreza, el ateísmo y cien mil
más.
-Don Lenin, lo felicito por su galardón. He sabido que usted es un hombre de
esfuerzo, que empezó de cero. Da gusto ver nuevos talentos –dice un magnánimo
Agustino, al que todos escuchan con acatamiento y en silencio.
-Muchas gracias por sus palabras don Agustino, usted es un modelo a seguir –se
sentía un proletario sucio al lado del Don-. En mí todo ha sido trabajar muy
duro, de lunes a domingo. Es un honor conocer a una leyenda viviente como
usted. No soy digno de sentarme en su mesa -le contesta un impresionado y
humilde Lenin.
-Sí, don Agustino, mi esposo trabaja dieciséis horas diarias y sólo sueña
parecerse un poquito a usted porque es muy inteligente, y cordial. Es todo un
agrado y un sueño conocerle. Comprenda mi emoción –añade una nerviosa Sara
Esther.
-Lo felicito otra vez Lenin. También tiene una esposa hermosa y dulce. Cuídela
– le habla como si fuera su padre-. Al final de esta efímera existencia
advertirá que lo más importante es la familia, la fe en Dios y la santa
iglesia, indiscutiblemente. Todo lo demás es material y pasajero. Hay que
alimentar el alma un poquito cada semana –exhorta don Agustino con un espíritu
elevado.
-Don Agustino, usted que ha sido el maestro y faro de los empresarios, dígame,
¿cuál es la dificultad más grande que ha superado, en sus quehaceres? -consulta
el concentrado discípulo y dueño de La Ventajosa.
-Agustino, cuéntele lo que sucedió con su fundo en los años en que los
saqueadores y manilargos gobernaban nuestro querido Chile –intervino con pasión
el vicepresidente de los empresarios, don Leonardo.
-Mire hombre, en la paupérrima administración de Allende unos revolucionarios o
maleantes, me querían robar mi fundo de Talca, herencia sagrada de mis
sacrificados tatarabuelos, pero mi general Pinochet, el salvador de la patria,
puso con fe y esmero todo en orden nuevamente y volvimos a la normalidad, al
trabajo, al orden y a la decencia. Esos orangutanes marxistas son parte de la
historia negra y vergonzosa de la patria –sentencia con convicción un
satisfecho don Agustino.
-Que Dios bendiga al expresidente Pinochet y a su familia. Un brindis por don
Augusto –dice con iniciativa y respeto Sara Esther. El sublime y espontáneo
brindis de una Sara que brillaba con luz propia tocó el fondo del corazón de
don Agustino.
-Un brindis por don Augusto –responden todos al unísono en la mesa.
-Mi general debió exterminar a todos esos marxistas sin Dios ni patria. Son una
escoria. Los sobrevivientes, los que quisieron cubanizar esta patria libre y
soberana, ahora fomentan el odio y el resentimiento por los cuatro costados.
Son una plaga y tenemos que desde ya buscar un insecticida -replica con
vehemencia don Leonardo, tan pinochetista y peliagudo como el Don.
-Don Agustino, gracias al gobierno anterior hoy en Chile están dadas todas las
condiciones para organizarse y progresar. Es una época generosa para los que
trabajan mucho y reclaman poco –concluye Lenin, con una sonrisa.
-Lenin, tu comentario es muy sabio y sabroso, como el brindis de su esposa. Se
lo diré a mi general Pinochet cuando lo vea, este fin de semana. Si necesitas
verme acude a mi banco cuando quieras. Tú y tu hermosa esposa me conquistaron,
definitivamente. Desde ya son bienvenidos. Tener a un amigo que es el dueño de
un banco nunca está demás –remató don Agustino, ironizando con afecto. Después
del sobrio reconocimiento que le hicieron en el escenario de La Cúspide Lenin
levitaba de júbilo y placidez. El Don le había dado una bendición personal que
muy pocos empresarios obtienen. Algunos matarían por ésta. El Don es uno de los
encargados de decidir hacia donde deben soplar los vientos del país, y si deben
soplar o no. Los asesores del Don le explicaron a Lenin con peras y manzanas
que él no bromeaba. Si él le abría las puertas del banco a un amigo o socio, lo
hacía generosamente. Además, que dificultad le traería al Don una empeñosa
hormiga, de bajo perfil, como Lenin. El Don era el cielo. Si él te bendecía era
el cielo el que te bendecía. Simplemente la gracia del Don cayó sobre Lenin,
tal vez influenciado por la preciosidad y el desenvuelto brindis de Sara Esther
por el Capitán General. Nadie lo sabrá jamás. En todo caso Sara Esther sentía
ahora al Dios Todopoderoso y a los poderosos de Chile como sus aliados, por la
vehemencia de sus plegarias al Redentor de la humanidad, seguramente.
Enero 2002
Josué Salvador fue un mimado desde el primer día, su madre lo veneraba y lo
regaloneaba en todo, más que a su amado Lenin. Su abuela Adela, que lo
acaramelaba todo el día, lo convertía en un niño esquivo y después en un joven
inconsciente, con la cooperación de todos. Como su segundo nombre era en honor
a Salvador Allende, Lenin le dijo a su hijo “chicho” desde niño, siempre que no
hubiesen militares presentes, como en su juventud se refería así del presidente
socialista mártir. Las mujeres de la casa le decían “chichito” y satisfacían
casi todos sus caprichos. Obsequio que pedía, la mamá se lo compraba sin más. El
chichito estudió su primaria y secundaria en el “Big School”, prestigioso
colegio privado de la comuna de Providencia, entre los años 1988 al 2001, de
primero básico hasta cuarto medio. Era revoltoso, bailarín, sano y le gustaba
participar activamente en todo tipo de actividades, paseos, fiestas y
espectáculos estudiantiles o de lo que venga. Daba la impresión de que quería
ser actor, animador o músico, generando preocupaciones macizas en su
contrariado padre. En este último año de secundaria y como cierre anual le
solicitó a su padre una motocicleta. Junto con rechazarlo de inmediato, le
enseñó que cuando un papá compra una motocicleta, también debe comprar una
tumba. Sara Esther si veía una motocicleta en la casa o la regalaba, la quemaba
o la devolvía. Lo que sí le rogaba ella a su hijo de todas las maneras posibles
era que se bautizara por la iglesia evangélica a la cual asistió muchas veces,
particularmente a la escuela dominical, cuando niño. Josué era respetuoso de
Cristo Jesús y su credo, mas ni quería acercarse a un templo. Más bien pensaba
en el rock, las mujeres voluminosas y acinturadas y en las cervezas, al parecer
con moderación. Esta situación forjaba tensiones en la familia. El año 2002 el
primogénito ingresa a la Universidad de Chile a estudiar Licenciatura en
Historia, siguiendo la ruta escolar de su padre. Si bien obtuvo un buen puntaje
en la prueba de aptitud académica, Lenin, sabía que su retoño era inteligente y
que el colegio privado lo preparó bien. El problema era que el malcriado chicho
no era un lector perseverante y en la carrera de Licenciatura hacen profundas y
largas e incesantes lecturas a unos libros que parecen cajas. Lenin soñaba que
su farolero y frívolo vástago estudiará Ingeniería Comercial con un doctorado
en economía o en administración en el extranjero, o algo equivalente. También
hubiese sido muy agradable ver al chichito estudiar Derecho. El objetivo era
que se preparara adecuadamente para que un día administre su suculento
patrimonio, su herencia. Sara se preocupaba más por el alma de su alocado y
artístico muchacho, que ahora le pidió un automóvil a su padre.
-Papá, ahora que soy adulto e ingresé a la universidad cómprame un automóvil,
por favor. Lo necesito para movilizarme por Santiago –lo señala Josué con
seguridad y una improvisada madurez que no persuade a su progenitor.
-Para correr por Santiago querrás decir, con tus amigas de minifalda corta y
que mastican chicle y fuman. Recuerda que eres un atolondrado –lo dice con un
poco de inquietud y malquerencia. Su hijo es un mayor de edad impredecible.
-Papá, confía en mí, ahora soy un universitario.
-Querido hijo, yo no confío en tu prudencia –mantiene su desasosiego.
- Mira papá, me bautizo por la iglesia, hago el curso para manejar y tú me
compras el automóvil. Tarde o temprano tendrás que comprarme un medio de
transporte, como sucede ya con todos mis amigos de los colegios privados. Si
soy un peatón permanente se van a burlar de mí y sé que tú no lo soportarías
–decía un circunspecto y no tan contundente Josué Salvador.
El chicho encontró el talón de Aquiles de sus padres. La mamá le rogaba que
leyera la Biblia y que se bautizara y no avanzaba un metro. Lenin también se
estaba cansando de los inútiles ruegos redentores de Sara y de su inconmovible
inmadurez. Un automóvil deportivo del año lo podía cambiar todo, limar
asperezas, en un escenario preconcebido y bien abocetado.
-Chicho este es el trato. Te bautizas por la iglesia, apruebas el curso de
chofer, respetarás los horarios que te impongamos y me prometes un buen rendimiento
académico en la Facultad. A cambio yo te compro un sedán deportivo. Este va a
ser un secreto entre nosotros –no debía enterarse Sara Esther del turbio
acuerdo que salvaría el alma de su díscolo primogénito y futuro chofer.
-No faltaba más. Acepto de inmediato el trato. Te prometo que cumpliré con
todo. No te fallaré en un milímetro –responde un alborozado y acelerado
chichito, que no se creía ni él mismo. Por mientras hacía el curso de chofer,
le comunica a su madre su repentina y copiosa fe en el Señor. Sara habla con el
pastor y el 1 de febrero la familia se presenta en el templo metodista.
Terminado el culto regular de adoración a Dios, el párroco notifica al rebaño.
“Queridos hermanos, quiero que pase aquí adelante el joven Josué Salvador, hijo
de nuestra siempre querida Sara Esther. Daremos cumplimiento a lo estipulado en
la Palabra y recibiremos como corresponde al nuevo miembro de la grey”. Que
pase Josué al altar.
-Querido Josué Salvador, ¿te arrepientes de todos tus pecados? –pregunta el pastor.
-Sí, me arrepiento de todos mis pecados -responde muy serio Josué.
-¿Renuncias a Satanás, al mundo y a los placeres de la carne?
-Sí, renuncio de inmediato.
-¿Aceptas a Jesús de Nazaret como tu Señor y Salvador por siempre?
-Sí, acepto a Jesús como mi Señor y Salvador por siempre –concluye un devoto
joven.
- Pues bien, entonces yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu
Santo –con un poco de agua en la cabeza que le derrama el pastor.
Si bien el chicho sintió algo extraño y magnífico en su corazón, quería que el
bólido fuese de color rojo. Sara Esther lloraba de felicidad por la salvación
del alma de su retoño, por su inesperada y luminosa conversión a Cristo, por su
emotivo y serio bautismo. Era un milagro de cuerpo entero y no paraba de darle
las gracias a la Santísima Trinidad por el magno favor concedido. Lenin estaba
más tranquilo al ver a su esposa con el alma en paz y a un hijo algo devoto con
una palabra de honor que cumplir. Esta vez el instrumento del cielo que movió
algunas montañas tenía cuatro ruedas. Otros han doblado sus rodillas delante
del Padre por mucho menos. Son los misterios de la fe, que mueve voluntades en
varias direcciones.
Febrero 1963
Lenin Reynaldo Farfán Rojas, Emilio Andrés Peña Alcántara y Juan Francisco
Fernández Fernández, nacieron el año 1950 en la aplazada comuna de Lo Prado.
Lenin era el hijo de un obrero de la construcción y comerciante esporádico, que
era tan comunista, que a su bebé quería ponerle de nombre Lenin Stalin, mas la
mamá no lo permitió y acordándose de su abuelo Reynaldo llegaron a un nombre
más ajustado. Residía en una humilde casa básica, cerca del flaco, con calles
de tierra y carencias para elegir. El flaco Fernández era el hijo de una madre
soltera y abandonada que ni el apellido del padre pudo ponerle a su hijo Juan.
En aquella época el niño Juan Francisco técnicamente era un bastardo y hasta el
cura le ponía mala cara, porque no era bautizado. La digna madre trabajaba de
nana puertas afuera y era muy pobre. Emilio, que era el hijo de un profesor
socialista, residía en la calle Varsovia y su casa era un confortable. Los tres
estudiaron en el “Aurora de Chile” y los tres eran jugadores titulares en el
destacado equipo de fútbol “Los Matorrales”, en la división infantil. Los niños
se divertían encumbrando volantines, jugando taca-taca, a la rayuela con
canicas y en cualquier actividad en la que pudiera participar un joven con los
bolsillos sin un centavo. Eso sí, lo más emocionante de ese verano era la final
infantil de fútbol de Lo Prado entre el invicto “Los Matorrales” y “Los
Pelusas”. La cancha de tierra se llenó de público y la agitación se inhalaba
por todos lados. Emilio jugaba de arquero, Fernández de volante de creación por
la derecha y Lenin, el goleador, de centro delantero. El partido estuvo peleado
desde un principio y nadie marcaba, y las barras de ambos equipos gritaban y
estaban con el alma en un hilo. Todo podía ocurrir en esta infartante brega. Al
minuto 86 el flaco lanza un centro al punto penal del arco rival, rebota mal en
un defensa y Lenin aprovechando la única oportunidad innegable del encuentro
mete el balón pegado al segundo palo, y gol de “Los Matorrales”. Un poco de
buena fortuna nunca viene mal. Cinco minutos después concluye el partido y “Los
Matorrales” son los nuevos campeones de fútbol de la división infantil de Lo
Prado versión 1963. En esa tarde de gloria Emilio se disfrazó de La Araña
Negra, el flaco de Garrincha y Lenin de Alfredo Di Stefano. La historia estaba
escrita a favor de “Los Matorrales” desde un principio, se notaba. Este laurel
estaba predestinado. La gloria una vez más tenía nombre y apellido. Con la
humilde copa obsequiada por el alcalde, el equipo completo da una inolvidable
vuelta olímpica alrededor de un campo de juego que era el protagonista de la
satisfacción de unos jóvenes deportistas que lucharon limpiamente partido a
partido por el primer lugar y que se lo transpiraron todo. Los tres amigos
caminaban borrachos de felicidad besando la copa sobre la inhóspita cancha de
tierra y polvo. Con el legítimo prestigio ganado en el torneo, estos
triunfadores de fuste ya no eran los mismos. En la escuela y en los pasajes de
tierra eran reconocidos como los grandes campeones versión 1963. Más de uno les
propuso que se fueran a probar en las inferiores de la Universidad de Chile en
donde jugaba el inmortal Ballet Azul, con el sempiterno Leonel Sánchez de
cabecilla. El campeonato mundial de fútbol del año pasado jugado en Chile,
promovió la locura de este bello deporte como nunca antes. Los tres futbolistas
infantiles recibieron varias cartas de amor secretas y poemas de algunas
señoritas del barrio. Eran las estrellas de ese verano en la postergada
barriada en la que vivían y en la cual a veces eran felices, a pesar de las
penurias de una patria tan mísera. Los padres de estos muchachos y la izquierda
chilena de aquella época no terminaban de venerar a un valiente e intrépido
joven revolucionario barbudo llamado Fidel Castro Ruz que con una metralleta y
una fuerte e insólita determinación había conquistado La Habana en el año 1959
para la causa del socialismo, junto a un puñado de revolucionarios decididos a
darlo todo en la lucha, y a morir en combate si era necesario. Estos rebeldes
jamás pelearon como señoritos y nunca huyeron de las cruentas refriegas con el
Ejército de Batista. Sin justificaciones, lucharon como hombres, como
guerrilleros comprometidos y vencieron. Esa es la verdad. Fidel Castro, El Che
Guevara, Camilo Cienfuegos y tantos otros, marcaron con hierro y fuego el
sendero por el cual el marxismo cierto debe transitar, sin candores ni
componendas. La democracia burguesa y su aparato militar burgués deben ser
derrotados militarmente. Sin sangre derramada en la lucha, no hay revolución,
no hay victoria. Todo lo demás es un galón de cerveza en una taberna bebido por
los estirados de siempre, por los socialistas burgueses. No comprender esto es
una ingenuidad letal. Cada país, cada postergado debe embarcarse en su propio
Granma y ya, y se acabó la tanta filosofía árida y el debate. Jugar, con cien
compendios y discursos exaltados, a ser revolucionario y no estar dispuesto a
matar a ese enemigo fanático y cruel del socialismo es una falacia, un
suicidio. No comprender esto adecuadamente es cavar tu propia tumba. Los tres
futbolistas, influenciados por sus progenitores y vecinos, alimentaban su
espíritu con la Revolución Francesa, la Revolución Bolchevique, la Revolución
Mexicana y con muchas otras, como con la legendaria historia del héroe
Espartaco. Eso sí, fue la Revolución Cubana la que transformó los ánimos, el
ideario, la agenda socialista, la que apuró el paso y el fervor, la que puso
sangre caliente en las venas. Fue Fidel quien con su testimonio y arrojo probó
que era posible, desde una Sierra Maestra, liberar a los pueblos del imperialismo
capitalista, del yugo de los explotadores, negreros y privilegiados. La semilla
de la revolución en la isla incendió de entusiasmo revolucionario a América
Latina y el Che y Camilo Cienfuegos, muerto éste último en muy extrañas
circunstancias, eran los santos venerados de aquellos oprimidos e ideólogos que
veían en la hoz y el martillo el camino de la liberación definitiva y real, y
del progreso. Al Che le cantaban alabanzas y le escribían elegías, y hasta más
uno se atrevió a encenderle una vela, ya que era uno de los iluminadores de la
belicosa carretera. En lo posible había que usar la gorra del Che, o su barba,
o su chaqueta o lo que fuere. La idea era, a través de estos símbolos y ritos
rojos, empaparse responsablemente y con bravura de lo que realmente significaba
ser un revolucionario en una América Latina sumida en la miseria, la
desesperanza, la corrupción, la usura y el saqueo ciclópeo, y Chile,
empantanado en la privaciones, la desnutrición infantil, la explotación de los
trabajadores y campesinos, y en la precariedad, no era la excepción,
obviamente. Y curiosamente el instrumento preferido de los negreros para
santificar sus abusos, es la democracia representativa, la cual manipulan con
su poder económico sobornando, chantajeando, pagando todas las campañas
políticas, más otros embelecos y ardides canonizados. Por eso el clarividente
Congreso marxista de Chillán fue tan nítido y rotundo al discurrir que la vía
armada es el único camino genuinamente fructífero en la construcción de un
Estado Revolucionario. Todo lo demás es engaño, inocencia tóxica, discursos
nerviosos, verborrea sempiterna y delirante. No es factible habitar entre dos
trincheras opuestas. No es posible ser un ángel negro y uno blanco a la vez.
Hay dos bandos, dos clases, dos polvorines, dos opciones contrapuestas y es una
la que representaría los intereses del pueblo.
Febrero 2003
Después que Lenin le compró un automóvil rojo del año a su chichito, comenzaron
los problemas y la irritabilidad. El rendimiento en la universidad no era el
adecuado y en Licenciatura repitió una asignatura y puso en peligro otras dos.
Tambaleaba en el campus por falta de consagración a su carrera. No era tonto,
era negligente. Total, cualquier dificultad en el futuro, su progenitor la iba
a financiar o cobijar con su dinero o contactos. Sara no comprendía del todo
porque su retoño jamás asistía al templo si se había bautizado con un rostro de
misionero. Pensaba seriamente que se estaba descarriando porque llegaba tarde
todos los fines de semana con excusas como la semana mechona, la semana
universitaria, el cumpleaños de amigos, la integración juvenil, la bienvenida o
despedida de alguien. Era un erudito en inventar motivos para que no le
prohibieran salir y enfiestarse. Josué Salvador era una parranda juvenil sobre
dos pies o sobre cuatro ruedas, pues daba lo mismo. Era simpático, cariñoso y
respetuoso con su madre y con todos, y el irresponsable perfecto. En un verano
sin clases ni deberes, las salidas y el jolgorio eran diarios. Por darle un
beso o manosear a una joven bella o curvilínea era capaz de subir una montaña,
cantar una serenata arriba de un árbol o de llevarla en su automóvil al fin del
mundo o a Alaska. Cuando le comunicaba en secreto a su papá que había conocido
en vivo la hermosa figura de una señorita, Lenin lo autorizaba a perderse una
semana completa y le daba dinero y vales de gasolina y preservativos,
transformándose en su cómplice y asesor. Eso sí, si lo sorprendía con una mujer
casada le iba a patear el trasero un semestre. La mamá no se enteraba de los
detalles aunque lo procuraba. En una noche de sábado a las tres de la mañana
suena el teléfono en el hogar de La Ventajosa y contesta una soñolienta Sara.
-Buenas noches señora, llamo de la comisaría de Lo Prado, comuníqueme con su esposo
por favor –señala el mayor Andrade, de Carabineros.
-¡¿Le sucedió algo a mi hijo?! –le pregunta gritando una y otra vez y Lenin
salta de la cama por el despavorido grito y en menos de tres segundos – ella le
pasó el auricular en estado de shock porque como madre presiente algo horrible-
ya hablaba con el policía, que era uno de sus amigos y clientes.
-Buenas noches, ¿qué sucede? –pregunta un asustado Lenin.
-Buenas noches don Lenin, habla el mayor Andrade –con voz calmada.
-Amigo Andrade, dígame rápido, ¿qué sucede? –consulta un aterrado Lenin.
-Cálmese y escúcheme atentamente. Su hijo acaba de tener un accidente en su
automóvil rojo que quedó despedazado, en la Alameda esquina calle Las Rejas.
Mis patrulleros llamaron a la ambulancia y por instrucciones de los jóvenes que
iban atrás del automóvil lo trasladaron inconsciente y sangrando –por mientras
el rostro de Lenin se desfiguraba y emblanquecía, Sara simplemente lloraba y se
desesperaba, sin saber exactamente por que -a la clínica Torrelaguna. La joven
que lo acompañaba está en la Posta Central, magullada entera pero viva, al
igual que los jóvenes que iban atrás. Váyase a la clínica y prepare a su
esposa. La verdad es que no sé lo que ocurrirá con él. Espero que todo le salga
bien –concluye Andrade.
-Muchas gracias amigo Andrade por preocuparse personalmente del asunto y
llamarme –le señala Lenin al mayor y cuelga el teléfono con los pelos erizados.
-¿En la clínica? ¡¿Qué pasó?! – le consulta Sara desesperada y llorando.
-El chichito tuvo un accidente en el automóvil y está en la clínica. Vámonos
–le responde a Sara abrazándola con una forzada serenidad. En el trayecto a la
clínica Lenin le comentaba más detalles de su conversación con el mayor de la
Policía. Ella escuchaba poco y oraba más. Al llegar ella se fue volando al
médico que atendía a su hijo, por mientras Lenin firmaba un cheque en garantía.
La familia Farfán era un usuario habitual y registrado de la clínica privada.
-Doctor, dígame ¿cómo está mi hijo? –consulta una angustiada madre. El médico
antes de responder espera primero a un Lenin que viene con pasos apurados.
-Señora su hijo tiene un traumatismo encéfalo craneano cerrado al parecer no
tan rígido. Esta totalmente inconsciente y ya limpiamos sus heridas. Tiene
varios huesos rotos que estamos tratando. Sólo puedo esperar a ver como
evoluciona en su actual estado. También es mi obligación decirle que se
preparen para lo peor, porque todos los escenarios son posibles y es la
incertidumbre la que predomina en circunstancias como estas. El mañana es
incierto.
-Doctor, déjeme verlo, se lo suplico –le solicita Sara.
-De acuerdo, pero se toma un sedante previamente –acota el médico con suavidad.
Lenin y Sara vieron a su hijo entubado entero y con vendajes y accesorios por
todos lados. Era un espectáculo dantesco, de terror. El alma de Sara Esther se
paralizó y Lenin amorosamente no se despegaba de ella, intentando vanamente
consolarla. Ella tomó la radical decisión de quedarse afuera de la pieza 75
hasta que su hijo despierte, por un milagro del Señor. Lenin sabía lo tozuda
que era su esposa en este tipo de situaciones. Ella iría a La Ventajosa sólo a
ducharse y a cambiarse de ropa. Se encadenó a la pieza 75, durmiendo mal y
comiendo mal. Lenin, al lado de su incondicional Israel intenta seguir trabajando,
a duras penas, con el alma en el suelo.
El martes, ella iba a ducharse, conversan los dos en la casa y él se confiesa.
-Sara, tal vez sea yo el culpable de este accidente. Pienso que Jesús me
castigó –expresa un acongojado y contrito Lenin.
-¿Por qué dices eso?¿qué paso ahora? –consulta una enredada Sara.
-Yo al chicho le prometí que si se bautizaba en el templo le iba a comprar el
automóvil, siempre que se comporte adecuadamente. Siguió siendo el atolondrado
de siempre. Ya no toleraba tu pena por no verlo bautizarse –comenta Lenin
esperando el adecuado regaño por intentar comprar el santo cielo con prebendas.
-Tú eres un buen esposo y un buen padre. La única culpable soy yo. Yo los
presioné a los dos. Obligué a mi hijo a que se adhiriera a Dios Padre por la
fuerza. Nadie puede obligar a un ser humano a aceptar a Cristo por la fuerza,
es ridículo, mas yo lo intenté así porque fracasé como evangelizadora de mi
hijo. Josué fue malcriado por todos. Mi piadosa y rigurosa madre no falló
conmigo, como pienso que estoy haciendo una buena labor con mi Priscila, porque
no me despego de ella ni de la Santa Palabra. Cosechamos lo que sembramos y
Dios no es el culpable. Yo, con mi madre y mi hija no dejaremos de orar al
Padre, para que el chichito vuelva a La Ventajosa vivo. Nadie me robará la
bendición –responde una reflexiva y sabia Sara que asombra a Lenin, consagrada
ya al divino oficio de la oración, por su hijo.
-Sarita, no te olvides que tú eras pobre. Al chichito le comprábamos de todo,
lo regaloneamos tanto, que lo transformamos en un cuervo. Yo, como el hombre de
la casa no debí permitir que se sobrepasara, mas no fui capaz –intenta explicar
Lenin, exculpando a su amada esposa, que como madre y esposa era radiante.
-Es verdad, Josué tuvo siempre una muy buena situación económica y todos somos
culpables porque todos le fallamos al incorregible chicho –concluye una
resignada madre que está totalmente entregada a la voluntad de Dios.
Y Sara continuaba encolada a la pieza 75, con una fe y entereza admirables.
Lenin iba a la clínica hasta cinco veces por día. Y pasó el martes, el
miércoles, el jueves, el viernes, el sábado y todo el domingo. El lunes fue
distinto. El médico manda llamar a Sara que estaba en la cafetería de la
clínica. Sara camina con dignidad y confianza hacia él, subordinada totalmente
a la sublime voluntad del Nazareno.
-Señora Sara, le tengo buenas noticias. Su hijo está despertando milagrosamente
bien –le comunica el médico con rostro de arcángel, por mientras Sara llora de
felicidad delante de sus ojos-. Le pido que pase a verlo –la invita el médico.
Sara Esther ingresa lentamente a la pieza 75 y su hijo Josué gira la cabeza y
le dice: hola, querida mamá. Ella, repleta de felicidad infinita le contesta:
hola chichito mío, hola, hola –llorando-. El médico le comunicó que se retirara
porque debía descansar.
Previa llamada por celular, en una hora estaban todos en la clínica. Lenin,
Adela, Emilio, Rebeca, Israel y otros. En un principio Sara quería estar sola
en Torrelaguna, completamente a solas, con Dios y su hijo. La ambulancia
trasladó a Josué a su hogar, en el cual fue recibido con globos y amor. Inició
una neurorehabilitación de seis meses con sicólogos, kinesiólogos y la Sagrada
Escritura, que le leía su madre a veces. Josué se retiró de Licenciatura en
Historia e ingresó decidido y transformado a una universidad privada a estudiar
Ingeniería Comercial. El accidente lo hizo madurar brutalmente. Con el mismo
talento de su padre, empezó a adquirir con el tiempo algunas responsabilidades
gerenciales en las inversiones de Lenin. Sara y Lenin, agradecían al cielo por
su nuevo hijo, que con los años se le conocería como don Chicho, un gran y
agudo empresario y exportador, con la tela y perspicacia de su padre y mentor.
Entre los exportadores cresos sería un líder de fuste.
Julio 2003
A diferencia del alocado Josué, Priscila Isabel era una devota de Jesús y leía
la Biblia con su madre una vez por semana. Y si bien era una joven preciosa y
adinerada, no era presumida ni arrogante, por las influencias de su confesión
de fe. Acompañaba con gusto a su madre y abuela al templo metodista. Además, en
el refinado “Big School” era una muy buena alumna en rendimiento y conducta.
Esto último era lo que más le preocupaba a Sara Esther y todo aquello que esté
ligado al pudor. La cuidaba como a un tesoro, y Lenin apoyaba cualquier acción
en esta dirección. Los fines de semana practicaba ballet y el padre le pagaba
caras clases de piano con una profesora, que siempre debía ser mujer. Como era
la tradición, en el primero medio del colegio le cantaron el “feliz cumpleaños”
a Priscila Isabel, y sonó la campana del recreo. Afuera la esperaba su amigo y
admirador más perseverante, el lustroso Santiago Andrés, una estrella en el
establecimiento educacional.
-Priscila, permíteme conversar contigo a solas –le solicita cariñosamente.
-Por supuesto Santiago, dime –accede amablemente, como es lo habitual.
Todos los compañeros y compañeras se hacen a un lado como presintiendo algo,
desde hace tiempo. Santiago siempre la mira embobado y si bien ella no
demuestra ningún sentimiento, como se lo enseñó su mamá, siempre lo escucha muy
atento, sobre todo cuando le comenta anécdotas de la historia universal y de
los poetas. Santiago Andrés que está en cuarto medio y con dieciocho años es el
niño genio del “Big School” y siempre obtiene primeros lugares, también en los
ensayos de la prueba de aptitud académica y equivalentes. Ella se cansó de
negarse a ser reina del curso, por instrucciones de una Sara Esther que no
desea una hija vanidosa. Es el diálogo de una mente brillante y una joven
bella, que en ningún caso es tonta.
-Priscila, quiero desearte un muy feliz cumpleaños número catorce. Es lo menos
que se le puede decir a la joven más guapa y simpática del planeta –ella ríe-.
Te he traído de obsequio un chocolate inglés y un insignificante poema, de mi
autoría. Y si bien no hay vocablos en el diccionario que puedan definir toda la
gracia y galanura que reside en ti, puse el máximo empeño en mi poema –dice un
abiertamente enamorado Santiago que no pretende disimular en ningún instante.
-Santiago –ella está ruborizada con el canchero partidario- siempre eres
caballero conmigo. Tus palabras son muy especiales. Yo creo que es por lo
inteligente y culto que eres. Gracias por el chocolate y leeré tu poema con
atención y aprecio -contesta Priscila con mucha suavidad y manteniendo la
distancia.
-Gracias por tomarte la molestia de leerme. Tu sonrisa empalidece mi
inteligencia o cualquier supuesto atributo que yo posea. No quiero ser atrevido
ni mucho menos pero me gustaría que me acompañaras a tomar un helado este fin
de semana en el centro de Santiago a las cinco de la tarde, por favor, por
favor – ruega Santiago.
-Sólo tengo catorce años y no sé si sea pertinente. Tendría que pedirle permiso
a mi mamá. Tal vez no me lo autorice, no lo sé –responde Priscila.
-Por favor, llámala y consúltale. Yo mismo soy capaz de llamarla si quieres, y
le explico todo –insiste un trémulo y condensado admirador.
-Santiago, pásame a buscar al segundo recreo y conversamos –concluye Priscila.
-Recibir una orden tuya es todo un placer. Aquí estaré, como el súbdito tuyo
que soy –responde su siempre locuaz prosélito.
En lo que queda de recreo Priscila llama rápidamente su madre, por teléfono
celular.
-Mamá, Santiago, el admirador del que te he hablado me ha invitado al Paseo
Ahumada este sábado a tomarnos un helado –dice una Priscila algo dudosa.
-¡Al centro de Santiago no vas por ningún motivo y a ninguna hora! –responde
firmemente Sara Esther, con una intransable fuerza.
-Mamá, mamá, soy una excelente alumna y no te causo problemas. Además, Santiago
Andrés es educado y posee una mente esplendorosa. Por favor déjame salir con él
–le ruega Priscila con gemidos a una estricta madre.
-Está bien, puedes salir una hora, a las cinco de la tarde con ese joven
socialista, pero en la heladería de Lo Prado, la que está cerca de la casa
–responde Sara, quien recordó en el acto los ruegos a su madre por lo del
concurso de belleza.
-Está bien, acepto el trato, por dos horas eso sí –plantea Priscila.
-Como yo sé que te vas a comportar adecuadamente, acepto. No te desconcentres
en clases por ese adepto tuyo, por favor – concluye una aliviada Sara.
Y suena la campana del segundo y último recreo de esa mañana del “Big School”,
y Santiago ya está en la puerta de la sala de Priscila, como si fuera su
absorbente guardaespaldas personal.
-Hola Priscila, espero ansioso la respuesta de tu madre –señala el inteligente
joven.
-Santiago, mi madre me autorizó a salir, a la heladería que está cerca de La
Ventajosa, por dos horas y en calidad de amigos, a las cinco –le indica una
tímida Priscila Isabel, que se siente agradada.
-Así será y ahí estaré. Las instrucciones de tu madre son un halago. Las
acataré al pie de la letra –responde un siempre parlero y correcto Santiago
Andrés.
Con puntualidad londinense el joven enamorado toca el timbre de la casa de su
bella princesa. La hija de Lenin sólo le encontraba virtudes al joven
socialista, así que todos le saludaron y la curiosidad de Sara era indomable.
-Santiago, ¿cómo está?, pase por favor –le dice Sara Esther al despierto joven.
-Buenas tardes señora Sara, Priscila, don Lenin –saluda como un lord.
-Joven Santiago, mi hija me comentó que tienes excelentes calificaciones en
toda la secundaria y que pretendes ser abogado –consulta un interesado Lenin.
-Don Lenin, la encantadora Priscila siempre es tan amable en sus expresiones.
Pues sí, pretendo estudiar derecho en la Facultad de la Universidad de Chile.
En mis fines de semana estudio derecho romano, filosofía e historia, y la
verdad es que estoy entusiasmado con la posibilidad de litigar, de tener mi
propio bufete –responde el educando con humildad, que es otra de sus
características.
-Y también estudia poesía –opina Priscila, intentando disimular su admiración.
-Bueno, unas gotas de literatura no vienen mal – contesta Santiago esquivando
cualquier asomo de pedantería.
-Oraré a Jesús por usted y porque sea un excelente alumno y abogado – lo
expresa una hechizada Sara Esther con el espectacular muchacho.
-Muchísimas gracias desde ya por sus eficaces plegarias. Priscila me habla con
tanta dulzura sobre el Redentor de la humanidad, que pienso que es mi profesora
de teología bíblica –señala el subyugado adolescente.
-Vayan a la heladería entonces –pide amistosamente Sara Esther.
-Don Lenin a las siete en punto estaré de vuelta –se lo comunica serio el
chaval.
-Santiago, confío en la palabra de un abogado –concluye Lenin, con una sonrisa.
Santiago y Priscila caminaron por el mismo parque de siempre, entre las dos
estaciones del metro. Él no se aburría de halagarla y ella de escucharlo.
Después del helado y de regreso a La Ventajosa Santiago se paró enfrente y le
robó un beso frágil en la boca, y charlaban amenamente.
-Priscila, cuando me reciba de abogado tocaré el timbre de tu casa y le pediré
tu mano a tus padres, te voy a proponer matrimonio. Hablo del año 2009 –promete
Santiago Andrés en sus matemáticas personales del amor.
-¿Y de cuántas muchachas te vas a enamorar en el camino escribiéndole poemas?
–pregunta una dudosa y femínea Priscila, que sonríe.
-¿Crees tú que es posible enamorarse de otra después de conocer a una estrella
cinematográfica como tú? – pregunta como si un fuera Romeo interpelado.
-Con esa locuacidad que posees varias mujeres te perseguirán, seguramente
–concluye ella, al observar la vivacidad de su galán, que deslucido no era.
-Te lo repito con el corazón derretido: el año 2009 te pediré matrimonio.
Más allá de unos besos secretos ellos fueron amigos siempre. Él en la
universidad fue un alumno de primera línea y uno de los intelectuales de la
juventud socialista que anhelaba recuperar sus raíces y principios más sólidos.
Se enfadaba con los aburguesados líderes con panza de obispo. La equidad es
intransable. Ella era una buena hija y una buena cristiana. Con sus catorce
años quedó impresionada con la lucidez e inteligencia de su admirador y futuro
jurisconsulto. Pasaban los años y respetuosamente él jamás dejó de expresarle
con claridad su amor y la promesa de matrimonio tan singular que le realizó.
Ella cuando pensaba en el año 2009 reía en silencio, aunque su madre le
indicaba que las promesas de los hombres a veces son frágiles y se diluyen como
el agua. Es que algunos varones son como los candidatos a diputado, que dicen
cualquier cosa por un voto más, por el aplauso fácil.
Septiembre 2007
Treinta y cuatro años después de fallecido el expresidente Allende mediante un
golpe de Estado, Lenin y Emilio dialogan sobre la filosofía política imperante
y la contingencia. Es un eterno retorno, un debate circular, una purga interna
perenne, un caminar hacia ningún lugar, una catarsis gris e inconducente.
-Lenin, se ha divinizado desgarradamente el neoliberalismo como el pensamiento
único, eficiente y desarrollista. La ecología, las tasas de interés demoledoras,
la inequidad y los postergados de siempre son un lío secundario, irrelevante.
Las pensiones son miserables. El abismo que separa al faraón del indigente es
infinito. Atacar al pensamiento único es chocar en contra de los dioses del
olimpo, del mercado, del espíritu del mal.
-Emilio, un número indeterminado de consorcios y empresas internacionales
pretenden convertir al planeta tierra en su kiosco o minimarket. Estamos
atrapados con esta nueva ideología ya elevada a los altares y que socava por
dentro el debate genuino. Resucitar la crítica aguda y demoledora es una
vileza. Si las variables macroeconómicas están en orden, el reino de este dios
retorcido está orden.
-Si la fuerza del Estado disminuye, la fuerza de los poderosos crece. El
mercado da una orden y el beato gobierno de turno obedece. El negrero es el
mismo de siempre y también cree en el progreso, la libertad y la supuesta
igualdad de oportunidades. Este peculiar igualitarismo viene con un sedante que
se les da a los que sueñan mucho. Si la clase alta que todo lo posee sigue
igual, nada ha cambiado. El irreligioso revisionismo perfora los mantos
sagrados de la oligarquía.
-Ahora que se murió Pinochet tal vez la centro izquierda se quedó sin su centro
de gravitación, sin su leitmotiv. Es probable que pierdan la próxima elección
presidencial. ¿A quién odiaremos, unidos como hermanos? ¿a qué le dispararemos
ahora? Si el próximo gobierno es de derecha nuestros anhelos sociales sufrirían
un retroceso monstruoso.
Como buenos socialistas, eran expertos en los diagnósticos de la contingencia,
generalmente certeros, dada la experiencia.
-Nuestra nueva fe es el neoliberalismo. Somos todos devotos obligados. El FMI,
que es una santa sede, pronuncia una exhortación apostólica y nos callamos con
respeto y humildad. Toda utopía, toda reforma estructural o pellizco al
bolsillo del soberano es una imprecación insostenible. La ideología que señorea
es el dinero en sí, con el egoísmo y la ambición como sus padres fundadores,
componentes de primer orden de la naturaleza humana estropeada –recalca Emilio.
-Un camino intermedio entre el capitalismo salvaje y los intereses populares
debería existir. Algo así como un capitalismo popular, con más participación de
los trabajadores en la propiedad de las macroempresas y de la banca, siempre
que el faraón no nos acribille primero –propone un incrédulo Lenin.
-Si el carro lanzaguas te moja la cara con ese líquido de dudosa salubridad,
impaciéntate. La moralidad de un estómago hambriento es un machete furioso. -El
Fondo Monetario Internacional bendice a los ortodoxos y excomulga a los
descarriados. Un Estado pigmeo es una calamidad social –dice Emilio.
-Todo beneficio social disminuiría en un gramo el PIB. La pronta intervención
del Estado es la manzana de Eva. El lucro y la codicia serían los cimientos de
la prosperidad a largo plazo, del sendero lleno de espinas y luminoso. Es que
el socialismo real crea parásitos y nunca emprendedores, quejumbrosos y nunca
triunfadores o realizadores –en un tono irónico y melancólico Lenin se pronuncia.
-El amo del mundo es el dinero y muy pocos lo poseen en grandes cantidades. Ese
es el dinero que financia la actividad política, las candidaturas de todos los
sectores. El peatón no participa de las grandes decisiones, sólo las acata y
aplaude, y en democracia –expresa Emilio, insatisfecho.
-Como estudiantes de pedagogía intentamos cambiar el mundo, honestamente.
-La especialidad de los universitarios izquierdistas de hoy es beber cerveza,
fumar y permitir que el consumo de drogas y el lesbianismo se desarrollen en un
ambiente de libertad, sin renunciar en lo más mínimo, eso sí, a las ácidas y
estériles críticas al imperialismo. Estos burgueses del mañana y futuros
adictos al euro no conocen la disciplina roja y el sacrificio ni cuando
predican disolutos del socialismo, hasta las dos de la mañana alrededor de un
botellón de pipeño o ron. Defienden justamente a las ballenas y a las mariposas
hasta la ira y convierten el vientre de una mujer en un cadalso –está
influenciado por su esposa-, relajadamente.
-Creo que la nacionalización del cobre fue el gesto heroico más relevante de
nuestra historia. Fue la decisión más beneficiosa y poderosa que un político
haya tomado jamás, y los más beneficiados han sido las fuerzas armadas, los
andariegos y los excluidos. Allende no perteneció a ningún cartel, por eso fue
valiente.
-Desde ese día impactante el presupuesto social nacional se vio permanentemente
reforzado. Hoy no poseemos el valor para estatizar toda la minería. Con la
célebre nacionalización Allende se convirtió en un patriota sublime, por la
valiente manera en que escudó el interés de la república. Muy difícil va a ser
superarlo, tal vez imposible, menos con parlamentarios cobardes, siervos fieles
del gran capital.
-Todo yacimiento minero y riqueza natural estratégica debería ser del Estado.
A veces, el revolucionario encapuchado que vivía dentro de Lenin, salía a
pasear sin disimulos, desenterrando de un palmazo el ideologizado pasado.
Julio 2009
Santiago Andrés, que jamás perdió contacto con su princesa Priscila, empezó a
visitarla asiduamente desde el otoño de ese año 2009. El se recibió de abogado
con la segunda mejor calificación de su generación y ya trabajaba con éxito en
un bufete y participaba de algunas reuniones políticas. Previo acuerdo y aviso
de Priscila a sus padres, el flamante abogado se presenta el 17 de julio en La
Ventajosa. La adorada hija de Lenin cumple veinte años. El flamante abogado
toca el timbre.
-Santiago Andrés, pase por favor –le señala Sara Esther.
-Buenas noches señora Sara, es un gusto verla. Don Lenin, es un agrado
saludarle.
Priscilita, como estás de cumpleaños te compré un oso de peluche y veinte rosas
rojas, una por cada año –Santiago los sorprende a todo, y Sara recordando el
romanticismo símil de antaño de su Lenin se emociona recatadamente.
-Señor abogado, desea un café o algo –pregunta un orgulloso Lenin.
-Por ahora no, muchas gracias –responde un solemne pretendiente.
Conversaron de todo un poco, incluso de política, entre Lenin y Santiago, hasta
que llegó el minuto crucial. Priscila se comía las uñas.
-Don Lenin, señora Sara, el motivo de mi visita de hoy es para pedirles la mano
de Priscila Isabel. Estoy trabajando bien, sueño con mi propia firma de
abogados. Mi vida sin Priscila no tiene sentido –expresa un ceremonioso y
enamoradísimo Santiago Andrés que siempre conquista a sus oyentes.
-Joven abogado, has sido respetuoso y correcto desde el principio. Además estás
cumpliendo una promesa antigua, lo que implica que también eres un hombre de
honor. Va a ser un todo un regodeo ser tu suegro –responde Lenin.
-Sólo pienso en lo hermosa que se verá mi hija en la parroquia vestida de
blanco –lo expresa Sara Esther con algunas lágrimas imperceptibles y tomándole
la mano a su esposo y rememorando su vestido de novia y años mozos.
En octubre de 2009 se casaron en el templo metodista. La luna de miel fue en
Punta del Este, pagada íntegramente por Lenin. Sara Esther daba gracias a Jesús
por todo. Sus dos hijos fueron bendecidos grandemente. Era pertinente una
alabanza a Jesús de Nazaret, según ella, siempre tan creyente, todo el santo
día. A veces aburría un poquito.
Marzo 2010
Con la llegada del empresario multimillonario Sebastian Piñera a la presidencia
de la república, vemos a un hombre que le va a imprimir calidad a la gestión
pública, que es lo que más se espera. Es un ejecutivo eficiente, de buenos
resultados, sobre todo en la bolsa de valores. Casi todos sus ministros,
adinerados de la gentil Universidad Católica que nunca se han subido a un
microbus y sin experiencia, acompañan al inquieto mandatario en lo que sería
una administración histórica. Piñera es un líder visionario que se anticiparía
a la jugada, a todos los conflictos sociales que se avecinan, y los resolvería
con singular habilidad, de antemano. Se supone que es muy difícil sorprenderlo.
No necesita de los partidos políticos de su sector ni de esos viejos zorros de
la derecha. Es un conductor político ubicuo e incansable, autosuficiente,
vanidoso. Es un hombre que se da el lujo de disfrazarse de buzo o de lo que
sea, porque está al tanto sus grandes y sobradas capacidades. Al poco andar
Piñera se deprime porque fue la delincuencia la que lo derrotó, y duramente. El
agudo conflicto estudiantil, en su segunda edición, lo sorprendió calato, en
medio de la noche, en la pampa, y se demoró un siglo en elaborar o negociar una
propuesta. A medida que la gente marcha, el primer mandatario derechista se va
informando de lo que realmente sucede en el país, en los pasajes de tierra, en
los campamentos. Algunos de sus ministros nunca han sido peatones, siempre se
trasladaron en cuatro ruedas. El derechista Piñera no quiere ni puede hacerle
cambios de fondo a la inmoral distribución de la riqueza porque eso
perjudicaría los intereses de sus grandes y entrañables amigos y familiares, de
sus vecinos y colegas, y de los nuevos y antiguos ricos de los sectores
progresistas. Los jóvenes llevan en su mochila las protestas y requerimientos
de los adultos, de las generaciones anteriores que callamos por cobardía o
conveniencia. Los rebeldes de izquierda no iban a reventar a un gobierno
socialista como los de Michelle Bachelet o de Ricardo Lagos. Aquí cualquier
noble causa se puede postergar sin líos, porque amparar a un presidente de
izquierda es más relevante que cualquier movimiento estudiantil o ciudadano. No
hay ningún apuro. Las necesidades de la gente pueden esperar todo el tiempo que
sea necesario. Ya llegará un gobierno de derecha al que puedan detonar y
gritarle a los cuatro vientos que ahora sí son justicieros. En este decenio
progresista 2000-2010 la tasa usurera sobre el 5% que ahorcó a los estudiantes
vivió su mayor apogeo. No insinuaron ninguna reforma estructural que rasguñara
ese modelo liberal que los tenía apoltronados en el poder. Los grandes
negociados en educación, salud, transporte, obras públicas, justicia, cultura,
asesorías y otros, estaban en pocas manos. Unos pocos dioses del olimpo son los
propietarios. Muchos se enriquecieron con fondos públicos, dentro de la ley.
Cualquier cambio profundo al capitalismo salvaje que imperaba era una blasfemia
y también agujerearse a sí mismos. El sabio pueblo chileno castigó a Michelle
Bachelet con una popularidad sobre el 80%, al marcharse, con el acompañamiento
musical de artistas sensibles, dadivosos, del pueblo. Eran socialistas o
concertacionistas sólo en las fotografías o cuando levantaban su mano
izquierda, cada vez más encogida, de tanta prosperidad y licitaciones brujas.
En medio de las llamas los evangélicos continúan con su tradición de guardar un
espectacular silencio. Nunca se mojan el trasero, jamás denunciaron las
torturas en el Gobierno Militar o la usura en plena democracia. Al dictador
Pinochet nunca le pusieron una mala cara porque no correspondía y a la
autoridad política hay que respetarla, y adularla, en este caso. Estos hermanos
en Cristo prefieren enfocarse en las plegarias, las alabanzas, la
evangelización, las ofrendas, los diezmos, las primicias y en el regreso del
Señor, en la parusía. Que otros papanatas terrenales se preocupen de la
desesperanza y rabia que se vive en las calles, de los hambrientos. Juan el
Bautista habría denunciado públicamente y con un megáfono de un trillón de
watts a los negreros, piratas, potentados, banqueros, violadores de bolsillos
pobres, fariseos y avaros. El demonio de la concentración de la riqueza en unas
pocas manos pasa desapercibido. La inmoralidad es la corona.
Algunas críticas radiales de pastores protestantes son tan timoratas y gallinas
que nadie las escucha, y Satán se ríe. Es probable que pretendan seguir el férreo
ejemplo de los fríos pastores evangélicos norteamericanos que callan frente a
las invasiones y saqueos. Algunos teólogos anglosajones creen de rodillas que
el ejército que invadió Irak, es el ejército del Dios de Abraham, el de un Dios
petrolero, entonces. A la santa iglesia católica, con su espectacular
descrédito, no la necesitan de mediadora ni de escolta ni de nada. Predican de
la tolerancia religiosa y no hay ningún templo no católico en el Vaticano.
Predican de los derechos de los trabajadores y en la Santa Sede jamás los
trabajadores han podido marchar por sus derechos. Todavía esperamos que algún
medico firme y confirme el certificado de defunción del envenenado Juan Pablo
I. Este papa alegre que no poseyó derecho ni a una autopsia fue enterrado como
un gusano. Es una iglesia que no transparenta sus intereses financieros, sus
cuentas corrientes y rentabilidades, sus inversiones en la bolsa, sus infinitas
propiedades, las prebendas que han recibido de los gobiernos y sus riquezas en
general. Pedófilos y homosexuales ven en un seminario católico un gran
porvenir. Hombres casados como el apóstol Pedro ven el sacerdocio desde lejos.
Nadie sabrá jamás lo multimillonaria que es la iglesia romana. Se podrían
acabar las ofrendas de los cándidos y de los desheredados. Tal vez, la
reformista y anticomunista Virgen de Fátima no los orientó adecuadamente con
sus profecías por goteo, tan bien gerenciadas. Las reformas estructurales se
inspirarían en el Perpetuo Socorro. El subordinado Chile no es igual. Quiere
rebelarse, transformaciones profundas y mil más. Con diferentes matices los
habitantes se sienten aplastados por la banca, las colusiones y los enjuagues
infames, con salarios injustos y sin una seguridad social genuina. Muchos
trabajan una vida entera ásperamente y progresan poco y nada. El huaso, con sus
dientes apretados es una bomba de tiempo. El excluido no anhela que se
inviertan más millones de dólares en el modelo de educación. Lo que ansía es
que se cambie el modelo de educación pública vigente quemando en la hoguera el
actual, que asiente el opresivo endeudamiento sempiterno, el lucro encubierto o
encapuchado, la no evaluación estricta de los profesores y el analfabetismo.
Existen liceanos de primera, de segunda y de cuarta categoría. No hay disciplina
intelectual en los que educan ni en los educandos. Algunos desvergonzados
propietarios de establecimientos educacionales hoy son pudientes gracias a la
generosa chequera fiscal. Exactamente lo mismo se desea con la pésima salud
pública. El hombre pobre espera meses y años por un diagnóstico, por una
intervención quirúrgica. Algunos medicamentos cuestan el triple que en otros
países porque acá algunos piratas ricos lucran con el dolor ajeno, y La Moneda
se encapucha, silba y se desentiende. Actualmente los reclamos por estas
injusticias no generan mayores escándalos. El faraón, conformado por los
poderosos de siempre, continúa durmiendo plácidamente la siesta en su trono,
con algún esporádico refunfuño. La derecha económica con su poder y medios no
tolerará que se debatan los temas de fondo, y menos en vivo y en directo en un
horario prime. Concluir que un buen porcentaje de la propiedad de la banca y de
las macroempresas sean de los trabajadores es un sacrilegio que los
inquisidores de siempre frenarán sin escrúpulos. A través de los milenios han
poseído una gambeta mágica, muros protectores. Como ya se compraron a los
políticos, el debate cierto y duro se trasladó a la plaza, a la barricada, a la
avenida central o debajo de un semáforo vapuleado. Cada que vez que un
movimiento social vomita con irritación, el señor ministro los invita a
platicar, y si la saña persiste, el ministro de hacienda colabora un milímetro
y el primer mandatario con sus manos abiertas y una leve sonrisa hace un
llamado al diálogo fecundo, como cuando el buen padre les habla a sus hijos con
cariño. Cualquier truco es válido si es útil calmando la furia de unos
transeúntes que anhelan quemar en la hoguera un modelo político que los ahorca.
Las reformas estructurales son hoy un componente del adn de los chilenos. La
casta política se preocupa cuando hay una cámara de televisión o una elección
ad portas. No importa el lío político, el mantra es buscar “espacios de
diálogo”.
Mayo 2010
En los insípidos veinte años que duró la Concertación por la Democracia, de
centro izquierda, compuesta por la Democracia Cristiana, el Partido Socialista,
el Partido Radical y el Partido por la Democracia, en la casa de Gobierno, no
realizó ninguna reforma estructural, asesinando otra vez al honrado socialista
Salvador Allende y al democratacristiano Eduardo Frei M., y su “revolución en
libertad”. Como el buen samaritano se dedicaron a entregar un beneficio social
importante tras otro, a inyectar recursos humanos y financieros donde se
necesitaba y a algunas reformillas de dudosa reputación. La gran especialidad
de la Concertación fue el chaucheo, la migaja. Transitaron, en democracia eso
sí, a través de un pinochetismo con Pinochet a un pinochetismo sin Pinochet.
Obviamente el capitalismo hizo y hace una contribución determinante y vigorosa
al crecimiento del país, mas no aporta nada en el área de la equidad mínima en
sí. Los números grandes o variables macroeconómicas marchan muy bien desde el
año 1985, tan bien que la mitad de los chilenos va a percibir una pensión que
lo acercará a una hambruna moderada. La vejez de la mitad de los chilenos va a
ser una película de terror en vivo en tres dimensiones. El anciano pobre
todavía mendiga en los hospitales por alguna colaboración o ayuda a su mal o
enfermedad. O la progresista Concertación tuvo pánico de elaborar alguna
reforma trascendente como la estatización de toda la minería o sencillamente se
vendieron al faraón, cual prostituta tramposa. El que un político, con o sin
rostro de apóstol, venda su alma al diablo es casi un dogma, una consigna. En
Chile un político honesto y coherente se siente un desadaptado social. La
miseria del otro la esquivan con talento y alocuciones con trompetas.
-Lenin, si todos los asustadizos diputados y senadores de todas las bancadas se
encadenaran al congreso hasta aprobar la primera reforma de fondo, por una
semana, este país empezaría a cambiar para siempre –espetó Emilio.
-Mi último gran sueño, antes de ser un empresario, un hombre exitoso y
práctico, me costó el exilio. Al igual que en Estados Unidos, España y otros
sitios, los dos bloques políticos existentes son de derecha, en el área de la
economía. Las diferencias se profundizan en la agenda valórica, en su rol en la
historia y en algunos cambios menores. En Chile la Concertación por la
Democracia es una derecha moderada y la Alianza por Chile es la derecha más
dura o clásica, como en España con el PSOE y el Partido Popular. Ambos son la
misma chola, pero con diferente pollera –replicó el decepcionado Lenin, que no
ve salidas o puertas de escape.
-Nadie se juega el pellejo por los postergados. Morirse no es la peor noticia.
Si Allende y Frei Montalva vieran todo lo que no hicieron sus discípulos y
supuestos simpatizantes, se suicidarían juntos, previa borrachera de lágrimas.
¿Qué es refaccionar el pasado entonces? –concluye Emilio, contrariado.
Noviembre 1970
El ciudadano socialista marxista Salvador Allende Gossens asume el 4 de
noviembre de 1970 la presidencia de la república de Chile después de un
estrecho triunfo en las urnas, que ratificó el congreso nacional, previa firma
de un estatuto de garantías, que Allende prometió respetar y que nunca lo
usaría para ganar tiempo, dicen. Los henchidos revolucionarios Lenin, Emilio y
Fernández, se reúnen clandestinamente para reafirmar sus propósitos últimos y
fidedignos. Estaban ebrios de dicha por este primer avance táctico hacia un
Estado Revolucionario legítimo. Era una oportunidad histórica y gloriosa que
había que aprovechar con inteligencia y mucho coraje. El desafío de transfigurar
totalmente la sociedad chilena, de pies a cabeza, era gigante e infinito y
sabían que los enemigos tenaces iban a ir apareciendo por camionadas, en cada
recodo y debajo de cada mata. Los tres hablaban infundidos casi al unísono,
atolondradamente, como atropellándose con palabras vehementes y ansiosas. Era
difícil percibir al autor de cada línea o vocablo. Alucinaban desde ya con el
compañero Presidente de la República. Es que no hallaban como empezar, a pesar
de que sabían que eran revolucionarios de segunda o tercera línea. Sólo el
flaco Fernández formalizaría sus inquietudes inscribiéndose en ese Partido
Socialista de Chile que idolatraba, desde la cuna.
-Ahora vamos a poder asentar la ENU, la Escuela Nacional Unificada, de perfil
socialista, humanista y pluralista.
-Sí, los colegios privados y católicos sólo fabrican burgueses, capitalistas,
momios, supersticiosos, fascistas y muchos lameculos del imperialismo
norteamericano.
-Necesitamos una educación justa e igualitaria para todos. Que los educandos no
tengan privilegios por su situación económica, clase social, religión, apellido
u otro.
-Si el cien por ciento de los chilenos recibe la misma educación, sólo
sobresaldrán los más capaces y talentosos, no los hijos de los pudientes o los
sobrinos del monseñor o los malditos apadrinados de siempre.
-La educación pública debe ser gratuita y para todos, igualitaria y de calidad,
sin predilectos. Nunca más estudiantes secundarios de primera y de segunda y de
cuarta clase. Nunca más jardines infantiles para acomodados y otros para
atorrantes. Basta ya. El destino nos da esta gran oportunidad.
-En las exigentes universidades estatales se matricularán los que se lo merecen
y nadie más. La capacidad personal del alumno guiará el buque.
-Se capacitarán en el extranjero los de mejor rendimiento, y sin mirar a quien.
-Es la escuela humanista la encargada de formar al nuevo hombre, del nuevo
país, que comenzaremos a cimentar desde mañana mismo, con efusión.
-La Madre Iglesia es fascista y multimillonaria y una empresa internacional
más. Educa al rebaño para primeramente proteger sus intereses, escondidos
detrás de un credo basado supuestamente en la santidad del Evangelio puro y
simple de Jesús. Y si no me crees, pregúntale a Franco, a Mussolini, a Pavelic,
a los banqueros de Dios y a cien más. La Santa Sede es un enemigo burgués más,
un amo más, con la piel de una oveja supuestamente irreprochable, dedicada al
encubrimiento.
-Sí, hay que desacralizarlo todo y extirpar el maldito y exasperante clasismo.
Si todos nacemos y morimos de una misma forma, entonces debemos vivir y
desarrollarnos de una misma manera. Es lo justo. El desordenado ímpetu abarcaba
casi todos los tópicos del programa socialista, incluidos los más espinudos. No
lograban calmarse ni escucharse bien.
-La Corporación de Fomento estatizará la banca y a los usureros los
pulverizaremos uno por uno, hasta el último, con celo revolucionario.
-La Iglesia no es la única enemiga. También están los altos mandos de las
Fuerzas Armadas, de histórico talante burgués y aristocrático. El Ejército es
el brazo armado de las clases acaudaladas, de los banqueros. Y por supuesto, a
los primeros que hay que combatir es a los empresarios, a los explotadores de
los trabajadores, a los negreros de siempre. La pelea será larga y compleja.
Seguramente la burguesía se va a defender como sea, aunque tengan que pedirle
ayuda a la CIA, a la Casablanca, si es que no se han contactado ya.
-No nos olvidemos de las promesas que hicimos en el congreso marxista de
Chillán, de que defenderíamos la causa revolucionaria con metralletas si es
necesario, sin titubeos o lloriqueos rezagados.
-Debemos invitar al gran Comandante de Latinoamérica para que nos aleone, a que
nos dicte una cátedra, a que nos preste su brújula.
-Compañeros, la visita de Fidel Castro está garantizada. El sublime maestro nos
guiará por la carretera del sacro verde olivo.
-Yo sé que el espíritu del Che Guevara está con nosotros, que ronda por La
Moneda desde hoy. Siento su magna presencia.
-Y nos va a acompañar hasta el último día, porque el Che es una luz inmortal.
- Lo más difícil siempre es la disciplina revolucionaria, la lealtad y el
coraje. No nos podemos dividir ni desordenar. Si nos afiebramos y perdemos el
orden y la serenidad en el análisis político y en el proceder, nos vamos a
extraviar.
-Seamos nosotros los primeros en subordinarnos a la agenda socialista que
generará los cambios, con implacable disciplina.
-Viva el cambio.
-Es primera vez que un marxista llega a la presidencia por la vía democrática.
-Eso nos da una mayor responsabilidad y aumenta la carga.
-Nuestros líderes tienen que ser capaces de armar brigadas dispuestas a todo,
en coordinación con los sectores postergados y las organizaciones de base.
-Compañeros allendistas, si el pueblo no se empapa de los objetivos y conceptos
primordiales y esenciales de lo que es el Estado Revolucionario en sí, estamos
perdidos. Hay que instruir al pueblo y formar militarmente a los más valerosos
y decididos. De lo contrario el fascismo internacional nos abatirá.
-En la lucha en contra del imperialismo el que pestañea se muere, tengámoslo
claro desde ahora. Los pucheros no sirven. La cobardía es basura.
-La Historia es nuestra, nos pertenece, nos dará la razón. Las banderas del
justiciero socialismo no caerán jamás. La burguesía fue derrotada en las urnas
y ahora será abatida en la calles, en los campos, en las ciudades y en todos
lados. La bandera de la hoz y el martillo flameará de Arica a Punta Arenas, de
cordillera a mar. El triunfo está a la vuelta de la esquina, si trabajamos con
unidad, valor y firmeza.
Junio 2011
Una de las vecinas de Rebeca se compró un refrigerador que no terminó de pagar
porque perdió su modesto empleo. Con la leonina repactación su deuda se
cuadruplicó y su angustia se octuplicó, y otra vez los supuestos allendistas no
resistieron comentar la situación en un almuerzo sabatino familiar. El nuevo
escándalo, el número mil, estalló en la televisión, por un breve tiempo, por
mientras la impunidad se emperifolla para que los poderosos reciban un tímido
rezongo escrito como el más duro de los castigos. La sátira es fenomenal.
-Es increíble que un consumidor quede engrillado a una deuda que crece y que lo
va a dejar en la calle o en la cárcel, por comprar una nevera –señaló Lenin.
-Este abuso es una de las tantas formas modernas de esclavitud –replicó Emilio.
-A través de la computación nos ponen un cepo electrónico. Al que no paga lo
pasan a la lista de los parias, y todo por perder el empleo o enfermarse
gravemente. Una economía sana necesita galeotes leales y los funcionarios de
las empresas de cobranzas son unos pistoleros maliciosos. –dijo un enfadado
Lenin.
-Algunos préstamos bancarios van amarrados a un seguro propio o a alguna otra
triquiñuela sucia. La banca es el godzilla intangible, impoluto. La impía banca
internacional con sus cuentas secretas protegen el crimen, a los dictadores, a
los mercenarios, el lavado de dinero, el contrabando, la trata de blancas y mil
más. El no pagarles o tener lepra es lo mismo. Son una divinidad intocable –recalcó
Emilio.
-Los parlamentarios están totalmente subordinados a los usureros,
cloroformizados. El Parlamento es una ramera y ahí la sinvergüenzura es parte
de la hermosura. De vez en cuando, en una sobresaliente actuación, ponen el
grito en el cielo para que creamos que están preocupados con los espantosos
atropellos de algunas de las grandes empresas o industrias –dijo Lenin con
vehemencia y convencido ya de que el parlamento es un cártel de derecho, una
meretriz voraz.
-Crean una comisión investigadora tras otra, hasta que todo se diluye en los
vericuetos de los variados limbos de los propietarios legales de la nación
–señaló un Emilio hecho trizas con la impunidad infinita de los gigantes.
-No hay comisiones que evalúen con rigurosidad a las comisiones y subcomisiones
que crean los parlamentarios, con bombos y platillos –subrayó Lenin, que sabía
que el objetivo final era tapar todos los gatuperios con tierra y agudeza.
-Con el cobro de seguros, comisiones, intereses, gastos administrativos, gastos
legales y otros, flagelan a los consumidores o plebeyos –apuntó Emilio.
-La clase política, izquierdistas y derechistas, está comprometida con la
aristocracia primeramente, y a veces son un componente de ésta -expuso Lenin.
-Candidatos pasan el sombrero indiscriminadamente y los amos del país les
lanzan algunas monedas con la cual financiarán sus campañas y vacaciones. La
clase política es el mayordomo del faraón, en todos los sitios –recalcó Emilio.
-La democracia de hoy es el acuerdo de unos pocos privilegiados que se amarran
a la mamadera del poder con todo lo que poseen –señaló un agotado Lenin.
-Los políticos que sobreviven o sobresalen pertenecen todos a una misma mafia.
Se dividen la torta por medio de cohechos, timos, engañifas, licitaciones
hechiceras, fiscalizaciones simuladas y contubernios clásicos. A veces el
pecado del diputado es solamente de omisión. El guardar silencio también ha
sido lucrativo –dijo Lenin.
-Cuando termine todo esto y la televisión ya no hable más de este caso,
hallarán otra forma de robarnos, como siempre. Los jueces también participan de
la fiesta –concluyó un Emilio que se envenena la siquis con los noticieros.
Tampoco obviaron las revueltas estudiantiles. En abril del 2006 los educandos
jóvenes de la noche a la mañana enloquecieron. Con el anhelo de transformar la
educación pública chilena, comenzaron a tomarse los colegios y a movilizarse.
Cual azote del destino, las tomas eran en una escuela tras otra, en un distrito
tras otro, con la respiración sacudida. Trasnocharon, comieron poco, durmieron
muy mal, caminaron millas, levantaron carteles y la voz. Pusieron a empujones
en una mesa de diálogo al siempre adormilado gobierno para intentar modificar
las bases de la mala enseñanza estatal. El astuto gobierno creó una anestesia
llamada Consejo Asesor que digería todas las inquietudes e iras, sin soluciones
de fondo. Las protestas y las revueltas terminaron. Los jóvenes se
desmovilizaron y fueron estafados con una carismática sonrisa. Si bien al final
todo quedó igual, a los estudiantes les quedó la sensación de que hicieron un
aporte a la patria y al gobierno le quedó también la planificada y socarrona
sensación de que hicieron un aporte al debate sobre la educación y al ejercicio
de la democracia cierta. La percepción de muchos ciudadanos era la misma. Ese
año 2006 el modelo educacional corrupto ya estaba agotado, mas guardaron
silencio por razones políticas egoístas. Y todos fueron felices. El agotamiento
del modelo educacional decidieron comunicarlo con megáfonos y trompetas cinco años
más tarde, con un gobierno de derecha en La Moneda, ya que así es más cómodo y
divertido. Como en el año 2006 nada se hizo y todo fue estéril, en junio del
2011 los mismos estudiantes secundarios y los mismos universitarios, con nuevos
nombres y las mismas ilusiones, iniciaron nuevamente tomas, protestas y
marchas, con el mismo propósito de mejorar la pésima educación pública chilena.
Todo volvió a fojas cero, porque los cambios anteriores fueron triviales,
voladores de luces, analgésicos perecederos, como es y será la costumbre, al
final del camino, con senadores reservados que no perforan ni en broma el
patrimonio de los amos legales del país.
-Si los educandos se sientan apaciblemente a platicar con el Ministro de
Educación titular o en ejercicio no consiguen nada o muy poco. Si actúan
violentamente, como lo proponen los anarquistas, no consiguen nada. Están
atrapados en un callejón sin salida que es de propiedad de los patrones. El
ciudadano común está sencillamente acorralado. Hacia donde camine choca con un
muro legal que es el cobijo de los inalcanzables poderosos –exclamó un punzante
Lenin.
-Al faraón, o los propietarios del poder, no hay como pellizcarlo. Si les dan
una educación de calidad a los niños y jóvenes pobres la mano de obra se
encarecería rápidamente y los trabajadores no calificados disminuirían
considerablemente –replicó un melancólico Emilio, que escuchó a un académico.
-Una buena economía de libre mercado requiere de mano de obra barata y
abundante. Las barriadas nos abastecen de los obreros mal pagados que se
necesitan para el desarrollo económico del país –dijo un experto y curtido
Lenin.
-Calmaron y terminaron las protestas inventando sagazmente comisiones y
subcomisiones hasta apagar toda llama de rebeldía –señaló un rendido Emilio.
-Ese truco de marear al que reclama furioso con supuestas medidas y con cien
mesas de trabajo es tan antiguo como sentarse en el suelo –intervino la siempre
avispada Rebeca, que no veía salida al problema.
-Es un drama ver a jóvenes maravillosos o talentosos sin futuro ni esperanzas.
Varios estudiantes cristianos han perdido hasta la fe y hoy beben ron como si
fuera agua –opinó una ofuscada Sara, que ve todo oscuro.
-Chile camina en un círculo sin fin y que no parará. No vamos a ningún lado. No
hay una agenda transformadora, ni la habrá. El monarca no lo permitirá jamás
–dijo Lenin, contenido y buscando con fe una ventanilla a la encrucijada.
-Es curioso, el congreso y la clase política se dan mil vueltas y gastan
millones de dólares para dejar todo en el mismo sitio, y con un rostro de
“misión cumplida” –indicó Emilio, aburrido de los embelecos repetidos de los
parlamentarios y ministros.
-Los cambios son puro maquillaje, externos. Emperifollan el muerto con la
intención de conseguir más votos y perpetuarse en el poder, olvidándose de los
postergados con una sutileza excepcional –sentenció una decepcionada Rebeca.
-Entonces en nueve meses más la revolución pingüina o estudiantil será sólo un
recuerdo romántico más. Los jóvenes pagan intereses exorbitantes para estudiar.
Si lo único que falta es que los obliguen a vender un riñón. Como dice Lenin,
la gélida y criminal banca es intocable. La banca es el amo del mundo –dijo
Sara, desencantada también, de una banca que es el imperio del mal.
-En seis meses más los periodistas o pajes hallarán una nueva entretención.
Ejemplo, algunos neoliberales recalcitrantes buscan la forma de asfixiar y
endeudar a algunas empresas públicas hasta hacerlas ineficientes, como la
empresa nacional del petróleo, para que de esta manera tengan la excusa
perfecta para privatizarla. Es un método poco sutil con el que pretenden
robarse las riquezas estratégicas de todos los chilenos que van quedando, otra
vez –confirmó Emilio, cáusticamente, sabiendo que los saqueadores de la patria
son insaciables.
-Con la efervescencia social los evangelistas del quehacer político trituran el
inmaculado bostezo –concluyó irónicamente Lenin.
-La educación, la salud y todo lo demás, requieren reformas estructurales, de
fondo, no una inyección de recursos, de lenitivos con una parafernalia que nos
humilla y nos ofende cada día más –concluyó Emilio con algo de ira.
Agosto 2011
En la marcha estudiantil del año 2011 por una educación digna y presentable,
los mismos moderados universitarios interpelaron al violentista apodado “el
terrícola” por lanzarle piedras e insultos a los policías. Los educandos y
muchos creían que los métodos utilizados por profetas como Gandhi y Martin
Luther King al final son más fructíferos que la ruta del asesinado Che Guevara
u otra parecida.
-Estúpido, ¿Por qué apedreas el furgón policial? ¿quieres que te lleven a la
comisaría, ante el juez? –le indica un colegial al “terrícola”.
-Los malditos policías son mis enemigos, son los defensores de este sistema
policial y fascista que a todos nos ahoga, y tú, te preocupas por una piedra
que le lanzo a un furgón que parece de fierro. Todos los jueces son parte de la
pudrición y están vendidos a los amos. Son sus cobijos –responde enojado el
“terrícola”.
-Tarado, con la violencia se complica todo –le indica un manifestante.
-Es verdad, la violencia estructural o el actual modelo político lo complica
todo. Me dicen “el terrícola” porque nací y crecí con un piso de tierra. Los
bancos con sus intereses estrangulan al estudiante, al trabajador y a los
humildes, coludidos con esa Cosa Nostra llamada “clase política”. El modelo
legal sólo nos da carencias, humillaciones y postergaciones, a través de la
miseria, del hambre. Somos parias, el Estado nos golpea con todo, y yo, les
respondo con mi humilde armamento y tú te enfadas. El primer violentista
irracional y furibundo es el Estado, secuestrado por unos pocos, que se
encapuchan detrás de sus fortunas personales y de la ley.
-¡Al quemar la bandera del país sólo retrocedemos! –replica otro.
-Yo no tengo bandera, ni patria, ni futuro, ni presente, ni salud, ni educación
ni trabajo. Yo orino sobre esa bandera que intenta someterme. Hay que
destruirlo todo, quemar las empresas, y expulsar a todos los déspotas que
pretenden esclavizarnos dentro del Estado de Derecho, que es el látigo que
inventaron los genios para convertir en reos a los que nos rebelamos. Los
jueces, parlamentarios y ministros son los enemigos, siempre bien encapuchados,
del pueblo. Encapuchados porque cubren y protegen con mañas a los amos del país
y sus intereses, con una supuesta perspicacia, y ya que no quieren que los
identifiquen, que los descubran.
-No, amigo “terrícola”, ¡debemos marchar pacíficamente! –dice otro
universitario.
-Pedazo de idiota, las marchas tibias no sirven para nada, son basura. Si
quemas un automóvil, te atiende un asesor del subsecretario, si quemas media
ciudad te atiende el presidente de la nación, “muy preocupado”. Los poderosos
se ríen de las marchas de boy scout, de los capones, de los asustadizos. Carabineros
de Chile es el guardia privado del empresariado. En la primera rebelión
estudiantil del 2006 los jóvenes marcharon pacíficamente, como tú, y terminaron
haciendo el soberano ridículo y nada lograron. Y que quede claro que fue una
gobernante socialista la que los estafó, creando comisiones y subcomisiones,
hasta que todos se quedaron dormidos en el laberinto. Cualquier descerebrado lo
capta de inmediato. Estamos como corderos sometidos a la tiranía y caprichos de
unos pocos negreros, debidamente bautizados, que son los dueños de todo, hasta
de nuestras vidas. Esta es la maciza guerra de los oprimidos. Cualquier
demagogo que llega al parlamento o a un ministerio vende todo su ser de
inmediato, o lo aíslan, y se extravía para siempre. ¿Qué hace la banca privada
prestándole dinero a alumnos pobres con dineros que le entrega el propio
Estado? La banca presta, ahoga y roba, sin correr ningún riesgo. El banco del
Estado es el que debería hacer esta labor, con un espíritu social. Por eso soy
revolucionario, y por medio de la violencia romperé mis cadenas. Dialogar con
el faraón es sometérsele. Si ustedes quieren marchar como en un jardín
infantil, allá ustedes. La actual institucionalidad, enlazada a una
constitución política fascista, es nuestro primer grillete. Yo no soy un
delincuente, soy un antisistémico, un anarquista, y ustedes un estadio repleto
de ingenuos y pelotudos, que lo único que hacen es mendigar una reforma
insípida tras otra, trozos imperceptibles de piedad. Púdranse. El camino de
Gandhi fue fecundo, el camino de Mao fue prolífico también. La Concertación por
la Democracia, la Alianza por Chile, los curas, la banca y los
macroempresarios, forman una asociación ilícita que nos lanza piedras, rocas y
cepos, respetando los derechos humanos, ja ja ja ja. Lo mismo sucede en España
con el PSOE y el PP, y en Estados Unidos con los demócratas y republicanos.
Todos chapotean en el mismo barro, con las indecorosas instituciones
republicanas como vigilante y adarga de sus monederos delictivos.
-Tranquilo amigo anarquista, esta lucha la ganaremos sin daños a terceros. Dios
nos va a ayudar –replica una marchista cristiana.
Católicos y protestantes han bañado con agua bendita la esclavitud y la usura
durante siglos y sin asco. La religión es una ramera más, después del congreso,
o antes. El templo te invita a la sumisión, al conformismo, no a la rebelión, a
la lucha. El Vaticano bendice con el sacramento del divorcio sólo a algunos
privilegiados como Joseph Kennedy, Carolina de Mónaco y también a algunos
millonarios chilenos, muy secretamente. Se dedican al lavado de dinero y
todavía no le hacen una autopsia televisada al envenenado Juan Pablo I. Los
obispos no sólo encubren los abusos a los niños, sino también los enjuagues
financieros. ¿Cuántos izquierdistas son lustrabotas del faraón, de los que
detentan el poder, y no siempre están bien pagados, ah? Que el presidente
Piñera estatice su línea aérea como un aporte a la patria, ja ja ja ja. Su
primer deber ético es que no les rasguñen el patrimonio a sus amigos y aliados,
lo mismo sucede con todos los otros que llegan a ser mandatarios. Como dijo el
antipoeta Nicanor Parra: “La izquierda y la derecha unidas, jamás serán
vencidas”.
Todos comprendían que dentro de muchos excluidos dormía un “terrícola”. La ruta
de las balas, la intimidación y el saqueo es totalmente rechazada por la
ciudadanía, y con mayor razón si la guerra fría terminó. La no violencia es la
vía, piensa la gente seriamente y sin fluctuaciones, a pesar de comprender a
cabalidad la furia acumulada y expectaciones de los “terrícolas”, que no son
pocos. La revolución debe ser por goteo, supeditado a una sabia gradualidad,
sin transar, en democracia, defendiendo en la calle y en cada espacio cada
metro avanzado, desestimando la violencia. No más traidores o vendepatrias en
el Parlamento.
Julio 1971
A través de un decreto promulgatorio que modificaba la Constitución de la
Republica o algo así, el cobre quedaba nacionalizado, es decir, la más
importante y contundente riqueza del país ahora era de propiedad de todos los
chilenos. El grito de júbilo en la patria fue de inmediato, en todos los
sectores. Las banderas chilenas no dejaban ver el cielo. Los más beneficiados
eran los postergados de siempre. Los tres amigos hacían rondas de dicha y los
abrazos se repartían como en año nuevo. La locura era total. El Capitán General
Bernardo O”Higgins Riquelme firmó la independencia política de Chile en el año
1818 que nos desvinculó de España y Salvador Allende firmó la independencia
económica en el año 1971, que nos divorció de la sumisión, del vasallaje. Viva
Chile. Ya podemos pronunciar la palabra libertad.
-Compadre, la patria ha sido renacionalizada, el estratégico cobre es nuestro.
- Primero la independencia política con nuestro padre de la patria don Bernardo
O´Higgins y ahora se firma una segunda independencia, la económica, con nuestro
prócer Salvador Allende. Más patriotismo imposible. Viva Chile.
-Sí, O´higgins y Allende son los grandes próceres de nuestra historia.
-La iglesia católica se demoró más de veinte años en reconocer la independencia
política de Chile, y ni se encogieron.
-Es que los obispos ven lo que les conviene primero, ja ja ja ja. El ojo
financiero y político no le falla a la Santa Sede, y después ponen cara de
distraídos y se justifican con magia y unos argumentos que son envidiables.
-Con la venia, cobardía y traición de los gobiernos burgueses las empresas
extranjeras e imperialistas nos robaron miles de millones de dólares, en un
Chile muerto de hambre y mísero. No tienen perdón.
-Ya no recogeremos algodón otra vez.
-Esta firma del Chicho es como la victoria de una segunda Batalla de Maipú.
-Con este decreto promulgatorio somos libres otra vez, al fin.
- Como dijo el pastor Martin Luther King: ¡libres al fin! ¡libres al fin!
-Nuestro padre de la patria O’higgins hubiese hecho lo mismo que Allende.
-Sí, nuestro padre de la patria no se habría sometido a los extranjeros
poderosos.
-La agenda social se fortalecerá.
-Decenios de sometimiento a las potencias extranjeras terminaron.
-Que el cien por ciento de nuestra minería y grandes riquezas sean de todos los
chilenos por los siglos de los siglos, sin triquiñuelas o trucos jurídicos de
los imperialistas o sus siervos. No vendamos parte de la patria nunca más. Que
Chile sea de Chile, siempre.
-Alcanzar el cielo es posible. La dictadura del proletariado es posible. La
victoria final es posible. Este fue el primer gran paso.
-El marxismo es el método de interpretación de la realidad. Interpretemos bien
los que sucede, el contexto, sin desbarrancarnos.
-Yo lo sé. Esto significa que le decimos adiós al feudalismo.
-Que la gran minería y las riquezas estratégicas sean chilenas por siempre, en
su totalidad, sin traidores astutos y demagogos de por medio que podrían
privatizarla fraccionadamente, por medio de subterfugios jurídicos y contratos
sagaces. Que así sea, y que con el tiempo esta bendición no se diluya.
Diciembre 2019
En Chile nadie cree en nada. El nihilismo predomina. Los mundos religioso,
político, sindical y dirigencial están totalmente desacreditados. La poesía
fidedigna es lo único que se mantiene puro. Antes de navidad se reúnen en el
restaurante Don Jano un trío formado por Lenin, su yerno y Emilio, una vez más.
-En Chile se ha perdido toda credibilidad y fe, el escepticismo y el desaliento
reinan –sentencia Santiago Andrés, que advierte un nudo ciego.
-Los estómagos vacíos son incrédulos y están condenados a una pobreza perpetua
también. El estancamiento liquida a cualquiera. Los postergados no escalan,
dándose vueltas en un pernicioso círculo. La política migratoria es un asco. El
país es un ejemplo de crecimiento y a la barriada no se lo han comunicado
–acota un ofuscado Emilio.
-En mi juventud la palabra del cardenal Silva se respetaba. Cada sector
político tenía personalidades que eran apreciadas hasta por sus adversarios. Ya
nada queda de eso. Hoy un político habla y la gente se orina en su cara.
Algunos ciudadanos no ven ninguna diferencia entre un diputado y un bandido
violento –opina Lenin.
-Los partidos políticos son agencias de empleos y el centro neurálgico del
tráfico de influencias, particularmente cuando se trata de licitaciones brujas
voluminosas, de contratos millonarios, de contubernios prodigiosos –señala
Emilio, que ha visto a políticos menesterosos prosperar robustamente de la
noche a la mañana.
-Estamos en un túnel sin salida, aunque Espartaco nazca mil veces. Y la Santa
Sede continúa con sus oscuras finanzas, ocultaciones e inmoral testimonio. El
encubrimiento duro es su gran distintivo –expresa un decepcionado Lenin.
-El Romano Pontífice debería ordenarle a la Santa Sede, a las órdenes
religiosas y las entidades católicas, que transmitan por Internet todas sus
cuentas contables. Deberíamos poder ver en una página electrónica cada cartola
bancaria, balance, contrato, pagos e ingresos del mundo católico, pero no, la
Santa Sede ha optado por el secretismo y el descrédito, a través de los siglos.
El secretismo es su impronta. Creo que el encubrimiento inmoral y escandaloso
de la pedofilia por parte de cardenales y obispos fue la lápida. Ahí mostraron
su carácter, su genuina y milenaria fibra moral. Lo demás es no querer ver ni
asumir, simplemente –señala un penetrante Santiago Andrés, que ve en los curas
una tropa de degenerados avisados.
-Los evangélicos no andan lejos. También hay evangelistas y pastores que no le
rinden cuenta a nadie de sus jugosos ingresos pecuniarios. Hay otros que sólo
se dedican a pedir dinero, antes que se venga eso del fin del mundo –expresa un
sardónico Emilio.
-Los partidos políticos y el parlamento hace años se vendieron al faraón, hace
siglos en algunos casos. El congreso es la mujerzuela ardiente que se sienta en
los muslos del rey, mascando chicle y esperando la moneda generosa – reafirma
un fastidiado Lenin, que ve en el diputado una prostituta de esquina.
-A través de disímiles embelecos y malabares legales todo se privatiza y ni
cuenta nos damos. La salud se privatiza, la educación se privatiza, la
previsión se privatiza, la minería se privatiza –expresa Santiago con una
cerveza triste en la mano.
-Privatizar, privatizar, que el mundo se va a acabar, es el Decálogo del actual
modelo político –acota un frustrado Emilio, que se siente impotente.
-El desencanto de los peatones es para llorar. No hay acuerdos o candidaturas
que generen esperanzas. Sólo se elige entre lo que hay, entre lo que te
imponen. Todos los candidatos terminan respetando o subordinándose a los amos
del país. Esta democracia es el asistente sumiso del zar, de los negreros
–plantea con seguridad y despecho Lenin, que olfatea las secuelas del
descontento generalizado.
-Los banqueros creen que Chile es su edén en Sudamérica y no paran de reír. La
banca es la dueña de nuestras almas, de la patria y de nuestro diario vivir
–ironiza el siempre perspicaz Santiago, que posee un buen ojo.
-Los ciudadanos escuchan los discursos con los oídos tapados. Todos prometen lo
mismo, todos mienten por igual –ironiza también Emilio, que sufre con las
campañas políticas, que se han convertido en carnavales.
-Si los indignados no canalizan sus inquietudes a través de la ineludible
acción política y con vehemencia, pasarán a la historia como una anécdota más
–lo señala el joven abogado e historiador aficionado.
-Nuestros desesperanzados jóvenes vagan por las calles consumiendo drogas,
bebiendo pisco desproporcionadamente y lanzándole piedras a los carabineros
–expresa Lenin, que encontró una ventanilla o supuesta salida política.
-Los señores feudales no ceden un ápice –plantea con rabia Santiago.
-Hay que buscar la forma de instalar en la agenda pública un nuevo contrato
social, que excluya a los derechistas cabezas de piedra –indica un furibundo
Emilio, que de vez en cuando su sobrecarga ideológica lo monitorea.
-No, si queremos firmar un pacto que promueva la nacionalización de la gran
minería y de las riquezas estratégicas tenemos que invitarlos a todos. El
faraón quiere vernos divididos. Yo propondría un pacto por la nacionalización
que incluya a allendistas y pinochetistas y todo lo que hay entremedio, sin
temor –plantea Lenin sorprendentemente y algo ruborizado.
-Esa parece una solución ridícula –señala Emilio, que el igual que Santiago, se
quedó con la boca abierta con semejante proposición. Y Lenin no bromeaba.
-Tal vez sea lo que necesitemos. Algo novedoso, ridículo y blasfemo nos sacaría
de la podredumbre ideológica generalizada. Los acuerdos políticos
convencionales y decentes de los políticos respetables, nos han traído a esta
caótica situación. Es el minuto de romper los paradigmas y atreverse. Si todo
sale mal nada perderemos, nada. Le he dado muchísimas vueltas a este
planteamiento y créeme, no soy el único que piensa igual. Creo que se lo
propondré a los Partidos, a la sombra de un vino tinto navegado. Conozco a
algunos líderes. Empezaré mis gestiones, que seguramente me costarán mucho
dinero, tiempo y paciencia –responde el millonario Lenin con firmeza, que está
repleto de influencias y peso, y vislumbra un horizonte fértil, con una fe
inaudita y novedosa, en su capitalismo popular.
-Suegro, si bien la idea parece más que interesante, pienso que los comunistas
le van a cerrar la puerta en sus narices en el acto –lo dice algo preocupado
Santiago.
-Obviamente me van a dar un portazo al principio, es parte del proceso de este
pacto imposible. Intentaré persuadirlos. Ahora sé que soy un quijote –concluye
el socialista que campea dentro de Lenin y que ya ha reunido miles de
antecedentes de la estatización de Allende que incluyen periódicos,
fotografías, cintas, grabaciones, argumentos políticos, que es lo que necesita
como el primer ladrillo de su audaz pacto, versión siglo veintiuno. Su
extravagancia se viene. Contrató a un sociólogo, que está dedicado a tiempo
completo a la herética propuesta. En este capitalismo popular el nuevo dueño
son los trabajadores.
Septiembre 2020
La conferencia episcopal, la confraternidad de pastores evangélicos y las otras
confesiones religiosas de la patria se han adherido a la conclusión de los
luchadores sociales de que los trabajadores sean los propietarios del 70% de la
propiedad de las Administradoras de Fondos de Pensiones y de las Isapres como
un primer paso en la equidad nacional y en el combate a la horrorosa y perversa
distribución del ingreso. Una clase trabajadora capitalizada está en
condiciones de comprar acciones de la bolsa y participar de la propiedad de bancos,
industrias, comercio, servicios y otros, como se dijo antes, con la
colaboración de Hacienda. Las acciones bursátiles de la banca los trabajadores
la van a pagar con las utilidades futuras de las mismas instituciones bancarias
más un aporte inicial en efectivo. La otra posibilidad es que sea una
administradora estatal la que gestione los fondos de pensiones de los
compatriotas. Chile se ha convertido en país de proletarios, no de
propietarios. A la mitad de los trabajadores les espera una pensión de hambre,
una salud pública que desespera y una educación que forma más proletarios
medianamente letrados y que no dinamita el redondel de la pobreza. Los señores
feudales residen en el edén. El rebaño se empobrece y el mundo religioso y
sindical anhelan una salida civilizada a la inmoral repartición de la riqueza.
Algunos plantean que el único problema de fondo de siempre es la distribución
de la riqueza. Y como siempre, la estatización de la gran minería es el primer
y gran anhelo, solicitado a Dios Padre de rodillas. Los diagnósticos sin
solución son los mismos de siempre, con palabras y expresiones que se repiten y
cansan. Siempre nos quedamos en el lloriqueo legítimo, histórico e infértil, en
la eterna marcha callejera estéril, y no habría un pasadizo por donde
escaparse, al parecer. Una salida política herética es la gran y singular
solución final, sin estallidos, sin incendios, sin destruir el país. O
estatizan el litio o los trabajadores son el dueño de la mitad de las acciones
del litio, que comprarán con las cotizaciones. Bienvenidos a un capitalismo
popular genuino, con el respaldo de un movimiento popular potente y firme,
siguiendo a Gandhi, al pastor Martin Luther King.
Diciembre 2020
Don Agustino, el ex líder de los empresarios por mucho años y que por cariño
sus colegas y emprendedores le llamaban el Don, está muy anciano y enfermo, y
mirando televisión conversa con el abogado Ernesto, su asesor personal más
antiguo y leal.
-¿Qué es lo que realmente sucede Ernesto, explícame? –pregunta el Don.
- Don Agustino, son los jóvenes que reclaman y marchan por una educación
pública de calidad, y los trabajadores que piden mejores pensiones y un sistema
de salud que no excluya a las barriadas y villas de la zona occidente de la
capital. El petitorio es extenso, reiterado y aburrido –contesta el
incondicional Ernesto.
-¿Y esos jóvenes que rompen vitrinas, semáforos y automóviles?
-Don Agustino, son los anarquistas, judas y violentistas de siempre. El
movimiento social crece y nadie quiere concretar las reformas estructurales que
la ciudadanía solicita hace tantos años, como dicen ellos con tanto desparpajo.
El país se desordena por todos lados y el Presidente de la República y las
instituciones republicanas son sobrepasadas, otra vez. Algunos periódicos sediciosos
señalan que esto es un movimiento social con las características de una
revolución silenciosa, con una masa desesperada, frustrada y furiosa. Las
paralizaciones estudiantiles y laborales son como un tren, una primero e
inmediatamente después viene la otra. Por momentos el país es ingobernable. Las
ciudades también se levantan, gritándolo todo. A los carabineros los insultan y
los apedrean como si nada. La Justicia no castiga a los que con palos y otros
elementos contundentes devastan nuestro querido Chile. Los saqueadores ni
siquiera son procesados. El despelote es total –dice Ernesto, con la película y
la ira muy claras.
-No te preocupes, nuestros generales sabrán cumplir con su deber. Todos estos
antipatriotas y sublevados tarde o temprano recibirán su merecido. Si la
actividad política regular no es capaz, nuestras Fuerzas Armadas impondrán el
orden, el respeto a Dios, a la bandera y a la ley. Con revoltosos y
perturbadores como estos es imposible emprender, invertir, crecer, producir y
enriquecerse limpiamente. Y al final los únicos perjudicados son los
desempleados y los humildes, como siempre. Por mientras existan uniformados
patriotas, nuestras distinguidas damas dormirán y transitarán en paz por la
calles. Añoro esa paz social que instauramos en aquellos inolvidables años, con
los militares. Me gustaría saber como vamos a canalizar toda la energía y furia
de los indignados con el actual modelo político, a favor nuestro. Necesitamos
un cientista político talentoso y sagaz, y abogados constitucionalistas
eruditos y zorros, y todo lo demás –sella el Don, que conoce el rubro.
-No se preocupe don Agustino. Ya encontraremos una forma inteligente de
lograrlo, de llevar toda esta agua a nuestro molino y volver a hacer así de
Chile un país normal –concluye el devoto asesor, que anhela mantener su orden.
El faraón, el Don era una de las estrellas de este equipo dueño de Chile,
siempre observó desde su balcón el despliegue de odio e insultos entre
pinochetistas y allendistas, que le convenía mucho. Él dividía y vencía. Nada
ni nadie interrumpirá la siesta en su hamaca. El faraón posee fuerzas fieles e
incondicionales entre los civiles, los uniformados, en el más allá, las
potencias extranjeras, la banca y mil más, y siempre tiene cien cartas marcadas
bajo la manga, por si alguna mosca impertinente se le quiere acercar. Todo
senador de prestigio es un súbdito leal del monarca. El odio entre chilenos es
su mejor negocio. Un país fragmentado entre buenos y malos es su edén personal.
Los buenos son aquellos que lo defienden, y que por eso aman a la patria y a
Dios, y Dios y la patria les aman. La mayor tabla de salvación del patrón de
Chile es mantener a los ciudadanos divididos entre allendistas y pinochetistas,
entre izquierdistas y derechistas, a través del rencor inmortal. Esa es la
barrera o truco que hay que desenmascarar.
Marzo 2021
La concentración de la riqueza en pocas manos continúa tal cual desde que se
firmó la independencia en el año 1818 y las carencias en la agenda social son
interminables. Después de odiarse por casi medio siglo ocurre lo imposible,
casi un milagro, una chifladura de aquellas, una blasfemia. Por muy diferentes
motivos y aburridos de las exclusiones, allendistas, radicales,
socialcristianos y derechistas hacen una tregua y firman un pacto de noche, que
traería las más insospechadas consecuencias comunicacionales a nivel nacional.
Pulverizan todos los ladrillos del muro de Berlín y la guerra fría, o lo que
quede de ella. Sí, hablo de un pacto entre lo que se ha denominado siempre como
la extrema izquierda y la extrema derecha y todo lo que hay entremedio,
pensando en el interés nacional. Los sectores, debidamente representando a sus
fracciones deciden apoyar la idea de nacionalizar toda la gran minería y una
fracción de las macroempresas, como la banca, hasta las últimas consecuencias,
desmarcándose de los poderosos, de aquellos que dividen para vencer y de los
políticos clásicos o arrastrados. Conversan en un lugar neutral los presidentes
de las dirigencias, con respeto. Después de invertir unos millones de dólares y
años, Lenin, siempre detrás de las bambalinas, logra sentarlos en una mesa, y
escucha atento, lo que otros ven como una blasfemia insostenible, un pedo de
Satán.
-Buenas noches señor Iturra –expresa Miguel Poblete, presidente del Partido
Socialista y luchador social infatigable.
-Buenas noches don Miguel –es el saludo de Bernardo Iturra, líder de los
derechistas de la nación.
-Le hablaré sin rodeos ni mentiras. No me contacté por carta con ustedes por
simpatía, más bien por necesidad, porque estamos atrapados. Mi primer y más
profundo anhelo, de muchos más, es que se nacionalice el cobre en un cien por
ciento y la gran minería, y que el pueblo participe de la propiedad de las
grandes empresas. El pueblo chileno tiene carencias en educación, salud y
muchas más. La lista de penurias es interminable. Puede parecer una
excentricidad, y en cierta manera lo es, pero para nosotros recibir el apoyo
formal de la derecha para intentar nacionalizar la gran minería, sería un
avance estratégico en esta lucha en particular, una jugada táctica. La riqueza
continúa en pocas manos y estoy enfurecido por esto. Si los polos opuestos se
unen, creo que podríamos cambiar Chile. Tal vez la patria quiere tomar el hilo
por los extremos –expresa Miguel.
-También le hablaré sin rodeos don Miguel. Los amos de este país, que
utilizaron a los militares para sus intereses, siguen enriqueciéndose y algunos
uniformados han muerto por no tener una cobertura médica adecuada,
particularmente en provincias. El presupuesto previsional militar de la Defensa
está prácticamente quebrado. También hay otros requerimientos que ahora no le
mencionaré. Me parece brillante vuestra idea de nacionalizar la gran minería en
un cien por ciento, sin titubeos ni cobardías. Cuando el señor Allende
nacionalizó el cobre tuvo el apoyo de todo el congreso. Podemos hacer algo
parecido otra vez. Esto beneficiaría mucho a los dos sectores que representamos
y a toda la patria, obviamente. Tengo entendido que los polos opuestos se
atraen –bromea un poco-. Quiero dejar en claro que en el pasado usted fue mi
enemigo y que el señor Fidel Castro atropelló todos los derechos humanos y que
nunca me agradará –señala Iturra.
-Pinochet atropelló todos los derechos humanos y también fue mi acérrimo
enemigo, y es precisamente por eso es que lo necesito. Un componente de esta
tregua y trato no es revisar la historia o tratar de persuadir al otro de que
transitó por un camino profundamente equivocado. El objetivo es uno y simple,
sin analizar las ideologías y asesinando el pasado: nacionalizar la gran
minería en un cien por ciento, entre otros, como se lo detallara en mis correos
electrónicos y sus anexos. Obviamente una buena salud y educación incluye a los
militares y sus hijos, también algunos beneficios sociales y globales –afirmó
caballerosamente Miguel, que presentía que podía pasar a la historia grande con
esta propuesta generosa, irreverente, dislocada y sui generis.
-La causa de la nacionalización de los recursos mineros es una ofrenda de amor
a la patria. También ver tanta pobreza que no fenece me cansó. El chorreo nunca
dio frutos potentes en las barriadas, nunca. Firmaré sin vacilaciones este
pacto y supongo que muchos más se sumarán, dada sus características.
Considéreme un adherente fidedigno más –agrega Iturra, sin duplicidades.
-En nuestros primeros sondeos ya averiguamos –Lenin hizo la gestión y pagó
varias encuestas, sondeos y consultas- que se van a ensamblar a esta noble a la
causa las diferentes confesiones religiosas, profesores universitarios,
gremios, campesinos, sindicatos, juntas vecinales, clubes deportivos, artistas
y miles de fuerzas vivas. Pienso sinceramente que este excepcional pacto va a
causar una conmoción mundial, y le dará un giro a la historia y
comunicacionalmente es un golpe inmejorable. Acudí a usted sólo por razones
estratégicas, realmente lo necesito. Seguir teniéndolo como enemigo ya no
sirve, es un pésimo negocio, que sólo favorece a los potentados que quieren
mantenernos divididos. Odiándolo por decenios, tal vez por siglos, no ha sido
útil. Esta es una propuesta política racional en la cual debemos congelar
nuestras almas primeramente y el pasado, y pensar en el futuro –dice Miguel.
-Ambos nos necesitamos. Yo también lo recibí por razones estratégicas. De todas
mis pesadillas, nunca en mi vida creí que fuera posible pactar con allendistas
genuinos, a este nivel. Le dimos dos mil quinientas vueltas a su audaz
proposición primera. Pensábamos que era una herejía, una burla. Disculpe mi
sinceridad –señala Iturra.
-Estamos aquí para firmar un acuerdo con franqueza, a pesar de nuestras
brutales diferencias. Tal vez una herejía nos saque del pantano social y moral
en el que estamos metidos. Usted ha dicho sabiamente que nos necesitamos. De lo
contrario no me habría acercado a usted ni para saludarlo. Disculpe mi
honestidad. Entonces este va a ser el Pacto Imposible, por la patria –señala
Miguel Poblete.
-Me suscribiré al Pacto Imposible, por la patria pobre –remata Iturra.
Al principio hubo incredulidad y risas, pero el Pacto Imposible elaborado fue
detallado, simple, directo, sabio e inteligente, sin profundidades ideológicas
ni dogmas, sin herir a los otros y respetando o tolerando el pensamiento del
otro, de los cristianos, de los conservadores y el de todos los demás. El Pacto
causó revuelo nacional e internacional de inmediato. Fue la locura misma.
Lenin, cada día más pragmático brindó de inmediato con su esposa, quien fue la
militante número uno del Pacto Imposible. Sara Esther y Rebeca le dieron algo
así como una bendición apostólica al Pacto Imposible. Lenin financió la
movilización, los insumos, las comidas, los arriendos, las asesorías, las
parrilladas, la publicidad, las encuestas, las bailarinas y todo, detrás de la
puerta. Se sumaron las iglesias, asociaciones, indignados, pymes, ecologistas,
motociclistas, mapuches, sindicatos, borrachos, rockeros, círculos, clubes,
partidos políticos, movimientos sociales y estudiantiles y diez mil más. Hasta
las libidinosas bailarinas de La Tetera, en una fotografía casi sin ropa en la cual
alabaron el Pacto con letreros y plumas, se suscribieron, y también las monjas.
Nadie faltó a la cita, nadie quiso faltar. Se empezaron a firmar pactos
imposibles de disímiles e irónicas características en todos lados del globo
terráqueo. Entre cien diferencias duras aparecía un punto en común por el cual
luchar reciamente, por la patria, por los postergados. El planeta ya no es el
mismo. Algunos embelecos y fábulas de los amos del mundo ya no funcionan.
Seguramente inventarán otras. Al menos por esta vez el lema divide y vencerás
no les fue favorable. El mundo ya no es igual. En la casa de Lenin se juntaron
todos a revisar el singular e insólito episodio, que resulto más fértil de lo
que se pensaba.
-Lenin, este pacto es una bofetada a la historia, a la dignidad de la izquierda
y sus mártires. Es un nuevo orden. No te entiendo –señala Emilio, algo
embrollado.
-Ya que los políticos clásicos nada solucionan, tal vez sea hora de acribillar
la historia y dejar la infecunda dignidad de lado y someterse a un pacto, que a
primera vista parece una calumnia, pero que podría darle un giro a nuestra
oscura historia, repleta de tragos amargos y exclusiones. Por ahora nadie
apunta con el dedo a nadie. Una vez Hitler y Stalin firmaron un pacto
hipócrita, nosotros firmaremos el nuestro, sincero. La apuesta chiflada está
hecha –responde Lenin.
-Suegro, este Pacto Imposible nació de la desesperación, es un retoño de la
ineptitud incesante de la clase política que se vendió hace decenios a los
banqueros y poderosos. Le felicito –opina Santiago Andrés, que se alineó
también.
-Cada vez que se firma una ley de presupuesto en nuestro Chile, la banca abre
una botella de fino champagne y el simbólico banco del Estado se deprime
–ironiza con sabiduría Lenin, que sabe que BancoEstado es un excluido más.
-A través del crédito tienen endeudados, secuestrados y humillados a moros y
cristianos. La impía banca es la única intocable. Rockefeller, Rothschild,
Morgan y sus amigos, ya son los dueños del planeta. El que rasguña al banquero
sufre un ataque cardiaco repentino -expresa lúcidamente Emilio, con sarcasmo.
-El odio entre allendistas y pinochetistas era un negocio redondo de la banca y
del faraón. Lenin no cayó en esta trampa esta vez –expresa la intuitiva Rebeca.
-Si este extraño pacto es la solución a la miseria y a las pensiones
paupérrimas, que Dios lo bendiga. Y si la banca es el amo de este mundo,
entonces la banca es el anticristo –lo expresa Sara Esther con el Apocalipsis
de la Biblia en la mente.
-Sí, sólo una bendita herejía como esta nos destrabará –acota Santiago Andrés.
Cada chileno tenía una razón distinta para nacionalizar la totalidad de la gran
minería y otras riquezas, pero todos querían incorporar al patrimonio fiscal
todos los yacimientos y crear una administradora de pensiones estatal, como las
primeras transformaciones estructurales. Los megabanqueros tienen al planeta en
la palma de su mano, y si se firma un pacto imposible tras otro, eso podría
cambiar el mundo. Que el regreso del Señor nos sorprenda libres, decía Rebeca.
No estamos obligados a ser esclavos siempre. Reconozco, eso sí, que firmar un
acuerdo con aquel que siempre odiaste es complicado e irónico. Mas la Historia
es irónica, mordaz. La otra posibilidad que los nuevos dueños de la minería
sean los trabajadores: capitalismo popular.
Enero 2020
Lenin le dio miles de vueltas a los conceptos, trabas y consecuencias de
proponer un convenio de esta índole. Su prestigio y cordura estaban en juego.
En esta carrera apostaba todo a ganador. Todo o nada. Los militares han
intervenido en la historia política de la Chile más de veinte veces y
generalmente protegiendo los intereses de los poderosos o hacendados como quien
defiende a Dios, sobre todo si la esclavitud a través de las centurias siempre
ha sido alabada y lavada con agua bendita y profundos rezos, por católicos,
protestantes y las religiones del globo. La elaboración de la moneda, el
crédito, la gran riqueza y el comercio, están gerenciadas por unos pocos
aristócratas privilegiados. Espartaco, el Che y sus secuaces son terroristas,
criminales, a los que hay que reprimir con el terrorismo de Estado, por el bien
y el decoro de la patria. Si bien el muro de Berlín cayó, algunos cerebros no
se han enterado o no lo comprenden. Los que antes eran acérrimos enemigos, en
todos los campos, ahora podrían dialogar y sembrar la semilla de un Chile
nuevo, concentrándose solamente en los que los une, por diferentes motivos,
congelando el alma. Este perro mundo entonces no es el mismo. Es factible aunar
los dos extremos de una cuerda para así capturar todos los peces, que es el
anhelo final. Sólo medidas audaces nos liberarán del lodo en que los ciudadanos
viven y respiran, subordinados a una constitución política que no los
representa. El quehacer parlamentario clásico de estos decenios de democracia
supuestamente representativa no han generado reformas estructurales o cambios
de fondo. La clase política está corrupta, totalmente vendida al monarca, y
dedicada a darles migas a los peatones por mientras le presentan de rodillas
sus respetos a los banqueros y a los grandes grupos económicos, propietarios
legales de la república, y a la misma vez transpiran jurando que darían hasta
su vida por los excluidos. El parlamento es una prostituta borracha, egoísta y
ambiciosa. El congreso es un cáncer. Para nacionalizar la gran minería es
determinante la participación de todos, con gestos innovadores e intrépidos,
incluyentes. Kennedy intentó lesionar la industria del armamentismo y al FED y
lo asesinaron. Allende quiso cambiar la sociedad de punta a cabo y tomó la
honorable decisión de suicidarse, en su hora final. Es que deben participar
todos en esta insigne tarea. El allendista que residía con camas, petacas y
bandera dentro del corazón de Lenin nunca lo dejó en paz, siempre salía a
pasear, gritaba, le aullaba. Si bien es verdad que el congreso marxista de
Chillán estaba caduco y muerto, el espíritu de justicia social que lo
atormentaba no, más allá de su vida empresarial y familiar conservadoras. Y
aquí estamos igual de pobres y menesterosos como siempre, decía él. Porque la
administración de los fondos previsionales está en manos privadas es que la
mitad de los trabajadores chilenos va a marchar a la tumba bordeando la
indigencia, con pensiones que inspiran fuertemente al más dramático autor de
tangos y tragedias. A ellos les interesa el negocio, la rentabilidad, no el
destino financiero final de los obreros y postergados. El Estado es quien debe
cubrir o suplir todo lo que falte, porque los empresarios de las
administradoras de fondos tienen su mente en las utilidades de fin de año,
desmarcándose de toda responsabilidad moral y social con los trabajadores. La
salud se privatiza, la educación también, y todo. La arquitectura política que
construyó esta actual sociedad los asfixia a casi todos. Somos ovejas que
caminan al matadero gritando o votando por los candidatos clásicos que no le
mueven un átomo al impávido modelo. Cansado de reunir antecedentes, argumentos
y luchar intentando contactarse con todos los políticos, con escuetos resultados,
unos sociólogos le entregan los sorprendentes resultados de una encuesta que él
financió. Resulta que el más del 84% de los chilenos aprueba el Pacto
Imposible, con disímiles matices. Sí, la mayoría de los ciudadanos desea de
corazón que se nacionalice la gran minería y las riquezas estratégicas para
fortalecer potentemente la agenda social, sin importarles como, sin importarles
quien pacte con quien, como un primer paso a las transformaciones de las
estructuras de la república. Los jóvenes y contribuyentes se hastiaron de sus
carencias y sufrimientos. Esta indagación reavivó la fe y los ánimos de un
dichoso Lenin.
-Amigos, hemos conversado decenas de veces, lo hemos discutido todo sin avanzar
un metro, pero ahora el escenario cambió. Más del 84% de los ciudadanos comunes
aprueba el Pacto Imposible que les he propuesto a todos este tiempo- señala un
optimista Lenin, con periódicos de importante circulación en su mano.
-Somos amigos y me gusta charlar contigo. Reconozco que ese 84% me mete presión
y yo quiero estar al lado de la voluntad de las grandes mayorías. Como
presidente de los socialistas no puedo desentenderme de esta inquietud. Sí,
ahora tu pacto ya no me parece ridículo, es más, lo voy a proponer a la mesa
directiva. Vamos a votarlo, con todos los correos, anexos y antecedentes que
has remitido tantas veces. Esta encuesta ha generado impacto en Chile y en el
extranjero y debo adelantarme a la jugada. Es que no puedo quedarme atrás. Si
por la nacionalización de una minería, sin trucos, tengo que besarle el
hediondo trasero al demonio, así lo haré. Que quede claro que no cederé en
ninguno de mis profundos principios –señala sorprendentemente, por primera vez.
-Miguel, ¿cómo te voy a solicitar a estas alturas, que transes con tu ética y
principios? Este es un acuerdo frío y racional, por el bien de los pobres de
Chile, eso es todo. Varios bandos diametralmente opuestos, suscriben un anhelo
común que revolucionará la patria, el planeta y el escueto presupuesto social
nuestro. Tú sabes que este pacto irrita a los podridos políticos clásicos y a
los poderosos. Te he explicado que el odio y esa comprensible bronca que le
tienes a la derecha y a los negreros es el mejor negocio de los amos de la
patria. Los banqueros y grupos económicos nos quieren ver divididos. Puedes
pasar a la historia con honestidad, sin firmar ningún papel o propuesta que te
ofenda.
-Lenin, acepto, por el bien de Chile. Si logramos nacionalizar la gran minería
otra vez, Allende te va a condecorar personalmente, en el más allá –Miguel ríe.
-No quiero ser melancólico, pero todo esto lo he ideado pensando en el
presidente mártir. Y cuando me vea en el más allá, aceptaré gustoso la
condecoración. Cuando fui joven le fallé a Allende. No le fallaré otra vez –lo
expresa Lenin con tristeza.
-Todos le fallamos al Chicho, unos más otros menos. Supongo que con una herejía
como la que propones avanzaremos algunos metros –opina Miguel.
-Con este mecanismo extraño llamado Pacto Imposible nos redimiremos los
allendistas y los demás y cambiaremos toda la historia, y me titularé al fin,
así, de profesor de Historia –concluye un halagüeño Lenin.
Era tal la insostenible presión social, que la derecha se subordinó al Pacto
Imposible, como sucedió con la nacionalización del cobre.
Febrero 2020
Lenin utilizando como artillería su luminosa encuesta al fin persuadió a unos
allendistas que al principio se sintieron ofendidos con un pacto tan estúpido e
irreverente. El camino hacia la cimentación de su utopía se allanaba. La
encuesta también presionó a unos derechistas ortodoxos que prefieren arder en
el infierno que negociar también con comunistas o anarquistas. Pero el tablado
cambió y ya los chilenos no son los mismos. La siquis nacional es otra. El
Pacto mejoraría su imagen y ayudaría a vigorizar el presupuesto previsional
militar y la salud y beneficios de la familia de los uniformados. Después de
analizarlo una y otra vez vieron en este acuerdo que proponía el dueño de La
Ventajosa sólo trae beneficios. Era una gran oportunidad, en todos los
sentidos. Se reúne con su amigo Bernardo Iturra en donde Don Jano, una vez más,
casi sin piedras en el camino.
-Señor Iturra, ¿cómo está usted? – pregunta un Lenin feliz.
-Yo estoy muy bien ,¿cómo está su encantadora esposa y familia?- consulta,
quien conoce a la bella Sara.
-Sarita está orando por mí a Jesús y por todo lo que me he ilusionado con un
Chile próspero –señala Lenin con regocijo.
-Es evidente que usted está feliz con las seis encuestas que lo pone en una
posición muy cómoda, dada sus aspiraciones, por el buen destino de Chile. En
las entrevistas usted transmite convicción. En esta nueva realidad, ya no tengo
razones atendibles para enfadarme con usted y su ofrecimiento, es más, el
clamor de los ciudadanos es que firmemos con los que fueron nuestros enemigos duros
un acuerdo como el que usted nos ha brindado destrabando así el aburrido y
estéril quehacer político de estos años. Personalmente, lo tomaré como una
tregua. Realice todos los preparativos. Firmaremos ese pacto pensando en Chile.
El milagro de suscribir el Pacto Imposible estaba a la vuelta de la esquina. Ya
todas las fuerzas vivas y entidades de la república lo aprobaban. La
nacionalización de la minería es un hecho. Los pocos que se oponían eran
parias. Se modificó la Constitución Política en lo pertinente y través de una
ley el Pacto Imposible se hizo realidad. Aleluya.
Febrero 2029
Con el Pacto Imposible sólo se podía ganar, es un regalo del mismísimo santo
cielo. Años después Lenin y su esposa se quedaron solos en la casa como
siempre, porque producto del nido vacío sus hijos y nietos partían a sus nuevos
hogares, concluido cada fin de semana. Lenin se confiesa con su adorada esposa.
Divisa su final, con paz en su alma.
-Sarita, la incoherencia siempre caminó conmigo. Quise, mas nunca fui muy consecuente
ni un hombre de proceder limpio. Por enriquecerme a veces actuaba sin
escrúpulos. Es que tenía pánico de volver a ser pobre, el atorrante de siempre.
Era ateo y ahora creo en Cristo. Era un socialista ortodoxo y ahora soy
empresario, y algo mojigato. Debe ser la vejez. Era un joven idealista y ahora
soy pragmático, casi sin alma. No tengo una ideología clara. Estoy en el limbo.
Antes la gente votaba por los partidos políticos, después por la calidad del
candidato, ahora votan por propuestas concretas. Espero que el Pacto Imposible
me redima. Es en beneficio al prójimo, como lo enseña y le gusta a Jesús.
Cuando era joven prometí ser un revolucionario hasta las últimas consecuencias
y arrugué antes, durante y después del golpe de Estado de la Junta Militar. En
vez de volver a mis ideales, me fui a Suecia a convertirme en un flemático
empresario a como dé lugar, sin consideraciones morales, muchas veces. Como
empleador, otras tantas veces esquivé la ley y la ética. Poseía dinero en mis
bolsillos y una extraordinaria esposa, sin merecerlo, y así y todo un bicho
dentro de mí me atormentaba y a la vez me invitaba a crear este loco y
fructífero Pacto, que a ratos parece algo enredoso. Como tú dices, esta no fue
una idea mía, me la regalaron del cielo. Sí, yo soy sólo un servidor y nada
más, una hormiga –dice un salomónico y avejentado Lenin.
-Amor mío, has luchado toda la vida y nunca te has rendido. Combatiste en
contra de toda mediocridad. Siempre fuiste un buen padre, esposo y empresario.
Eres un ganador, desde que jugabas fútbol cuando eras niño, en “Los
Matorrales”. El destino de tu existencia era ser el ideólogo y financista del
Pacto Imposible. El Señor te eligió para esto, así de simple, y te dio el
dinero necesario, la inteligencia y los medios para materializar este bendito
pacto. Antes de la gran bendición o firma de este acuerdo santo, pasaste muchas
pruebas, te equivocaste, sufriste, pecaste, lloraste. Yo soy tu esposa por la
voluntad de Dios –mariposea-. Es que nada de lo que sucede es por casualidad,
todo tiene un propósito. Sí, casi sin darte cuenta te transformaste en una
laboriosa hormiga de Dios, batallando duramente y rompiendo mil muros y
frustraciones. A Dios le gusta hacer locuras, tranquilo. Ahora la gran minería
es de todos los chilenos por la expresa voluntad del Dios Todopoderoso, y tú,
mi querido Lenin fuiste el instrumento del edén que erigió de principio a fin
este mil veces bendito Pacto Imposible. No se disparó una sola bala, no hubo
semáforos doblados. Y no te olvides que es la sangre del Señor la que redime.
Los pobres de Chile te lo agradecerán algún día y más de una calle llevará tu
nombre, te lo prometo. Ya sabemos que la concentración de la riqueza en pocas
manos es obra de Satanás y tú ya no necesitas una ideología, ahora que te
bautizaste y eres un redimido del Salvador.
-No quiero la gloria terrenal, sólo deseo morir en paz, en Su paz, con la
sensación de que le fui útil al prójimo, a la patria, de que amé a los otros, a
través del Pacto Imposible y sus bienaventuradas e insospechadas consecuencias,
más las otras reformas en las cuales con honor participé también, detrás de
bambalinas. Ahora sí creo que Su Excelencia, el Presidente de la República don
Salvador Allende Gossens me miraría con una buena cara y seguramente cuando le
cuente en el más allá lo que hice y luché, me va a sonreír. Él era muy educado,
refinado. Ya no me siento tan avergonzado con él, desde que se firmó este
fructífero acuerdo. A este Pacto le puse todo lo que había y quedaba en mí.
Invertí millones, miles de horas, paciencia y todo lo que me quedaba de buena
salud. Dí todo lo que tenía. No hay más. Sí, la historia es un caballo y el
Gran Arquitecto es el jinete y su amo. Prontamente bajaré el telón, con la
frente en alto. Que Jesús me reciba en su santa presencia, por su gracia. Y
pensar que todo comenzó con una lectura profunda a la Epístola de Santiago
–termina Lenin, que fue influenciado por el evangelio en su proyecto.
-No te preocupes amor mío, la gracia divina es infinita, y por su misericordia
estaremos junto a Él, por los siglos de los siglos. Jamás te vas a separar de
mí. Estaremos juntos por los siglos de los siglos. Déjame leerte reflexivamente
ese capítulo 5 de la Epístola de Santiago que te transformó y que te inspiró en
tu fructífero ministerio social y político. “¡Oigan esto, ustedes los ricos!
¡Lloren y griten por las desgracias que van a sufrir! Sus riquezas están
podridas; sus ropas, comidas por la polilla. Su oro y su plata se han
enmohecido, y ese moho será una prueba contra ustedes y los destruirá como
fuego. Han amontonado riquezas en estos días, que son los últimos. El pago que
no les dieron a los hombres que trabajaron en su cosecha, está clamando contra
ustedes; y el Señor todopoderoso ha oído la reclamación de esos trabajadores.
Aquí en la tierra se han dado ustedes una vida de lujo y placeres, engordando
como ganado, ¡y ya llega el día de la matanza! Ustedes han condenado y matado a
los inocentes sin que ellos opusieran resistencia”. Amén. Amor mío, el
evangelio puro y sencillo te inspiró a ti y al país. El Espíritu fue abriendo
los ojos de los porfiados y nos guió a todos –expresa la siempre devota Sara.
Septiembre 2030
En el año 2030 y con ochenta años de edad fallece Lenin Farfán en La Ventajosa,
que ya la administraba don Chicho, su hijo. Se fue en el sueño, en paz consigo
mismo. A sus funerales asistieron muchos humildes que le agradecieron su
gestión en la nacionalización de la gran minería y en la benigna creación de
una administradora de fondos de pensiones estatal, entre otros justos servicios
a la amada patria. Sara Esther les dijo a los periodistas de su marido: “Se ha
ido un gran patriota, un hijo del Señor”. Sara Esther junto con malcriar a sus
nietos, con poco ánimo, visitaba todos los sábados y con sorprendente rigurosidad
la tumba de su marido, en la que puso una fotografía del presidente Salvador
Allende con la banda presidencial en su bolsillo izquierdo. Usando un poco del
lápiz labial rojo y el perfume que a él gustaban tanto lo visitaba y conversaba
con él, a veces con ropa interior roja u otra prenda del agrado de su amado.
Por razones obvias, la tumba de Sara, que estaba apegada a la de él, la
esperaba. Lenin Farfán partió al más allá con Jesús en el corazón, con una
fotografía de Allende en el bolsillo y con la sensación de que cumplió su deber
en este planeta o dimensión. Se fue sin ningún problema de conciencia, con todo
al día. A los cuatro años después de fallecer su marido, la apenada Sara Esther
muere en su hogar, cerca de Priscila y Josué Salvador, con una Biblia en la
mano. No soportó estar sola y sólo quería partir a la presencia del Señor a la
brevedad, para estar cerca de su amado Lenin y darle algún postre de durazno
con una crema sin mucha azúcar, con cucharadas en la boca, como lo hacía
habitualmente. Es que el deber de una buena esposa es estar al lado de su
marido en todo momento y lugar, y sin excusas, decía ella, siempre tan
conservadora y devota de la Santísima Trinidad. Al final de la ruta, el
singular Pacto Imposible fue la voluntad del Señor, independiente del maligno
nuevo orden mundial que se aproxima, con su agenda valórica podrida. Lenin y
Sara fueron llamados por Dios para cumplir una misión sacra, y la patria lo
agradece. El estricto don Chicho, de pocos escrúpulos, es el nuevo y talentoso amo
en La Ventajosa y en las otras millonarias inversiones.
FIN
NOVELA: EL MUNDO QUE ME CAMBIÓ.
AUTOR: JAIME FARIÑA MORALES
Arica, Chile
Esta novela fue inscrita en la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de
Chile el 09 de noviembre 2011. eliconoclasta63@gmail.com
y jfarina@interior.gob.cl
De la antología: “Las sotanas de Satán”
http://lassotanasdesatan.blogspot.com